¡Quién
hubiera pensado que este planeta que tenemos frente a nosotros estaría tan
lleno de sorpresas!
La
primera –y quizás la más importante- es que este mundo ya había sido
descubierto, aunque hacía mucho, pero mucho tiempo.
La
segunda, es que si bien en los registros de la nave descubridora había quedado
claramente establecido que no se había podido encontrar allí ninguna conciencia
media o superior –un tipo de conciencia comercializable digamos- ahora parecía
que la situación había cambiado mucho, o por lo menos eso era lo que indicaban
los sensores.
Para
nuestra civilización es tan importante la exploración estelar que guardar rutas,
secuencias y duración de saltos, registros de viaje, descubrimientos
planetarios, configuraciones estelares, es algo primordial. La misma naturaleza
de los viajes por el espacio, luego de que se comenzó a navegar por el “segundo
espacio”, “hiperespacio” o “espacio dentro del espacio”, como quieran llamarle,
que consiste en “saltar”, usando este “atajo”, de un punto a otro del espacio normal
hace vital guardar esta información. Así que cuando llegamos a este lugar
buscamos, como era costumbre, en los registros y sorprendentemente allí estaba.
Y no
solo hallamos mención a este mundo en la bitácora de la Ariarcos, la nave que
realizó el descubrimiento sino también en un diario de a bordo, que las
autoridades habían tenido la gentileza de anexar a la bitácora. Este diario,
personal, incompleto y no en muy buen estado, fue el que terminó aportando información
fundamental para conocer lo que había sucedido allí.
La
Ariarcos no había sido una nave cualquiera. Todavía los investigadores no se
ponen de acuerdo si eran exploradores o comerciantes o piratas o
contrabandistas o todas esas cosas a la vez. En lo que sí están de acuerdo es
que realizó muchos e importantes descubrimientos, algunos muy alejados de lo
que sería el espacio llamado “conocido” en esa época.
Lo
cierto es que solo por casualidad habíamos redescubierto este mundo, explicable
solamente porque el propósito de nuestra expedición era explorar y a veces
vagábamos sin rumbo entre las estrellas. Lejos de todas las rutas comerciales
conocidas, alejado de la mayoría de los planetas de cultivo, lejos de todo en
realidad, fue una afortunada coincidencia encontrarlo nuevamente.
Aunque
no parecía el mismo planeta. El Azul que ellos descubrieron –así le llamaron a
ese mundo- era sustancialmente distinto al Azul que nosotros redescubrimos.
En el
primero no había humanos, ni conciencias y no podía decirse que existiera nada
parecido a una civilización. En cambio, en este mundo que tenemos ante nosotros
hay una civilización, bastantes humanos y aunque no de excelente calidad, hay
conciencias.
Recordemos
que las conciencias –y todos los subproductos de ellas- son de las más valiosas
mercancías y moneda de cambio en nuestro Universo… por eso existen los planetas
de cultivo, justamente. Lo extraño aquí es que Azul no es un planeta de
cultivo… ¿Cómo serlo? Pero con la cantidad de conciencias que encierra en su
biosfera perfectamente podría ser calificado como tal, por lo que nuestro
descubrimiento –redescubrimiento en realidad- era maravilloso… Y algo extraño
también.
Afortunadamente,
como ya mencioné, teníamos fragmentos de un diario y fue este el que nos ayudó
a responder algunas de nuestras preguntas. Hubo algunos contratiempos, claro…
el deterioro del diario me llevó a improvisar un poco –era obvio que se habían
perdido algunas páginas y partes de ellas-. Tampoco ayudó que el tripulante no
escribiera periódicamente en él. Supongo que sus tareas o su ánimo no lo hacían
posible, por lo que pasaba largos períodos de tiempo sin escribir absolutamente
nada y peor aún, encontré algunos párrafos que evidentemente habían sido
escrito en un estado mental algo alterado, como bajo la influencia de algún
modificador de conciencia… en fin. Lo cierto es que de entre todo ese desastre
pude rescatar un fragmento que nos ofreció toda la información que
necesitábamos sobre Azul. Este es:
“Recuerdo
que cuando por fin pude lograr que me aceptaran en la Ariarcos, me sentí el
marinero más feliz de todo el espaciopuerto de Tortucan. ¡Esa nave era la más
famosa de todo el sector! Sus viajes, sus botines, su mítica tripulación,
hacían de la Ariarcos un navío legendario, en el que muchos querían navegar.
Estaba
tan contento y eran tantas mis ganas de conocer nuevos mundos y de vivir
aventuras que tardé mucho tiempo en darme cuenta de que la leyenda y la fama de
ese navío se debía, en gran parte, a afortunadas casualidades. Claro, hubiera
sido más poético pensar que el renombre de la Ariarcos y de sus espectaculares
descubrimientos tenía su origen en la sed de aventuras de su capitán o de su
tripulación o en el afán de encontrar y recolectar sustancias o artefactos
raros y valiosos, pero no… no sería cierto.
Tengo
que confesar que la causa de ese delirio viajero era la elevada cantidad y
variedad de drogas y de bebidas alienantes que se consumían a bordo… Si, si, no
estoy diciendo que fuera una costumbre sana, pero estaba muy extendida, fuertemente
arraigada y se practicaba con verdadero empeño.
¿Saben
qué es un navegante? Si bien el capitán y su segundo y en cierta forma
también la tripulación eligen dónde se dirigirá el navío, es el navegante el
encargado de llevar la nave hasta su destino.
Saltar de aquí para allá en un espacio tan lleno de estrellas y planetas
–que son esas enormes masas que ni siquiera tienen brillo propio, algo que las
hace tan peligrosas- es realmente una tarea para especialistas. Nuestro
navegante era bueno –o muy bueno, si tenía que creerle al resto de la
tripulación- pero tenía un pésimo hábito: jamás lo vi programar nuestra ruta
sin estar severamente intoxicado con algo… y eso era –y me avergüenza decirlo- lo que hacía nuestros viajes interesantes. Dibujaba
rutas nuevas, trazaba derroteros nunca antes vistos, se lanzaba entre las
estrellas a perseguir quién sabe qué cosas y en algún momento, cuando su “combustible”
interior se terminaba o cuando los excesos lo vencían y caía rendido, era
cuando todos nos preguntábamos: ¿Dónde estamos?
Y
podíamos estar en cualquier parte. Él solo nos mantenía a salvo de estrellas,
rocas, agujeros gravitacionales o de cualquier obstáculo que hubiera dañado o
destruido nuestra nave y a nosotros con ella. Pero dónde nos deteníamos… eso
era otra historia.
¡Claro
que se hicieron descubrimientos extraordinarios! Minerales raros, planetas
exquisitamente apropiados para la vida, maravillas sin cuento… aunque algunos hallazgos
estaban tan lejanos y tan fuera de toda ruta comercial que sabíamos que se
tardaría largo, pero largo tiempo en explotarlas o tan siquiera visitarlas
nuevamente.
Y fue
luego de una de sus fenomenales intoxicaciones –con no sé qué droga
experimental- y su consiguiente viaje
que dimos con un recóndito sector de la galaxia que seguramente nadie había
visitado con anterioridad. Fueron saltos y saltos y saltos por el hiperespacio,
sin ton ni son, hasta encontrarnos ante ese planeta azul, azul y escondido.
Cuando
el capitán llegó a la conclusión de que
los saltos se habían detenido, de que el Navegante se había quedado dormido
frente a sus controles, totalmente vencido por el sueño y de que éste, de
alguna forma era nuestro destino, alertó a la tripulación y se enviaron sondas
al planeta.
Había
cosas interesantes y valiosas en él, les aclaro. El aire no era muy bueno
–demasiado sano quizás-, pero había agua… si, si, ese compuesto tan gracioso y
útil que mezclado con la topinolina y con un detonador apropiado les dará una
explosión realmente estupenda… además de
ser excelente combustible. Así que estábamos contentos, porque si algo
gastábamos en nuestras aventuras era combustible y allí había cantidades
inconmensurables.
También
buscábamos otras mercancías, algo que intercambiar con otros comerciantes pero
sobre todo con los seres que llamábamos “celestiales”, pero no tuvimos éxito…
Lo que para ellos era valioso –conciencias- en Azul brillaban por su ausencia.
La
conciencia era un atributo propio de un estado relativamente avanzado de la
vida y pues, allí no había nada como eso… ¡Una pena!
Fue
en ese momento que a Tubin, la amante principal del capitán, la número 1, se le
ocurrió dar un paseo, sí, un paseo por la superficie del planeta, como si fuera
el jardín de su casa, a Ella. No era Maleana, la número 3 o Contubara, la
número 8, no, era la principal y por eso hubo escolta, armas y armaduras, como
si fuéramos a un pinche abordaje. Pero el capitán era muy estricto en eso.
Amaba profundamente a Tubin y no quería que nada malo le ocurriese.
Tubin,
a pesar de su privilegiada posición era bastante amigable… bueno, no tanto como
hubiéramos deseado. Los de la tripulación solíamos quedar embobados mirando sus
esculturales líneas cuando se cruzaba con nosotros –era inevitable mirarla y eso implicaba perder por unos momentos la
noción de lo que estuviéramos haciendo- y nuestro interés era tan obvio que
siempre temíamos que nos reportara ante el capitán… pero ella nunca acusó a
nadie y eso hacía que la amáramos más todavía.
Lo
que nunca llegué a entender es porqué bajó con nosotros Kúleador, mascota
sexual y fornido amante de Tubin. A Kúleador lo había adquirido Tubin, sin duda
contra la voluntad del capitán, en el mercado de esclavos de Teret, ya hacía
cierto tiempo. Era un individuo realmente grande, enorme más bien, musculoso,
de rasgos faciales delicados, largos cabellos… y era mirado por la mayoría de
la tripulación femenina y la cuarta parte de la masculina con inconfundibles deseos,
bueno, “carnales” sería una buena palabra para describirlos. Además de su
indudable fortaleza física, complementada por una alimentación especial y mucho
ejercicio en sus ratos libres, Tubin le administraba una mezcla de drogas
afrodisíacas que hacían de su esclavo una verdadera máquina amatoria, tanto que
acostumbraba escaparse de la cercanías de Tubin y efectuar sus cacerías “románticas”
entre la tripulación. Como dije, a gran parte de ella no le parecía
inconveniente –es más, algunos solían deambular por los pasillos ligeros de
ropa tentando algún encuentro- pero para muchos sus excursiones predatorias
eran algo desagradable y no bien visto. Pero claro, la responsabilidad de tal
inconducta era totalmente de Tubin, que tenía al pobre Kúleador siempre
sumergido en un exceso de estimulantes sexuales.
Estaba
claro que Tubin, aun siendo una exuberante mujer, hermosa, preciosa,
curvilínea, era incapaz o eso parecía de calmar totalmente el ímpetu de
Kúleador.
En la
tripulación comentábamos que el abuso de esos estimulantes y drogas seguramente
había causado una alteración permanentemente en el comportamiento de Kúleador y
si bien algunos le teníamos algo de envidia –bueno, mucha envidia en realidad-
también muy en el fondo, nos daba un poco de compasión…
Lo
que absolutamente no entendíamos era porqué el capitán toleraba esa relación
entre Tubin y su amante… es que Tubin estaba absolutamente encaprichada con su
bestia del sexo y a veces realizaban todo tipo de escenas inapropiadas en
lugares también inapropiados. Era indudable que el amor que el capitán sentía
por Tubin era enorme, aunque todos suponíamos que sufría y mucho, en silencio,
calladamente. Sin duda el amor es cruel.
Lo
cierto es que en la Ariarcos ya nos habíamos acostumbrado a esta relación tan
especial. El buen capitán sin duda era rehén del gran amor que sentía por Tubin
y estaba claro que Kúleador llenaba los espacios que, supuestamente, no lograba
llenar el capitán en su amante. Algo así.
Y
allí estamos, Tubin, Kúleador y seis hombres armados a guerra, entre los que me
encontraba yo. No tenía mucha experiencia en batalla pero según decían allí el
mayor riesgo era darle la espalda a Kúleador,
el mismo peligro que corríamos en la nave, así que no esperaba nada
fuera de lo normal.
El
planeta era hermoso, como todo planeta en donde la civilización no ha comenzado
a prosperar. Había innumerables especies vivas, vegetales, animales… y de todo
porte. Pero no descubrimos especies
amenazantes… los animales que podían huir lo hacían al advertir nuestra
presencia… y los seres microscópicos, que por experiencia sabíamos que podían
ser los más peligrosos, eran retenidos por nuestros filtros.
Nuestra
agradable caminata por una hermosa planicie de pasturas cortas y algunos
vegetales arbóreos aislados nos llevó a un lugar donde encontramos algo que
hizo detener nuestra marcha.
Era un
grupo de antropoides, peludos y feos… horripilantes realmente… Y en ese momento pasó. Creemos que una o
varias de las hembras que allí había estaban en celo, algo que excitó
inexplicablemente a Kúleador -todo culpa
de la ya mencionada “sobreexcitación” de la cual era responsable Tubin- e hizo
que corriera enloquecido hacia la tribu.
Y
allá va Kúleador, totalmente fuera de sí por esas salvajes hormonas que flotan
en el aire, y a la vez Tubin comienza a gritar, llamándolo. De eso no me
olvidaré jamás –creo que ninguno de los tripulantes presentes allí lo harán-¡Kúleador, corriendo como desesperado tras unos
antropoides peludos y dejando atrás a la
mujer más hermosa y bien formada que uno pudiera soñar! ¡Qué ejemplo de
estupidez! ¡Teniendo a su alcance algo tan hermoso como Tubin ir tras de esa…
de esa especie de mono!
Pero
allá fue, como si fuera a vivir más por llegar antes…
Tubin
sin dejar de gritar comienza a correr tras él y sacudiéndonos la sorpresa,
borrando nuestra cara de “¡No lo puedo creer!” corremos tras ellos.
La
tribu de antropoides quizás hubiera soportado el embate de Kúleador, pero indudablemente
no estaban preparados para ser atropellados por toda una patrulla armada a
guerra y por una mujer gritando desesperada, por lo que huyeron lo más
rápidamente que podían.
Corren
y corren, a veces sobre sus cuatro miembros, a veces sobre dos y tras ellos Kuléador
da zancadas alegremente… más atrás corría Tubin, moviendo enérgicamente su
hermoso -¿Qué digo? ¡Hermosísimo! ¡Incomparable!- trasero…
-¡Querido,
querido, no te vayas! ¡My love, my love, no me dejes!- gritaba desconsolada,
mientras corría tras su amante.
Ante
la agradable perspectiva de sus posaderas, nosotros también corríamos
enérgicamente –además teníamos claro que el capitán no se tomaría las cosas con
calma si algo desagradable le sucedía-… y así estaban las cosas, corriendo los
antropoides, corriendo Kúleador, corriendo Tubin y tras ellos corriendo
nosotros, hasta que chocamos con una especie de pared, verde, alta,
impresionante. La selva espesa y oscura y húmeda y aparentemente impenetrable
se cerró primero sobre los monos, luego sobre Kúleador –que no dudo ni un
instante en entrar a la espesura- y luego sobre Tubin, que sin dejar de gritar
por el desquiciado amante que la estaba abandonando, tampoco dudó en lanzarse a
la oscuridad…
Pero
nosotros no compartíamos esa locura. Nos gustaba muchísimo Tubin, pero más nos
gustaban nuestras vidas y no teníamos equipo para entrar en un lugar así, desconocido,
oscuro y quién sabe con qué tipo de alimañas. No, no, que fueran felices… Y lo
más posible es que el capitán enviara luego un equipo de búsqueda mejor
preparado… Sin duda que haría algo por el estilo.
Cuando
regresamos a la nave y contamos nuestra historia, el capitán se enfadó mucho, pero
en el fondo creo que sintió cierto alivio ante lo sucedido. Se hicieron algunas
expediciones al planeta, pero extrañamente ninguna para buscar a los perdidos y
así, en silencio, terminamos de equipar la nave y marchamos nuevamente hacia
nuevas –o no- zonas del espacio.”
Estos
son los fragmentos que pude ordenar y que son de inestimable ayuda para conocer
la situación actual de este planeta.
Sin
que sus habitantes humanos se enteraran
de nuestra existencia –algo que no fue muy dificultoso, en realidad- hemos
recolectado todo tipo de datos culturales y biológicos.
Encontramos
cosas realmente interesantes, como que varios mitos mencionan que los humanos
descienden de una primera y única pareja de macho y hembra… ¡Y descubrimos que todos
los humanos analizados hasta el momento tienen las marcas genéticas de esta
única pareja!
Así
que no hay duda de que todos los humanos fueron originados por Adán y Eva… ¿O
debo llamarlos más apropiadamente Kúleador y Tubin?
¡Estaba
claro que los pillines habían estado muy ocupados en ese planeta! ¡Qué romántico!
Y del
romanticismo de su origen tenemos que pasar a la decisión de agregar o no este planeta a las rutas comerciales, con el
status de Planeta de Cultivo… ¡Tantas conciencias no tendrían que
desperdiciarse!
Aunque
es un planeta tan lejos de todo que no sé si valdrá la pena su explotación.
De lo
que sí estoy seguro es que sería extremadamente cruel hacerles saber a los
habitantes de este mundo su verdadero origen… ¡Es que parecen tan orgullosos de
sí mismos!
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario