Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


sábado, 10 de junio de 2023

LA PUERTA Y LA HORA DE LA MERIENDA

 

Parte de este cuento o ejercicio cuentístico pretende ser, en cierta forma, un homenaje a la peli “Mi novio es un zombie” o “Warm Bodies”, basada en la novela de Isaac Marion. Luego, no tiene nada que ver…

 

                     LA PUERTA Y LA HORA DE LA MERIENDA

Previendo dificultades, ya nos habíamos puesto de acuerdo en que inmediatamente luego de la hora del almuerzo iríamos hasta ese lugar para tratar de abrir la puerta… y allí estábamos. Pero la puerta parecía estar bien asegurada y las arremetidas contra ella no estaban funcionando. A veces sucedía que ante tanto golpe, las puertas –o ventanas- cedían aunque sea un poco, una nada… pero era el indicio de una mayor abertura, el primer paso hacia el fragante mundo que se escondía detrás… olor a miedo, a sudor, a encierro, todos los fuertes olores que definen a los humanos… y donde hay olor a humanos hay siempre carne humana, esperándonos. Puertas, ventanas, incluso paredes delgadas, terminaban invariablemente cediendo ante nuestra perseverancia… pero este lugar hasta ahora se estaba escapando a nuestras habilidades y a dos de nuestras principales virtudes: la paciencia y nunca perder de vista nuestro objetivo, por decirlo de alguna forma.

Habíamos revisado además, como siempre hacíamos en esos casos, otras posibles entradas, sin ningún éxito. Era algo extraño que no tuvieran otras entradas o salidas… digamos que no era para nada la regla. Y así estábamos, forcejeando con la puerta y ésta, firme como un muro.

Esta vez habíamos llevado además, como valiosa ayuda, una barreta de metal, de esas que tienen una uña en uno de sus extremos, una hermosa herramienta para forzar aberturas, pero no estábamos teniendo ningún resultado. La verdad es que tenemos dificultades para manejar herramientas, lo admito… recordar cómo usarlas no te da garantías de poder usarlas. Con el tiempo no solo perdemos discernimiento sino también los tejidos que nos quedan van degenerando. Nuestro estado de semi muertos –o semi vivos, como deseen llamarnos- hace que nos vayamos deteriorando, poco a poco, más y más… y es peor todavía cuando eres atacado por una horda y te comen tanto músculo que no es viable siquiera moverte. Igual sigues “vivo”. Así funciona el virus. Si te mueres, por la razón que sea, el virus llegará hasta ti y te revivirá. Pero no eres el mismo… y no tardas mucho en comenzar a alejarte más y más del humano que eras, a la vez que te atraerá más y más la carne humana, tornándose con los días una atracción feroz e incontrolable…

Pero en el grupo que habíamos organizado para explorar todavía existía mucho de humano. En cierta forma todavía podíamos racionalizar nuestra creciente necesidad de carne humana y usábamos nuestros cerebros para resolver los problemas que se nos presentaban. Pero…

Nuestros estériles esfuerzos fueron interrumpidos por uno de nosotros, el que usa un gran reloj de pulsera, que nos indicó algo sobre el tiempo… en nuestro entusiasmo se nos había pasado largamente la hora de la merienda.

Nos miramos, apenados… -¡Tenemos que superar esto! –dije, apenas.

Ciertamente… cuando pensamos en la merienda elegimos lugares y siempre, invariablemente, terminamos frente a esta puerta.

-¡Otra vez nos quedamos sin merienda!- repetí, esta vez en algo parecido a una voz alta-

-¡La puerta no se abre!- dijo otro, pretendiendo culpar a la puerta.

-Si no se abre… ¿Por qué siempre terminamos aquí?- agregué

-¡Merienda! ¡Olor rico!- dijo otro, señalando la puerta.

Sus argumentos eran contundentes, pero parecía que tras esa puerta no habría para nosotros ni merienda, ni desayuno, ni almuerzo, ni cena, ni nada…

-Vamos a buscar la cena…- dije. Entonces, cabizbajos, nos encaminamos a buscar  refugios más amables y accesibles o quizás a  encontrar algún humano fuera de su guarida, merodeando por calles o edificios.

Lo más triste era que no tenía ninguna certeza de que mañana, a la hora de la merienda, no estaríamos de nuevo frente a esa puerta.

                                                  

                                                FIN

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