Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


sábado, 7 de mayo de 2011

SEGISMUNDA

Este cuento fue inicialmente publicado en una antología en el año 1990. Como quería aquí incluirlo le hice algunos pequeños cambios, casi imperceptibles. Se lo quiero dedicar a Ceci, quien no cree en la ciencia ficción y menos en el tecno fantasy.

SEGISMUNDA

Aunque hace bastante que los asuntos de los hombres cesaron de importunarme, por mucho tiempo me pregunté si existiría alguno de ellos interesado en escuchar mi historia. Resolví finalmente darla a conocer, pues siempre hay alguien capaz de sacar moraleja de cualquier episodio o serie de ellos, por extraños que parezcan. A manera de introducción aclaro que este es un clasiconotanclasiconadaquever cuento de hadas, donde interviene un humano, un gallo, algunos duendes, mi reloj pulsera, una caja, un almanaque, una mesa mágica y obviamente…un hada.

Cuesta mucho recurrir a una memoria cada vez más escasa, más difusa, más lejana… algo recuerdo…
Ese día el gallo sonó a las cuatro de la mañana. No era sorprendente pues + - 10 minutos siempre sonaba a esa hora. Era un buen gallo. Parecía un buen día. El almanaque indicaba que sería soleado, con una máxima de 31 grados 4 décimas y una mínima de 17 grados con 8 décimas. Aclaraba que vería 23 nubes y... bueno, la cantidad de nubes que vería ese día no era lo más importante… lo más importante de ese día era que me harían un obsequio.
Luego sucedió algo que me disgusta recordar: el gallo se descompuso. Sonaba cada quince minutos -algo que de ninguna forma podía permitir-por lo que tomé la resortera y le asesté un contundente disuasivo. Pérdida de conocimiento -manifestación quizás de hemorragia interna-, shock… El gallo se murió. Mi reloj pulsera me lo recriminó ásperamente… pero le expliqué que mi puntería es pésima y que jamás pensé que iba a hacer blanco…
¿Se dan cuenta? El día, que prometía ser estupendo ya no presagiaba nada bueno, ya sin gallo, con las manecillas de mi reloj girando pero con desgano, llenas de enojo…para ese entonces no estaba tan seguro de que esa jornada fuera la indicada para que me llegara el esperado regalo. Además hacía ya unos días que estaba en conflicto con los tiempos circundantes… comenzamos disgustándonos levemente, por una nimiedad, como la mayoría de los conflictos, pero luego fue levantando temperatura, el ambiente se fue caldeando y finalmente terminamos duramente enfrentados. Temía que ellos no dejaran pasar mi regalo, pues son obcecados, tercos y cuando están de malas, intratables…
Finalmente fabriqué una pequeña distracción para que en el instante en que llegara mi obsequio, los tiempos circundantes estuvieran con su atención en otro lugar. Y tuve éxito, pues este llegó sin contratiempos a mi covacha-laboratorio. Una caja. Cuando la abrí saltó una tarjeta en la que decía simplemente: No se lava ni se plancha. Mesa de fabricar maravillas. Definición infinita de límites mágicos que no existen. Carcajadas de bruma cuando al amanecer asomo mi nariz al mar. Insólita irrupción de la no-realidad en el ahora. Decía muchas cosas más esa tarjeta pero… ¿En realidad fabricaría maravillas?
La coloqué en el centro de mi sala de estar y la activé, no sin cierto recelo pues no parecía una mueble muy fuera de lo común, excepto la placa que la cubría, su cabeza, la superficie que serviría para apoyar cosas si fuera una mesa común y corriente y que onduló levemente cuando presioné el on.
Luego de las presentaciones de rigor le pregunté a Segismunda –pues así se llama la mesa mágica, aunque para los íntimos es "Segi"- en que podría complacerme. Pronto averigué que sus posibilidades eran espeluznantes. No tenía límites. Mientras escuchaba sus posibilidades pensé que algo así no tendría que existir… eran demasiadas puertas a los deseos, demasiadas posibilidades, demasiados “Sí, claro” para otros tantos deseos…
Siempre soñé con poseer cosas que muchos ni siquiera se atrevieron a imaginar y mis estudios han revelado mundos jamás explorados y que asoman a veces alguna arista aquí o allá, sorprendiéndonos con sus rarezas. Pero no soy un fenómeno… simplemente le pedí -dando por supuesto su buen gusto- un nuevo mobiliario para mi Covacha-Laboratorio.
Allí empezó realmente la aventura, pues de pronto me encontré viviendo en un lugar estupendo, lleno de objetos -o seres- de todos los tiempos, de muchas realidades y de distintos lugares.
Luego de apreciar los resultados obtenidos por Segi, planeé pedirle me resolviera un problema que me preocupaba desde hacia largo tiempo: la soledad. ¿De que sirve una Covalab preciosa, producto de la más alta tecnología, si estaba solo? Cuando era pequeñito tuve un hermoso licántropo de compañero de juegos.Era un tanto arriesgado jugar con él pues aunque éramos de la misma edad me cuadruplicaba en tamaño -crecen muy rápidamente-. Pero a pesar de esa diferencia y de que a veces llevaba algún soberano golpe nos divertíamos mucho, hasta que cierta vez y a pesar de mis advertencias se comió un gnomo venenoso, lo que le causó la muerte… y quedé nuevamente solo.
Segi, recibidas mis instrucciones, comenzó a desfilar ante mí posibles amigos, seres que pudieran entretenerme, con quienes poder discutir las ventajas y las inconveniencias de ser un tipo huraño. La más variada gama de humanos, seudo-humanos y otros entes -algunos indescriptibles- pasaban ante mis esperanzados ojos. Cabe agregar que fui yo mismo quien suspendió la procesión, pues estaba cansado y deseaba meditar más profundamente mis propósitos.
Fué entonces que caminando por el bosque concentrado en mis pensamientos, sin dar demasiada importancia a la algarabía de sus alados moradores, ni a los aletazos de luz que al compás del viento me manchaban, fui sobresaltado por algo que cayó apenas delante de mis pies. Agradecí a la Providencia que tal artefacto no me hubiera aplastado la cabeza y a continuación tomé lo que parecía ser un álbum de retratos. Nunca había siquiera imaginado que existiera tal cosa  -aunque sin duda existía, pues no era una alucinación lo que tenía entre mis manos -. Hojas y hojas de hermosos pergaminos cubiertos con retratos de las entidades voladoras del bosque ­¡Qué notable! Visto que nadie venía a reclamarme el volumen y como estaba ansioso de contemplarlo, me senté en el lugar menos húmedo que pude encontrar  y comencé a examinarle inmediatamente. Las hadas son hermosas y siempre me habían agradado su fragilidad, su pureza, su grácil simpatía. Una página al óleo confeccionada con gran pericia, me sacudió las entrañas. Era Ella. Corrí hacia mi Covalab a mostrarle mi hallazgo a Segi, pues finalmente ahora tenía un pedido que parecía valer la pena.
-¡Quiero a Nindarunii!- le dije, al tiempo que mostraba la imagen. No respondió en absoluto, pero adiviné una pronta noticia. A los pocos minutos una voz tembló dentro de mi cabeza: "Ya la he traído, apúrate pues desea irse".
-¡Eso sí que no!-pensé y fui a su encuentro.
El ser de la ilustración nada tenía que ver con el original. Este era limpio, fresco, esbozaba una sonrisa -me refiero al dibujo-. El que tenía ante mí estaba desgreñado, sus cabellos sucios, llenos de hojas y ramitas. Todo su cuerpo -incluyendo el rostro- era un mapa polvoriento con salpicones de barro por doquier. Lo único agradable a la vista era un collar de flores silvestres que daba tres vueltas a su cuello.
Enojado -me sentía burlado- aunque no tanto como ella, pregunté -¿Tú eres ésta?
Afinó su mirada, escupió a mis pies, con gran delicadeza debo aclarar y respondió: -¿Quién más podría ser? ¡Zapallo con patas!
 Le contesté rápidamente –Chica, no malgastes tus insultos, pues tendrás oportunidad de usarlos todos y quizás más -y dije a la mesa- ¡Quiero algo como esto, no como eso!- señalando el  álbum y a continuación a Ella- ¡Así que a la ducha! ¡Déjala reluciente como una moneda de oro recién acuñada!
-¡Cerdo apestoso!¡Excremento de rana!¡Trolón empedernido!¡La pagarás!
Su hermosa voz se perdió en los pasillos de mi Covacha-Laboratorio.
Estaba impresionado. Jamás pensé que las dóciles y afables hadas resultaran -o por lo menos ésta resultara- criaturas tan salvajes.
Cuando la ví nuevamente era casi la damisela del retrato. La diferencia con la Nindarunii del libro era que seguía insultándome al parecer sin ningún cargo de conciencia -quizás ni siquiera tenga conciencia-. Cuando al fin detuvo su lengua, le dije -¡Hola!- con la mejor de mis sonrisas. Ella simplemente replicó -¡Estúpido!-
-Me encanta la forma en que me insultas ¿Puedo saber por qué estabas tan, bueno, tan cubierta de hojas, ramas y polvo? ¿Es que no existe el jabón en tu mágico país?
-¡Pero que idiota! ¿Por qué siempre me tocan los tarados?
-¿Es que has conocido a alguien como yo?
- Claro, listín, tuve un sapo como mascota y era casi, casi, tan estúpido como tú…bueno, tenía la ventaja de que no hablaba.
-¿No se agotó todavía tu recetario de blasfemias, chica bonita?
-¡Si tuviera en mis manos un guijarro te vaciaría un ojo,  pinche putito hablador! -Recordé al gallo y le dije -No es justo que estés tan enojada conmigo, no te he hecho mal alguno-
-¡Interrumpiste un ceremonial, pajero genético!-
­¡Ja!¡No me digas?¿El ceremonial de La Gran Mugre?-
-¿Es que no entiendes lo que es una ceremonia? O peor todavía…¿crees que todas nosotras lucimos como nos ves en ese libro todo el tiempo? ¡Dime por favor si es así porque me parece algo difícil de creer! ¿O estoy equivocada?
-Esteeee,bueno… Cambiemos de tema…¿Por qué eres tan violenta? Te imaginaba distinta, dulce, comprensiva, en cambio ni siquiera pareces algo femenino, tu vocabulario deja mucho que desear... aunque convengamos que a pesar de todo eres muy hermosa ¿Sabes?
-No te creo- contestó, mientras movía sus alitas multicolores.
-Te quiero- agregué intrigado por ese movimiento nervioso.
-No me agrada que me mientan- dijo ella.
-¿Te mentí alguna vez?-
-¡Me tienes prisionera, libérame!
-¡Imposible!¡Sin ti no valgo nada!
-¡Maldito humano!¡Todos son iguales, egoístas y dañinos!
-¿Sabes? ¡Eres peor que mi ex-suegra!- agrio insulto reservado a seres inaguantables-. Palideció y calló, por suerte.
A pesar de que nunca me habían insultado tanto en tan breve lapso, estoy enamorado. Hay algo en ella que... ¡no sé! ¡Si me correspondiera! Quizás si le hago algunos regalos ... ­podría darle agradables sorpresas
-¿Qué cosas te gustaría recibir? -le pregunté.
-¡Mi libertad!¡Tus brazos cortados a la altura de los codos, tu cuero cabelludo y benefíciame con tu testamento, nada más! -terminó sonriendo por primera vez desde que la conocía.
-¡Eres encantadora! ¡Cuando sonríes el resplandor de las H se averguenza! -logré que se sonrojara un poquito- Por otra de tus sonrisas conseguiría para ti un castillo en Zeus-Júpiter y por mi amor correspondido ...
-¡Porqué no te mueres! ¡Ya!- cortó así uno de mis más emocionantes discursos -me emociono mucho con ellos- y una pequeñísima lágrima rodó por mi mejilla ¡Ella la vio!
-¡Tan grande y llorando!¡Me das lástima!
-¿Solo eso? –respondí esperanzado.
-Solamente- y dio vuelta la cara.
Así terminó otro round. Estas conversaciones, intercambios de grisultos   -insultos a voz en cuello- todo condimentado con mis románticas florecillas, estaban terminando con mi ya de antemano escasa salud mental. Sin embargo, la quería cada día más.
Retazos de noche. Cielo plomizo escurrido de mi mesa de fabricar maravillas, canto de cardenal, escarceos amorosos de venados bajo su mirada, claro de bosque sombrío a veces golpeado por aguas de luna. Ella es eso y mucho más.
Ritos de iniciación solar, claveles y rosas envueltas en tela de rocío, intrincado cruce de rutas que van para aquí o para allá  o a ningún lado, labios extraños y fascinantes, beso tierno y volátil. Eso y mucho más. Y poco a poco la iba convenciendo
-Escucha, no ronco mientras duermo y cocino bastante bien, ¿qué más puedes pedir?
-¡Suéltame! ¡Prisionera me marchitaré, caerán mis pétalos, mis hojas se pondrán grises y se arrugará mi tallo! ¡Déjame ir!
- Ya te he dicho que no puedes marcharte. Tú necesitas la libertad, yo te necesito a ti.
-Entonces ven conmigo, prefiero eso a morir aquí encerrada y soportándote de todos modos.
-¿Aceptarías llevarme contigo?- La miré boquiabierto pues no podía creerlo.
-¡Pero no lo haré por tu linda cara, ultra lento! ¿Es que no entiendes, so estúpido? Si sigo aquí moriré dentro de poco tiempo-
- Está  bien, está  bien - He aquí una oportunidad que no debía desperdiciar, lo importante era estar con ella, todo lo demás era secundario.
Así que otra vez necesito de la mesa mágica. Algunos creen que es el mensaje último de alguna civilización ya extinguida, otros que es un conjuro liberado que recitó a su vez ciertas fórmulas, otros afirman que no existe ya que solo es ilusión y yo opino que es una mesa que fabrica maravillas y con eso me basta.
Entre nosotros, la chusma dice que fué engendrada en coitos aborrecibles entre un ciberdragón y un duendecillo homosexual ¡Pero son burradas!
Aunque Segi no es excesivamente romántica, pareció entender la situación.
En Segismunda tenía la única oportunidad de estar con Ella y viva. Luego de un cierto ceremonial, que incluyó verificar mi grupo sanguíneo y un sondeo de mi estado sanitario, me ordenó colocarme junto a ella y posar mis manos sobre su superficie de plata -lago de los que parece imposible- y sentí que poco a poco  iba perdiendo la pesadez de mis miembros, mis huesos se hacían más livianos, mi cuerpo más pequeño y lentamente, muy lentamente, las alas comenzaron a crecer en mi espalda.

Cuando casualmente miré mi entrepierna -en el espejo del comedor- observé que algo faltaba. Alarmado reclamé a la mesa mágica por tal catastrófico olvido.
 -Lamento que lo hayas advertido tarde -respondió- pero es que los seres voladores del bosque son invariablemente femeninos
-¿Pero ahora que hago?-pregunté exasperado.
-¿Estás con ella, no?
-Pues. . .

                                                               FIN

P.D.: Hoy día, aunque nos critican mucho, somos un par de alegres lesbianas.