Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


viernes, 19 de julio de 2013

PROHIBIDOS LOS MANTRAS

 Edi Kinde estaba asombrado por la paz y la armonía que se observaban en Bonaire. Trabajaba en una compañía interplanetaria de fabricación y venta de herramientas agrícolas y conocía suficientes mundos como para darse cuenta que éste era uno excepcionalmente pacífico. Sobre todo lo conmovía ver como las dos especies predominantes en el planeta, los nativos, humanoides llamados “trunges” y los humanos –llegados en una avalancha de colonos hacía unas decenas de años estándar- se mezclaban por las calles y en los mercados, derrochando amabilidad y cortesía. Quizás influía en eso que ambas especies se complementaban en la cadena de producción de bienes, que  había trabajo para todo aquel que lo quisiera y que el nivel de vida de todos era relativamente bueno. Incluso a los más desfavorecidos, de ambas especies, no les faltaba un techo sobre su cabeza y comida en su mesa, por lo que no existían serios motivos de conflicto y en consecuencia reinaba una paz que bien podía llamarse ejemplar.
Pero pronto descubrió que esta armonía y tranquilidad no eran perfectas y que existía una ocasión en que se transformaban en grandes rivales. Sucedía que ambas especies eran fanáticas del deporte más extendido por todo el universo conocido: el balompié, soccer o fútbol, así que cuando periódicamente se enfrentaban los equipos en la liga planetaria pues… cualquier cosa era posible.
Existían dos “ligas” independientes… una humana y otra trunge. Cada una de ellas tenía su campeonato y cuando estos culminaban, los ganadores de cada uno de ellos competían entre sí para elegir el mejor equipo del planeta, que luego representaría al planeta en el Campeonato Federal.
Por casualidad, el principal evento deportivo de la temporada, el juego que decidiría el Campeón Planetario, se realizaría durante la estadía de Edi en Bonaire. Un poco por curiosidad y mucho más por  obligación protocolar, no pudo negarse cuando lo invitaron a presenciar el juego desde las gradas, en el mismo campo de juego.

Ya a la entrada del enorme escenario y mientras aguardaban el control de sus tarjetas de acceso, Kinde observó un enorme cartel en donde se advertía sobre las prohibiciones, que aparentemente eran las usuales, escrito en los idiomas más usados por la Federación y por supuesto en trunge.
 A saber, estaba prohibido entrar al campo de juego, agredir de cualquier forma a jugadores, árbitros o seguidores, ingresar y por supuesto utilizar cualquier tipo de armas o cualquier elemento como arma, exhibir las “gnubles” o partes sexuales, sean masculinas o femeninas, abusar de bebidas alteradoras de la conducta, sea energéticas, alcohólicas o alucinógenas y utilizar elementos que obstaculizaran la visual de los demás concurrentes al espectáculo.
Pero lo que más le llamó la atención, fue que habían agregado uno más pequeño y obviamente más reciente que decía: PROHIBIDO LOS MANTRAS.
-¿Por qué este cartel?- preguntó curioso.
-¿Ese cartel?- sonrió su guía –Ya sabe que tanto humanos como trunges son fanáticos del balompié… y lo que más anhelan es ganar el campeonato planetario.
Edi sonrió a su vez, pues entendía las pasiones que desataba el balompié en todo el universo conocido. También eran un factor de unión entre todas las culturas que podían practicarlo, incluso fuera de la Federación.
-¿Pero porqué prohibir los mantras? ¿Qué relación tienen con el juego?
-Pues, sucedió algo el campeonato planetario de hace dos temporadas. Históricamente los trunges nunca habían podido ganar un torneo planetario…
-¿Nunca?
-No, ni una vez. Juegan bien, pero son algo, cómo decirlo… Tienen buena técnica y tácticamente no son muy malos, pero les falta todo lo demás.
-Si, entiendo, coraje, arrojo, valor, agresividad…
-¡Agresividad tienen! ¡Pero no la saben manejar!
-Lo entiendo.
-Pero querían ganar el torneo… Necesitaban ganar el torneo.
Edi lo miró con más atención.
-Por lo que fueron a hablar con un fabricante de mantras.

Prístino Gemes vivía semioculto en un oscuro lugar en los suburbios humanos de Gideon, una de las ciudades más importantes de Bonaire. No era de su interés sobresalir en nada así que olía como todos sus vecinos, hacía ruido como todos sus vecinos y acostumbraba sentarse en el frente de su casa a ver a sus vecinos, exactamente como estos lo hacían. Esto cuando no estaba trabajando, claro. Prístino era un destacado fabricante de mantras. Los hacía para toda ocasión y circunstancia. Los hacía complejos, simples, largos, cortos, oscuros y claros… Se sobresaltó un poco cierta tarde que, dentro de su casa y concentrado en un sendero de palabras que estaba explorando, aparecieron ante él avisando apenas su presencia, tres seres encapuchados… -¡Trunges! – se dijo.
-¿Qué se les ofrece, estimados?
-Si es usted el honorable Prístino Gemes, necesitamos su ayuda.
-Están con la persona indicada. Cuénteme qué necesitan.
Gemes escuchó con atención a los trunges. Además de que eran sus posibles clientes –y el cliente siempre tiene la razón-le parecía que los trunges realmente tenían motivos para ser ayudados.
-Está bien. En una semana les tendré pronto el mantra.
-¿Y cuánto nos cobrará, honorable?
-Lo que ustedes juzguen conveniente, estimados trunges.

El día del juego final del campeonato planetario, los humanos y los trunges se repartían exactamente a la mitad las butacas. Hubiera sido un día de juego normal, sino hubiera sido por algunos detalles que sumados lo hacían un día extraño. Los trunges, contra toda costumbre, entraron sin grandes banderas ni estandartes, sin instrumentos musicales, sin cornos ni tambores… simplemente a cada uno se le daba una hoja impresa con algo; una canción, pensaron los humanos que se percataron de tal suceso.
Cuando estaba por comenzar el juego, a un fenomenal alarido, todos los trunges tomaron sus impresos y comenzaron a entonar un sonoro y retumbante poema, una y otra vez, una y otra vez… Los humanos lo tomaron como un chiste y por lo demás no afectaba para nada a los humanos que estaban en el campo de juego, ni a los que miraban ni a los que jugaban… pero sí a los trunges. Estos jugaron con una ferocidad, con una velocidad y precisión nunca antes vista en ellos… tanto que, cuando se terminó el juego y los trunges detuvieron sus gargantas y a la vez el mantra, se encontraron con que por primera vez en la historia de la Copa Planetaria eran campeones de la misma, por varios goles de diferencia.
Los trunges festejaron varios ciclos planetarios el triunfo. Su alegría desbordante llenó las calles del planeta, y a pesar de que los humanos trataron de todas formas de que el triunfo fuera anulado por ilegal, tanta felicidad trunge pronto los hizo olvidar todos los reclamos.
Un campeonato perdido en cuarenta jugados no era el fin del universo… Pero prohibieron los mantras.

                                               FIN 


EL INFIEL

ALGUNA VEZ MENCIONÉ QUE ESTE BLOG ES PARTE IMPORTANTE DE MI PRODUCCIÓN LITERARIA, SOBRE TODO PORQUE ME ESTIMULA A ESCRIBIR... Y ES PARTE DE ESTE "PROCESO" QUE ESTOY VIVIENDO, EN LA MÚSICA, EN LA LITERATURA Y EN LA VIDA. ESTE CUENTO NO ME CONVENCIÓ TOTALMENTE -QUIZÁS PORQUE LO VEO DE TRANSICIÓN- PERO VI EN ÉL COSAS QUE LO PUEDEN HACER INTERESANTE... ASÍ QUE AQUÍ ESTÁ!!!

                                        EL INFIEL

¡Estaban alarmados, alterados, desquiciados! Lo que ellos llamaban “un imperdonable delito” se había propagado como un fuerte viento primaveral por todo el planeta, para luego transformarse en un tornado que amenazaba cambiar todo lo establecido…  ¡Y él había comenzado todo!

Lo detuvieron cuando estaba a punto de subir a su coche para ir a trabajar. En cuestión de segundos y casi de la nada, brotaron de todas partes armados uniformes oscuros y un respiro más tarde estaba esposado de pies y manos y lo llevaban en andas rumbo a un camión-calabozo.
La prensa también había aparecido como por arte de magia de los jardines, de los árboles que custodiaban la calle, de los hermosos y verdes cercos… allí estaban, decenas de periodistas.
Sus preguntas no lo desalentaron.
-¿Es cierto todo lo que dicen de usted?- le preguntaban.
-¿Se declara culpable o inocente?- insistían.
-¿Tiene pensada su defensa?
-¿Ya eligió su abogado?
-¿Se siente perseguido políticamente?
-¿Le emociona mucho ser el más grande criminal de la modernidad?
Impasible, Herotindo parecía flotar hasta la puerta, ya abierta, que pronto se cerró tras él, dejándolo enjaulado.

Sabía que tarde o temprano lo atraparían. Era cuestión de tiempo. No se podía delinquir como él lo había hecho sin que fallara algún cabo, sin dejar alguna pista –por mínima que fuera-, sin que alguien abriera la boca de más, quizás sin ánimo de perjudicarlo, inocentemente, pero dañándolo al fin.

Intentó por horas hacer entender a su abogado el “porqué” de sus delitos, pero este no comprendió sus razones, aunque dijo estar dispuesto a defenderlo hasta las últimas consecuencias.
Tampoco parecían interesados en escuchar las causas de sus delictuosas acciones, el grupo de juristas que elaboraría su pena, una pena que temía fuera ejemplarizante. Mostraron tan opaco desinterés que cayó en un estado de premonitoria resignación… Estaba claro que no querían oír lo poco que llegó a decirles… solo eran palabras al viento, charla barata o algo que valía la pena ser olvidado antes siquiera de ser escuchado.
Lo único que le mantenía en pie eran los buenos recuerdos de sus numerosas infidelidades, dulces, agradables, que a veces recordaba con una sonrisa a flor de labios y la convicción, firme como una roca, de no involucrar a nadie más en todo esto. Se comprometió a no hablar de sus cómplices, aún bajo las más crueles amenazas… por más que amenazaran con enviarlo a la prisión más oscura y olvidada de los mundos conocidos.

Pero lo cierto es que era una celebridad. En los periódicos aparecía su fotografía con rótulos como “Subversivo”, “Delincuente”, “Amenazante”, “Terrorista”, “Revolucionario” y muchos adjetivos más, para nada agradables. Claro que había cometido un delito –bastantes en realidad-, pero nunca pensó que acabaría siendo tan famoso, aunque lo apenaba un poco que lo único que parecía interesarle a los periodistas eran sus sonrisas y sus saludos, cerrando la puerta a cualquier otra expresión. Nadie le preguntó el “porqué”… y apenas - con restricciones- llegaron a preguntarle el “cómo”.

Seguramente contribuía mucho a esta celebridad que más y más siguieran su ejemplo, rompiendo la ley –así como él lo había hecho- en una epidemia, en una tormenta de incorrecciones, en un alud de faltas a las reglas puestas por el poder del Estado… ¡Y de todo eso lo culpaban!
Él, en cambio, no se sentía totalmente culpable y en consecuencia tampoco se sentía totalmente delincuente.
¡La culpable de todo era esa asquerosa y mutilante burocracia! ¿A quién culpar sino a las normas, las leyes, los requisitos? Formularios para esto, formularios para aquello, códigos de esto, códigos de aquello… ¡Desde la primaria aprendiendo códigos! ¡Desde pequeñitos manipulando formularios! ¡Y todo para llenar decenas de formas diarias! ¡Estaba harto de vivir en una “formulario-cracia”!

Y el grado de descontento –según decían, descontento que él había sembrado- era tal que en la actualidad los disturbios y manifestaciones públicas eran corrientes. Es que meses atrás, ante las incipientes señales de desobediencia, habían comenzado a reprimir y a controlar de forma intolerable todos los actos –incluyendo las infidelidades, obviamente- de los ciudadanos. Pero el resultado fue opuesto a lo que ellos esperaban.
Se desencadenó una ola de marchas y protestas, berrinches y combates callejeros, paros y huelgas, carteles, banderas, afiches y cánticos, con una sociedad que ya no solo hablaba de abolir algunos formularios, sino de cambios más profundos… Esto era lo que más asustaba a los que gobernaban, quienes nunca antes habían enfrentado un problema de ese calibre.

Todo se inició por casualidad, nunca planificó nada y lejos estaba de sus intenciones terminar siendo un famoso criminal o por lo menos uno de los más famosos.
Comenzó como podría comenzar cualquier infidelidad. Solo fue cuestión de mirarse, me gustas, te gusto, ¿qué te parece si…?  y luego, de urgencias… Pero ese día y en esa ocasión, fue diferente.
El marido de ella estaba de viaje –cosa que ella estaba aprovechando obviamente para divertirse un poco- así que lo invitó a su casa.
 Al principio lo iban a hacer, casi totalmente vestidos, en la mesa de la cocina… Esos códigos los recordaba –hablo de los códigos de “casi totalmente vestidos” y “sobre la mesa de la cocina”, pero luego decidieron sacarse algo más de ropa y fueron a dar a un largo sofá de la sala de descanso… El código de “apenas vestidos” también lo recordaba, pero el de “sofá en sala de descanso” no, por lo que tenía que hacer memoria o recurrir al libro de códigos. Es en ese momento, en que nos olvidamos de los códigos mientras estamos intentando llevar adelante un ejercicio sexual –y pero aún, una infidelidad, en donde los tiempos parecen ser más cortos- que a veces este tipo de sucesos fracasa. Obviamente… distracciones, desconcentraciones, disfunciones. Claro que nuestro sabio estado elaboró una solución para ese problema: una pastilla que hace que nuestras erecciones se mantengan a pesar de tener que detenerse a abrir el librito de códigos –y obviamente tomar nota de estos, para luego trasladarlos al Formulario de Infidelidad-. Pero sus desventuras no terminaron ahí, pues luego se recostaron en la alfombra peludita –sintética obviamente- que estaba frente a la chimenea… ya para ese entonces no tenían ropa. El código de “totalmente desnudos” lo recordaba nítidamente, pero “alfombra peludita frente a la chimenea”… ¡Ese no tenía ni idea! Así que… ¿Saben que hizo? ¡Dejó de lado códigos y formularios! Inmediatamente luego de tomar tal decisión sintió un gran alivio, como si una nueva vida comenzara para él… Olvidado de códigos de poses, de códigos de lugar, de cualquier código y por supuesto del Formulario de Infidelidad –que ya no tendría que llenar- esa noche fue una noche memorable.

Al día siguiente, un poco antes del amanecer y llegada la hora de despedirse, ella le preguntó si había llenado el formulario –que tenían que firmar ambos y presentarlo en un lapso de cinco días estándar en la Oficina de Formularios del distrito o enviarlos por correo a la Oficina Central-. El, sonriendo, le dio un beso en los labios y se marchó. Ella también sonreía cuando cerró la puerta de su casa.

La segunda, tercera, cuarta vez, sucedieron casi como si esa primera ruptura de la ley llevara invariablemente a que la ley fuera olvidada, quebrada, rota, pisoteada… invariablemente. Pronto perdió la cuenta de las veces que había delinquido. Lo hilarante era que estaba convencido de que él  y solo él era el delincuente, nunca hizo responsables a sus eventuales compañeras de estos delitos… Tenía claro que el no tenía cómplices, nunca tuvo, solo personas que lo ayudaban a seguir delinquiendo.

Uno de los jueces le estaba haciendo una pregunta.
-¿Recuerda cuándo fue la primera vez que dejó de llenar los formularios?
Pensó unos segundos… largos segundos, casi minutos… -No lo recuerdo, hace mucho, creo…
-¿Tiene idea de cuántas veces cometió infidelidad?
-No… -dijo avergonzado- En realidad perdí la cuenta…
Todos lo miraron escandalizados.
-¿Pero está conciente de que la ley exige que cada vez que alguien comete una infidelidad debe llenar un formulario y luego hacerlo llegar a la Oficina de Formularios para que ésta lo envíe a la Oficina de Conteo de Infidelidades? ¿Lo está?
-Si, lo estoy- dijo, con algo de compungimiento en su voz.
Otro levantó levemente la voz -¿Es conciente de que por cada formulario que no llenó le corresponde un tiempo de cárcel y que nosotros decidimos dónde cumplirá la suma de estas condenas?
Eso también lo sabía, pensó, aunque no creía que consiguieran pruebas de todas sus faltas.
Y finalmente otro dijo, con áspera voz -¿Y que además, que en definitiva es lo peor que trajo su mal comportamiento, hay ciudadanos que están siguiendo su ejemplo?
-¿Se da cuenta?- dijo otro – Una costumbre tan arraigada, una tan “buena costumbre” como esa de llenar formularios cada vez que se es infiel… ¡Está siendo violada constantemente! ¡Seguramente en este mismo momento hay alguien que está siendo infiel a alguien sin ni siquiera pensar en qué códigos está usando! ¡Y seguramente no llenará el formulario!- terminó, resoplando y rojo por el esfuerzo.
-¿Alguna vez pensó en las razones para la existencia del Reglamento para Una Buena Infidelidad? ¿Lo pensó?- insistió otro.
Siguió mudo, cabeza gacha.
-¿Pero qué sentido tiene?- se animó a decir…
-¿Qué sentido tiene qué?- le repreguntó alguien rápidamente.
-¡Llenar los formularios! ¿Qué sentido tiene?
-¡Me extraña su pregunta, teniendo una respuesta tan obvia, tan clara! ¡Los formularios deben llenarse para llevar un registro de las infidelidades, obviamente!- dijo, subrayando la última palabra.

Los disturbios continuaban por todo el planeta, pero especialmente en las afueras de los lugares donde era recluido o donde se le hacía juicio.
Así que a nadie extrañó –aunque sí a las autoridades, que nunca habían visto algo parecido- que la multitud entrara al tribunal, anulara los guardias, lo liberara y lo pusiera rápida y eficazmente fuera del alcance de La Autoridad.

Un Infiel había comenzado La Revolución.

                                             FIN