Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


sábado, 30 de diciembre de 2017

LA INVENTORA

Hace ya algún tiempo, una amiga de una red social, hizo un comentario sobre alguna de sus vecinas, el típico “se interesan más en la vida de los demás que en las suyas propias” o “¿Qué tanto interés por las vidas ajenas? ¿Acaso no tienen vida?”… cosas así. En ese momento le prometí, algún día, escribir algo sobre eso.

Dedicado a Adriana.

                             LA INVENTORA

Corría desesperadamente… Sabía que solo la casualidad había determinado que tuviera una oportunidad, la única, de poder escapar de la peligrosa situación en que se encontraba. Corría y corría y su corazón y sus pulmones y toda ella se rebelaban ante ese esfuerzo tan inusual, tan extraño y sin embargo tan necesario.

Etelvina repartió abundantes sonrisas mientras servía a sus invitadas la segunda ronda de una exquisita torta de chocolate. Instaladas cómodamente en varios mullidos sillones, dispuestos de forma que su visión de la hermosa avenida a través del amplio ventanal fuera inmejorable, saboreaban el horneado casero y disfrutaban de un suave y aromado té, conjunción ideal para sus tareas de observación.
Un capricho en la arquitectura de la ciudad había dispuesto que una de sus más hermosas vías de tránsito, luego de transcurrir por cientos de metros de ajetreado remolino de personas y todo tipo de negocios y viviendas de una hasta diez plantas, fuera dividida en dos por lo que parecía la quilla de un barco. Y allí, en esa privilegiada ubicación, como si fuera su mascarón de proa, estaba el hogar de Etelvina, una estilizada casa de tres plantas.
A los lados, la avenida transcurría todavía populosa; pero lo verdaderamente interesante, lo que valía la pena observar, estaba totalmente frente a las ventanas de la hermosa construcción.
La verdad es que, al comprar la casa, ni ella ni su difunto marido habían pensado en que su estratégica ubicación y el gran ventanal de la segunda planta pudieran ser la razón de una futura actividad social tan relevante y productiva.
Tarde a tarde, sus amigas y ella y ella y sus amigas, se reunían a observar, simplemente. Jardines, aceras, el tránsito, las personas -  sobre todo a las personas- que pasaban para un lado, pasaban para el otro y participaban –involuntariamente claro- de ese paisaje viviente que desde su privilegiado puesto de observación siempre estaban deseosas de interpretar.

Aclaremos que Etelvina era un ama de casa común y corriente. Se había casado hacía cierta cantidad de años con un hombre al que no amaba especialmente, pero que le garantizó una vida en la que la única cosa que podía llegar a preocuparla era la falta de preocupación alguna. Bueno, tenía algunas preocupaciones, pero nunca eran “¡Que horrible! ¡Llega fin de mes y no me alcanza el dinero!” o “¿Podremos salir de vacaciones este año?”, no, no ese tipo de preocupaciones. Más bien eran del tipo “¿Por qué en aquella casa apagan tan tarde las luces?” o “¿Por qué el marido de tal llegó hoy una hora más tarde de lo que llega siempre del trabajo?” o “¿De qué color me pintaré las uñas mañana? “ o quizás “¿Qué nuevo peinado puedo probar?” o además, sabiendo que su marido tenía por lo menos una amante –lo que era obvio porque con ella de sexo “nada” desde hacía meses ¿O eran años ya?, había perdido la cuenta… ¡Y el tiempo pasa tan rápido!- y aún con la certeza de su infidelidad, le daba vueltas y vueltas a la cuestión de mencionar el tema o no… ¿Cómo se lo diría? ¿Qué diría él? ¿Tenía que llorar mientras trataban un tema tan trascendente o lo diría con tranquilidad, como hablando de algo ya masticado y pensado y llorado con anterioridad? No, no le diría nada… ¡Prefería seguir así! No tenían hijos y ninguno de los dos habíase detenido a pensar por qué no los tenían. Hubo una época en que podían haberlos tenido, años en que sus cuerpos y las sábanas quedaban empapados de sudor por las noches, ejercitando sus cuerpos en el sexo, pero ya no, eso había pasado…
Podríamos decir entonces que no le faltaba nada –bueno, o casi nada- y siempre había otras cosas que podían quitarle el sueño –no el apetito, afortunadamente, por lo que había pasado de ser una mujer espigada a sumar más y más peso-, decía, siempre había cosas que la intrigaban como la familia que vivía cuatro casas más allá que, evidentemente, había cambiado el aerocoche… ¿o habían comprado un segundo vehículo? ¿En qué trabajaban? No era un carro volador barato, no, no, era un exquisito coche importado… Y así por el estilo eran sus preocupaciones, preocupaciones que no hay que menospreciar, pues le consumían tanta energía como cualquier otra actividad intelectual…

Y un día su esposo se murió. Lloró mucho, aunque nunca le quedó muy claro si era por desahogo o por las perspectivas que tenía de una vida nueva. Sabía que no era por temor, pues su marido había tenido la gentileza de no dejarle deuda alguna y sí dinero suficiente para vivir dignamente por el resto de sus días.
Como parte de su recuperación comenzó a organizar esas reuniones entre amigas, que al principio suponían dos o tres horas por la tarde, con una o dos tazas de té y confituras y que de a poco ampliaron su horario. Había participantes que llegaban poco después del almuerzo –casi para la sobremesa- y siempre había quien se quedaba hasta ya entrada la noche. Ni que hablar que de las dos o tres participantes iniciales, a las que habría que agregarle ella misma, la concurrencia normal –con altas y bajas- llegaba a la docena, todas mujeres, de varias edades, que vivían en las cercanías de la casa de Etelvina, algunas en la misma avenida, pero la mayoría en los alrededores.
Lo cierto que la información que allí se divulgaba nacía de lo que observaban día a día en el vecindario, de lo que se enteraban en sus paseos y deberes cotidianos y sobre todo del entorno de ese mundo, esa avenida-mundo observada por horas, entorno cuya vida se trataba de descifrar. Ese era el ejercicio que más disfrutaban.

 Y si en algún momento Etelvina pensó que el mundo donde vivía, la ciudad donde vivía, la casa donde vivía, no tenía nada que pudiera arrancarla de la rutina, de lo diario, de lo común, ahora estaba convencida de lo contrario o dicho de otra forma, a pesar de su rutinaria vida era, al fin, feliz. Un tipo especial de felicidad digamos, pero felicidad al fin.
Es que lo rutinario no siempre supone aburrimiento, no siempre supone infelicidad… A veces lo rutinario supone crear diversiones, entretenimientos... y las reuniones de las tardes proveían de esos ingredientes en abundancia. Obviamente que no solo tenían que comentar el hermoso paisaje que veían a diario –eso sí hubiera resultado aburrido- sino todo lo que a ellas pudiera parecerles interesante… en el espectro más amplio del “interesante”.
Pero no crean ni por medio momento que las vidas ajenas eran el objetivo de estas reuniones…
¡Por favor! ¡No! Pero la conversación derivaba accidental e indefectiblemente hacia la vida de todos sus vecinos y vecinas, como si todo lo que no estuviera relacionado con las vidas ajenas no fuera más que un “calentamiento”, una introducción, una entrada de mesa al plato principal… Con quién charlaban, a qué hora se apagaban las luces de sus casas, si aparecía algún vehículo extraño frente a alguna de sus casas, sonidos, silencios… todo era analizado e incluso traducido. Estaba claro que sus vecinos no podían ser perfectos y seguramente tenían muchas actitudes censurables, como no cortar el césped de sus jardines en tiempo y forma, o permitir que sus mascotas perrunas ladraran a la hora que los vecinos más deseaban descansar, o que sus hijos o hijas se embriagaran y gritaran luego de una noche de fiesta o no acondicionar adecuadamente los recipientes de residuos… pero había otras cosas, todavía peores, como volver a una hora que no era la acostumbrada del trabajo… o incluso salir antes hacia el mismo –cuando lograban percatarse de esta anormalidad-… o un plomero o electricista o cualquier visita que se tardara más de lo necesario en una casa donde solo estaba una mujer –la “dueña de casa”-. Todos estos datos terminaban alimentando las reuniones de las tardes y estaba claro que a partir de esos datos se construían hipótesis… o explicaciones. Un “por qué” tenía que tener una respuesta… “Y puede ser porque…” Y allí terminaban los hechos y comenzaban las suposiciones…
Se analizaban las situaciones, se discutían posibilidades y se sacaban conclusiones, atando cabos aquí y allá, confrontando informaciones de distintas fuentes y dirigiendo los resultados hacia lo que pensaban era la verdad o lo más cercano a ésta. Odiaban las dudas y las incertidumbres, por lo que a veces, bueno, a veces había que improvisar, llenar ese “vacío”.
Todas estaban relativamente duchas en suponer por qué las cosas sucedían de una forma y no de otra. Imaginaban sanamente las posibilidades… aunque espontáneamente tenían cierta tendencia, totalmente inocente debo agregar, a suponer lo peor. Entonces una demora suponía adulterio… una infracción –cualquier fuera- seguramente escondía un pecado mayor… la demora en pagar una factura –si llegaban a enterarse de tal horror- significaba, casi seguramente la quiebra de la economía familiar…
Pero si bien todas las amigas eran capaces de llenar esos “vacíos” de información, esas interrogantes… ninguna como su anfitriona. Ella era una artista, una creadora innata, una inventora superlativa… En eso se destacaba Etelvina… su habilidad se desplegaba justamente cuando las observaciones dejaban vacíos e interrogantes, intrigantes puntos suspensivos en las vidas de las personas… ¿Qué habrá pasado? ¿Qué estará haciendo? ¿Por qué tardará tanto?
Era una verdadera artista en lo que hacía.

Y así hubieran seguido, por años y años, si no hubiese sucedido algo que cambiaría totalmente su vida…

Fue “ese” aviso publicitario, de forma tan casual, tan original, tan incitante, que llegó a una de las amigas de Etelvina, pura fortuna, en una tanda publicitaria de un drama televisado de esos que tanto gustan, en donde los actores disfrutaban de la más absoluta desnudez –quizás por eso estaba en una red clandestina de telenovelas-, una especie de porno-romántico a los que su amiga era aficionada. Según ella fue algo automático e imparable: lo vio e inmediatamente pensó en Etelvina.
Es que todas sentían una gran admiración por Etelvina, por más que a veces ésta caía en el exceso de “inventar” algo de alguna de ellas, cuando se ausentaban de las reuniones diarias por alguna razón. Pero ellas entendían que un vacío tan importante como el ocasionado por cualquiera de ellas debía ser llenado de alguna forma… ¿Y qué mejor que lo llenara Etelvina, su mejor amiga y mentora, fundadora de ese divertido club?
Cuando el aviso fue puesto frente a Etelvina, ésta lo miró detenidamente.
Sin prisas, pesó sus implicancias. Midió sus consecuencias. Separó lo más nítidamente que pudo las bondades y los defectos de ese paso que tenía la posibilidad de dar.
El aviso decía claramente:
“¿QUIERE HACERSE PROFESIONAL EN EL ARTE DE INVENTAR           
VIDAS?
¿QUIERE TRABAJAR EN LA MEJOR FABRICA DE VIDAS DEL                              UNIVERSO CONOCIDO?
¿CREE QUE INVENTAR VIDAS PUEDE SER SU DESTINO?
CONTÁCTENOS.”
Al finalizar decía como podía contactarse con ellos. Y así comenzó todo…

No fue fácil comunicarse finalmente con la organización empresarial que le podía –según sus amigas- dar un giro total y sumamente positivo a su vida. En realidad, si no fuera por sus amigas del club hubiera desistido. No era que le disgustara la aventura, pero tuvieron que superar muchos obstáculos para lograr una comunicación fiable. Direcciones ocultas, vínculos intermediarios, contraseñas y códigos, todo eso, cosas que le llevaron a pensar que ese trabajo debía de ser algo muy especial si se rodeaban de tanta seguridad. Además, nunca logró que le explicaran de qué trataba, solo le hacían preguntas personales, llenaba cuestionarios, pero nada que le iluminara sobre lo que se esperaba de ella; eso vendría después, le decían. Es cierto que estaba algo desanimada por estos tropiezos, pero sus amigas le decían que cuanto más dificultoso resultara, más valdría la pena. De todas maneras… ¿Cuáles eran sus alternativas? ¿Tenía alguna? ¿Acaso no deseaba, desde el fondo de su inmensa felicidad, un cambio, un gran y profundo cambio, un quiebre de la rutina, un accidente que le pusiera un poco de real condimento a su vida? ¡Esta era su oportunidad! ¿Qué prefería, una felicidad chata y totalmente terrenal o una felicidad inmersa en nubes que parecían algodón? La decisión era clara y sus amigas la vieron con claridad.

Finalmente acordó una entrevista personal, por lo que un mes estándar después, descendió en el principal astropuerto de un planeta llamado Fullty-9, instalación que estaba, como era costumbre según le dijeron, atiborrada. Para ser el principal lugar de aterrizaje –y despegue- de ese mundo, no era muy grande o hablando más claro, no era lo suficientemente grande para la cantidad de pasajeros que evidentemente pasaban por allí… Por otro parte, al parecer se acostumbraba la venta de todo tipo de productos dentro de la  instalación, así que no solo podía destacarse la gran cantidad de colores que revoloteaban aquí y allá en forma de variadas prendas de vestir y entre expresiones dichas en multitud de idiomas, sino también una abrumadora ola de olores, entre los que predominaban –creía ella- los de comestibles… Era una mezcla de atributos de feria al aire libre, con un flujo intenso y constante de viajeros, en un enorme lugar cerrado.
Ya había comenzado a sudar en ese microclima, desconocido y oloroso y en donde parecía casi imposible encontrar un lugar donde sentarse a descansar. También tenía sed, pero tenía claro que prefería morirse deshidratada antes de tomar cualquiera de las bebidas de aspecto sospechoso que vendían allí. Sintió más que alivio cuando divisó el cartelito con la leyenda: “Señorita Etelvina”. ¡Era tiempo!
Los dos humanos que la esperaban la trataron con gran amabilidad y la condujeron a un lindo hotel. Por la mañana, luego de permitirle desayunar abundantemente la llevaron a una moderna instalación en donde le hicieron gran número de pruebas. A medida que éstas iban avanzando, el trato que recibía iba cambiando. Dejó de ser impersonal, dejó de ser frío, y comenzaron a interesarse algo más cálidamente por su bienestar. Incluso se presentó ante ella la pareja que la había ido a recibir al espaciopuerto, dándole un aparato transmisor para que les avisara si necesitaba algo.
Tevo y Teva… así dijeron llamarse cuando la llevaban nuevamente al hotel.
Finalmente, luego de lo que le parecieron inacabables horas consagradas a pruebas y testeos, tuvo su primera reunión con los que serían sus jefes.

En una no demasiado grande oficina, se encontró ante dos hombres maduros y sonrientes, metidos en trajes impecables de colores algo brillantes, seguramente hechos a medida.
-Siéntese, siéntese por favor, póngase cómoda- le dijo uno de ellos.
Etelvina así lo hizo, acomodándose lo mejor que pudo en la silla acolchada que le ofrecían. Ellos se sentaban en dos cómodos sillones, frente a ella, algo separados y totalmente envueltos en cordialidad. La habitación, por su sobriedad y tamaño, parecía haber sido hecha exclusivamente para ese tipo de conversaciones.
-Nosotros somos sus jefes inmediatos…-dijo uno
-En realidad todo su trabajo estará monitoreado por nuestros excelentes cerebros electrónicos…-continuó el otro
-Cerebros de primer nivel, debemos decirle…
-Pero siempre es bueno tener referencias humanas, personas a las que acudir…
-Nosotros estamos a sus órdenes…
Etelvina pareció vacilar ante la avalancha de frases. Luego pareció lanzarse hacia adelante, como cobrando impulso para lanzar una pregunta…
-¡Pregunte, pregunte!
-¿Qué es este lugar y qué tengo que hacer exactamente?-preguntó finalmente.
-¿Cómo explicarlo brevemente? –dijo uno de ellos, como para sí…- Veamos… Usted debe de estar al tanto de que nuestra Federación está en guerra constante con varios enemigos… algunos fuera, en sus fronteras –le recuerdo que la Federación es casi tan vasta como el Universo Conocido- y otros muchos dentro, en forma de rebeliones y movimientos armados… No son pocas las especies que valoran lo que la Federación hace por ellas, dándoles orden, paz, prosperidad, protección… Pero hay muchos, dentro y fuera de nuestras fronteras, humanos y no humanos, que inspirados en el Mal, y en los deseos y discursos más absurdos, luchan contra nuestro orden. Nosotros, que somos los Defensores del Orden y de la Democracia, Los Verdaderos y Auténticos Paladines del Bien, de la Justicia y de la Libertad, tenemos que soportar ataques y rebeldías por todas partes- dijo, sonando escandalizado por la injusticia que suponían estos “ataques y rebeldías”.
El hombre se había evidentemente entusiasmado con su discurso, tanto que apenas advirtió que Etelvina lo miraba con los ojos muy abiertos. En realidad, a ella la política le había sido totalmente indiferente, aunque había llegado a votar alguna vez hacía mucho tiempo, pero tenía que reconocer que el discurso era muy emotivo. El hombre continuó:
-Algunos confunden nuestros buenos deseos, nuestra bondad, nuestras buenas y sanas intenciones, con deseos de expansión, de adueñarnos de los recursos naturales ajenos y lo que es peor, nos acusan de colocar gobiernos títeres por las buenas o por las malas, de amañar elecciones, de pagar políticos corruptos para que nos beneficien, de perseguir y erradicar a todos los que se oponen a nuestros buenos deseos, de manejar a nuestra conveniencia los precios de todos los productos básicos y de monopolizar su comercio, de hacer la guerra solo para que la industria armamentística siempre esté trabajando… ¿Ve? Contra esas y muchas injusticias tenemos que luchar… ¡Y desde aquí luchamos, señora! Perdón, señorita, debí decir…
-¿Pero qué hacen aquí, exactamente?-intercaló ella.
-¡Tengo el orgullo de comunicarle que esta es una de las más importantes oficinas de la Agencia de Desinformación y Rumores de la Federación!
-¿Agencia de Desinformación?
-¡Claro! Aquí podrá utilizar ampliamente sus habilidades… sus innatas o adquiridas habilidades, esas que usted nos mostró en los “tests” y pruebas…
-No entiendo…
-Nuestro trabajo es Desinformar… que no es más ni menos que manejar la información de manera que le resulte conveniente a los intereses de la Federación, de nuestro gobierno.
-Ah…- Etelvina no estaba muy convencida de estar entendiendo algo.
-Es muy sencillo… Por ejemplo… Nuestras tropas nunca, pero nunca, matan civiles de ningún tipo en sus operativos… ¡Nunca! Ese tipo de acciones solo las realizan nuestros enemigos de turno… -Le hizo un guiño y le preguntó- ¿Entiende?
-Algo, algo sí…
-Nuestro trabajo –dijo con evidente orgullo- hace posible que naciones, planetas enteros, caigan bajo nuestra influencia, muchas veces sin ni siquiera disparar un arma… -respiró-Fabricamos y distribuimos rumores y mentiras a lo largo y a lo ancho de todo el Universo Conocido. Abrimos las puertas a nuestras tropas y a nuestros intereses en cualquier lugar donde nuestra benéfica influencia sea necesaria y mantenemos a raya a todos los que no nos ven con buenos ojos.
-Un trabajo hermoso…- dijo Etelvina deslumbrada; la luz finalmente la había iluminado.
-Y además pagamos muy, pero muy bien- agregó su jefe.
-¿Cuándo comienzo?- dijo Etelvina, entusiasta y decidida.
-Esteee… veo que está de un ánimo excelente, pero primero, antes de comenzar a trabajar, es indispensable que se capacite…
-¿Capacitarme?
-¡Claro! Usted es una valiosa herramienta pero tiene que afilarse más todavía… Recuerde que por más que nuestros cerebros electrónicos puedan brindarle toda la información necesaria para juzgar una situación, no está de más que usted conozca lo mejor posible cada escenario, cada circunstancia. Así funcionará mejor, ya lo verá… y lo disfrutará completamente -agregó condescendiente el hombre.
Y su compañero agregó –Verá que hay detalles, sutilezas propias de nuestro trabajo que hay que aprender a dominar, a utilizar…
-Pero usted tiene un gran futuro aquí- dijo el otro.
-Un gran, gran futuro…
Etelvina carraspeó como preparándose a hacer una pregunta…
-Hable, hable, pregunte, pregunte- la animaron ambos hombres, sonrisas y trajes, trajes y sonrisas.
-Es que desde antes de llegar hasta aquí tengo una pregunta que me ronda por la cabeza…
-Se la contestaremos si está a nuestro alcance contestarla- le dijo uno de ellos, firmemente.
-¿Por qué mostraron interés en mí cuando hay tantas pero tantas personas allí afuera que seguramente pueden hacer mejor que yo este trabajo?
Ambos sonrieron aliviados. Quizás pensaron que la pregunta sería otra. Finalmente comenzaron a hablar, siempre entre sonrisas…
-¡Amamos el talento natural!
-Lo amamos…
-Amamos su talento y usted es, pues, totalmente natural…
-Su talento es totalmente natural…
-Innato
-¡Genético!
-¡Una herencia genética espléndida!
-¡Magnífica!
-Obtenemos excelentes resultados con, bueno, “chismosas” naturales –dijo en un tono bajo uno de ellos. Quizás no quería ser escuchado; quizás no quería ofenderla.
-Inventoras, quiso decir –aclaró el otro-; personas que son capaces de inventar sucesos, de ver lo que no hay, de disimular con su preclara inteligencia su ignorancia sobre las motivaciones y vivencias ajenas, de inventar situaciones y resolverlas a su gusto, todo al mismo tiempo… ¡Inventar! ¡Crear!
-¡Esas son las palabras! ¡Invención! ¡Creación! Usted es excelente en eso y queremos que trabaje con nosotros.
-¡Y sin duda será una de las mejores!
Ella sonrió. La tarea parecía sencilla.

Y era sencilla, pero agotadora. La Federación, sus tropas de intervención, sus agentes, jamás mataban civiles ni hacían daño a estructuras civiles de ningún tipo. Eso estaba claro. Pero a alguien había que responsabilizar de todas estas acciones. Y el buscar responsables era algo que abarcaba desde achacarle esos delitos a organizaciones que sí existían hasta inventar otras que “se hicieran responsables” de todos esos hechos. Afortunadamente había una gama de indeseables que estaban disponibles para que les cargara cualquier acto terrorífico, real o inventado que fuera menester y necesario. Ella misma operaba toda una batería de responsables, reales o no, de cuánta barbaridad pudiera suceder o a ella se le pudiera ocurrir que podría suceder. Todo eso y tapar errores, cambiarle la etiqueta a los mismos, redireccionarlos hacia donde resultaran más benéficos a los intereses de la Federación… era algo agotador.
Etelvina además con el tiempo se hizo especialista en atacar personas y personalidades… Difamar, hablar mal, sugerir, inventar… eran cosas que a ella se le daban muy bien… ¡Era una artista en eso! ¡La mejor! Y en acciones de ese tipo llegó a ganar tres Medallas al Mérito. ¡Tan buena era!

Y con el tiempo y con los buenos resultados llegó a ganar mucho, pero muchísimo dinero. Para ese mundo, la Agencia era una más de las empresas comerciales que habían sentado su base allí. Fullty-9 era una encrucijada de rutas de comercio y también de información de un amplio sector del Universo y nadie hacía demasiadas preguntas, quizás para evitar hacer la pregunta inadecuada, por lo que podía gastar su dinero sin mayores problemas. ¡Y vaya que lo gastaba!
Ganaba tanto dinero que apenas sabía qué hacer con él. Había llegado donde ni en sus más locos sueños había soñado llegar. Tenía no solo un hermoso y muy amplio apartamento con una magnífica vista sobre la enorme ciudad turística de Tinti´ka y de donde podía ver las enormes montañas de Obres –donde  había magníficos sitios para el esparcimiento- sino también dos masajistas, tres amantes totalmente profesionales –dos hombres y una mujer- y algo indispensable, cuatro guardaespaldas que la guardaban de cualquier peligro, que se sumaban a la protección que le brindaba la Agencia.
Por si fuera poco, era muy respetada en su trabajo.

Fue Beneldo, uno de sus tres amantes y totalmente su favorito, un robusto plestoriano de cuatro brazos –cada uno de ellos con sus respectivas manos de gruesos y hermosos dedos- que le había dicho ya hacía cierto tiempo de tener una vía de escape.
Fue a consecuencia de algún comentario que a ella se le había escapado mientras disfrutaban de la intimidad. Pero le contestó que en su trabajo ya habían previsto esa posibilidad y que todo estaba arreglado para una posible evacuación.
-¡No!- le dijo Beneldo tiernamente –Siempre es mejor que tengas tus propios planes de escape, sin depender de nadie. Si a alguien le cayera mal la gente de tu trabajo, estaría al tanto también de sus planes de escape y actuaría en consecuencia.
Ella lo escuchó atentamente. ¡Era tan atento Beneldo! Él era por lejos el que más la complacía y escuchaba tan atenta y cariñosamente sus quejas que le encantaba contarle algunos detalles, cosas sin importancia, nada secreto por supuesto.
De manera que le pareció natural que el plestoriano adivinara el objeto de su trabajo. Quizás dejó traslucir un fugaz gesto de desagrado cuando ella le confirmó el lugar donde trabajaba, pero fue tan momentáneo que no pensó ni un segundo más en él. De todas maneras era bien consciente de que los plestorianos habían sido duramente castigados por la Federación y todavía se combatía contra los rebeldes en las selváticas montañas de su planeta. Fue un toque de alerta… pero Beneldo era tan dedicado y la hacía sentir tan bien que desechó cualquier sospecha y siguió conversando con él, sin llegar a ningún secreto como dije, con total comodidad.
Incluso intercambiaron opiniones sobre la invasión de la Federación a su planeta natal, Plestoria, sobre los sangrientos y lamentables episodios donde las tropas federales habían masacrado a incontables civiles, sobre la resistencia, sobre la implantación y el fortalecimiento de un gobierno totalmente dominado por los intereses federales… de todo eso hablaron, en una charla que comenzó tímidamente pero poco a poco se transformó en tema cotidiano. Él estaba muy enterado de la realidad de su planeta y de hecho fue huyendo de todas las calamidades que estaban sufriendo que había ido a parar a Fullty-9, ofreciendo sus servicios.
Afortunadamente la había encontrado y se sentía tan bien con ella que casi había olvidado las horribles circunstancias que lo habían hecho huir de su mundo.
Ella lo adoraban y si bien había descubierto algunas inconsistencias en sus relatos y obviamente sabía que él no era un amigo de la Federación, que al fin al cabo era para quien trabajaba ella, no veía mérito para profundizar la investigación o para hacerlo interrogar por los agentes de la Agencia…
Pero también alcanzó a vislumbrar la realidad que se escondía tras su trabajo y el trabajo de sus colegas. Se tomó el trabajo de investigar todo lo sucedido en Plestoria y habían realmente sucedido cosas horribles, en donde aparecía la mano no solo de las fuerzas armadas federales sino de la misma Agencia de Desinformación, por más que ella en esa época no trabajara todavía en ella.
Se puede llegar a pensar que en esos días cargaba con cierto conflicto en su conciencia, que no obstaculizaba su trabajo pero estaba allí, bajo la superficie, esperando aflorar, manifestarse, hacer algo…
Ya había organizado, siguiendo los consejos de su amante, toda una línea de salvamento –documentos nuevos, maquillaje morfológico adecuado, una rápida nave monoplaza para huir rápidamente del planeta hacia la estación de salto más próxima y mucho, muchísimo dinero- cuando éste la sorprendió con un pedido.
Mostrándose inusualmente cariñoso, le dijo que había tenido un sueño sobre ella y que no debía de ir a trabajar al día siguiente.
-¿Por qué? ¿Qué soñaste?
Beneldo le dijo muy serio que había soñado que al día siguiente todos morirían en su trabajo, todos, nadie escaparía.
-¡Quédate!- le pidió finalmente.
-Lamento que hayas tenido un sueño tan desagradable, pero no puedo quedarme. Hay, bueno, asuntos en marcha, ya sabes, y no puedo dejarlos pendientes.
Beneldo la miró y otra vez Etelvina vió el atisbo de un gesto inusual en su rostro, pero esta vez de cariño y quizás de pena.
A la mañana fue como todos los días a trabajar. Les pidió a sus guardaespaldas que permanecieran en los accesos del complejo de oficinas y preocupada, puso manos a la obra. Los servicios de desinformación estaban en plena campaña para desprestigiar a una fuerza revolucionaria que ya se había manifestado en doce planetas. Había que detenerlos… de cualquier forma.

El ataque sucedió tan de pronto que estaba realmente impresionada de cómo había reaccionado. Estaba tan concentrada en alterar una información que recientemente había llegado de Belin-5, donde los rebeldes estaban especialmente activos, que había olvidado totalmente la advertencia de Beneldo, desestimándola como algo dicho sin pensar, en un momento donde esas cosas podrían decirse. Pero cuando las explosiones comenzaron a sacudir el edificio y los disparos de armas de fuego y los sinuosos sonidos de las armas láser comenzaron a teñir de infierno su día, se dio cuenta de que su amante había tenido con ella un gesto amoroso, protector y absolutamente romántico.
Si no escapaba se sentiría doblemente estúpida. Rápidamente ejecutó sin pensar las instrucciones. Apretó el botón rojo de debajo de su escritorio por el cual la información de su terminal se destruía. Luego, el botón amarillo contiguo. Una alarma cortante y precisa comenzó a sonar. Si nadie destrababa este botón en diez minutos se destruiría la información de todo el complejo. A continuación tomó de un frasco un par de pastillas vigorizantes que tragó con algo de agua, tomó una pequeña mochila preparada para tal fin, un arma de su escritorio –por más que sabía que en la mochila ya había una- y corrió lo más rápidamente posible a la salida de emergencia más cercana. En todo eso no tardó más de un par de minutos.
Los disparos continuaban y cada tanto una nueva explosión parecía romper la monotonía. Se luchaba con intensidad allí. No tenía ni idea de cuántos agentes custodiaban el lugar, pero no eran pocos. Además, todos pernoctaban en el edificio, por lo que los atacantes entusiasmados quizás por un primer embate exitoso seguramente se encontrarían con una resistencia fuerte e inesperada.
Salió del edificio por una puerta secundaria y que al parecer no figuraba en los planes de nadie y comenzó a correr. Había adelgazado bastante –tenía que agradecerle sobre todo a sus amantes y masajistas, que se preocupaban por ella- pero a pesar de sus kilos de menos seguía estando en mala forma, sobre todo para la tarea que tenía ante sí: correr, correr y correr hasta su escondite.
Cuando sintió que el efecto de las píldoras estaba cediendo ante su jadeante cuerpo, se detuvo apenas para colocarse un aeroinyectable de los que usaba para estimularse totalmente cuando era necesario –muchas veces le era necesario-. No podía dejar de correr… no podía caer en manos de los atacantes.
Llegó al cobertizo donde estaba el aerocoche y encontró todo en orden. Rápidamente elevó la navecita poniendo rumbo a la estación espacial de salto.


Etelvina repartió abundantes sonrisas mientras servía a sus invitadas la segunda ronda de una exquisita torta de chocolate. Instaladas cómodamente en varios mullidos sillones, dispuestos de forma que su visión de la hermosa avenida a través del amplio ventanal fuera inmejorable, saboreaban el horneado casero y disfrutaban de un suave y aromado té, conjunción ideal para sus tareas de observación.
Un capricho en la arquitectura de la ciudad había dispuesto que una de sus más hermosas avenidas, luego de transcurrir por cientos de metros de ajetreado remolino de personas y todo tipo de negocios y entradas a viviendas de una hasta diez plantas, fuera dividida en dos por lo que parecía la quilla de un barco. Y allí, en esa privilegiada ubicación, como si fuera su mascarón de proa, estaba la casa de Etelvina…
Allí…

Se despertó sudando. Miró confundida a los lados. Nada de qué preocuparse excepto que algunos pasajeros la miraban curiosos. “Estaba soñando”, dijo para sí. “Sin duda que voy a extrañar esa casa y a mi vida anterior, pero ya no puedo regresar; no hay marcha atrás”.
¿No había marcha atrás? Cuando la reclutaron le dijeron que no había marcha atrás, que si lograba escapar de algo como lo que acababa de suceder tendría que tratar de huir al próximo sitio seguro, desde donde continuaría trabajando. Suspiró…
-Pues tengo ganas de comenzar una nueva vida. No hay nada que no pueda lograr… Tengo dinero, tengo habilidades… ¿Qué más necesito? Y siempre habrá alguien que pague buen dinero por lo que sé hacer-
Así pensaba cuando se durmió nuevamente.                                       

Nota del autor: Etelvina nunca llegó a su destino, el cuartel de la Agencia de Desinformación y Rumores del planeta Vinito y los servicios secretos de la Federación todavía ofrecen una recompensa a cualquiera que tenga información sobre su paradero. Todo parece indicar que fue capturada por los mismos que atacaron y aniquilaron completamente al personal del cuartel de la Agencia de Desinformación en Fullty-9 –ella fue el único cadáver que faltó- pero eso todavía está por confirmar.
                                                
                                             FIN



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