Un relato que NO es de ciencia
ficción ni fantasía, que puse aquí con el único propósito de que arranquen las
lecturas con una sonrisa. “La Mamá Atleta” forma parte de una veintena de
relatos que escribí para niños y preadolescentes… que hacen sonreír a grandes
también.
Me
cuesta mucho levantarme temprano, lo que muchas veces me ha significado no
hacer todas las cosas que me gusta hacer por la mañana, antes de ir a trabajar.
Me gusta bañarme, afeitarme si mi barba está crecida –me afeito una vez cada
dos días-, tomar tranquilamente mi café con leche mientras leo las noticias en
internet, revisar mis correos electrónicos y saludar a los que cumplen años en
mi red social… todo eso. Claro que si me levanto tarde es imposible cumplir con
todo y cuando eso sucede mi día, ya desde el comienzo, nunca es bueno.
Había
pensado en varias soluciones, tales como tener varios despertadores –que tiene
el inconveniente de despertarme no solo a mí sino a todo el edificio-, o
contratar el despertador telefónico –pero no me gusta el tono de voz que
tiene-, o dormir bien incómodo –sentado en un sillón o sobre el piso, sin
colchón- de forma de despertarme cada poco rato y así lograr levantarme a la
hora que deseara –cosa que tenía el inconveniente de pasar luego el día entero
bostezando y con un sueño imparable-.
Tenía
que encontrar una solución y había algo que me daba cierta esperanza. Todos los
días, a las seis de la mañana, un ratito después de la hora que comenzaba a
sonar mi despertador, sentía que la puerta del apartamento contiguo se abría y
cerraba. Creía que si lograba que esa persona golpeara mi puerta todas las
mañanas y a esa hora, no solo estaría seguro de despertarme, sino también que
para retribuir la gentileza –me daría mucha vergüenza no levantarme- me
levantaría inmediatamente.
Así
que decidí hablar con esa persona que salía tan temprano. Un día puse antes el
despertador y cuando salió yo estaba esperándola. Era una señora bastante
joven, de nombre Claudia y estaba vestida como para correr. La saludé, le dije
que éramos vecinos, que perdonara el atrevimiento pero que tenía problemas para
levantarme temprano, si tendría la amabilidad de golpearme la puerta todas las
mañanas. Me dijo que no había ningún inconveniente, que salía a correr
diariamente y que no le costaba nada golpear mi puerta. Le di las gracias y a
partir de ese día, me despertó todas las mañanas.
Yo
estaba muy contento y además pensaba que una persona que sale a correr todos
los días tan temprano era realmente una persona admirable. Así que cuando, días
después, la encontré en el supermercado haciendo unas compras, además de darle
las gracias le expresé mi admiración.
-¡Oh,
no es nada! ¡No se preocupe, no me molesta en absoluto!- me dijo –Hago dos
horas de ejercicios diariamente…- terminó diciendo.
-¡Pero
usted es un modelo a seguir por todos!- le dije asombrado
-En
realidad lo hago porque no tengo otra salida- me dijo.
Pensé
que quizás había dicho algo impropio; quizás estaba enferma y necesitaba hacer
ejercicio… quedé preocupado.
-Lo
siento, no sabía que lo hacía por obligación- le dije.
-No,
no se disculpe… Es por mi hija ¿Sabe?- me dijo bajando la voz.
-¿Su
hija?
-Si,
Elenita… -y continuó con tono cómplice- A ella no le gusta bañarse. ¡Si fuera
por ella no se bañaría nunca!
-¿Y?
-¡Qué
corre muy rápido! ¡Es una niña muy ágil, sumamente ágil! Así que estoy obligada
a entrenarme para cazarla cada vez que le toca baño…
-¡Aaaah!-
dije
-Eso
que me hicieron expresamente una de esas… ¿Conoce los “calderines” o “medios
mundos” que se usan para pescar y también para cazar mariposas?
-Si
claro…
-Bueno,
me hicieron uno del tamaño de Elenita… Pero igual… ¡Tengo que correr a la par
que ella! ¡Y saltar!
-¿Y
no ha probado, digamos, encerrarla en el apartamento?
Sonrió
–Una cosa es tenerla en un espacio cerrado y otra muy distinta es agarrarla.
Por eso no solo corro sino hago todo tipo de gimnasia… incluso clases de judo,
que le digo me están dando mucho resultado.
A
esa altura de la conversación todo parecía poco real. Me imaginé a la amable
señora que tenía enfrente, la misma buena vecina que me despertaba todas las
mañanas, aplicándole una llave de judo a Elenita para llevarla casi en el aire
hasta la ducha.
-¿Y
no ha probado otros métodos? ¿No será algún problema psicológico que tiene su
hija?
-¡Claro
que sí! ¡Pero no siempre la puedo atrapar para llevarla al psicólogo!
Algunos
días después, también en el supermercado de la esquina, conocí a Elenita. Era
un niña muy hermosa, de unos diez años y aparentemente muy dulce. Pero sabía
que bajo esa apariencia inocente se escondía una escurridiza niña que le tenía
terror al agua con jabón… ¡Y que era capaz de correr hasta caer rendida antes
de bañarse!
FIN
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