“¿Cuál
es la fuerza suprema que cohesiona todo? ¿Cuál es el motor que
mueve el Universo? ¿Por qué, teniendo las respuestas al alcance de
nuestras manos, parecen a la vez tan lejanas?”
Fragmento de un cuaderno de
anotaciones de
Tilburo Eske.
Tilburo,
preclaro magiquímico, está en coma. Lo encontraron sumido en tan
profunda meditación que no lograron despertarlo, por lo que cuando
sus colegas pensaron que tenía que alimentarse fue conducido a un
lugar apropiado y conectado a instrumentos, artificios y dispositivos
que lo alimentaban y preservaban su salud.
Ylarinda
estaba cansada de llorar. Lo hacía por horas. Cuando no lloraba le
hablaba. Así, día tras día.
Custodiaba
así a Tilburo, que era su maestro, amigo, camarada y amor secreto,
que cubierto de cables, sensores y tubos seguía buceando en el
absurdo océano de teorías, conceptos y significados donde, al
parecer, había decidido adentrarse cuanto pudiera o quizás hasta
encontrar lo que buscaba ¿Y qué buscaba? Ylarinda sabía lo que
Tilburo buscaba… claro que era un saber tan íntimo y tan claro,
tan decisivamente suyo que no era conciente de ese conocimiento. Solo
le hablaba.
Tilburo
no era para nada una persona común y corriente. Maestro durante años
en una de las más renombradas escuelas de tecnología mágica, había
hurgado hasta el cansancio en libros y pergaminos, en busca de las
respuestas que necesitaba. Día tras día, desde la mañana hasta la
noche, se sentía envuelto en un misterio, y día tras día, al
despertarse, se sentía sorprendido por la vida. El hombre, desde sus
albores, había combatido contra estas incertidumbres, contra estas
dudas, racionalizando, interpretando, mistificando, lo que
simplemente “era”. Desde que tuvo conciencia de su entorno había
buscado explicaciones a todo lo que sucedía alrededor y milenios
después, a pesar de todos los avances y progresos, todavía existían
preguntas por responder y puertas para abrir. Quizás para los
ciudadanos comunes todo estuviera resuelto, el mundo funcionaba igual
con tantas incertidumbres y preguntas y dudas… pero para él, que
había dedicado gran parte de su vida a vincular lo inexplicable con
lo racional, lo mágico con lo científicamente aceptado, para él,
los terrenos difusos y vagos eran inaceptables y cada vez que su
corazón latía sentía que era partícipe involuntario de esa
inacabable lista de no-saberes, de preguntas sin respuesta… y a él
no le gustaban las incertidumbres. Hubiera sido matemático si esta
ciencia hubiera estado más avanzada y hubiera logrado interpretar
todo lo que era necesario. Estaba seguro que existía un lenguaje
universal, quizás una matemática más avanzada que la actual y que
algún día habría de descubrirse, un lenguaje que todas las
especies entendieran, y que trascendiera el comer y ser comido. Pero
ahora tenía cosas más importantes que lo preocupaban, cosas que
llevaba investigando desde hacía años y no lograba, por culpa de
ese mundo que lo rodeaba, discernir totalmente. Dentro de su genial
desquicio sabía que la clave estaba en descubrir el “motor” del
Universo, la fuerza suprema que cohesiona todo. Así fue que se
sumergió en ese todo, en esa engañosa entropía –pues para el era
todo menos desorden- a buscar, a explorar, esgrimiendo su espada de
argumentos demostrables, su lanza de teoremas improbables pero
ciertos y un escudo de axiomas tan potentes que desviaba toda flecha
o duda que fuera lanzada por los defensores de ese extraño lugar.
Buscó y buscó.
Cuando
ella no lloraba, solo hablaba y así día tras día. Hablaba de su
niñez, de su adolescencia, de los planetas que había conocido, de
sus mascotas, pero sobre todo le hablaba del amor que sentía por él,
pues ¿qué mejor oportunidad para decirle lo que sentía que ahora,
que no podía escucharla? Era difícil no sentir admiración por
Tilburo. En muchas personas provocaba esa reacción. Pero hasta donde
sabía nadie lo amaba, excepto ella y nunca se lo diría obviamente.
A veces se reía y pensaba que si supiera la forma de escribir
matemáticamente una declaración de amor seguro él la entendería.
Igual, para contener lo que sentía por él, tendría que ser una
ecuación infinita, algo inentendible. Incluso comenzó a escribirla.
Inventaría signos, descubriría las relaciones, sopesaría las
implicancias de un infinitésimo más o menos… eso haría. Hasta
llegó a disfrutar de hablarle de su amor y de las cosas que podrían
hacer juntos, de viajar juntos, vivir juntos, dormir y desayunar
juntos. No se animaba a mencionar un hijo, aunque fuera adoptado,
porque todo tenía un límite y no quería asustarlo definitivamente.
¡Cuánto lo amaba! ¡Parecía que a cada minuto, hora y día que
pasaba lo amaba más y más!
Tilburo
seguía avanzando, peligrosamente, alejándose de lo conocido. Cada
vez se hacía más extraña su travesía. Pero nunca tuvo frío, ni
miedo, ni siquiera ansiedad. Esa rara sensación fue lo que le hizo
detenerse. Se sentó a descansar, pues luego de tanto andar una duda
comenzó a crecer dentro de su brillante motivo ¿Iba en la dirección
correcta? ¿Hacia dónde debía dirigirse? ¿Acaso estoy caminando en
círculos? ¿O estoy buscándola en el lugar equivocado? ¿No enseñan
los sabios acaso que lo que pasa abajo es el reflejo de lo que pasa
arriba? Fue en ese preciso momento que escuchó una voz ¡Y muy
familiar! ¡Una voz que recién discernía pero que desde el comienzo
de su viaje había estado con él! ¡Y le hablaba de amor! ¿De quién
era?
¡Ylarinda!
¿Cómo era posible que su voz llegara hasta allí? ¡Llenaba su
entorno, dándole frescura a su desesperación, iluminando los
rincones oscuros de su conocimiento! ¡Esa voz fue reveladora!
Dicho
esto despertó ¡Tengo la respuesta!- dijo. A su lado estaba
Ylarinda. La miró detenidamente. ¡Era definitivamente el ser humano
más hermoso de todo el universo conocido! ¡Y le había dicho que le
amaba!
-¿Tienes
la respuesta? – le preguntó ella en ese momento.
-¡La
tengo! ¡Ya sé cuál es el motor que mueve todo el universo! ¡El
poder que todo lo cohesiona! ¡Lo que en definitiva mueve los
planetas y los soles! ¡Y lo que se extiende sin fin hasta lo
desconocido!
-¿Qué
es, Tilburo?- le preguntó ella, intrigada y también preocupada por
ese despliegue de entusiasmo luego de tanto tiempo de extraño
descanso.
-¡Es
el Amor!
-¿El
Amor? ¿Estás seguro?
-¡Estoy
muy seguro! ¿Tú me amas Ylarinda?
-Yo…
¿Amarte?
Tilburo
la contemplaba en una completa calma, como si toda la euforia de
momentos antes se hubiera desvanecido en el aire.
Ella
agachó su mirada y le dijo –Si, te amo… Siempre te he amado
Tilburo- y lo miró resignada, quizás esperando su desaprobación.
-Yo
también creo que te amo… no sé si desde siempre pero no entiendo
como no pude darme cuenta antes.
Tilburo
tomó una mano de la sorprendida Ylarinda y la besó con ternura.
-Y
contigo tendré todas mis respuestas- le dijo.
FIN
Sin duda, un cuento como para mí, en este momento. Precioso mi querido amigo, como siempre.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado!!!! Realmente!!! Un abrazoooo!!!!
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