Pedro, que así se llamaba el hombre
que sentado en una cómoda silla de oficinista se inclinaba sobre el escritorio,
tenía frente a sí a cinco pequeñas arañas, todas compartiendo la misma silla.
Solo hablaba una de ellas, Ernestina, con una vocecita de araña chiquita que
apenas se oía… esa era la razón por la que Pedro tenía que inclinarse sobre el
escritorio… ¡No escuchaba casi nada!
-¿Entendió?- le decía ella en ese
momento.
Como Pedro se había perdido casi
todo lo que ella había dicho anteriormente y no tenía ni idea de qué tenía que
entender quiso distraerla un momento para luego reiniciar la conversación y
quizás hacerla repetir todo.
-Esteeee, si…- dijo- ¿Quieren algo
de beber o de comer?
-Lo que nosotros bebemos y comemos
no creo que usted tenga –le dijo la araña que hablaba- aunque allí en el
ventanal veo una mosca muy gorda.
Pedro miró hacia el ventanal. Allí
una mosca grande y zumbante trataba de escapar de cualquier manera de la
habitación, pensando quizás que por la ventana le resultaría más fácil. Pero
ésta estaba cerrada. Una de las arañas miró a la que hablaba, como preguntándole
-¿Puedo?- y esta le dijo -¡No!- con la cabeza, señalando a Pedro. ¿Qué pensaría
el hombre si en su propia oficina se ponían a cazar moscas? ¡Sería una grosería
imperdonable! Todo esto parecía decir la araña.
-Bien- dijo Pedro, pensando que
había logrado su propósito. –Por favor, repítame lo último que dijo que no la
escuché bien.
Y ella comenzó a hablar. Sin duda
que le gustaba hablar, por algo la habían elegido para hacerlo, pues hablaba
mucho, acompañando sus palabras con movimientos de avance y retroceso cuando el
discurso lo exigía, o moviendo en círculo sus patitas anteriores, pero hablaba
tan bajito que Pedro se perdía gran parte de lo que decía. De todas formas,
asentía cada pocos segundos -al igual que las otras arañas, que sí escuchaban
sus palabras- para darle a entender que le prestaba toda su atención.
-… porque las crisis internacionales
han provocado… los insecticidas son funestos para… las moscas están cada día
más difíciles de capturar y… nuestras telas pueden tener interés nacional… diversificar
nuestros ingresos… y obvio que queremos entrar a la sociedad de consumo y esta
es la forma… por lo que el Ministerio de Industria y Energía…- ahí se
sobresaltó Pedro, que venía escuchando todos estos fragmentos del discurso,
pues ¿qué tendría que ver ese ministerio con las arañas? Y la araña en ese
momento terminaba -… y la real posibilidad es vender nuestras telas, que es lo
sabemos hacer mejor!-
-Además de cazar moscas- agregó muy
suavecito otra de las arañas.
-Moscas, saltamontes, mariposas y mariquitas…-
agregó otra.
-También mosquitos…- dijo otra más
-Aparte de eso- dijo Ernestina y
agregó -¡Cállense ya!
Pedro se las quedó mirando. No sabía
bien como habían conseguido que el sindicato les consiguiera una cita con él.
Obviamente era el sindicato que atendía a los trabajadores textiles. Y ahora le
terminaban de plantear, ni más ni menos, que querían vender sus telas. Como
estaba realmente cansado de escuchar tan poco, les pidió amablemente que
subieran a su escritorio, de esa forma no se perdería ninguna palabra de las
arañas. Algo más tranquilo, les preguntó:
-¿Y ustedes creen que la venta de
sus productos puede ser viable?
-¡Sin duda! ¡Sobre todo para los
sectores económicos más pudientes!
-¿Por qué, perdón?
-Nuestras telas son estrictamente
artesanales…
-¡Muy artesanales!- dijo otra
-¡Sumamente artesanales!- agregó una
tercera
-Si, si… ¡Basta ya! –las rezongó
Ernestina nuevamente- Y como dan mucho trabajo, por ser artesanales, también
son costosas.
-Entiendo- dijo Pedro, pensando ya
en vender las telas en exclusivas casas en Montevideo, Punta del Este e incluso
en la exportación para Europa y Estados Unidos- Pero… ¿Sus telas no son
pegajosas? ¿No serán incómodas para quien se las ponga?
-¡Claro que son pegajosas! Y esa es
una gran ventaja. Imagínese a una hembra de su especie usando una de nuestras
telas, totalmente pegadas a su cuerpo… ¡A los machos les encantaría!
-¡Además no se les arrimaría ninguna
mosca!- dijo otra.
-¡Y mosquitos tampoco!- agregó una
tercera.
-No son nada estúpidas estas arañas-
pensó Pedro. Y dijo –Tienen razón, creo que podría ser un exclusivo producto
nacional y seguro llegaríamos a exportarlo.
-Además -dijo Ernestina- hemos
estado pensando que si el mercado lo exige podemos hacer telas para colocar en
ventanas y rincones y de esa forma
proteger a los humanos de toda clase de insectos.
-Bueno –dijo Pedro- pero eso lo
vienen haciendo desde siempre… No sería tan novedoso.
-No, no, estamos hablando de
realizar diseños revolucionarios, de hacer con las telas figuras a pedido,
cosas hermosas…
-Y frescas- dijo otra
Ernestina la miró y afirmó -¡Y
frescas! De esa forma, en vez de utilizar insecticidas y tejidos de plástico
utilizarán medios naturales y además bellos, como serían nuestras telas.
-¡Tiene razón!- dijo entusiasmado Pedro
y luego, como frenándose, dijo -¿Y son muy costosas sus telas? ¿Cuál sería su
precio?
-¿Usted se refiere a cómo
cobraríamos el trabajo?-preguntó Ernestina
-Claro, a eso…- dijo el hombre, algo
confundido.
A eso la araña respondió algo
vacilante –En eso no estamos totalmente de acuerdo-
-¿No están de acuerdo?- dijo Pedro,
algo angustiado, pues presentía un obstáculo, que esperaba no fuera insalvable.
Se había dado cuenta de que las
arañas estaban tensas. Sin duda había tocado un tema sensible.
Finalmente Ernestina dijo –Es que,
para hablar claro, estamos debatiendo la forma en que queremos cobrar y ni que
hablar del precio de nuestros trabajos.
-Pero podemos buscar la manera de
satisfacer a todas las tendencias- dijo Pedro. –No quiero que esto sea un problema
y sobre el precio seguro llegaremos a algún arreglo.
-¡Me gusta su actitud! ¡Es lo que
les decía a ellas! Porque a mí, personalmente, no me gustaría cobrar todo en
moscas, no, no, yo creo que un buen mosquito de tanto en tanto, o alguna
langosta de esas grandes viene bien para la dieta. Hay algunas de nosotras que
creemos que las moscas grandotas además tienen mucho colesterol… ¡Engordan!
Pero no todas pensamos igual…
Pedro estaba callado. ¿Ernestina
había hablado de cobrar en moscas, mosquitos y langostas o había escuchado mal?
-Esteeee, si… -dijo- Uno ve esas
enormes moscas verdes y las imagina llenas de colesterol… Si, me pasa también.
-¡Claro! ¿Ven que podemos
entendernos?- les dijo a sus compañeras, recostadas cómodamente en una agenda,
encima del escritorio.
-Pues, solo faltaría la cantidad
entonces - dijo Pedro, que ya estaba pensando de donde sacar tantas moscas.
Afortunadamente las volquetas desbordadas eran abundantes en la ciudad… ¡Al
final se les iba a poder sacar algún provecho! Era costumbre que esas cajas de
metal que servían para depositar los residuos estuvieran llenas de bolsas hasta
el borde y la basura se desparramaba por la acera y la calle… ¡Y donde hay
basura, hay moscas, eso bien lo sabía, pues tenía una de estas “volquetas” siempre
desbordada en la esquina de su casa!
-Sobre la cantidad no se preocupe
que seguro será razonable. Solo tenga disponibles langostas, mosquitos y moscas
de todos tamaños que nos vamos a entender.
-¿Y cucarachas no quieren?- dijo
Pedro, rápidamente.
Ernestina lo miró y luego a sus
compañeras. Una de ellas, al parecer fanática de las cucarachas, le hacía
frenéticas señas con su cabeza… -Si, si…- le decía. Finalmente Ernestina
agregó:
-¡También cucarachas!
-¡Muy bien!- dijo Pedro- Nos
comunicaremos a la brevedad, para hacer un contrato y a partir de allí les
enviaremos las especificaciones de las telas, tamaño, diseño, grosor, todos
esos detalles técnicos.
Las arañas estaban muy contentas.
Obviamente no podían darle la mano a Pedro, pero lo saludaron con sus patitas.
Antes de irse una le murmuró algo a Ernestina y ésta preguntó, señalando la
mosca, que dando rebotes contra el vidrio de la ventana todavía estaba tratando
de escapar de la peligrosa habitación:
-¿Podemos? Es que no hemos comido
nada en toda la mañana…
-¡Es toda de ustedes!- dijo Pedro y
miró para otro lado.
La mosca zumbó aterrada unos
instantes y luego se calló. Al ratito vio marcharse a las arañas muy contentas
y satisfechas, dejándole de recuerdo a la infeliz mosca, atada con telas a un
rinconcito de la ventana.
Langostas, moscas, mosquitos y
cucarachas… Veía que lo más difícil del
negocio parecía ser el pago y dentro de este las langostas… Porque moscas, mosquitos y
cucarachas, desafortunadamente había por todas partes…
FIN
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