Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


miércoles, 10 de mayo de 2017

MADE IN BLUFU

Jesí nunca había sido la compañera de navegación más simpática que había tenido pero ahora estaba irremediablemente fuera de control. No la entendía. Nunca la entendí, en verdad, pero durante este viaje, por momentos, tenía la esperanza de que pudiéramos lograr cierta comunicación, una mínima relación amistosa. No era la primera vez que me tocaba hacer pareja con ella en un viaje, por lo que no me consideré especialmente desafortunado al hacerlo nuevamente. Nuestro trabajo se trataba de supervisar  los controles de navegación y otros sistemas durante las travesías, sistemas que si bien nunca fallaban  –como decían- eran prudentemente supervisados por parejas de tripulantes.  Cada pareja, formada al azar –al menos que funcionaran como parejas ya conformadas, lo que era muy raro- hacía turnos de 24 horas estándar en la vigilancia, horas que debían de cumplirse en estricta vigilia. Siendo tres parejas,  estaba garantizado que podríamos descansar la suficiente.
A los pocos días estándar de viaje comencé a notar además de sus ya acostumbradas muestras de mal carácter, cierta tendencia en ella a insultar al planeta Blufu, a la empresa naviera para la que trabajamos y al encargado de compras de la misma… ¿Qué le sucedía? Como tenía tiempo para pensar y su comportamiento me estaba realmente afectando, traté de resolver  esa especie de acertijo que suponía el pésimo carácter de mi compañera, tratando de encontrar explicaciones a su mal temperamento, a sus ácidas respuestas, a sus pocos deseos de intercambiar aunque fueran mínimas palabras o gestos amables.
Los que nos dedicamos a los viajes interplanetarios somos todos unos bichos raros. Literalmente podría decirse… pues físicamente hablando hay humanos que ya no parecen humanos –aunque piensen como tales se han puesto tantos implantes que parecen cualquier cosa menos humanos- y alienígenas –que obviamente no son humanos ni en pensamiento ni en morfología, por más que algunos tengan cierto parecido- e incluso los verdaderamente humanos –como yo- no somos menos reacios a socializar que todos los demás. Claro que podemos intercambiar bromas, o algún comentario o tener alguna conversación liviana típica de una larga guardia… Y Jesí tenía todo para no ser la peor compañera que me hubiera tocado en todos mis viajes, -incluyendo una muy atractiva forma de caminar-  sino se le hubiera echado a perder su carácter y con él todas sus buenas maneras. Así que necesariamente me preocupaba por ella y su misterioso problema, pues una cosa es ser neutro en cuanto al relacionamiento con otros y otra muy distinta es que te respondan siempre de mal modo, o que tu compañera esté constantemente insultando –que no sabes si a ti o a quién- o lanzando miradas agresivas cuando tú ni siquiera sospechas el motivo… “¡Yo no le hice nada! ¿Qué le pasa?”, era lo que pensaba para mí.
Sabía que Blufu era un planeta que se dedicaba exclusivamente a la fabricación en serie de todo lo fabricable. Allí no plantaban un grano de nada… allí solo fabricaban… y fabricaban y fabricaban, logrando los mejores precios de toda la galaxia.
También era imposible competir con ellos. No solo tenían los precios más bajos, sino que además, de alguna manera o de otra lograban hacerse con toda la tecnología que podía ser vendible. Sus métodos eran variados y a veces rayaban la criminalidad –por no decir que podían ser desvergonzadamente criminales-, pero según ellos todo valía. Compra o robo de patentes, chantajes, plagio de cualquier artefacto o tecnología  y hasta grandes laboratorios propios dedicados a la investigación…  todo era válido. Eran reconocidos además por tener las cadenas de producción más rápidas del Universo conocido, lo que sin duda abarataba el precio de sus productos.
Claro que era en esa producción tan acelerada, tan rápida, que estaba la explicación de su mala fama.  Es que con tal velocidad de producción había productos que fallaban. Podían no estar terminados correctamente por la razón que fuere… alguna plantilla se había desgastado y tardaban en cambiarla o la alimentación de las impresoras había sido deficiente aunque fuera por breves lapsos de tiempo… no importaba la razón;  pero invariablemente había parte de la producción que no salía  en óptimas condiciones de uso. Sería injusto no decir que los controles de calidad de Blufu estaban posiblemente entre los mejores del Universo –otro de sus puntos a favor-… pero también sería injusto no decir que allí no se tiraba nada y que la mercadería defectuosa se vendía a cualquier dinero, con las correspondientes advertencias obviamente. Estaba claro que no deseaban engañar a ningún cliente, nada más lejos de su intención. Pero al ofrecer productos incompletos o no totalmente funcionales a precios ridículamente bajos lo que lograban era que los productos fallidos se vendieran tanto o más rápidamente que los productos que no presentaban falla alguna. Así era. A muchos no les importaba si su compra tenía algún pequeño defecto sino lo que se ahorraba con ella. Un razonamiento muy curioso… y muy equivocado, pues cosas como un filtro de respiración o pues, un traje de inmersión en soluciones ácidas o un uniforme de inspección espacial no te pueden fallar, pues si te fallan, generalmente te mueres. Pero eso no parecía amedrentar a los que compraban y luego revendían tales artículos y por supuesto tampoco acobardaba a los que los seguían comprando.
¿Y por qué esta larga y aburrida explicación? Porque explica el porqué del irritante enojo de Jesí.
Luego de varios días finalmente logré relacionar todos los cabos sueltos y descubrir por qué su enojo no solo era con Blufu sino también con nuestros gestores de compras.
Los viajes espaciales eran costosos y mucho y las empresas que se dedicaban a transportar todo tipo de bienes por el espacio eran bien conscientes de ello, por lo que trataban de ahorrar lo más posible en todo lo que no fuera imprescindible. Había cosas en las que no se podía ahorrar. No podías ahorrar en combustible, ni en blindajes para la nave, ni en cargar suficientes repuestos en tus bodegas para una reparación de emergencia. Tampoco podías ahorrar demasiado en los sistemas de sueño o en las naves salvavidas o en los trajes que supuestamente podrían utilizarse para salir al exterior en el caso de tener que reparar una avería… No en esas cosas. Pero sí se podía ahorrar en alimentación y era proverbial la insipidez y consistencia poco atractiva de la comida de a bordo, a pesar de que nadie podía discutir sus propiedades nutritivas… o en disponer espacios para esparcimiento y ejercitación, pues preferían ocupar estos con carga… o en muchas otras cuestiones que a su entender –al entender de la compañía naviera- no afectaran directamente el desempeño de la tripulación…
Solo había dos cosas sobre las que no se negociaba… La primera, era que cada tripulante disponía de una cabina individual y eso era un derecho asumido ya por todos, en todas las naves mercantes.
La privacidad había adquirido un gran valor, sobre todo entre los que realizaban nuestro trabajo… quizás porque los tripulantes podían tener morfologías diferentes, costumbres diferentes o simplemente el hecho de que ese trabajo parecía especialmente diseñado para determinado tipo de individuos… individuos como nosotros precisamente. Socializábamos lo indispensable, lo evitábamos si era posible y vivíamos, para bien o para mal, nuestra individualidad
A menos obviamente que se decidiera saltarse esta regla. Existían parejas, pero eran más bien escasas. Los que abundaban eran los tripulantes que se embarcaban solos, que se relacionaban mínimamente con los otros tripulantes y que por supuesto no les interesaba mantener ninguna relación física con el resto. Las tripulaciones eran marcadamente mixtas y la sexualidad de los tripulantes no era considerada algo relevante… Pero he aquí lo segundo sobre lo que no se negociaba: todos teníamos derecho a un androide de satisfacción sexual y ese era el secreto quizás de la buena convivencia en períodos a veces muy largos de viaje. Todos, invariablemente, incluso los que se embarcaban teniendo pareja estable, tenían derecho a tener uno de tales ingenios. Así que si las relaciones sexuales entre humanos no eran corrientes en cambio si lo eran y mucho las relaciones sexuales con los compañeros y compañeras androides… Sencillamente, cuando el tripulante terminaba de cumplir su turno, se retiraba a su cabina y allí encontraba todo lo que podía necesitar, compañía, sexo, comida y descanso… hasta el próximo turno.
Y como todo tiene explicación, en determinado momento y ya algo exasperado por el ánimo exaltado de Jesí, juntando valor le pregunté a qué se debía su horripilante comportamiento.
Me miró y cuando me estaba preparando para recibir una sarta de insultos de grueso calibre, me pidió, cortésmente, que la acompañara. Allí fui tras su lindo trasero –que tengo que reconocer es muy atractivo-  hasta su habitáculo. Como correspondía éste estaba inmaculadamente limpio. Una de las grandes ventajas de un androide personal era que mantenía todas tus pertenencias  ordenadas y limpias y el piso y paredes y cualquier otra superficie reluciente… un importante valor agregado.
El androide estaba parado, firme, en una esquina de la pequeña habitación. Si bien no lucía calzado alguno, estaba totalmente vestido.
Me quedé a la entrada. Ella miró al androide y le ordenó:
-¡Sácate la ropa!-
Éste obedeció, desnudándose totalmente. Evidentemente era masculino y bastante bien dotado debo agregar.
La chica carraspeó, me miró y luego miró al androide.
-¡Erección!- ordenó.
Se sintió un leve zumbido y el miembro viril pareció intentar moverse, crecer, alzarse, pero nada sucedió.
-¡Erección dije!- repitió Jesí, con voz algo más potente.
De nuevo el zumbido pareció  llenar la pequeña habitación y hasta me pareció sentir al androide todo tratando de cumplir la orden recibida. Pero sus evidentes esfuerzos fueron infructuosos  y  nos quedamos esperando la erección. Nada sucedió.
-¿Ves?- me dijo Jesí –Eso es lo que me sucede… -dijo, señalando con enojo al caído miembro- ¡Los pinches putitos de la compañía no fueron capaces de comprar un pinche androide macho que funcionara como tiene que funcionar! ¿Tú tienes un androide femenino, no?
-Si- dije, asintiendo…
-¿Y te funciona?
-Así es, perfectamente…-dije algo apenado…
-¿Qué sentirías si tuviera todos los orificios tapados o mal construidos o algo así? ¿No te estarías volviendo locoooo!!!- dijo gritando
-Ya, Ya- le dije –Basta ya… es que me estás enloqueciendo a mí también –le dije… y sin pensar la besé.
Largas horas después regresé a mi habitación… Me sentía aturdido, caminaba como flotando… No podía creer que la hubiera besado y menos todavía lo que habíamos hecho por horas con Jesí luego de ese beso... ¡Pero había sido hermoso!
Cuando con el paso de los días advertimos que el androide parecía mirarnos acusadoramente lo sacamos al pasillo.
Ahora, aunque insisto que no es lo más usual, hacemos pareja de navegación y compartimos no solo el trabajo sino también nuestros ratos libres.  Y cada vez que nos cruzamos con mercadería Blufu o sentimos a alguien insultándolos, nos miramos e instantáneamente sonreímos, pues es por Blufu y por el afán de ahorro de nuestra compañía naviera que sentimos por el otro lo que ahora sentimos,  una intensa y rara sensación de que no podríamos vivir el uno sin el otro. Tengo que confesar que nunca había sentido lo mismo por un androide.
FIN


SOLDADOS DE DIOS

A la memoria de Nahuel, que terminó su camino en la Tierra sin haber disfrutado de todo lo hermoso que esta existencia puede darnos y de todos los humanos que, día a día, hora a hora, minuto a minuto, pelean por sus vidas contra el cáncer.

                              SOLDADOS DE DIOS
“En lo profundo del espacio ocurren terribles batallas, donde ejércitos de millones de combatientes se enfrentan por razones que La Humanidad está lejos de poder entender. Pero allí hay soldados que alguna vez vivieron existencias humanas…”

Nahu, envuelto en su fulgor, miró arriba, abajo y a sus costados y hasta donde lograba distinguir brillaban las armaduras, los escudos, las espadas y las lanzas de sus hermanos y hermanas  de armas, quienes en apretada formación esperaban la celestial orden de lanzarse al combate. No había temor en ellos, no había duda en ellos ni temblaba una sola de las estelas de su alma, pues allí, a su frente, el mismo Arcángel de la Guerra se aprestaba a dirigirlos. En el centro de todos ellos, como piedra angular de todo el ataque, se encontraba la élite de la élite, los guerreros probados, los que jamás retrocederían, los que jamás serían vencidos, los que aún sin armas, escudo o armadura alguna eran enemigos terribles para cualquier ser de La Oscuridad. Y él formaba parte de ella.


Su enfermedad fue descubierta accidentalmente. Por su corta edad, el impacto que provocó en su familia ese macabro hallazgo fue terrible. Ni que decir de sus efectos en su propia vida, pues también terrible fue la larga lucha que siguió. Viajes, internamientos, exámenes médicos, terapias convencionales, experimentales,  desazón, dolor… un dolor profundo y primitivo, quizás el de saber que toda esa lucha podía ser en vano. El campo de batalla no solo era su cuerpo, aunque equívocamente podía parecerlo… una parte muy importante de la lucha se libraba en su mente, en su voluntad, influyendo en sus ganas de vivir, tratando de mantener viva la esperanza, soñando un precioso futuro en donde pudiera vivir sin la amenaza mortal de su enfermedad… y todos a su alrededor eran tan combatientes como él, todos cultivaban la esperanza como él y todos deseaban ser tan fuertes como él tenía que serlo.
El dolor físico constante y a veces inaguantable, el deterioro corporal producto de los largos combates, la lógica inexplicable de soportar lo insoportable y de luchar contra lo que por momentos parecía invencible forjó en él la esencia del guerrero, una voluntad firme y un deseo conmovedor de luchar por lo que creía correcto y verdadero, que no era ni más ni menos que su propia vida.
Sabía que en esa guerra no habría tablas, no habría empates, ni armisticios definitivos… Sí hubo una tregua, un “alto el fuego”, un intercambio de prisioneros… Aun así, aun disfrutando de esa paz transitoria, él sabía que esa guerra seguiría y que sería a muerte.
Y así fue. Su edad, su juventud, su fuerza, contradictoriamente también potenciaban a su enfermedad y sucedió que ésta, inesperadamente, traidora y rápida, en un avance extraordinario terminó arrebatándole la vida.


Sobra decir que el golpe en la familia fue terrible… y el duelo seguramente inundará sus recuerdos hasta el fin de los días.
Pero él estaba ya a salvo de todo tipo de sufrimiento. Se habían terminado los largos y dolorosos procesos de quimioterapia, las operaciones arriesgadas, complicadas y nunca suficientemente eficaces. También había cambiado la forma en que veía el sufrimiento de  sus seres queridos, pues su nueva existencia -la que siempre había sido en realidad, pero había estado atada a una realidad que lo oprimía- le hizo ver la vida terrenal de una forma totalmente distinta. Y ciertamente había cosas de su pasada vida que ahora le costaba entender. Si bien sabía que en su momento había hecho lo correcto al luchar con toda su energía por conservar esa vida, no comprendía ahora por qué se había aferrado a ella con tanta desesperación.  Reconoció el sufrimiento de sus seres queridos pero no pudo menos de relativizarlo… ¿Por qué sufrían tanto? ¿Es que no se daban cuenta de que la verdadera vida era ésta y no aquella? La vida en un cuerpo es solo un ejercicio, un simulacro, quizás una prueba, que muy pocos identificaban como tal y que muy pocos aprovechaban. Los sentidos, las metas orgánicas, los objetivos materiales, todo propio de un cuerpo, de un entorno, no eran más que una trampa que debía desarmarse pieza por pieza y así desarmada y puesta a un lado, comenzar a disfrutar de la esencia del viaje, del verdadero objetivo de esa estadía y de ese pasaje.
El, aún en su condición sabía que era difícil ver la trampa… difícil liberarse de los deseos, de las aparentes necesidades, de las tendencias sociales, de las conductas propias de esa civilización. Difícil y casi imposible.
Más la muerte física liberaba de todo eso. Ella era la que mostraba la verdad. Y la enfermedad, el sufrimiento, la larga agonía, habían sido pruebas que los habían fortalecido, a él y a los que habían sufrido junto a él. Y el cáncer había sido el agente enviado para eso… la enfermedad humana por excelencia y la más devastadora de todas.
Y sintió el deseo de llevar hasta sus seres queridos esa nueva experiencia, decirles que ahora estaba bien, mejor que nunca, libre de su enfermedad y también de la atadura que en definitiva había sido su cuerpo… era un cuerpo.
Pero tenía otros objetivos, nuevos, distintos, como correspondía. Allí se le necesitaba y todo lo que había sufrido beneficiaría a todos. Él, le habían dicho, formaría parte de la élite de la élite… se lo había ganado. Pues allí La Luz luchaba constantemente contra La Oscuridad, en una lucha sin fin y sin tregua… Allí, en esos campos de batalla se definían futuros de sistemas estelares enteros, de especies que ni siquiera sabía que existían y una victoria inclinaba la balanza de tal forma que resonaba por todo el Universo… y una derrota era una catástrofe enorme.
Nahu sabía que entre los más piadosos y entre todos aquellos que más habían sufrido, Él elegía Los Pilares de Su Sagrado Ejército.
Así pues, todos los que habían soportado penurias, hambre, guerras, desastres, los niños, los que ni siquiera habían llegado a conocer las trampas, los puros, los verdaderamente piadosos, los torturados por sus causas, los inocentes, todos ellos eran los mejores soldados, todos ellos en su inocencia o en su voluntad de vivir eran los más fuertes… Y aún había entre ellos una clase de guerreros que eran lo mejor de lo mejor, con un pasaje terrenal lleno de dolor y convicción, con una forma de ver la existencia que les había hecho desprenderse de gran parte de lo que se podría llamar “vida terrenal”… Eran Ellos, los que habían necesitado encontrar Su Esencia, Los Sufrientes, Los Luchadores Incansables.
Ellos eran la élite dentro de la élite, la dureza dentro de la dureza, la convicción dentro de la convicción. Su bondad era interminable y su valentía imparable.
Los que habían sufrido sin fin y aun así habían continuado luchando. Los que sin esperanza nunca habían renunciado a ella. Los que sacaban provecho de cada batalla, no pensando en la guerra, sino en hacerse mejores guerreros. Ellos, sin duda, eran los más poderosos Soldados de Dios.

El Portentoso Ser, Arcángel de la Guerra, Portador de la Justicia Divina, señaló hacia el infinito y allá, a la distancia, una intensa oscuridad, vieja, tenebrosa, inmensa, comenzó a ocultar estrellas y reflejos. El enorme muro oscuro, tan vasto como la muralla luminosa que los esperaba, se acercaba velozmente, cada vez más cerca, en ebullición, en movimiento, hasta que comenzaron a distinguirse corpúsculos alados, fragmentos de oscuridad, armados como ellos y quizás tan convencidos de la victoria como ellos. “No tan convencidos -pensó Nahu- pues ninguno tan acorazado de convicciones como nosotros ni ninguno tan pleno de la Ira Divina”.
Los estandartes ondearon con los sub-etéreos  vientos de la batalla, los escudos se prepararon, las lanzas tendieron sus afiladas puntas hacia el enemigo y un indescriptible estallido luminoso recorrió la brillante hueste alada, lanzándolos hacia el combate.
¡A vencer, Soldados de Dios, a vencer!- parecían decir las trompetas.




                                           FIN

EL ARTE SUPREMO

Sin duda este cuento, este relato, no es de ciencia ficción… y tampoco lo clasificaría como de fantasía. Pero como humano que soy y como humanos que son ustedes, creo que vale la pena leerlo… será que se relaciona con algo nuestro, nuestra personalidad quizás, que nos lleva a leer determinadas cosas, a escribir determinadas cosas… y a vivir de determinada manera.                        

EL ARTE SUPREMO
Todo comenzó con una cascada de sensaciones desagradables, ínfimas, apenas perceptibles, que al principio afectaron su mente y luego, poco a poco, se fueron extendiendo también a su cuerpo.
Claro que por su levedad no se alarmó inmediatamente. Lo que terminó asustándolo fue su persistencia, esa continuidad, esa persecución constante que amenazaba quitarle totalmente el sueño y destrozar su hasta ahora inmutable tranquilidad interior.
Imágenes, recuerdos, posibilidades, malas decisiones, caminos desviados, lo que podía haber sido, encrucijadas, era todo lo que hacía a su torturado corazón correr desbocado pero con triste agitación, dentro de su pecho.
A los pocos días, agotado por el mal dormir y aquejado por estos pensamientos que sin control merodeaban en su vigilia, decidió combatir al enemigo de su tranquilidad.
Así visitó a muchos médicos, curanderos, adivinadores y consejeros espirituales…
Pero cuando cayó en la cuenta de que a pesar de las curas y tratamientos recomendados su insomnio continuaba y de que su corazón seguía latiendo con extraña angustia, decidió seguir el consejo de una de las tantas tiradoras de cartas que había consultado, consejo que por ser el más descabellado de todos había dejado como último recurso.
Así partió a buscar El Arte Supremo, pues la mujer le había dicho que solo dominar ese arte lo curaría.
Lo buscó por doquier.
Primero fue a una academia de canto, pensando que aprender a respirar, a modular la voz, a cantar bellas alabanzas al Señor Creador podía ser, quizás, la más alta de las artes. Se equivocaba, pues aunque se convirtió en un excelente cantante no se alejó la opresión de su corazón.
Luego aprendió a escribir, a pintar con palabras paisajes, situaciones reales o imaginarias, historias, aventuras, pensando que quizás así, perfeccionando este arte, lograría dormir, quizás, una noche entera. Se equivocaba, pues no lo logró.
Ni tampoco cuando aprendió a dibujar, fueran paisajes, retratos o viñetas de cómics… o cuando aprendió a tocar la guitarra, el saxo, el piano. Nada de eso pudo aliviar su corazón del peso desmesurado que lo oprimía.
Tampoco lo logró adentrándose en los bellos caminos de la filosofía, de la introspección, de la comprensión de lo que nos rodea, pues todo lo que allí aprendió le parecieron meras distracciones y quedó convencido de que solo había perdido el tiempo.
Cansado, pero no vencido, se empeñó en aprender y practicar todas las artes conocidas y hasta podría, arriesgadamente, decir que inventó alguna.
Pero nada encontró que lo desviara de la certeza de que con todo lo logrado no había logrado nada y que por lo tanto debía continuar conviviendo con su angustia e insomnio, cada vez más arraigados en él… Decidido, continuó la búsqueda.
Así que si algún día ven pasar a un extraño forastero, de mirada perdida y larga barba, de ropas gastadas y sucias y rotos zapatos, no se asusten… solo es él, que sigue buscando El Arte Supremo: El Arte del Olvido.


                                  FIN

VENDRÁN LLUVIAS SUAVES

Estos días, estando pendiente de los sucesos en la península de Corea, en el Medio Oriente, en la frontera hindú-paquistaní, el despliegue armamentístico, las amenazas y lo cerca que estamos de una catástrofe irreversible, pues si llegamos a un conflicto con armas no convencionales nada, pero nada será igual luego, me acordé de una poesía que hace muchos pero muchos años había aprendido de memoria. No soy gran lector de poesía, pero sí de Bradbury –que escribía prosa como si de poesía se tratase-. Y no, no habrá reseñas bibliográficas, ni crítica de la poesía, de la obra del autor –autora en este caso- y tampoco del relato o el libro donde está incluído, de nuestro Ray Douglas Bradbury. Solo es algo que quería hacer, un ejercicio para reflexionar, dudando que la naturaleza salga con tan poco daño de un conflicto así como lo escribe la hermosa Sara Teasdale aquí.
Del cuento de Bradbury, incluído en Crónicas Marcianas –selección de Editorial Minotauro, aclaro por la traducción-:
Vendrán lluvias suaves
“Vendrán lluvias suaves y olores de la tierra
y golondrinas que girarán con resplandeciente sonido,
y ranas que en los estanques cantarán durante la noche,
y ciruelos de tembloroso blanco,
y petirrojos que vestirán plumas de fuego,
y silbarán en los alambres de las cercas;
y nadie sabrá de la guerra,
a nadie le interesará que haya terminado.
A nadie le importará, ni a los pájaros, ni a los árboles,
si la Humanidad se destruye totalmente;
y la misma primavera, al despertarse al amanecer,
apenas sabrá que hemos desaparecido”.
 De Sara Teasdale

No estoy asustado, aunque creo que se debe a que soy irracionalmente optimista –será que siempre le estoy viendo el lado jocoso a la vida-. Todo lo que hemos vivido, lo que vivimos y lo que viviremos es parte de nuestra condición y nuestra especie lo ha querido así. Solo hay que recordar que si bien somos una especie también somos la suma de todas nuestras individualidades y lo que hagamos o dejemos de hacer en cierta forma siempre tendrá su importancia, aunque no lo crean.

Un abrazo.