Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


jueves, 15 de noviembre de 2012

EL DESCUBRIMIENTO


¿Cuál es la fuerza suprema que cohesiona todo? ¿Cuál es el motor que mueve el Universo? ¿Por qué, teniendo las respuestas al alcance de nuestras manos, parecen a la vez tan lejanas?”
Fragmento de un cuaderno de anotaciones de
Tilburo Eske.

Tilburo, preclaro magiquímico, está en coma. Lo encontraron sumido en tan profunda meditación que no lograron despertarlo, por lo que cuando sus colegas pensaron que tenía que alimentarse fue conducido a un lugar apropiado y conectado a instrumentos, artificios y dispositivos que lo alimentaban y preservaban su salud.
Ylarinda estaba cansada de llorar. Lo hacía por horas. Cuando no lloraba le hablaba. Así, día tras día.
Custodiaba así a Tilburo, que era su maestro, amigo, camarada y amor secreto, que cubierto de cables, sensores y tubos seguía buceando en el absurdo océano de teorías, conceptos y significados donde, al parecer, había decidido adentrarse cuanto pudiera o quizás hasta encontrar lo que buscaba ¿Y qué buscaba? Ylarinda sabía lo que Tilburo buscaba… claro que era un saber tan íntimo y tan claro, tan decisivamente suyo que no era conciente de ese conocimiento. Solo le hablaba.
Tilburo no era para nada una persona común y corriente. Maestro durante años en una de las más renombradas escuelas de tecnología mágica, había hurgado hasta el cansancio en libros y pergaminos, en busca de las respuestas que necesitaba. Día tras día, desde la mañana hasta la noche, se sentía envuelto en un misterio, y día tras día, al despertarse, se sentía sorprendido por la vida. El hombre, desde sus albores, había combatido contra estas incertidumbres, contra estas dudas, racionalizando, interpretando, mistificando, lo que simplemente “era”. Desde que tuvo conciencia de su entorno había buscado explicaciones a todo lo que sucedía alrededor y milenios después, a pesar de todos los avances y progresos, todavía existían preguntas por responder y puertas para abrir. Quizás para los ciudadanos comunes todo estuviera resuelto, el mundo funcionaba igual con tantas incertidumbres y preguntas y dudas… pero para él, que había dedicado gran parte de su vida a vincular lo inexplicable con lo racional, lo mágico con lo científicamente aceptado, para él, los terrenos difusos y vagos eran inaceptables y cada vez que su corazón latía sentía que era partícipe involuntario de esa inacabable lista de no-saberes, de preguntas sin respuesta… y a él no le gustaban las incertidumbres. Hubiera sido matemático si esta ciencia hubiera estado más avanzada y hubiera logrado interpretar todo lo que era necesario. Estaba seguro que existía un lenguaje universal, quizás una matemática más avanzada que la actual y que algún día habría de descubrirse, un lenguaje que todas las especies entendieran, y que trascendiera el comer y ser comido. Pero ahora tenía cosas más importantes que lo preocupaban, cosas que llevaba investigando desde hacía años y no lograba, por culpa de ese mundo que lo rodeaba, discernir totalmente. Dentro de su genial desquicio sabía que la clave estaba en descubrir el “motor” del Universo, la fuerza suprema que cohesiona todo. Así fue que se sumergió en ese todo, en esa engañosa entropía –pues para el era todo menos desorden- a buscar, a explorar, esgrimiendo su espada de argumentos demostrables, su lanza de teoremas improbables pero ciertos y un escudo de axiomas tan potentes que desviaba toda flecha o duda que fuera lanzada por los defensores de ese extraño lugar. Buscó y buscó.

Cuando ella no lloraba, solo hablaba y así día tras día. Hablaba de su niñez, de su adolescencia, de los planetas que había conocido, de sus mascotas, pero sobre todo le hablaba del amor que sentía por él, pues ¿qué mejor oportunidad para decirle lo que sentía que ahora, que no podía escucharla? Era difícil no sentir admiración por Tilburo. En muchas personas provocaba esa reacción. Pero hasta donde sabía nadie lo amaba, excepto ella y nunca se lo diría obviamente. A veces se reía y pensaba que si supiera la forma de escribir matemáticamente una declaración de amor seguro él la entendería. Igual, para contener lo que sentía por él, tendría que ser una ecuación infinita, algo inentendible. Incluso comenzó a escribirla. Inventaría signos, descubriría las relaciones, sopesaría las implicancias de un infinitésimo más o menos… eso haría. Hasta llegó a disfrutar de hablarle de su amor y de las cosas que podrían hacer juntos, de viajar juntos, vivir juntos, dormir y desayunar juntos. No se animaba a mencionar un hijo, aunque fuera adoptado, porque todo tenía un límite y no quería asustarlo definitivamente. ¡Cuánto lo amaba! ¡Parecía que a cada minuto, hora y día que pasaba lo amaba más y más!

Tilburo seguía avanzando, peligrosamente, alejándose de lo conocido. Cada vez se hacía más extraña su travesía. Pero nunca tuvo frío, ni miedo, ni siquiera ansiedad. Esa rara sensación fue lo que le hizo detenerse. Se sentó a descansar, pues luego de tanto andar una duda comenzó a crecer dentro de su brillante motivo ¿Iba en la dirección correcta? ¿Hacia dónde debía dirigirse? ¿Acaso estoy caminando en círculos? ¿O estoy buscándola en el lugar equivocado? ¿No enseñan los sabios acaso que lo que pasa abajo es el reflejo de lo que pasa arriba? Fue en ese preciso momento que escuchó una voz ¡Y muy familiar! ¡Una voz que recién discernía pero que desde el comienzo de su viaje había estado con él! ¡Y le hablaba de amor! ¿De quién era?
¡Ylarinda! ¿Cómo era posible que su voz llegara hasta allí? ¡Llenaba su entorno, dándole frescura a su desesperación, iluminando los rincones oscuros de su conocimiento! ¡Esa voz fue reveladora!
Dicho esto despertó ¡Tengo la respuesta!- dijo. A su lado estaba Ylarinda. La miró detenidamente. ¡Era definitivamente el ser humano más hermoso de todo el universo conocido! ¡Y le había dicho que le amaba!
-¿Tienes la respuesta? – le preguntó ella en ese momento.
-¡La tengo! ¡Ya sé cuál es el motor que mueve todo el universo! ¡El poder que todo lo cohesiona! ¡Lo que en definitiva mueve los planetas y los soles! ¡Y lo que se extiende sin fin hasta lo desconocido!
-¿Qué es, Tilburo?- le preguntó ella, intrigada y también preocupada por ese despliegue de entusiasmo luego de tanto tiempo de extraño descanso.
-¡Es el Amor!
-¿El Amor? ¿Estás seguro?
-¡Estoy muy seguro! ¿Tú me amas Ylarinda?
-Yo… ¿Amarte?
Tilburo la contemplaba en una completa calma, como si toda la euforia de momentos antes se hubiera desvanecido en el aire.
Ella agachó su mirada y le dijo –Si, te amo… Siempre te he amado Tilburo- y lo miró resignada, quizás esperando su desaprobación.
-Yo también creo que te amo… no sé si desde siempre pero no entiendo como no pude darme cuenta antes.
Tilburo tomó una mano de la sorprendida Ylarinda y la besó con ternura.
-Y contigo tendré todas mis respuestas- le dijo.
                                                       FIN


2 comentarios:

  1. Sin duda, un cuento como para mí, en este momento. Precioso mi querido amigo, como siempre.

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    1. Me alegro que te haya gustado!!!! Realmente!!! Un abrazoooo!!!!

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