En
la cabina de reuniones de la nave, ante el enorme ventanal por el que se veía
una fracción de lo que parecía ser un gigantesco artefacto espacial, los siete miembros
del Consejo Gobernante del Syrene, nave-mundo de colonización terrestre,
mostraban semblantes sombríos. Frustración, pesar e incredulidad era lo que se
veía en sus rostros.
-Tres
de nuestros mejores tripulantes han muerto en esa cámara- dijo la consejera
Rumisu Itba.
-Y
el mensaje no deja de emitirse- dijo otro
-¡Es
una burla! ¡Destruyamos todo! ¡Enviemos a nuestros técnicos a desmontar el
artefacto pieza por pieza!-dijo alguien más en subido tono.
-¡Cortemos
todo en pedacitos y reutilicemos el metal- opinó otro…
Así
hablaban hasta que dijo nuevamente Rumisu, pensativa -Evidentemente el
artefacto se averió o…
-Es
seguro que se averió-interrumpió alguien
Rumisu
continuó –… o no se averió y sea otro el problema.
-¿Pero
qué otro problema puede ser, Rumisu?- intervino entonces Salke Nolke. Salke no
era de hablar en demasía y era un añoso y respetado consejero, por lo que su
intervención dejó a los demás callados, escuchando con atención.
Rumisu
lo miró. Rumisu y Salke no siempre opinaban lo mismo sobre algunas cuestiones y
eran famosas sus discusiones en torno a muchos temas importantes, pero eran los
consejeros más respetados y quizás los de más autoridad. Cuando sus intereses
coincidían –que también sucedía- su fuerza era tal que los otros cinco
restantes nada hacían para interponerse. Y este problema parecía uno de los que tendrían que resolver juntos.
-Hay
algo extraño aquí, Salke –dijo Rumisu finalmente- y es mucho lo que nos jugamos
para descartar ninguna teoría, por descabellada que parezca.
-¿Pero
de qué habla, consejera?- intervino otro.
-Precisamente
de que es posible de que todo ese… ingenio de ahí fuera –dijo señalando la
visible estructura del espacio- no esté averiado…
-¡Pero
es imposible! ¿Por qué no va a reconocer a ninguno de nuestros tripulantes
entonces?
-Eso
voy a averiguar. Iré por una solución.
-¿Por
una solución? ¿Quién tiene la solución?
-Creo
que Los Distintos pueden tenerla.
-¿Los
Distintos?-dijo Salke.
-¡Los
Distintos son un mito!-dijo uno
-¡Una
leyenda!-dijo otro
-¡Un
disparate nacido en la oscuridad de las más profundas bodegas!-dijo uno más
-Espero
que no creas en ese cuento de niños, Rumisu- añadió Salke.
-No
es un cuento de niños, ni un mito… yo misma los conocí cuando era estudiante-
contestó ella
-¿Los
conoció?- exclamó alguien
-Y
llegué a vivir con ellos. Fueron parte de mi tesis de graduación, para ser más
exactos; pero claro, imposible que ustedes lo supieran. Ellos existen y pueden
ayudarnos.
-¿Pero
cómo podrían?-preguntó el viejo consejero, intrigado.
-Estimado
Salke, cuando regrese, ustedes y tú en particular, serán los primeros en
saberlo.
-Pareces
muy decidida, así que lo intentarás de todos modos-aseveró él.
-Mientras
ustedes siguen analizando el artefacto, yo traeré a Los Distintos.
Casi
todos menos Salke la miraron como si estuviera desquiciada, pero vieron que
hablaba en serio.
-Está
bien- le dijo éste en tono conformista…
Antes
de que Rumisu se retirara agregó, cambiando su tono –Llévate guardaespaldas
contigo Rumisu, por favor-
-Lo
haré, lo haré…- dijo la mujer, marchándose y dejándolos a todos quizás más
pensativos que antes.
Llevaban
de viaje doscientos diez años, cuatro meses, veinticinco días, catorce horas y
treinta y ocho minutos con veintidós segundos estándar cuando comenzaron a
recibir el mensaje. En una docena de idiomas terrestres, éste decía, una y otra
vez:
“Solo
para humanos: En el origen de esta señal encontrarán valiosa información sobre
planetas habitados y como llegar a ellos. Es indispensable para vuestra
sobrevivencia acceder a esta información.
Solo
para humanos:…”
Los
mecanismos de la nave ubicaron el origen de los mensajes en un lugar del
espacio apenas un puñado de millones de kilómetros de donde se encontraban.
Y
hacia allí se dirigieron. Estaba claro que el emisor se había activado ante su
proximidad y ellos eran los destinatarios. Ni por un momento pensaron en una
trampa -¿Por qué? ¿De quién?- Así que una mezcla de curiosidad y tensión era la
sensación climática reinante.
Cuando
llegaron al origen de la señal advirtieron que era un artefacto mucho más
complejo que una simple fuente radial. Junto a un enorme aro de metal plateado
–tan grande que la nave entera podría pasar por él sin ninguna dificultad- y
unido al tal anillo como si fueran la misma estructura, había una serie de
burbujas, del mismo metal, semejando habitáculos o contenedores de algún tipo.
Sabían
que de allí salían las señales.
Una
de esas cámaras mostraba visiblemente una puerta abierta. Y hacía allí
decidieron los estudiosos enviar a uno de los tripulantes.
Cuando
éste fue, al cabo de unos minutos, expulsado sin vida por esa misma compuerta,
pensaron que había sido un accidente o una triste casualidad. Pero al tercer
tripulante enviado y muerto estaban seguros de que había algo más…
La
Consejera Rumisu, envuelta en una holgada capa y con cinco guardias bien
armados había descendido hasta donde comenzaban las bodegas más oscuras de la
nave. No sentía temor, aunque parte de su tranquilidad se debía a la ligera
armadura integral que vestía bajo su capa y por supuesto a sus preocupados
guardaespaldas. Estadísticamente los delitos en la nave se mantenían estables y
no eran muy numerosos –aunque le hubiera
agradado que fueran muchos menos- pero bajar a las bodegas y sobre todo a
“esas” bodegas, descuidadas, oscuras y parcialmente abandonadas, suponía un
riesgo extra.
A
medida que caminaban, Rumisu no podía menos que mirar con disgusto lo que veía
ante sí. Aunque obviamente no era nacida en esa época, sabía que en las
primeras decenas de años de viaje el reaprovechamiento de materiales de todo
tipo había sido casi perfecto y no había gas, líquido o sólido que no se
depurara y se reutilizara; y en ese entonces, reciclaje y limpieza eran la
misma cosa. Pero poco a poco ambos conceptos se fueron separando… y no solo el
reciclaje había dejado de ser lo que era sino que la limpieza no era algo que
pareciera demasiado importante… ni allí en las más profundas bodegas, ni arriba
en los puentes, donde se mezclaban autómatas, androides y humanos, trabajando y
conviviendo. Allí era necesario –e imprescindible- mezclarse y al fusionarse
esas sub-culturas se habían lanzado hacia cosas nuevas, cosas distintas, nunca
antes imaginadas. Eran algo innovador, un concepto diferente de sociedad,
sociedad que sería arriesgado decir que era mejor o peor que la anterior… solo
eran algo nuevo y el cambio era su principal motor.
El
reciclaje seguía siendo fundamental para la vida en la nave, pero indudablemente
había cambiado mucho la visión de los viajeros a ese respecto. Si bien en
algunos sentidos eran más estrictos y disciplinados y era fácilmente observable
una constante evolución, en otros se habían estancado o simplemente
retrocedido. Eso sucedía con una gran proporción de residuos que escapaban de
las recicladoras para ir a depositarse en algunas enormes bodegas. El que
necesitaba algo en particular, solo tenía que ir a buscarlo, si tenía la
suficiente fuerza como para no temer un encuentro con los habitantes de allí,
seres que huían de la autoridad debido a algún delito o se tomaban algún
descanso en la ajetreada vida de los puentes o simplemente no querían ser
vistos ni ver a ningún otro ser que no fuera de su elección. Por eso algunas
bodegas habían bien ganado su fama de peligrosas.
Pero
los expedicionarios no fueron molestados. Sus ropas y los hombres pesadamente
armados –y que no disimulaban su armamento además- no auspiciaban nada bueno
para quién los importunara.
Rumisu
imaginó que a los ojos escondidos de los habitantes de la bodega parecerían
perdidos, pero ella simplemente seguía la ruta que guardaba en sus recuerdos.
En su época de estudiante había realmente convivido con Los Distintos, ese
grupo de raros humanos que habitaban allí donde nadie más vivía, lejos de todos
y viviendo según sus propias reglas.
Avanzaban
entre estrechos senderos, marcados por
montones de basura de todo tipo que hacía que los envolviera ese olor tan
característico respirable incluso en algunos lugares habitados de la nave, un
aroma levemente parecido a la descomposición orgánica, ese olor que todos
conocían tan bien, el olor de los metales, plásticos, trazas de elementos
orgánicos sintéticos y a veces hasta naturales, aceites, desechos electrónicos
y todas sus mezclas, esos olores que sabían encerraban texturas y formas. A
veces el tránsito se había imposible y había que retroceder, buscando algún
nuevo camino para seguir hacia adelante, hacia la oscuridad. No sabía que
opinaban sus custodios, pero ella misma estuvo dos o tres veces por renunciar a
su empresa y otras tantas tropezó o resbaló en sustancias y pequeños objetos
que encontró bajo sus pies. Iluminados por pequeños faros, el grupo estaba adentrándose en un mundo totalmente distinto…
-Aquí
es- dijo de pronto- Sigo sola…
-Lo
siento- dijo uno de sus guardias- pero no podemos permitirlo.
-Sigo
sola y es una orden –repitió cansada- La grabaré si lo desean.
Para
nada quedaron convencidos, pero pocos argumentos tenían si era una orden directa.
-Tengo
que hacerlo sola- les explicó- Si me ven llegar con guardias posiblemente se
dispersen y tendríamos que traer a cien de ustedes para encontrarlos.
Siguió
caminando hasta que advirtió una pequeña lucecita, unos metros por delante.
Hacia allí se dirigió. Cuando llegó, advirtió a un hombre barbudo, de largos
cabellos, con ropas y calzado de color indefinibles. Había levantado la vista
de una pantalla de cristal tenuemente iluminada, en la que estaba sin duda
leyendo algo.
-Hola-
le dijo simplemente, tendiéndole la mano –Soy Rumisu Itba.
-Hola-
contestó el hombre, tomándole la mano con suavidad para responder el saludo,
pero sin levantarse -¿Debería recordar tu nombre?- dijo después.
-Estuve
hace muchos años aquí…
-Me
pareció que tu nombre me era familiar- dijo el hombre, sonriendo levemente,
mostrando una boca en la que parecían faltar la mayoría de las piezas dentales.
De todas maneras su sonrisa parecía cálida, para nada temerosa.
-¿Quieres
sentarte, Rumisu?- le dijo –Allí- y le señaló una especie de improvisado
asiento sin posabrazos ni espaldar.
-¿Me
recuerdas? Tú eres…
-Geldar,
hijo de Notu y Bernie…-como dejando en suspenso la posibilidad de que los
recordara.
-¡Los
recuerdo! Si, a ti también… ¿Ellos? ¿Los demás dónde están?
-Ya
no están- dijo Geldar, sencillamente –Soy el último; los demás han muerto.
-¿Muertos?
¿Cómo?
-Enfermedades,
sobre todo. Aparecieron algunas enfermedades nuevas. También los alimentos han
ido cambiando ¿Qué han estado haciendo ahí arriba? Claro que al principio estábamos
contentos porque comenzaron a llegar más y más cosas, pero luego, supongo que
sufrimos las consecuencias… Ni siquiera el aire parece ser el mismo… ¿El
reciclaje ya no funciona?
-Ya
no funciona tan bien como antes. Nada es igual, Geldar. Los cambios se han
hecho más intensos, más drásticos, la nave ha crecido mucho también… Se han
desarrollado sectores totalmente nuevos.
-¿Cómo?
¿Cómo han logrado hacer eso?
-Hemos
tomado recursos destinados a la colonización, que estaban acumulados en algunas
bodegas y hemos agrandado la nave. Era necesario. Pero la decadencia y el
desorden también han crecido. Quizás es solo aparente, quizás no sea tan grave,
pero sí existe… quizás las palabras adecuadas sean Evolución y Progreso o
quizás Adaptación y Sobrevivencia.
-Lo
entiendo…
-Difícil
de creer que seas el último… ¿Por qué no pidieron nuestra ayuda? ¿Por qué no se
integraron al resto de la población?
-¿Y
a qué precio? –respondió Geldar- ¿Qué precio hubiéramos pagado por integrarnos?
¿Por dejar de ser Distintos?
-¡Pero
todos estarían vivos!
-Nosotros
no aceptamos pagar el precio que ustedes pagan…y yo tampoco lo acepto- le dijo
desafiante.
Ella
lo miró, enojada, apenada. Los Distintos existían desde hacía ya más de cien
años y nunca habían sido muy numerosos. ¡Y ahora quedaba solo uno! ¡Un
desastre! ¡Habría que haberlos preservado por lo menos por una necesidad
histórica! O por una necesidad como la que la había traído hoy aquí… pensó.
En
ese momento Geldar habló:
-Estoy
muy agradecido por tu visita… supongo que estabas preocupada por nuestro
bienestar, pero aunque sea el último mi forma de pensar no ha cambiado, ni
cambiará.
-En
realidad, no estoy aquí para hacerte cambiar de idea sobre tu forma de vivir
–le parecía cruel y vergonzoso decirle que ni siquiera había pensado en Los
Distintos hasta ese momento-. Vengo no solo como amiga sino también como
Consejera de la nave…
-¿Eres
consejera? ¡Felicitaciones!
-Gracias…
y tenemos un problema, uno que posiblemente tú puedas ayudar a resolver.
-¿Ayudarlos?
¿Y cómo podría?
Y
la consejera le explicó lo más rápidamente posible la forma en que pensaba el
último de Los Distintos podría ayudarlos.
Como
si fueran un grupo de fantasmas, subieron lo más furtivamente posible al lugar
donde ya los esperaba un grupo médico. Luego de una prolongada ducha –más
prolongada de lo que cualquiera de los tripulantes podría permitirse- Geldar
fue analizado, revisado, tocado… Todos estaban sorprendidos ante el humano que
tenían delante.
-¡Es
increíble!- dijo uno de los médicos -¡Es algo sorprendente!
Incluso
el consejero Salke Nolke –el único de los consejeros presentes aparte de
Rumisu- estaba impresionado.
-¡Existen!
¡Realmente existen!- le dijo a Rumisu, emocionado.
-Y
con él probaré mi teoría, estimado Salke…
Luego
de algunos suplementos alimenticios, para asegurarse de que no se desvanecería
de hambre en medio de la misión, se le vistió con un traje para los contados
minutos que estaría en el vacío y fue llevado hasta la pequeña nave que lo
dejaría casi en la compuerta abierta del gran artefacto de fuera.
-Solo
tienes que entrar allí- le había dicho Rumisu, señalándole la compuerta que
parecía esperarlo –Es lo que dice el mensaje, solo entra y espera allí el
tiempo necesario. No sé qué sucederá, pero espero sea tan importante como dicen
en ese mensaje. Si eso es cierto, dependemos de ti, viejo amigo.
Necesitó
apenas un pequeño salto para pasar de la navecita a la cámara… y apenas entró
la puerta de ésta se cerró tras él.
Podría
decirse que toda la nave de colonización estaba expectante, pero los que
estaban plenamente pendientes de lo que sucediera eran los consejeros y todos
los auxiliares, incluyendo médicos, que miraban nerviosos la compuerta.
Pasaron
tres interminables horas estándar para que ésta se abriera y algunos minutos
más para que un cansado y muy emocionado Geldar estuviera frente a todos ellos.
-¡Es
maravilloso!- les dijo -¡Maravilloso- y las lágrimas le corrían por las
mejillas.
-Tranquilízate-
le dijo Rumisu –Algo para beber, por favor- pidió y le alcanzó además una fina
hoja para limpiarse su rostro… -Cuando te tranquilices cuéntanos…
-Está
bien… ya estoy bien. ¡Es que me dijeron cosas increíbles!
-Tranquilo…
solo cuéntanos lo que te dijeron…
-¿Quizás
desde el principio?
-Por
supuesto…
-Desde
el principio entonces… que es quizás lo más importante: me contaron que cien
años después de la partida de la primera nave colonizadora con motores estándar,
los terrestres descubrieron el hiperespacio, la posibilidad de plegar el
espacio haciendo que viajes de cientos de años luz pudieran hacerse en apenas
semanas de viaje, en saltos controlados por ese espacio fuera del espacio… Algo
así me explicaron… -Respiró y bebió algo de su vaso- Ese enorme artefacto que
ven allí es un portal que al activarse nos llevará directo a un sistema
planetario ya colonizado por la humanidad…
Las
involuntarias exclamaciones de todos llenaron la atestada estancia. Algunos
hasta soltaron algunas lágrimas… ¡El viaje había terminado!
-Y
si no nos gustan esos planetas, podremos ir a otros- agregó Geldar.
-¿Así
que ellos se adelantaron y colocaron portales para nuestras naves?- preguntó
Rumisu.
-Si,
algo así… les era imposible ubicarlas exactamente, pero sí podían colocar
portales en sus rutas o cerca de ellas… y eso hicieron. Muchas naves se
recuperaron… Y otras muchas naves se perdieron o continúan en viaje –terminó
con tristeza.
-¡Es
magnífico!- dijo Salke –¿Pero por qué esa cámara mató a tres de nuestros
tripulante? ¿Por qué no lo mató a él también?
Y
ésta última pregunta se la hizo a la consejera Rumisu. Ésta carraspeó…
-Míranos
Salke, míranos… ¿Qué ves?
-Humanos,
personas…
-¿Realmente
ves eso? ¿Tú qué ves, Geldar? Dilo libremente… no me ofenderé…
-Veo
seres que… ya no parecen humanos…
-¿Ves
monstruos?
-Veo
humanos que pues… parecen monstruos.
-¡Tú
eres el monstruo! ¡Tú lo eres!- le gritó uno de los consejeros.
-¿Yo?
Tuve que explicar allí lo que les había sucedido, contestar preguntas, todo…
¿Saben que eso que hay allí puede escanear toda la nave y a cada uno de
ustedes? ¿Acaso se han puesto a pensar que por culpa de las modificaciones que
se han hecho para adaptarse, para poder sobrevivir mejor, su sangre ya es distinta
de la humana? ¿Y cuántos de ustedes usan implantes? ¡Todos! Desde que
comenzaron esa tonta carrera con los autómatas por ser más funcionales y ganar
más dinero y más energía y más espacio comenzaron a cargarse con más y más
implantes… y estoy seguro de que muchos de esos ni siquiera son funcionales.
¡Estoy seguro de que muchos de sus implantes son solo para verse mejor o lo que
ustedes creen que es verse mejor! Y por alargar su vida, algo bueno sin duda,
han reemplazado todos los órganos que no estaban funcionando bien… ¿por órganos
orgánicos? ¡No! ¡Por órganos sintéticos! Ojos, oídos, hígado, corazón, brazos,
piernas… ¿Ya han llegado al cerebro? -Rumisu bajó la vista- El progreso… cuando
yo era un niño y Los Distintos éramos todavía bastantes, el cerebro todavía era
tabú, por lo menos para los humanos… Parece que ya no. ¿Y ustedes se dicen
humanos? ¡Son metal, plástico y tejido orgánico! ¿Cuánta población es autómata?
¿Cuántos androides hay? Por sus miradas bajas seguro que muchos… ¿Y pensaban
que un detector de humanos los iba a dejar pasar sin más?
Rumisu
finalmente lo miró. Su rostro, con más de la mitad cubierto de metal, en el
cual Geldar identificaba por lo menos un ojo metálico, parecía dudar… Su
cuerpo, apreciablemente, tenía por lo menos tres de sus cuatro miembros de
metal, metalplast o con importante proporción de él… Y los que los rodeaban,
todos, invariablemente, tenían tanto metal y plástico sobre sus cuerpos que
seguramente lo orgánico, la carne, era lo que menos pesaba en sus estructuras…
Muchos lucían adornos, caprichosos apéndices e incrustaciones sin ninguna
función más que la meramente estética.
Geldar
observó todo esto y continuó.
-¿Por
qué piensan que nos llamamos Los Distintos? Somos los que rechazamos desde el
primer día injertarnos metal y plástico, cambiar nuestra sangre y nuestros
órganos por artefactos artificiales… Al principio conseguíamos trabajo, pero
luego resultó imposible, con la feroz competencia laboral de los autómatas y de
todos ustedes con sus mejoras mecánicas… Y nos escondimos en la más profunda de
las bodegas, pasando a vivir de lo que pudiéramos. Allí estuvo ella…- dijo
señalando a Rumisu-Y ella sabe de lo que hablo. Por años nos han tratado como parias,
como basura, como indeseables, como Distintos… pero recuerden este momento para
siempre… Fue un Distinto el que les salvó su vida… y es un Distinto el único
verdaderamente humano que tiene esta nave.
Cuando
apenas dos semanas estándar después se encontraban en órbita del planeta donde
seguramente descenderían a instalar su colonia, fueron abordados por una nave
de reconocimiento. Los humanos que la tripulaban fueron recibidos, como menguado
comité de recepción, por un único y muy delgado tripulante, quién los
tranquilizó sobre la naturaleza de los extraños seres con extravagantes adornos
metálicos incrustados en sus cuerpos plateados y mates, plásticos y aleaciones.
En
ese planeta, ya nadie lo llamó Distinto.
FIN
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