La
primera vez que Mirah Tahini miró las fotografías que le habían llegado al
móvil, lo hizo rápidamente, como suelen mirarse las cosas de las que no se
tiene idea de su importancia. Pero a partir de esa primera vez, no dejaba de
asombrarse por lo que las imágenes le mostraban. ¡Eran sencillamente increíbles!
Tan increíbles eran que parecía una broma, un montaje, algo que un grupo de
divertidos buceadores podrían haber realizado. Pero… ¿Allí? ¿En esas aguas tan
turbias y peligrosas? ¿Quién o quiénes se tomarían el tiempo de hacer algo así?
No lo habrían logrado en un día, hubiera sido imposible… ¿Tanto tiempo y
esfuerzo para qué? ¿Con qué fin?
Mathew,
quien le había enviado las fotografías, era un biólogo amigo, excompañero de
estudios y especialista en tiburones como ella… pero mientras Mirah trabajaba
como investigadora en el Instituto Oceanográfico de Ciudad del Cabo, Mathew
había elegido ganarse la vida en Gansbaai, cuyas costas eran un paraíso para
los tiburones blancos o por lo menos lo habían sido hasta hacía algunos años.
El
descender en jaulas en las aguas de Gansbaai, para observar de cerca y en su
hábitat a los “grandes blancos” como les llamaban, era la atracción turística
por excelencia del lugar.
Él
le había advertido de que había más fotografías y algún video, pero las
imágenes eran tan desconcertantes, tan extrañas, que creía conveniente fuera a
verlas personalmente y ya en el lugar investigara el asunto.
Este
comentario, y recordando la seriedad de su amigo para los temas académicos,
hizo que desechara la sospecha de que todo podría tratarse de un truco
publicitario, algo así como un chiste para atraer más turistas al lugar. Así
que decidió pedir un día libre en el Instituto e iría a Gaansbai para
investigar esas misteriosas fotografías.
Reales
o no, sabía que el viaje valdría la pena. Compartir con su amigo algunas horas,
charlar con personas que estaban a diario en contacto con los “grandes blancos”,
era algo que jamás sería una pérdida de tiempo.
Además
de ser una de las especialistas más destacadas en los tiburones blancos, era
muy conocida por sus colegas biólogos por la teoría que algunos llamaban
jocosamente “Teoría Tahini”, en su nombre. Aunque no la había diseñado ella,
era una de sus principales defensores y sin duda una de sus caras visibles.
Era
por lo que la Teoría Tahini implicaba que se comunicaba muy fluidamente con
todos aquellos en todo el mundo que estaban en contacto con animales, ya fueran
marinos o terrestres, para que le avisaran si advertían algún cambio en sus
comportamientos, algo, algún viraje conductual, algo fuera de lo normal. Tenía
muchos contactos y recibía constantemente comentarios y observaciones de
zoólogos expertos en diferentes animales y ecosistemas, sobre comportamientos
que llamaran la atención.
Sus
colegas la tenían enterada, aunque a la vez la trataban con cierta reserva. Según
la “Teoría Tahini” –así le llamaban algunos irreverentemente, discrepando
abiertamente con ella- había especies animales que estaban mostrando cierta
rápida e incomprensible evolución. Según ella, estas especies presentían de
alguna forma que el hombre se estaba acercando peligrosamente a su extinción y
ellos se estaban preparando para llenar ese “vacío” y los cambios que pudieran
generarse. Había registros de comportamientos inusuales en muchos animales,
fueran terrestres o acuáticos, comportamientos que no parecían casuales ni
aleatorios y que demostraban un comportamiento más inteligente de lo esperado.
Así era, había animales que estaban evolucionando rápidamente… se estaban
volviendo más inteligentes, más listos y los tiburones blancos no eran la
excepción, siendo animales mucho más complejos de lo que el común de la gente
pensaba.
Hasta
Gansbaai tenía sus buenas dos horas de conducir así que iba pensando con qué
podía encontrarse. Para comenzar pensó sus buenos treinta minutos en Mathew y
en lo que habían pasado juntos y de cómo, inexplicablemente, había elegido
guiar a turistas en sus inmersiones, con o sin jaula, en las aguas de Gansbaai,
uno de los lugares favoritos de “los grandes blancos”. También tuvo tiempo de
pensar en su carrera, en su madre, en sus hermanos y finalmente en algo que la
inquietaba mucho, tanto como para desvelarla en ocasiones: las matanzas de
tiburones blancos que estaban realizando las Orcinus Orca. Estos mamíferos
estaban depredando tiburones con verdadero ahínco y Mirah se preguntaba si esto
no se ajustaría al plan que le parecía encontrar en algunos comportamientos. No
lo sabía. Las orcas atacaban tiburones, fundamentalmente para comerles su
hígado y eso no tendría nada de extraño si no fuera por la frecuencia con que
lo hacían y la metodología que utilizaban. Las orcas ya eran animales
inteligentes de por sí, acostumbrados además a cazar en grupo y la depredación
de tiburones no parecía tan extraña…
Dedicó
su última media hora de viaje a repasar todos los sucesos en el mundo animal de
los que se había enterado y que le dejaban más preguntas que respuestas…¿Estaban
cambiando realmente sus conductas los animales? ¿Estaban evolucionando más
rápidamente de lo esperable en respuesta a cambios acelerados en el medio
ambiente, cambios sobre todo causados por el hombre? Y si así era ¿Qué saldría
de ello? ¿Seríamos capaces, por lo menos, de hacer un seguimiento de estos
cambios?
Mathew
la estaba esperando y lo que le mostró la dejó, por lo menos, asombrada.
-No
quise pasarte todas las fotografías, pues sabía que no lo creerías y querrías
verlo por ti misma. Aquí estás y aquí están las imágenes, y esto –le dijo
agitando ante ella una impresión- está ahí abajo.
Mientras
observaba las imágenes, preguntó -¿Están seguros que esto lo hicieron los
tiburones?
-Sin
duda… no aparecen en las fotografías pero observaron a algunos especímenes
“trabajando” en eso…
“Eso”
no era nada más ni nada menos que un cúmulo alargado, muy alargado, enorme, de
rocas pequeñas y medianas, un cúmulo con forma… y formas… ¿eso eran aletas?
-¿Estas
son aletas?
-¿Lo
ves? ¡Por eso quería que fueras una de las primeras en verlas! ¿Ves lo mismo
que yo?
-¡Es
como un tiburón!- exclamó. Lo que estaba viendo era increíblemente…
extraordinario. Ante ella tenía un tiburón, un enorme tiburón -¿qué tendría,
dieciocho, veinte metros?- hecho con piedras de todo color y tamaño. Una por
una habían sido colocadas de manera de no solo trazar claramente la enorme
silueta sino también darle el volumen, el mismo volumen que tendría ese enorme
animal si estuviera con la mitad de su cuerpo metida en el fondo del oceáno…
Incluso había esbozos de ojos y de dientes, en la enorme boca abierta.
-No
puede haber sido hecho por tiburones, no, no lo creo…
-¿Y
qué crees que es? Mira atentamente…
Mirah
observó el largo, la silueta, la ubicación de las aletas…
-Descartado
un carcharodon carcharias…
-¿No
es un gran blanco?
-No,
no lo es… aún sin tomar en cuenta la diferencia de tamaño…¿Veinte metros dices
que mide esta figura?... es fundamentalmente distinto, es como un…
-Carcharocles…-murmuró
él.
-Carcharocles
Megalodon- continuó ella. -¿Pero cómo es posible? Necesito un café, ordenar mis
ideas… ¡Además tengo hambre!-
En
un pequeño restaurante, con sándwiches y café, el ánimo de la investigadora no
pareció mejorar.
-No
entiendo- dijo suspirando- Ya es difícil de creer que hayan hecho algo como
esto –dijo, señalando las fotografías- Pero la pregunta es ¿para qué?
-Quizás…-comenzó
él...
-No…¡Terminantemente
no! ¡Sería algo totalmente, bueno, irracional!
-¡Pero
si no he dicho nada!
-Sé
qué ibas a decir… los grandes blancos están siendo asesinados y expulsados de
estas aguas por las orcas y entonces, en una especie de “ritual mágico” invocan
al primo mayor para que regrese a defenderlos, un primo que dicho sea de paso
está extinto o por lo menos desaparecido desde hace ya más que suficiente
tiempo como para sostener que está extinto… ¿Eso ibas a decir?
-Tú
eres la de las teorías extrañas, así que no puedes extrañarte de lo que
supuestamente iba a decir- dijo, con una pequeña sonrisa.
-¿En
serio crees que puede haber una mínima posibilidad de que estemos siendo
testigos de algo así?
-¿De
que estén tratando de resucitar a su primo gigante para que los defienda? ¿Cómo
voy a saberlo?
Esa
no fue la única escultura marina encontrada y fotografiada. Todas parecían pétreas
réplicas, con alguna diferencia en tamaño, del Carcharocles Megalodon, el mayor
tiburón que hubiera nadado en las aguas de este planeta.
Mientras
tanto, las orcas seguían realizando su arduo trabajo de matar y parcialmente
devorar a cuánto tiburón blanco se ponía a su alcance… hasta que se detuvieron…
o algo las detuvo.
Los
restos de orcas que comenzaron a aparecer en las costas avisaron a quienes
querían entender que algo extraño estaba pasando en el agua… y hubo cambios… los
grandes blancos comenzaron a volver a sus antiguos campos de recreo y las orcas
comenzaron a nadar en grupos más grandes y lejos de esos lugares…
Pero
lo que definitivamente más impresionó a todos –y más que nada a dos
investigadores- es que desde una jaula sumergida habían logrado fotografiar a
un tiburón nunca antes visto con vida… un enorme tiburón que custodiaba las
aguas adonde había sido llamado.
FIN
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