Gan
Gan se desplazaba raudamente, muy molesto con las instrucciones recién
recibidas.
-¿Por
qué no automatizan?- iba diciéndose- ¿Por qué yo, Gan Gan, funcionario de correcta
figura, prolijo, que jamás rompo las reglas, que siempre estoy maquillado
correctamente, aquí este color, allá aquel otro, mesurado, elegante –no como
hacen otros que parecen nonokos ambulantes- tengo que estar cumpliendo estas
ingratas tareas? ¿Por qué yo, Gan Gan? Podría estar haciendo lo que hacen
todos, revisar formularios, enlentecer trámites, sofocar peticiones, pero no…
¡Hago los trabajos que nadie más quiere! ¿Acaso me castigan por ser tan
correcto y formal? ¡Que no se mezclen, que no se mezclen, me ordenan! ¿Por qué
no automatizan?
Envuelto
en sus murmuraciones, protestas y quejas, pronto estuvo en su lugar de trabajo
designado.
De
un momento para otro pareció que comenzábamos a vivir dentro de una película,
una clásica y trillada película de ciencia ficción… y terror. Nuestra percepción
del universo, del lugar que según nosotros teníamos en él, nuestra arrogancia,
todo, se desmoronó de un momento a otro y nos dejó temblando de miedo.
La
película comenzó con el descubrimiento de una enorme masa que se acercaba a la
Tierra desde fuera del sistema solar; el intento de destruirla antes de que su
proximidad fuera peligrosa, las medidas defensivas de la nave que al final de
cuentas eso era y el posterior lanzamiento hacia el planeta de miles de lo que
parecían proyectiles que, como dijeron las autoridades, tenían como objetivo
todas las ciudades de cierto porte, todo eso… fue el principio.
Si
bien un importante número de esos proyectiles fueron interceptados -recordemos que en la Tierra desde hace mucho
tiempo nos veníamos preparando para una eventualidad sino igual, parecida… cosas
de humanos, digamos- los que no fueron destruidos siguieron su camino.
Afortunadamente
las ciudades que eran sus objetivos estaban claramente identificadas y se
tomaron todas las medidas de protección que fueron posibles dado el poco tiempo
de que se disponía; los ciudadanos, alertas, esperaron aterrorizados los
impactos y las devastadoras explosiones.
Pero
lo que vino luego de los impactos no fueron explosiones, sino… liberaciones.
Cada
uno de los proyectiles liberó enormes nubes de microorganismos, tan pequeños
como virus, que por la onda expansiva cubrieron una extensísima superficie y
que fueron aspirados por todos los seres vivos de los alrededores.
Como
estas siembras habían ocurrido simultáneamente en centenares de ciudades
grandes y medianas en todo el planeta, la totalidad de los gobiernos y
científicos del mundo unieron esfuerzos para estudiar a estos invisibles
invasores.
Lo
primero que averiguaron es que esta especie de microorganismo podía infectar a
todos los seres de sangre caliente que encontraba en su camino y que si no
hallaba un huésped –animal o humano- moría en un par de horas.
Lo
segundo, es que los animales infectados no cambiaban para nada su
comportamiento, hábitos, nada… en cambio los humanos comenzaban a las pocas
horas a manifestar síntomas ligeros, que luego devenían en severos cambios
corporales.
Lo
tercero que se descubrió es que había cinco cepas distintas, que habían sido lanzadas
además en lugares bastante separados geográficamente entre sí y que los cambios
que provocaban en los humanos cada una de las cinco cepas eran diferentes.
Algunos de estos cambios eran sutiles e internos y por lo tanto no visibles a
simple vista, pero otros...
Una
de las mutaciones más importantes que sufrían los infectados era la coloración
de su epidermis… así que por esta característica se pudo identificar a las
cepas por sus colores: verde, naranja, amarillo, azul y rojo. No importaba el
tipo racial, ni el sexo ni la edad… los infectados en apenas una semana
quedaban totalmente –“totalmente” de manera literal- del color de su cepa.
Estas
no solo se diferenciaban por su color o por su distribución geográfica –pues al
principio cada color ocupaba una región planetaria bastante bien delimitada-
sino también por algunos cambios dentro de los portadores, cambios que suponían
mayor o menor cantidad de determinadas sustancias, algunas de ellas muy
extrañas, dentro de su organismo.
También
descubrieron que los humanos infectados, luego de determinado período de
tiempo, eran los que continuaban propagando la enfermedad. Esta necesidad de
contagiar a otros humanos–incontrolable al parecer- despertaba luego de diez
días de infección, cuando ya el color característico estaba consolidado, junto
con otros cambios más desagradables como numerosas ampollas o burbujas subcutáneas
llenas de líquido del color que correspondiera, ampollas de todo tamaño que
aparecían aleatoriamente sobre los cuerpos.
Todos
los datos de los que se disponía apuntaban a que el método de propagación era,
por decirlo de alguna manera, poco convencional y de ahí el nombre de “Epidemia
de los Besuqueiros” o “de los Besuqueadores” que se les terminó dando a esta
invasión, incluso formalmente. Es que la infección se transmitía por un largo y
apasionado beso en la boca entre el portador y su víctima.
Partiendo
con la contaminación inicial y continuando con los “besuqueiros”, una gran
cantidad de ciudades fue conquistada. Luego, al no encontrar a quién besar, los
“besuqueadores” se derramaban como una marea de colores por las afueras,
suburbios, villas, pueblos y campos.
Cuando
llegaban a alguna desventurada ciudad que no había sido contaminada, luego de
caminar por kilómetros sin dar ni un solo beso, eran consumidos por un frenesí
“besuqueador” que los hacía prácticamente imparables. Nada los detenía.
Los
humanos, para impedir ser besados, usaban todo tipo de bozales, mascarillas,
cascos y protecciones pero nada de eso ofrecía una garantía segura y
paulatinamente los civiles, policías y militares –los que iban quedando-
comenzaron a tomar medidas de protección más drásticas, como dispararles con sus
armas de fuego. Es que nadie quería terminar completamente pintado de un color
chillón, lleno de ampollas y además besando en la boca a cuanto humano le
pasara por delante… no, no. ¡Era muy desagradable!
Pero
ni siquiera tirar a matar a los infectados fue suficiente para detener el
avance de estos diminutos invasores y sus portadores… y la epidemia de largos y
apasionados besos continuó. Se sabía que se trabajaba febrilmente en una
vacuna, pero todavía no había novedades sobre ella.
Se
pensó en algún momento en lanzar armas nucleares sobre las zonas infectadas pero
las autoridades sobrevivientes convinieron que era una medida suicida… Si
quedaban humanos al final de toda esta pesadilla ¿Que planeta heredarían luego de
que estallaran decenas y decenas de bombas nucleares?
Lo
cierto es que quienes todavía no estaban
contagiados, fueron retrocediendo paulatinamente, buscando zonas poco
afectadas, fortificándolas en ocasiones, un retroceso que la mayoría de las
veces terminaba en una rápida y aterrada huida hacia donde creían que podían
encontrar algo de seguridad. En ningún caso podría decirse que fueran muy
optimistas sobre el futuro que los esperaba…
Hasta
que, y no se recuerda bien en qué momento, comenzó La Recolección, como se le
llamó. Algunos creen que cuando la infección llegó a un punto crítico en cuanto
a contaminados, comenzó esta operación. Fue sencillo darse cuenta de que era ni
más ni menos que el paso siguiente… primero sembrar, luego cosechar… La
Recolección consistió en una gran cantidad de grandes contenedores voladores
que con unos dispositivos mecánicos parecidos a enormes aspiradoras tomaban a
todos los humanos infectados y los colocaban en su interior. Al parecer, cuando
se colmaba su capacidad, desaparecían en el cielo profundo, donde supuestamente
esperaban contenedores más voluminosos, dejaban su carga y regresaban al
planeta. Los humanos infectados no solo no huían sino que, atraídos quién sabe
por qué cosa, se dirigían por sí mismos a lugares despejados para ser
aspirados. Tal operación transcurrió por días y días hasta que todos los
infectados fueron capturados.
La
“Epidemia de los Besuqueiros”, dejó a la especie más inteligente y poderosa del
planeta muy mal parada. Indefensión e impotencia en sus estados más puros, era
lo que sentía lo que quedaba de la Humanidad. Nuestros grandes avances
tecnológicos, nuestros planes y ambiciones, todo lo que era importante para
nosotros, resultaron ser insignificantes… La Humanidad estaba perpleja y muy golpeada…
En un lapso ridículamente corto había sido transformada y secuestrada casi las
tres cuartas partes de la población mundial, sin especificar si eran verdes,
naranjas, amarillos, azules o rojos, y todavía se desconocía quiénes habían
sido los agresores, su motivación… y el destino de todos los humanos
secuestrados. ¿Cómo había sucedido eso? ¿Cómo es que no habíamos sido capaces
de defendernos eficazmente? Y peor aún, la pregunta que se hacían todos los
sobrevivientes: ¿Volverían?
Todas
esas preguntas, todos esos miedos e incertidumbres, hicieron que la Humanidad o
lo que quedaba de ella, comenzara a vivir su Edad más oscura.
¿Por
qué yo? ¡Siempre Gan Gan! Me dijeron que era algo temporal… bien; que sería
solamente por un planeta…me mintieron, pero… bien; que necesitaban a alguien
responsable y capaz… bien… ¡Pero todavía no me han comunicado que regrese a mi
puesto habitual! ¡No me gusta este trabajo! ¿Por qué no automatizan?- se decía
Gan Gan- ¿Qué hice mal? En Tarsites, Gan Gan, en Petrubio, Gan Gan, en Miriano,
Gan Gan y ahora en este mundo que ni recuerdo cómo se llama… sí, Titian… ¡Otra
vez Gan Gan! ¿Cuándo van a automatizar? ¡Podrían automatizar profundamente esto
y no tendría que estar aquí, supervisando absolutamente nada! ¡Nada! ¡No
tendría nada que supervisar! ¿Pero qué es eso? ¿Qué es eso? ¡Detengan esa
cinta! ¿No ven que están mezclando bonokes con trulos? ¡No mezclen los colores!
¡No los mezclen! ¿Es que los potroniles les comieron los sensores visuales?
¡Los colores no se mezclan! ¿Qué les parece que puede pasar si en Xipondia, por
ejemplo, piden treinta contenedores de pinules y les aparecen con trulos,
bonokes, sinfanos o sokotes mezclados? ¿Qué creen que pasaría, eh? ¿Se dan
cuenta acaso del escándalo de sabores que ocurriría? ¡No los mezclen, no los
mezclen!
¿Por
qué todavía tenemos que trabajar a la antigua? ¿Por qué no automatizan?
¡Y
que tortura pensar en lo exquisitos que son los sokotes o los pinules con salsa
de minuros! Podría hurtar alguno, quizás alguno de los pequeños… ¿quién se daría
cuenta? ¡De solo pensarlo se me movilizaron todos los estómagos!
Lopli
Diqui, Alto Funcionario de Alimentos y Accesorios de la Empresa Fusionada
Paraestatal Sintu´Rah estaba muy satisfecho. “Alimentar es Avanzar” era el lema
de la empresa y estaban avanzando a pasos increíblemente rentables. ¡Las
últimas cosechas habían sido magníficas! ¡Su bono se vería incrementado
sustancialmente! Y en vista de esto, haría un pequeño cambio… había un
funcionario a quién se le había encargado supervisar las tareas temporalmente y
que había mostrado compromiso y responsabilidad en su función, obteniendo
excelente resultados. Le iba a adjudicar la supervisión de la cosecha en forma
permanente, un cambio que le significaría un ascenso y un aumento salarial importante.
Ese tal Gan Gan indiscutiblemente se lo merecía.
FIN
Preciosos,los cuentos,no dejes nunca de escribir y compartir.
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