El
profesor Narí lucía fuera de sí de alegría. Pocos minutos atrás había dejado en
algún lugar su seriedad y cualquier apariencia formal para mostrarse
desacostumbradamente entusiasmado. Estaba muy excitado y los dos colegas que
tenía delante solo atinaban a escucharlo mientras les informaba sobre su
descubrimiento. La profesora Mechu y el profesor Minito, que no eran de esas
personas que se emocionaran fácilmente, pronto estuvieron igualmente conmocionados,
al saberse testigos de un momento histórico para la Humanidad, un momento que
marcaría un antes y un después para nuestra civilización.
Es
que encontrar en un satélite de Júpiter, en una exploración aparentemente de
rutina y sin muchas pretensiones, una construcción de piedra y dentro de ella
un cofre cerrado, era algo que superaba todo lo que la ciencia había
descubierto hasta ese momento.
No
era reciente el interés de La Humanidad por las lunas, tanto de Saturno como de
Júpiter. Eran muchas y algunas tenían el tamaño y composición que implicaban
varias posibilidades incluso, según pensaban, la instalación de alguna colonia
sostenible. Pero el descubrimiento de ese edificio, ubicado en ese remoto lugar,
era más sorprendente de lo que cualquiera hubiera esperado y revolucionaba todo
el mundo científico.
La
noticia había rebasado la contención de
la Oficina Espacial, recorrido el planeta en cuestión de minutos y los diez mil
millones de humanos que habitaban la Tierra ya estaban pendientes del contenido
de la extraña caja.
Estaba
claro que el origen de la construcción y obviamente del cofre no era humano,
convirtiéndose por consiguiente en la primera prueba auténtica e irrefutable de
la existencia de una civilización extraterrestre. Las implicancias de este
hallazgo solo podían compararse a las expectativas por el contenido del cofre.
¿Qué contendría? ¿Qué secretos? ¿Nos diría quienes habían sido los
constructores? ¿Contendría acaso respuestas sobre el origen de la Humanidad? ¿O
la manera de hacer viables los viajes interestelares?
¿O
quizás los pasos a seguir para cambiar la matriz energética de todo el planeta
a una energía barata, limpia e inagotable? ¿O alguna fórmula para erradicar el
hambre o la guerra o las enfermedades? Toda la Humanidad estaba en ascuas.
Afortunadamente, la traducción de cualquier
mensaje que pudieran encontrar en el cofre, gracias al desarrollo de las IAs ya
no resultaba un obstáculo insalvable. Las IAs de traducción se habían desarrollado
tanto que podía decirse con seguridad que no existía lenguaje en el universo
que no pudiera ser traducido rápidamente a cualquiera de los idiomas humanos.
-¿Está preparado el robot?- preguntó la
profesora Mechu
-Está
preparado- replicó Narí.
-Recuerde
que todo se está transmitiendo en vivo a la totalidad de la Tierra… ¿Está
seguro de las capacidades de traducción de las IAs?
-¡Segurísimo!
El robot está conectado en red a potentes traductores… la traducción será
rápida y segura.
-Bien…
dé la orden entonces, profesor- dijo finalmente Minito, sin apartar la vista de
las pantallas que tenía frente a sí.
Expectantes, vieron como el robot de
múltiples brazos entraba en la construcción y llegaba hasta el cofre que, de un
material que aparentaba ser sencillamente piedra, parecía esperarlo.
Con
gran precaución abrió la caja, levantando la pesada tapa y en su interior, allí
en el fondo y apenas reflejando el foco con el que se ayudaba el robot para su
visión –y la visión de los diez mil millones de personas que estaban mirando-
se veía una simple línea de signos, tallados prolijamente en el piso de la
caja.
En
la espera, todos parecían contener la respiración…
-¿Qué
dice, qué dice?-preguntó el profesor Minito sin aguantar su impaciencia.
-Es…
es extraño- dijo Narí, quien fue el primer humano en ver el resultado de la
traducción:
“EL
QUE ESTÁ LEYENDO ESTO ME LA JALA”
Fin
Tengo
que estar ciertamente de un estado de ánimo muy especial para escribir algo así
–y mostrarlo, que es peor todavía-, pero sí, estoy disfrutando de ESE estado de
ánimo.
Abrazo.
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