Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


domingo, 6 de agosto de 2017

EL HORMIGUERO AUTOMÁTICO

Había varios vecinos que no la querían a Doña Anita, pero fue Federico el único en pensar en tomar alguna medida. Quizás la principal razón eran los tres perros que tenía la señora. Día tras día salía con ellos y siempre tenía buen cuidado de que no pisaran –y a veces daba la impresión de que ni miraran- su propio jardín. Directamente los llevaba a los jardines de sus vecinos y a las aceras. Era muy desagradable pues nadie en esa calle recordaba que por lo menos una vez hubiera levantado el popó de sus perros… nunca.
¿Y el jardín de Doña Anita? Bellísimo, precioso, hermoso, cuidado hasta el más mínimo detalle. Los vecinos estaban seguros que si hubiera sido legal colocar un cercado electrificado en torno a el, lo hubiera puesto, pero solo tenía varios picos de agua que se activaban cuando alguien o algo pisaba el césped. Así que  cualquier animal o persona que se atreviera a poner un pie o una pata en su prolijo césped para ver de cerca el esplendoroso rosal o los aromáticos claveles y clavelinas y otras tantas flores de estación –siempre tenía lindas flores ese jardín- recibía un intensa, sorpresiva y muy mojada lluvia de agua.
A Federico no le parecía justo que los perros de Doña Anita ensuciaran las aceras y jardines vecinos –incluyendo el suyo- y que esta ni siquiera se molestara en limpiarlos. Por otro lado era enojoso que el único jardín limpio fuera el de ella, así que decidió tomar alguna medida para castigar sus abusos.
Tomó su computadora y comenzó a buscar posibles soluciones. Le llamó la atención un anuncio que decía “Solucionamos todos sus problemas. Economía y Discreción” ¡Eso era lo que estaba buscando!
Entró a la página y comenzó a abrir opciones. Clickeó en “Vecinas insoportables” y vio que había una cantidad de opciones. Tantas eran que decidió hacer una cita. Al otro día temprano estaba a la puerta de la oficina.
Lo atendió una joven muy amable, quien le preguntó la naturaleza de su problema. Luego pensó un momento, levantó el teléfono y a los pocos minutos apareció un hombre, algo mayor y con cara de desabrido quien lo hizo pasar a un despacho. Allí le preguntó nuevamente sobre su problema. Por segunda vez Federico contó sobre su vecina, sus groserías y falta de los más básicos principios de la convivencia. También le dijo que buscaba castigarla pero no quería dañarla –obviamente-, ni tampoco a sus perros, pues ellos no eran culpables de la falta de sensibilidad de su dueña.
-Quizás tengamos que enfocarnos en el jardín- le dijo el hombre
-Posiblemente sea lo más razonable-
-¿Qué quiere hacer con el jardín? ¿Secarlo? ¿Revolverlo? ¿Enfermarlo? Tenemos todas esas opciones.
Federico estaba impresionado. – ¿Y algo más dramático y a la vez que no se pueda rastrear? Porque no quiero que me vinculen, ni a mi ni a nadie con lo que le pase al jardín…
-¡Aaaah, entiendo! Tengo algo, si, recién llegado de Japón…
-¿Qué es?
-Un hormiguero…
-¿Un hormiguero?
-Un hormiguero totalmente automático.
-¿Y qué es eso?
El hombre se tomó el trabajo de explicarle como funcionaban los hormigueros automáticos.
-Para comenzar- le dijo- no son hormigas de verdad… son unos pequeños robots del mismo tamaño que las hormigas de jardín y que podan las plantitas igual que lo hacen las verdaderas hormigas, aunque un poco más rápido, debo reconocer. No son muchísimas, apenas trescientas o cuatrocientas. Para que funcione debe insertar un software en su computadora, señala el objetivo con un dispositivo satelital para programar el hormiguero y cuando esté listo… ¡Empieza la fiesta! Eso sí, debe tener cuidado al marcarles sus objetivos…
-¿Por?- le preguntó interesado Federico.
-Porque sino lo marca claramente pueden terminar podando cualquier cosa y hasta puede pasar que por error le corten el pelo. ¡Si, no es la primera vez que por un error de programación dejen sin pelo a alguien! ¡En Japón hubo varios casos!
Obviamente que Federico nunca había tratado con hormigas y menos con hormigas automáticas, pero cuando las vio y le explicaron nuevamente como funcionaba quedó totalmente convencido de que era lo que necesitaba.
Luego que le enseñaron a programar el hormiguero, a marcar sus objetivos –sobre todo el rosal, pero en realidad todo lo verde del jardín de su vecina- y que lo hubo instalado en un lugar seco y sombreado al fondo de su casa,  ya estuvo preparado para comenzar a hacer justicia. A la tardecita del otro día y ya frente a su computadora, dio a las hormigas la orden de comenzar.
Tres días les llevó a las hormigas terminar con todo el jardín y eso que cortaron hasta la última brizna de pasto. Luego del primer día, cuando Doña Anita vio lo que habían hecho casi enloqueció. Fue a una casa de venta de productos para el jardín y compró todo tipo de venenos en polvo y granulados y sembró todo el jardín con ellos.
Pero eso, obviamente no hizo ningún efecto en las hormigas automáticas que en el segundo día podaron casi todo lo que quedaba. Les quedó apenas una quinta parte del jardín para podar, que dejarían para su última jornada de trabajo.
Doña Anita, desesperada, esa noche, se quedó con la luz de afuera prendida y sentada en los escalones, con un gran martillo entre sus manos, esperando ver a las hormigas y defender las pocas plantas que le quedaban.
Pero las hormigas, que no eran nada tontas, sabían que no podía estar despierta toda la noche. Cuando se durmió, allí mismo, delante de su casa, terminaron su trabajo.
En la mañana, cuando Federico pasó muy temprano a comprar leche para desayunar, sintió que en la casa de al lado alguien lloraba. Era Doña Anita, quien lloraba desconsoladamente frente a lo que había sido su hermoso jardín y del cual ya no quedaban más que palitos.
Se quedó mirándola unos instantes y sintió pena por ella, con su saco de lana verde mojado por el rocío y sus conmovedoras lágrimas. Terminó olvidándose de todos los disgustos que le había hecho pasar. Se acercó a ella, le tocó el hombro y le pidió que le permitiera ayudarla.
Otros vecinos y vecinas fueron arrimándose al lugar del desastre, contemplando la desolación en la que se había transformado el antaño bellísimo jardín de Doña Anita. Una le trajo una taza de té caliente y pronto eran varios los que quitaron los restos del jardín, rastrillaron y se comprometieron a traerle nuevas plantas.
Así lo hicieron.
Ahora, el nuevo jardín de Doña Anita es tan hermoso como el primero y está tan cuidado como antes, pero está hecho con plantas que todos los vecinos le trajeron. Ella ya no es una mala vecina. Junta el popó de sus perros, no los deja merodear por los jardines ajenos y además se reúne todas las tardes con varias vecinas a charlar y tomar el té con masas caseras.
Federico, devolvió inmediatamente el hormiguero automático y nadie se enteró nunca de que el había sido el responsable del drástico cambio de Doña Anita.

                                              FIN


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