Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


sábado, 30 de diciembre de 2017

EL AROMA DE LA PAZ

Sabía lo que todos esperaban de mí, pero aún para un egresado de la Honorable Escuela Diplomática Forsiki –lo que era mi caso- y para alguien con mi bien ganada reputación, aquella misión presentaba dificultades difíciles de superar.
Creo que solo la vital importancia del acuerdo que mi misión diplomática ,que representaba a La Federación o lo que es decir lo mismo a La Humanidad toda, estaba tratando de sellar con esa tan distinta especie, una especie que habíamos encontrado en los lejanos bordes de lo conocido, hizo que me mantuviera calmado y racional.
Los Buborgos –así los llamábamos aunque la expresión exacta que nos brindaba el multitraductor era bastante más difícil de pronunciar- eran seres cuyas características morfológicas los hacían difíciles de describir. Su forma física era cambiante y siempre estaba desplazándose entre lo tubular y lo globular, en todas sus variantes, en un cuerpo no mucho más grande que un humano –si un humano fuera apenas más alto que ancho-. Dentro de todas esas apariencias que parecían diluirse para luego regresar en alguna de sus semiformas, los  pequeños túbulos que utilizaban para comunicarse aparecían y desaparecían según la ocasión.
Era su particular forma de comunicarse lo que había hecho que tantas misiones diplomáticas de La Federación hubieran fracasado. Incluso algunas de ellas casi tuvieron el efecto contrario del deseado, casi obteniendo la guerra cuando su misión era asegurar por lo menos la paz y la no agresión y yendo más allá, quizás hasta una alianza con esa cultura.
Los buborgos tenían una civilización extraña y particular, pero muy avanzada en algunos aspectos en donde La Federación aún tenía mucho que aprender. Por otro lado, se sabía que tenían acceso a materias primas muy valiosas e indispensables y poseían una industria de la que la humanidad agradecería beneficiarse.
Además no parecían especialmente agresivos, lo que no podía decirse de otra nueva especie con la que se había tenido contacto más recientemente. La agresividad de estos seres, con los que nos habíamos encontrado al otro extremo de donde habíamos hallado a los buborgos –o donde ellos nos habían hallado a nosotros-, era tal que la única opción para relacionarse con ellos podía llegar a ser la guerra… el exterminio o una derrota militar de tales proporciones que ya no nos vieran como posibles víctimas de ninguna maniobra.
No crean que a los mandos federales les asustaba la guerra, nada de eso, pero habían aprendido que con algunas especies resultaba más ventajoso negociar que guerrear y si era indispensable la guerra que por lo menos fuera con un enemigo a la vez, que ya bastantes problemas tenían con revoluciones, revueltas, piratas, contrainvasiones y otros líos por el estilo, que abundaban dentro de la misma Federación.
Un pacto de no agresión con los buborgos era fundamental para encarar esta nueva amenaza con tranquilidad y si además se lograba la apertura de relaciones comerciales e incluso la colaboración en la guerra que se preparaba sería algo fenomenal.
Pero se había obtenido todo lo contrario. Los embajadores –y su séquito- no soportaban las largas jornadas de negociación y al final terminaban ofendiendo más y más a los representantes buborgos.
Hasta que recurrieron a mí.
Aclaremos que si alguna vez estuve en el cuerpo de diplomáticos de La Federación, mis críticas a muchos de sus procedimientos habían finalmente sepultado mi carrera allí. Dentro de los servicios privados, trabajaba al mejor postor y no hubiera regresado a trabajar con La Federación si la causa hubiera sido menos desesperada y la recompensa monetaria casi exagerada. Solo tenía que hacer el trabajo… que no era fácil. Y les aseguro que en eso pensaba constantemente, en la fabulosa recompensa que me esperaba.
Los buborgos eran seres educados, formales y con buenas intenciones y todo eso hubiera bastado para llegar con éxito a un acuerdo si no fuera por su particular lenguaje, cómo nos afectaba y cómo los afectaba a ellos nuestra reacción ante su lenguaje.
 A nuestros oídos, a nuestro olfato e incluso en casos de énfasis “linguístico” hasta para nuestro sentido del gusto, su lenguaje era una colección sucesiva de flatulencias, pedos de todo calibre sonoro y olfativo, extremadamente ofensivos a cualquiera de los sentidos que estuvieran involucrados.
Pero como dije, la recompensa era la suficientemente fabulosa para soportar esas torturantes sesiones de negociación.
Así, flatulencia va y flatulencia viene y con el multitraductor trabajando a un apabullante ritmo fuimos dándole forma a un acuerdo que en verdad, sobrepasaba hasta mis propias expectativas. Seguramente sería considerado un héroe, pues no solo lograba la no agresión, sino un pacto comercial interesante y por si fuera poco la posibilidad de una alianza estratégica y militar, en donde se le daba especial énfasis a la posible amenaza de los nuevos vecinos interestelares descubiertos.
Más no podía pedir, teniendo en cuenta mis torturados sentidos.
Así que cuando una espesa y general flatulencia conmovió hasta el último molécula de aire de la habitación, amenazando quizás derribar alguna de las paredes, sino por su fuerza expansiva, por su penetrante y casi insoportable olor yo atiné, lloroso y casi sofocado, a espirar de alivio, pues lo que estaba sintiendo era sin duda era el penetrante y casi insoportable Aroma de la Paz. Había tenido éxito en mi misión.
Era uno de esos momentos en que  no sabía si reír o llorar aunque tenía claro que sería tomado como una gran descortesía, como una conducta sumamente agraviante, cualquier reacción negativa ante su idioma y más aun teniendo en cuenta lo que estaban expresando, que no eran sino sus manifestaciones de buena voluntad con la Federación.
Mis colaboradores y yo –les recuerdo que solo yo estaba presente en las negociaciones- previendo quizás la posibilidad de tener que utilizar su idioma, habíamos diseñado una estricta dieta que pretendíamos diera el adecuado ruido y olor, pero claro, nada como el idioma original para expresar lo que habría de expresarse.
Así que con gran delicadeza y regular timidez agradecí lo más efusivamente posible la feliz culminación de nuestras conversaciones y aunque mis pedos no sonaron –y seguramente no olieron- con la grandilocuencia que yo hubiera deseado, al parecer impresionaron a los embajadores alienígenas, que supongo más por gentileza que por otra cosa, me agasajaron con otra sarta de regocijados y sonoros saludos.

Tuve que recibir luego todo tipo de felicitaciones de la embajada buborga, una efusividad que me dejó casi sin aliento y temiendo entrar en colapso olfativo… Pero lo soporté. Esos seres me caían realmente bien, pero alguien –quizás yo mismo- tendría que hacerles entender en algún momento que su lenguaje era realmente una tortura para nosotros y nada disfrutable a nariz desnuda –y si vamos al caso tampoco a oídos descubiertos-.
Firmado el acuerdo, luego de un brindis lo más breve posible y deseándoles la mejor suerte a los próximos embajadores me escabullí lo más rápidamente  posible, buscando un espacio libre de lenguaje buborgo o similar, de ser posible un perfumado jardín, con rosas, claveles y ese tipo de flora.

Mientras caminaba pensaba en todas las artimañas que habían utilizado los anteriores embajadores de la Federación para tolerar el lenguaje buborgo… perfumarse la nariz constantemente –interpretado como algo sumamente agraviante por los buborgos-, usar máscaras –una brutal incitación a una guerra total y sin cuartel-, colocarse filtros dentro de las propias narinas –los que fueron descubiertos realizando ese truco no fueron ejecutados allí mismo por los buborgos solo por ser embajadores de un poder alienígena- y muchas cosas por el estilo que solo acumularon agravio tras agravio…
Solo yo resulté triunfante en la prueba. Me ayudó claramente mi mayor fuerza de voluntad, mi superior profesionalidad, tener muy claro que el objetivo era más importante que cualquiera de mis  flaquezas y vacilaciones y fundamentalmente –si, creo que fue un factor que ayudó bastante a mi éxito- el fuerte resfrío que había contraído accidentalmente dos días antes.                                          


                                         FIN

1 comentario:

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