Elsita
abrió con mucho esfuerzo la puerta del edificio y salió corriendo hasta el
almacén que había en la esquina. Quizás en la actualidad no sería conveniente
hacer eso, sobre todo porque era de noche, ella tenía solamente nueve años y es
sabido que puede ser peligroso, no solo para los niños, salir de noche a hacer
mandados. Pero Elsita era una niña muy, pero muy valiente y el barrio donde
vivía era un lugar en donde todavía se podían hacer esas cosas.
Ya
llevaba corriendo cincuenta metros cuando sintió un sollozo… y paró de correr.
Lo sintió nuevamente y al acercarse, curiosa, descubrió que venía de un jardín
que estaba tras una reja… Allí, contra una pared, un extraño joven lloraba.
Lo
miró unos segundos y luego le chistó. El muchacho inmediatamente paró de llorar
y levantó su cabeza. A la niña le llamó la atención no solo que estuviera
llorando, sino también lo desgreñado de su apariencia… y al levantar su rostro,
la blancura del mismo. ¡Estaba muy pálido!
-No
me molestes- le dijo entonces el muchacho, en voz baja.
Como
la voz no sonaba amenazante, la niña le preguntó:
-¿Qué
te sucede? ¿Por qué lloras?
-¿Por
qué te interesa?
-Me
interesa saber… quizás pueda ayudarte.
-¿Tu
vas a la escuela?
-¡Claro!
-Pues,
yo lloro porque nunca fui a la escuela…
-¿Y
lloras por eso? ¡Yo estaría muy feliz si no tuviera que ir a la escuela!
-¿Ah,
sí? ¡No tienes idea de lo que dices niña!
-¿Y
por qué habría de gustarme la escuela? Tengo que levantarme temprano, aprender
las tablas, hacer divisiones y multiplicaciones que son muy difíciles, leer y
muchas cosas más. ¡Y todavía nos mandan deberes!
-¿Y
eso te parece que es malo? ¿Saber restar, sumar, dividir y multiplicar te
parece malo? ¿Y que te hagan leer te parece malo? ¿Sabes por qué lloro?
-Dime-
dijo la niña y se tomó con sus manitos de la reja.
-Porque
no sé leer…
-¿No
sabes leer?
-No
y necesito leer… Y es lo que te quiero hacer entender. Ahora eres niña y no
necesitas de saber leer y de las cosas que te enseñan en la escuela, pero
cuando seas más grande las necesitarás. Tu vida puede depender de ello.
La
niña pensó un momento y preguntó:
-¿Tu
vida depende de eso? ¿Por eso lloras?
-Por
eso…
-Explícame…
te repito que te ayudaré, si puedo.
-¿Y
si te asustas?
La
niña se rió.
-¡Yo
no me asusto!- dijo -¡No hay nada que me asuste!
-¿Nada
de nada?
-¡Nada
de nada!
-¿Ni
siquiera que yo sea un vampiro?
-¡Los
vampiros no existen! Así que no me podrás asustar con ese cuento…
-¿Y
si no fuera un cuento, si realmente fuera un vampiro, te asustarías?
Elsita
se quedó pensando. Era cierto que no le temía a nada. Además sabía que los
vampiros existían solamente en la tele, no en la vida real, aunque había visto
allí que a veces mataban gente y les chupaban la sangre. Entonces llegó a la
conclusión de que el joven, o no era un vampiro en absoluto y solo quería
asustarla o era un vampiro bueno… ¿Existían los vampiros buenos?
-Quizás…
-le contestó finalmente- ¿Tú eres un vampiro bueno?
El
joven sonrió desde la penumbra.
-¡Eres
muy lista! Supongamos por un momento que los vampiros existen… ¿De que se
alimentan?
-De
sangre, eso lo sé-
-¿Lo
sabes?
-Si,
lo he visto en las películas…
-Has
visto que le toman la sangre a las personas…
-Si,
es asqueroso…
-Bien.
Supongamos, solo eso, que soy un vampiro al que no le gusta beber la sangre de
personas…
-¡Lo
que dije, eres un vampiro bueno!
-Pero
igual tengo que tomar sangre…
-¿Y
como?
-De
lugares donde se guarda sangre…
-¿Hay
lugares así?
-Claro
que si. Se les llama “Bancos de Sangre”. De allí se saca sangre para ponerle a
alguien que tienen que operar, o cuando una persona tiene un accidente y pierde
mucha.
-¿Y
tú tomas de esa sangre?
-Si,
pero no toda me hace bien…
-¿No?-dijo
la niña curiosa
-Es
que soy de estómago un poco sensible, delicado diría y hay muchas sangres que
me hacen mal… -dijo el joven, algo avergonzado-
-¿En
serio?
-¡Totalmente!
-¿Y
entonces, tienes que elegirla?
-¡Claro!
Pero tengo un problema… no fui a la escuela…
-¿Y
que tiene que ver?
-¡Que
no sé leer, niña! Entonces no puede leer los letreritos de las bolsas de sangre
y por lo tanto no sé que sangre me hace bien y cual no… Y ayer, ayer estaba tan
hambriento que tomé todo un litro de la sangre que me hace mal… ¡Fue horrible!
-¡Lo
siento!
-Por
eso lloraba… me siento muy infeliz.
-¿Y
no puedes aprender a leer?
-¿Cómo?
-Hay
escuelas para adultos… en mi escuela funciona un turno por la noche…
-¿Con
este aspecto te parece que puedo ir a la escuela? Necesito comer bien, perdón,
beber bien, para luego pensar en integrarme a la sociedad…
-¡Yo
puedo ayudarte!- le dijo Elsita muy convencida.
-¿De
qué forma?
-Mientras
te enseño a leer los letreros de las bolsitas, los leeré yo y cuando te sientas
mejor irás a la escuela para adultos… ¿Aceptas?
-Haría
cualquier cosa por mejorar mi vida actual… Claro que acepto.
Fue
así que noche tras noche, Elsita alumbrándose con una linterna,
leía
los letreros de las bolsas que contenían sangre, para poder elegir las que
sabía no le harían daño al estómago de su amigo vampiro. También se preocupó de
enseñarle a leer lo más que pudo. De esta forma el vampiro comenzó a
alimentarse mejor, a estar más contento, a tomar un aspecto saludable y hasta
pareció que estaba engordando un poquito. Se hicieron grandes amigos y parece
que el vampiro no solo comenzó a ir a la escuela, también fue al liceo y luego
hizo un curso para trabajar… ¿adivinan donde? En un Banco de Sangre.
Pero
cada tanto visita a Elsita, que ya es grande y conversan horas y horas, de
cosas de vampiros que solo Elsita entiende.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario