Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


miércoles, 12 de diciembre de 2012

¡ESTÁS EQUIVOCADA!

ES UN CUENTO ALGO EXTRAÑO, CON IMPERFECCIONES –ALGUNAS APARENTES, OTRAS REALES- PERO NO DEL TODO DESAGRADABLE. UN CLARO EJEMPLO DE LO QUE A VECES SE SUELE HACER… PONER IDEAS “LOCAS” EN UN SEUDO-CONTEXTO DE CIENCIA FICCIÓN… ¡COMO AVISO Y LO HAGO EXPROFESO ME SALVO DE ESA CRÍTICA! DE TODAS MANERAS NO HAY QUE OLVIDAR QUE ESCRIBIR ES DIVERSIÓN O UNA DE LAS TANTAS FORMAS DE DIVERTIRSE QUE EXISTEN Y TAMBIÉN LEER… ASÍ QUE ESPERO SE DIVIERTAN LEYENDO ESTO.

                                                    ¡ESTÁS EQUIVOCADA!

Muchos de nosotros tenemos la errónea idea de que vivir en cualquier planeta alejado de la Vieja Tierra es totalmente diferente de la vida que hacemos ahora. Estamos equivocados. Claro que hay variaciones de gravedad, de composición atmosférica, de temperatura, en fin, de componentes vitales, que pueden hacer que la vida sea muy distinta, pero también podemos encontrarnos en un mundo con una gravedad muy parecida a la terrestre, con una atmósfera muy respirable y con un desarrollo de la cultura y economía humanas post-colonización que permita, entre otras cosas, los restaurantes y las cafeterías tal como los conocemos ahora, con la diferencia quizás de que no siempre se automatiza o se pretende automatizar todo, como ocurre ahora en la Vieja Tierra. Por esta razón tenemos grandes probabilidades de encontrar restaurantes atendidos por humanos o humanoides, y no por máquinas.
Aclaro esto porque Circon3 es un planeta de tales características y parte de esta historia se desarrolla en uno de los tantos restaurantes de Zirima, una de las más populosas ciudades de ese mundo.
Todo comienza con una chica, de apellido Birikini, que trabajaba allí.

Me es indispensable agregar que esta historia ha dado muchas vueltas por los mundos conocidos, generando hipótesis, búsquedas y persecuciones. Tantas vueltas ha dado que llegó a mis oídos y como tantas veces, cuento lo que me contaron.

Printi Birikini desde que se levantaba, temprano por la mañana, se sentía equivocada. Se sentía así mientras se duchaba, mientras se peinaba, mientras se vestía y mientras desayunaba. Quizás el peor momento de la mañana era cuando se miraba al espejo, antes de salir para su trabajo y sus ojos se encontraban con los de su reflejo y éste parecía decirle, desde lo insondable de esos ojos tan conocidos, tan suyos: “¡Estás equivocada!”. No se sentía menos equivocada mientras tomaba el deslizador colectivo para ir a su trabajo y ni siquiera cuando se ponía el uniforme –una sencilla y limpia túnica verde claro- y comenzaba a atender los clientes del restaurante donde trabajaba. A ella le gustaba sonreír –era algo que hacía con naturalidad- y también se movía grácilmente entre las mesas, de forma que tenía todo para que los clientes la quisieran y la vieran con simpatía, pero todos y cada uno que la miraba parecía decirle “¡Estás equivocada!”.
Eso al principio –me refiero a la convicción de que estaba equivocada- había sido duro de sobrellevar, pero finalmente había logrado convivir con esa sensación, sobre todo porque no había podido contestar la pregunta que nacía inmediata y forzosamente… Estaba equivocada, bien, lo aceptaba ya que todos, incluso ella, parecían decirlo… ¿Pero en qué? ¿En qué estaba equivocada?

Había entre sus clientes uno particularmente insidioso, odioso y que parecía tener extremadamente claro el que ella estuviera equivocada. Era un hombre de unos treinta años, aparentemente fuerte, relativamente atractivo, que siempre iba solo y a almorzar –nunca lo había visto por la mañana temprano y tampoco a la hora de la cena, ni lo había visto acompañado-. Desde que llegaba parecía decirle, a veces descaradamente, a veces tímidamente, con sus ojos castaños y profundos: “¡Estás equivocada!”.
Como por el resto de sus actitudes era muy cortés, igual que todos los demás clientes y por otro lado hasta le dejaba propina, el que le refregara por la cara que estaba equivocada era algo que podía, perfectamente echar a un lado, por lo que seguía con la relativa normalidad diaria propia de su trabajo.

Más llegó un día en que, mientras ella levantaba de la mesa todo lo utilizado para el finalizado almuerzo y observaba como sacaba dinero de su billetera para dejarle como propina, éste le preguntó si tendría la gentileza de aceptar beber un café juntos, cuando saliera de su trabajo y en otro lugar, claro. Ella lo miró… El tenía claramente estampada en toda su cara la expresión “¡Estás equivocada!” de todos sus clientes, pero algo dentro suyo le hizo aceptar la propuesta. Era un hombre que le parecía atractivo, era amable y aparte de la expresión “¡Estás equivocada!” era una persona que le caía bien, más que la mayoría.
Mientras terminaba su turno esa especie de sensación dentro de ella comenzó a moverse y a crecer, como una pequeña criatura… No veía ese aspecto de si misma como un cuerpo extraño, no como esas entelequias que aparecen en las historias de horror; solo parecía una parte de ella, una parte oculta de su conciencia, una porción renegada de su ser… Quizás, le dijo, el pueda aclarar porqué la sensación constante de que estaba equivocada y todos, a veces hasta ella, estaban convencidos totalmente de eso.
Se encontraron en un lugar no muy cercano, pues no quería que la viera ninguno de sus clientes –sería una pésima impresión que la descubrieran tomando café en otro lugar, sobre todo teniendo en cuenta que el café del restaurante donde trabajaba era excelente-. Comenzaron a conversar, a sonreír y ordenaron finalmente algo para cenar; pero ella realmente estaba algo distraída, algo distante se diría. No sabía en qué momento, ni cómo, le lanzaría al hombre que tenía frente a sí, la pregunta, tan sencilla y también tan importante para ella. “¿Por qué crees que estoy equivocada?”, le preguntaría. Esa era la pregunta, ni más ni menos, la pregunta que él debía contestar y la pregunta que esperaba aclarara en algo su turbulenta vida interior.
Esperaba el momento, pero le parecía que no habían logrado el clima intimista que le parecía necesario. Todo pareció facilitarse cuando, finalizada la cena, él la invitó a ir a su apartamento. En ese momento, a la vez que aceptaba, sonrió aliviada. ¡Pues que mejor momento para una pregunta íntima, aunque sencilla, que estar en la intimidad de un apartamento!
Así fue que luego de servirse y beber un par de copas de un sabroso coñac y de cruzar algunos besos de exploración, decidió preguntarle al hombre lo que en definitiva había venido a preguntar.
-¿Por qué estás tan seguro de que estoy equivocada?
Él la miró extrañado. Ni el alcohol que él había consumido ni el alcohol que ella había bebido le permitían procesar y responder adecuadamente esa pregunta. Ella pensó que no sería tan fácil arrancarle la respuesta. Besándolo, excitándolo, aturdiéndolo, lo ató a la cama… cuando estuvo así asegurado le preguntó nuevamente.
El le dijo que no sabía de qué hablaba. Ella estaba perdiendo poco a poco la paciencia… no era su naturaleza pero el coñac estaba soltando algo de ella que nunca antes había visto la libertad. Bebió más… y tomó el cuchillo más afilado que encontró en la cocina. No tenía intenciones de hacerle daño; fue más bien una experiencia vital, un acercamiento, un paso adelante, que por otro lado la hizo sentir bien… él allí, disponible y ella acercándose con su afilada hoja… Pero él gritó, asustado. En ella sucedió algo extraño, no se asustó… simplemente le colocó una firme mordaza.
Siguió bebiendo, comenzó a cortar y a cada rastro de sangre, a cada incisión, a cada grito reprimido, descubría en la mirada de su primera víctima algo, algo nuevo, algo único hasta ahora… “¡Ahora si”! parecía decirle… ¡Ahora sí has acertado! ¡Este es tu camino!

Meses después y con treinta víctimas más en su haber, víctimas que le confirmaron hasta el último aliento que ya no estaba más equivocada, decidió irse a otro mundo, pues la policía la buscaba desesperadamente. Algo había pasado además con Circon3; ya no era como antes… ya hacía un tiempo que le costaba encontrar humanos que le dijeran que estaba equivocada… ¡Pero ella sabía que seguían existiendo! ¡En alguna parte existían!

Sus esperanzas se vieron satisfechas cuando en el espaciopuerto de Veritas, otro planeta del sistema y su nuevo destino, la chica que le revisó el equipaje le dijo con sus ojos “¡Estás equivocada!”… igual que el hombre de la izquierda y la señora de la derecha y el chico que la miró cuando iba saliendo del edificio… ¡E incluso el taxista!
Pero ahora estaba tranquila. No era la misma. Ahora sabía, estaba segura, convencida, de que no estaba equivocada y no solo eso… ¡Estaba contenta! Solo tenía que demostrarles a los habitantes de ese mundo que ella ya no estaba equivocada…
Comenzó por el taxista.

                                                                         FIN



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