Mientras
conducía al trabajo –en la que esperaba fuera la última vez- aquel humano que
no se sentía demasiado humano rememoraba los acontecimientos que lo habían
llevado hasta ese día, hasta esa tarde, la tarde en que esperaba despedirse definitivamente
de ese mundo –ese mundo trampa- y de ese cuerpo, frágil, comprimido y
retumbantemente demasiado material.
Todavía
le carcomía el enojo por un castigo que a su manera de ver, era terrible y
desmesurado. Es que condenarlo a un planeta como ese, por un asunto de apenas
diez millones de cuatranines era excesivo. No se habían perdido vidas de ningún
tipo ni habían sido utilizadas armas ni actitudes amenazantes, nada de eso.
Todo había sido totalmente pacífico, como tenía que ser -por otro lado- para un
ladrón de su reputación.
Pero
la política había entrado en juego, esa era la razón y él lo sabía. El dinero
que había robado pertenecía a la caja de gastos menores que usaba Tongo –el
hijo de Sucioni, si, el tan famoso político- para resolver los asuntos
escabrosos que pudieran solucionarse con dinero.
Él había concurrido a su mansión como asesor
de imagen de Fruta, un manojo de bailarinas de amplio espectro y extremadamente divertidas, que habían sido
contratadas para alegrar una entusiasta orgía que había organizado Tongo con
gran despliegue de invitados, bebidas, alimentos y músicos.
Pero
en el calor de la fiesta, fue a dar inexplicablemente con el blindaje que protegía
el dinero y usando algunas de sus muchas habilidades logró abrir la protección
y hacerse con la importante suma. Su error, sin duda, fue marcharse
inmediatamente, lo que hizo que sospecharan rápidamente de él.
Fue
capturado poco tiempo después, juzgado en secreto -sin ningún tipo de garantías- y rápidamente castigado. Desterrado,
expulsado… como escarmiento lo enviaron
a un planeta espantosamente atrasado y horriblemente lejano y lo embutieron
dentro de un cuerpo que, a falta de palabras para describirlo exactamente, era
tosco, rústico y brutalmente “cercenante”. Irónicamente, le habían dado la
estructura física de un ser de los que se llamaban a sí mismos “humanos”,
quienes se creían la especie más inteligente del planeta. La jocosidad de tales
conceptos –su idea de inteligencia y
creerse lo más inteligentes de ese mundo- lo hubieran conmovido hasta un estado
de alegre vibración si no estuviera bastante preocupado por su propia
situación.
Los
primeros años fueron duros o escabrosamente carentes de suavidad podría decirse,
pero poco a poco logró sobreponerse.
Sobre todo, llegó a conseguir cierta armonía entre su interior –al que trató de
tener despierto lo más que podía- y el
exterior, ese recipiente-cárcel que lo contenía.
Hasta
logró forjarse, poco a poco, un lugar en ese mundo, con amigos, amigas, una
espaciosa vivienda, un carro automóvil, vacaciones… Pero todas las noches,
apenas cerraba sus ojos, no podía evitar la sensación de estar en un lugar que
no era el suyo, en un mundo que apenas comprendía y en el que por supuesto
jamás podrían comprenderlo.
Y
pensaba en regresar. Quizás no al mismo esferoide de donde lo habían expulsado,
sino a otro lugar más divertido –y obviamente a un lugar civilizado, no a un
planeta como éste-. Un lugar más acorde con el dinero que había dejado bien
escondido – pues no habían logrado hacerle confesar donde lo había ocultado-… un
dinero que lo esperaba, un dinero que estaba completamente obligado a disfrutar
en armónicos roces y musicales
entrecruzamientos.
Y
con el paso del tiempo, había llegado a pensar que lo que deseaba podía
lograrse.
Al
principio habían sido indicios, pequeños elementos que sumados, terminaron
demostrando que no toda su naturaleza anterior se había perdido. Incluso con
las frustrantes carencias de su cuerpo-cárcel había antiguas posibilidades que
se estaban manifestando. Fueron estas pequeñas piezas –partes de un
rompecabezas que esperaba ir armando- las que le hicieron pensar en un objetivo
y en un plan para llegar a él.
Una
de ellas, la fundamental y más importante, era que tenía la capacidad de
aprovechar la energía psíquica que desprendían esos seres, transformándola en
beneficio propio. Estas emanaciones, si bien eran continuas, no siempre eran de
la misma intensidad. Sabía que sus anfitriones en determinadas circunstancias
liberaban increíbles cantidades de esa energía, pero se sorprendió mucho al
descubrir que si bien al manifestar amor o cariño hacia algo o alguien el flujo
se incrementaba en forma importante, el mayor motor, el principio máximo
productor, era lo opuesto. El odio y sus alrededores eran los principales
generadores y sus resultados se canalizaban, banal y comúnmente mediante
insultos.
Algo
tan común como un insulto, un improperio, una “mala palabra”, una “puteada”, era
el canal de una energía que atesorada, era la clave de su retorno.
Así
se convirtió en un “bebedor de insultos”, acumulando ese valioso recurso, día
tras día. Afortunadamente los encontraba constantemente, casi a cada paso, en
la gran ciudad donde vivía. Pero no le alcanzaba. No le alcanzaba con “beberlos”
de esta forma; tenía que encontrar esta energía concentrada, en grandes
cantidades. Tenía un plan y sabía que si la acumulaba en cantidad suficiente
podría escapar… ¡Sí! ¡Escapar de ese cuerpo! ¡Irse! ¡Volar! ¡Volver a su
anterior y superior existencia, a esa dimensión de donde nunca tenía que haber
salido!
Así
pues eligió el trabajo donde más insultos podía recolectar, el trabajo que más
ira generaba, el trabajo en el que todos los humanos gustaban de descargar sus
penas, sus preocupaciones, sus frustraciones, fueran del tipo que fueran.
Y
estaba cerca, si, estaba cerca, creía que hoy mismo llegaría a la energía
crítica para irse. Lo único que tenía que hacer era cobrar evidentemente mal
tres, o a lo sumo cuatro jugadas y a su turno sería insultado, puteado y
re-puteado, por los sesenta mil espectadores que llenaban el estadio de fútbol.
Así
Blutzin Mot –así era conocido antes de venir a la Tierra-, árbitro central de un importante partido de
fútbol en una de las ligas terrestres más conocidas pitó el comienzo de su
último juego.
Parece
raro, pero nadie se apenó cuando luego de cuatro horrendos errores arbitrales
–dos para cada lado- cayó al césped y ya no se movió.
FIN
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