Hacía
ya casi una semana que Marita, la maestra de pre-escolares, sentía una rara
sensación cuando volvía de la escuela. Varias veces le pareció que la seguían,
pero cada vez que miraba hacia atrás no veía nada extraño.
Hasta
que un día, ya en su casa y al rato de regresar de la escuela, alguien golpeó a
su puerta.
Cuando
abrió, se encontró frente a frente con un enorme hombre lobo… Ni llegó a gritar
de lo asustada que estaba. Es más, quedó tan conmocionada que luego ni
recordaría como llegó a estar sentada en
un sillón de la sala, con el hombre lobo haciéndole aire con una revista.
-No
se asuste- le decía- Estoy aquí solamente buscando ayuda.
Finalmente
logró contestarle:
-¿Qué
tipo de ayuda quiere? ¡Casi me mata del susto!
-Es
que soy un hombre lobo…
-¡Los
hombres lobos no existen!
-¿Y
yo que soy entonces?
-Bueno,
mirándolo bien… parece uno, pero… ¿Los hombres lobos no se transforman cuando
hay luna llena? ¡Ahora no hay luna llena!
-Ah,
si, la mayoría, pero yo no soy de esos hombres lobos, soy de un modelo más nuevo.
Además, entre nosotros, esperar a la luna llena para convertirse en lobo es un
poco arcaico y no le veo la gracia. Discrepo totalmente y no soy el único, le
advierto. En el último Congreso de Hombres Lobos presentamos un proyecto para
modificar eso.
-¿Y
también tienen congresos? ¿Y de qué trata el proyecto si puede saberse?-
preguntó la maestra, ya un poco menos asustada.
-Lo
siento pero no puedo decirle… es altamente confidencial- dijo el lobo
misteriosamente.
-Bueno,
como usted diga… Y si no se transforma cuando hay luna llena ¿cuando lo hace
entonces?
-Cuando
me aburro.
-¿Cuando
se aburre?
-¡Tal
cual! Por ejemplo, si no hay nada lindo en la tele y me aburro… me convierto…
es un ejemplo ¿no? Por esa razón trato siempre de estar haciendo algo, de tener
la cabeza ocupada. Leo, hago gimnasia, tengo una huerta orgánica, pero todavía
no me siento seguro de haber vencido las transformaciones y estoy cansado de
ellas.
-¿Realmente
le molesta transformarse en lobo?
-¡Me
tiene muy cansado! Para empezar, aunque siempre traté de no comer personas,
viviendo en la ciudad es lo único comestible que encuentro…
-¡No
me diga eso, hay muchas cosas para comer en una ciudad y no solo personas!
-¡No
y no! ¡Los perros no me gustan y la carne de los gatos me da alergia!
-Puede
ir al campo…
-¡Tendría
que vivir en el campo, pues no tengo forma de saber cuando me voy a aburrir! ¡Y
no tengo dinero para eso! Me da algo de vergüenza decirlo pero soy un hombre
lobo pobre.
-Ser
pobre no tiene por qué avergonzarlo.
-Si,
tiene razón ¡Pero la comida no es la única cosa negativa que tienen las
transformaciones! También están los aullidos…
-¿Qué
aullidos?
-Cuando
me transformo me gusta aullar, es algo que es casi incontrolable. ¡Y hace dos
días me tiraron con un petardo y casi me matan del susto! ¡Fue horrible!
La
maestra casi esbozó una sonrisa, pero pensó que al lobo no le gustaría. Este
continuó quejándose.
-Pero quizás lo que más me decidió a no desear
transformarme más es lo que sucede después.
-¿Qué
le sucede?- preguntó ella interesada.
-Luego
de cada transformación quedo sin ropa ¡Y eso es terrible! ¡Varias veces he
estado a punto de caer preso por andar en ropa interior! Y luego está mi salud…
-Su
salud…-repitió ella…
-Es
que por quedar con tan poca ropa, el invierno pasado me agarré un resfrío tan
fuerte que casi termina en congestión. ¡Y no pude ir a trabajar por una semana!
¡Usted lo ve desde su punto de vista y me juzga, pero es muy sacrificado ser un
hombre lobo!
-Yo
no lo juzgo y me gustaría ayudarlo, si pudiera claro…
-Por
eso he venido, a pedir su ayuda. ¿Usted es maestra de pre-escolares, no?
-Si…
-Entonces
usted es especialista en lo que yo necesito.
-¿Y
qué es?
-Hacer
manualidades.
-¿Manualidades?
-¡Para
no aburrirme! ¡Quiero aprender a hacer manualidades! Ya le dije que solo me
transformo si me aburro.
-Lo
entiendo y creo que puedo ayudarlo. ¿Y que tipo de manualidades le gustaría
hacer?- le preguntó la maestra.
Y
el lobo dijo, con esa extraña y rasposa voz que tenía –No sé, algo en lo que
pueda expresar mi “lobosidad”…
-¿Su
“lobosidad”?
-Claro,
todo lo que tengo de lobo.
-Pero
esa palabra no está en el diccionario.
-Ya
lo sé, la acabo de inventar y significa eso… que muestre el lobo que tengo
dentro.
-¿Y
con que técnica le gustaría expresar su… “lobosidad”?
-He
soñado desde cachorro con una pero me da un poquito de vergüenza decirlo.
-¡No
sea vergonzoso, por favor! ¡Dígame!
-¡Se
reirá!
-¡No
me reiré! ¡Dígame!
-Está
bien… ¿Papel picado… estaría bien?- le dijo el lobo, mostrando sus enormes
dientes en una sonrisa expectante.
Jamás
se hubiera animado la maestra a reírse ante esos dientes… -¡Bien, papel picado!-
Se
dice que nunca más se vio un hombre lobo por el barrio, lo que seguramente
sucedió porque nunca más se aburrió. Claro que, no solo se hizo un especialista
en manualidades con papel picado, sino que aprendió a hacer cosas muy hermosas
con plastilina, a pintar con témperas y acuarelas, a resolver rompecabezas y a
hacer todo tipo de cosas con botellas plásticas vacías, transformándose en un
gran reciclador.
También
me contaron, aunque no podría afirmar que es cierto, que el hombre lobo –que ya
no se transformó más en lobo- se terminó casando con esa maestra y tuvieron
muchos cachorritos, ¡perdón!, quise decir que tuvieron muchos niños, y vivieron
felices durante muchos años.
FIN
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