Esta es la versión “transformada”…
No es una transformación radical… pero ya podría encasillarse dentro de la
ciencia ficción…
LOS OJOS DE ELLA –Segunda versión
A
pesar de los duros momentos de inestabilidad emocional, de difícil adaptación,
de intensa y oculta cólera y en contra de todos los alarmantes pronósticos que
me hizo mi último psiquiatra, creo que por fin he logrado la felicidad.
Yo
la amo. Amo sus muslos, sus pantorrillas, sus pies, su vulva, su ombligo, su trasero,
sus senos, su cuello, su boca, sus orejas, su pelo, sus ojos… Amo sus ojos.
Muchas cosas me atrajeron cuando la conocí, pero sus ojos fueron la manzanita
que nos condenó. Sin sus ojos yo no podría vivir ni dos días. Suerte que los
tengo cerca, allí, en el tercer estante, entre su pie derecho y sus orejas,
bien al alcance de las manos ¿Ves? Hay un rótulo debajo del recipiente de
cristal, en la estantería ¿Lo encontraste? Ahí dice claramente “OJOS DE ELLA”.
¡Siento
tanto placer en tenerla siempre junto a mí, a toda hora, en invierno o en
verano, en hermosos días soleados o cuando el viento y la lluvia hacen apreciar
más la intimidad del hogar! Nada de lo que suceda afuera me importa mucho de
todos modos, pues la tengo siempre a mi lado, mirándome ¡Sí! ¡Mirándome! ¡Con
sus ojos bellos!
¡Me
siento tan culpable! Sé que seré castigado si mis superiores se enteran… Más
que eso… ¡Quedarían horrorizados! En mi larga preparación para las tareas de
espionaje que luego realizaría en este planeta, dentro de una inmensa lista de
cosas que debería evitar hacer, quizás la principal era nunca compadecerse de
estas criaturas y menos aún encariñarse o –algo impensable- llegar a amar a
una.
La
principal razón –y la más obvia- era que si las negociaciones que en algún momento
comenzarían entre nuestras especies no eran lo suficientemente ventajosas o
fracasaban por cualquier motivo, tendríamos que exterminarlos para quedarnos
con su mundo.
En
ese momento no entendía cómo uno de los nuestros podría llegar a amar a un humano.
Es que por si su horrible aspecto físico no fuera suficiente, eran criaturas que
vivían rodeadas de contradicciones e incoherencias.
La
contaminación planetaria era evidente e indiscutible y todos los humanos
–incluidos los dirigentes- estaban enterados en mayor o menor medida de sus
terribles consecuencias, pero una gran mayoría de la población se desentendía
totalmente del problema ¡Como si éste no existiera! Me daban ganas de pararme a
gritar “¡No seáis estúpidos! ¡Estáis arruinando vuestro planeta!”… Estuve a
punto de hacerlo, hasta que me di cuenta de que sabían perfectamente que estaban
arruinando el planeta, “su” planeta… Solo que preferían no hacer nada, seguir
así, dejando que algún otro solucionara el problema o que no se solucionara en absoluto.
Pero
esta indiferencia hacia la destrucción global no era su única peculiaridad. Otra
característica que los define es que viven en un estado de guerra constante…
¡Sí! ¡Guerra, matanza de semejantes! Ni siquiera es algo reglamentado, en donde
guerreros se enfrentan a guerreros… ¡Por supuesto que no! ¡No sería en absoluto
“su” forma de hacer las cosas! En esas guerras mueren combatientes y no
combatientes por igual y está totalmente aceptado… En este planeta siempre hay
dos, tres, cuatro guerras en curso… más una larga lista de pequeños conflictos
que dejan humanos muertos a diario… ¡Es de no creer!
Pero
por si fuera poco matarse entre sí sin ningún pudor, a esa tarea dedican
recursos gigantescos, cuando hay humanos que también mueren de hambre y sed a
diario… ¿No lo creen? ¡Pues creánlo! No solo en las zonas donde la guerra hace
destrozos sino también en otros muchos lugares, hay humanos que no disponen del
mínimo sustento alimenticio o de algo tan importante para ellos como es el agua
para beber… Así que imagínense lo que sucede con las enfermedades… Ellas
también matan sin control.
¡Que
planeta extraño! ¡Qué especie extraña!
No
negaré que hay bondad en muchos humanos… pero ésta no tiene la fuerza
suficiente para cambiar lo que ha de cambiarse.
Todo
esto me ha llevado a pensar que quizás lo mejor sea eliminarlos, desterrarlos
de este mundo… si es que aún queda algo para cuando eso suceda.
Mi
trabajo en este planeta consistía en investigarlos,
conocerlos, saber cómo sienten y por qué actúan de la forma en que lo hacen.
Les diré que no es la tarea más sencilla de realizar… ¿Entenderlos? ¿Saber por
qué hacen lo que hacen? ¡Menudo desafío!
En
cuanto a lo que sucedió luego, no me declaro totalmente responsable y en mi
defensa diré que el cambio fue progresivo y casi inconsciente y que fueron las
circunstancias externas las que me llevaron por ese camino.
Supongo
que todo comenzó porque en la Oficina de Espionaje –que en este caso depende
del Ministerio de Investigaciones Exteriores- hubo recortes de gastos o
actualización de información o algunas innovaciones burocráticas –nuestra
especie siempre está buscando mejorar en ese aspecto- y se perdió mi ficha de
trabajo, en la que estaban todos los datos actualizados de mi misión,
incluyendo mi ubicación actual… ¡Difícil de creer, pero podría ser cierto!
Perdí el contacto con mis superiores, con mis guías, y quedé librado a mis
propios recursos… en esta forma corporal terrestre.
Con
el tiempo supongo que comencé a acostumbrarme a este cuerpo y también a “sus”
cuerpos… Dejaron de parecerme tan feos y diría que poco a poco, lentamente,
comencé a verles algún atractivo.
Quizás
con eso tuvo que ver que mi provisión de represores se estuviera acabando –todo
culpa de que se hubieran olvidado de mí-.
Los
primeros que se terminaron fueron unos hormonales, vinculados al deseo sexual.
Siendo macho, vi al principio con escándalo que comenzaron a atraerme las
hembras humanas… ¡Y había muchas! Demasiadas quizás… Lo peor es que comenzaron
a gustarme… y terminé disfrutando al observarlas, aunque todos mis intentos de
interrelación, de acercamiento, fueron un fracaso.
A
medida que los otros represores se iban terminando, pensaba más y más en las
razones que tenían mis congéneres para dejarme solo y sin ninguna comunicación.
Sabía que mi misión no era la más relevante del planeta, pero no entendía por
qué me habían dejado solo ¿Y si se marcharon? ¿Si habían suspendido el proyecto
y se habían ido sin avisar? Pensar que me hubieran descartado como una
herramienta sin ninguna importancia no era un pensamiento agradable y si me
estaban castigando me hubiera gustado por lo menos saber el motivo.
Todos
estos sucesos y preocupaciones dieron lugar a sentimientos muy humanos o por lo
menos eso me dijo un médico de la mente, un psiquiatra –como le llaman ellos-
al que fui para ver si podía curar esa incómoda sensación que sentía
–“angustia” me dijo el médico que podría llamarla-. Es que eran demasiadas
cosas ocurriendo a la vez y sobre ninguna de ellas tenía yo ningún control.
Pero
la vida seguía, así es. No solo seguía haciendo constantes progresos en
asimilar su cultura, su civilización, leyendo mucho, informándome con la televisión
o por medios parecidos, todas actividades que lograban distraerme de mi
particular situación, sino que además continuaba con mis intentos de conseguir
una mujer para mí, una pareja, como le llamaban. Sentía que no estaba bien
visto vivir solo, por más que el psiquiatra me advirtió de que me estaba
preocupando demasiado por eso, obsesionándome quizás y en mi última visita
hasta fue más allá, mencionando un estado mental llamado “locura” como posible
consecuencia de todo lo que me estaba sucediendo, un estado que podría
manifestarse en comportamientos que, según él, no me ayudarían en nada a tener
una vida normal, la vida que yo deseaba.
Yo
reconocía estar un poquitín obsesionado, pero por otro lado todo lo que me
rodeaba, ya fueran conversaciones, productos televisivos, todo, parecía decir
que vivir con otro humano era una experiencia enriquecedora, hermosa y por el
bien de la especie, inevitable. Era obvio que conocer a alguien así, alguien
con quien compartir mi vida no sería sencillo, pero estaba convencido de que en
algún momento conocería a la mujer apropiada.
Y
aunque tardó un poco, así fue.
¡Ella
lucía tan diferente! Tan hermosa, tan comprensiva, tan no sé qué. No me canso
de decirle que la amo, se lo digo diez, veinte, treinta veces por día y una vez
estuve seis horas seguidas diciéndole
“TE AMO, TE AMO, TE AMO ...”. Esa vez casi se me acalambra la lengua,
por lo que ahora soy más moderado.
¡Qué
contento me siento! Ya no estoy solo. Por meses salí a fiestas, al cine, al
teatro, siempre tratando de encontrar una humana a la que yo le agradara...
infructuosamente. ¡Ahora sí! ¡Me resulta difícil de creer tanta felicidad!
¡Y
si supieran cómo la conocí! Simplemente caminando por una avenida una hermosa
tarde de otoño; iba a pasar junto a mí, la miré, creo que me miró y bueno, aquí
estamos, viviendo juntos...
Sé
que algún día mis supervisores me encontrarán y no les hará felices mi
situación actual… pero no me siento culpable por estar viviendo con un humano.
¡No tendrían que haberme dejado tan solo!
FIN
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