El callejón estaba oscuro, húmedo y
silencioso. Apenas al fondo de su registro de sonidos, se presentía la ciudad
que vivía fuera de ese pequeño y amenazante cosmos. El humano, que esperaba
contra una de sus paredes tratando de pasar lo más inadvertido posible,
maldecía entre dientes.
-¿Cómo es que me involucré en este
lío?- se decía
Primpo Pao estaba muy molesto y no
era para menos. Su existencia había sido perturbada más allá de lo tolerable,
más allá de lo que un hombre de números y de probabilidades como él, podía
desear. En estas últimas horas su existencia se había transformado en una
aventura, cosa que odiaba. Mientras el frío y humedad del lugar comenzaban a
pasar su abrigo y detectaba nuevos y minúsculos sonidos, que esperaba no fueran
provocados por ratas porque también las odiaba, casi más que los cambios y las
sorpresas, y mientras seguía diciendo groserías en voz baja, tocó
instintivamente uno de los bolsillos internos de su abrigo, donde guardaba el
pequeño paquete que había cambiado su vida, pensando en como habían llegado a
estar en ese lugar... el paquete y él mismo.
El día había comenzado como uno
cualquiera. Diariamente se levantaba, se aseaba, tomaba su ordenador portátil y
caminaba los setecientos metros que lo separaban del pequeño restaurante en
donde desayunaba, almorzaba, merendaba y cenaba. Lo hacía no solo porque le
encantaba el lugar, sino también porque caminar hasta allí y volver, cuatro veces por día, era el único
ejercicio que practicaba en su vida. Normalmente no salía a ninguna otra parte,
excepto cuando se tomaba sus vacaciones anuales. No comía nunca en su
apartamento y de haber querido hacerlo alguna vez no encontraría en su
refrigerador más que bebidas, con y sin alcohol y abundantes barras de
chocolate. Lo único caliente que podía llegar a consumirse en su cómodo y
funcional hogar era café, pues la cafetera
siempre estaba funcionando.
Además en el restaurante había una
chica que le parecía una de las personas más amables que hubiera conocido y siempre
la prefería a los dos robots humanoides que también atendían a los clientes.
Cuando se sentaba, siempre a la misma mesa y mientras desplegaba su portátil,
ella ya estaba a su lado con una gran taza de café con la cantidad exacta de
azúcar natural que a él le gustaba, con un vaso de jugo de naranja con un toque
de azúcar y tres medialunas que parecían recién salidas del horno.
-¡Buen día! ¿Cómo está hoy?- le
preguntaba ella.
-¡Muy bien! ¿Y tú?- le contestaba
él.
Así día tras día. Podría parecer rutinario
pero a él le encantaba.
Mientras desayunaba preparaba el
comienzo de su día de trabajo, separando mentalmente todos los deportes en
donde podía apostarse en todos los mundos conocidos. La Federación tenía, hasta
ahora, treinta y cuatro planetas habitados por humanos y una veintena habitados
por otras especies y se practicaban un sinfín de deportes. Cada uno de los
planetas que no estaban habitados por humanos tenían sus deportes típicos y los
humanos llevaban los deportes tradicionales de la Vieja Tierra allí
donde iban. Algunos se habían modificado, adaptándose a las características de
los nuevos mundos e incluso había culturas no-humanas que practicaban algunos
deportes típicamente terráqueos.
Existían algunos deportes que se
practicaban en todos los planetas conocidos e incluso había competencias a
nivel federal de algunos de ellos. Obviamente que una de las más arduas tareas
de las autoridades deportivas había sido fijar los estándares a aplicar en
estas disciplinas. Uno de los deportes más populares era el fútbol o balompié.
Se había difundido como una fiebre por todas partes, pues podía ser practicado
en cualquier lugar en donde hubiera un piso de regulares dimensiones,
relativamente plano y contaran con una esfera o balón que pudiera ser golpeado
o empujado. El juego en sí daba mucha libertad a los jugadores, en peso,
estatura, número de miembros y ya había ligas de fútbol en prácticamente todos
los planetas pero… las competencias interplanetarias eran otra cuestión.
Al momento de fijar los estándares
para las competencias interplanetarias hubo que tener en cuenta una cantidad de
parámetros –teniendo en cuenta que la especie humana no era la única que lo
practicaba- como fijar estaturas máximas, densidad corporal promedio, gravedades
planetarias, composición atmosférica estándar, peso promedio de los jugadores y
número de miembros locomotores. Había detalles como que no solo había que tener
en cuenta la gravedad planetaria en el momento de competir sino también la del
mundo original, lo que seguro influía sobre su desempeño físico. Se trataba ni
más ni menos de calcular y estandarizar todo…
Por lo demás los reglamentos eran
muy severos en cuanto a la violencia dentro del campo de juego –quizás más
estrictos que en la Vieja Tierra-
para evitar que especies –o versiones humanas- hábiles, pero endebles
físicamente fueran dañadas seriamente en un match. Para muchos el fútbol iba
más allá de lo deportivo, era casi una filosofía de vida y planetas enteros
estaban pendientes de las ligas y competencias y dado el fanatismo que
provocaba y la difusión que tenía, el dinero que se manejaba era
inconmensurable. Aún a nivel planetario las cifras eran enormes, pero cuando se
hablaba de la Federación
eran siderales.
Primpo Pao era aficionado al fútbol,
fanático podría decirse y era el deporte en donde más apostaba, en todas las
ligas planetarias y en las competencias federales, pero no era el único deporte
en donde jugaba su dinero. Resultaba barbárico que el segundo deporte más
difundido era un combate a muerte, principalmente entre convictos de toda la Federación , llamado El
Campeonato. En casi ningún planeta existía la pena de muerte. Era mucho más
entretenido obligar a determinados delincuentes a practicar estos juegos –que
para la gran mayoría era lo mismo que una segura sentencia a muerte-. Aunque no
solo los convictos participaban, había también humanos y no humanos comunes que
lo hacían, pues los premios eran muy importantes y a veces resultaban un
atractivo poderoso, siempre peligroso y muchas veces mortal.
Primpo también apostaba mucho en él.
Así pues, comenzó su día de trabajo,
un día en el que revisaría todos los partidos de fútbol en donde hubiera algún
resultado que le pareciera posible y atractivo, luego las peleas y para
terminar buscaría estadísticas atractivas en otros deportes. Pronto terminó el
desayuno, tomó su portátil y marchó a su casa. Se tomaba muy en serio lo de
caminar ese trayecto. Su vida se tornaría peligrosamente sedentaria sin esa
actividad y además caminar le hacía bien a su mente, ayudándolo a pensar con
más claridad.
Mientras se acercaba a su hogar,
estaba programando ya las apuestas del día. Tenía cantidades fijas que apostar
y trataba de no variarlas mucho, pues vivía de las apuestas. Sabía que una
cantidad regular de apuestas le daba una cantidad regular de ingresos y le
parecía correcto así. Incluso tenía un determinado porcentaje de pérdida que no
había logrado sorprenderlo nunca.
Pero sí se sorprendió cuando llegó a
su casa. La puerta estaba abierta, la cerradura rota y había sangre por
doquier… un desagradable rastro de sangre desde ésta hasta su querido sillón,
el mismo en donde solía dormitar por las tardes. Difícil saber que lo
conmocionó más, si el hombre desangrándose encima del sillón o la sangre que
sabía estaba manchando de forma permanente su preciado mueble.
-¿Qué sucede aquí?- dijo,
acercándose extrañado.
El moribundo lo miró -¿No me
reconoces?- le dijo.
-Tú… ¡Tú eres Trovis el Adivinador!
¿Pero que te han hecho?
Trovis sonrió apenas, satisfecho de
que lo hubiera reconocido –Salió mal un negocio, Primpo, simplemente…
-¡Pero estás más muerto que vivo!
-Estoy casi muerto… ¡Necesito un
favor!
-¡Llamaré al servicio médico
inmediatamente!
-No, no, estaré muerto antes de que
lleguen. Escúchame, por favor… ¿Me ayudarás?
-¡Claro! ¿Pero en qué puedo
ayudarte?
-Mira, nos enteramos que unos
delincuentes de aquí iban a robar algo de suma importancia, algo que vale
mucho, pero mucho dinero. Así que planeamos con unos amigos robarles a ellos.
-¿Robarles a los ladrones?
-Si, si, y sería prácticamente
imposible seguirnos. Era un hermoso plan. Los esperamos en un lugar que
habíamos localizado como su base de operaciones y cuando llegaron con la
mercancía…
-¡Los atacaron y los robaron!
-Claro, con el inconveniente de que ellos
eran algunos más que nosotros, y que en su guarida había más de sus amigos y
que respondieron eficazmente nuestro fuego.
-¿No lograron su objetivo?
-Lo logramos, claro, somos muy
eficientes, pero solo quedé yo vivo…
-Pues hablando en términos de apuestas
diría que no fueron tan eficientes.
-Tienes razón, fue una mala apuesta.
Esto…- dijo, mientras tomaba una pequeña caja que había estado a su lado- Esto
fue lo que robamos.
-¿Por esta pequeñez se hicieron
matar?
-Es muy valiosa- dijo Trovis con voz
cada vez más apagada –Primpo Pao, amigo… ¿Sabías que tengo esposa y tres hijos? En un
planeta no muy lejos de aquí… Hay un número para que llames a unos amigos, no
importa quienes son, yo hablé con ellos antes de venir hacía aquí. Les
entregarás este paquete y a cambio ellos prometieron cuidar de mi familia. ¿Lo
harás? ¿Por los viejos tiempos?
Primpo pensó un momento. El nunca
había tenido familia, ni hijos, y posiblemente nunca los tendría
-Lo haré. Lo que no sé es que voy a
hacer contigo luego de que estés muerto.
-¿No tienes un vehículo?
Primpo pensó en la navecita que
guardaba en su garage.
-Tengo una biplaza, que a veces uso
en mis vacaciones-
-Pues cárgame en ella y tírame en un
parque, o en el mar o en cualquier parte… Luego llama a mis amigos.
-¿Puedes caminar hasta la nave? ¡No
podré llevarte muerto!
-¡Por el Dios Único! ¡Con razón
vives solo, estás más frío que un cubo de hielo! Trataré… ¡Ayúdame, por favor!
Finalmente Trevis quedó en la
pequeña nave voladora y Primpo se dispuso a limpiar su casa. Cuando regresó al
vehículo, su amigo ya estaba muerto. No fue sencillo elegir un lugar donde
dejarlo pero logró hacerlo, sin mayores complicaciones. Luego limpió
minuciosamente toda la sangre y las huellas. Sentía pena por Trovis. Cuando se
habían conocido lo llamaban El Adivinador, como burla por sus escasas dotes
para apostar, si bien también vivía o pretendía vivir, de las apuestas. Como no
tenía mucho éxito no vivía con holgura y siempre andaba escaso de dinero, más
siendo alguien simpático y que siempre parecía estar contento, Primpo lo
consideraba de buena suerte y siempre se preocupaba de que no le faltara dinero
para comer o para apostar. Podía permitírselo. En determinado momento -¿Hacía
cuánto?- se preguntó Primpo Pao, había decidido mudarse a aquel mundo y a
aquella ciudad y hacer una existencia tranquila y solitaria. En los primeros
tiempos varios de sus colegas iban a visitarlo y a pedirle consejo, entre ellos
Trovis… luego dejaron de hacerlo.
Cuando le pareció que todo estaba
limpio, llamó al número que le había dejado su viejo colega.
Y allí estaba. Cuando finalmente
llegaron los tres hombres, supuestos destinatarios del paquete y se acercaron,
se encontraron con un temblequeante Primpo Pao.
-¿Usted es el amigo de Trovis?- le
preguntó uno de ellos.
-Lo soy- aseguró Pao.
-¿Trajo el paquete?
-Lo traje, aquí está- con mucha
precaución sacó el pequeño envoltorio del bolsillo de su largo abrigo. Lo
mostró pero no se los entregó.
-¿Y bien?- dijo el hombre, algo
molesto.
-Quisiera saber qué contiene. No
entiendo porqué por una cosa tan pequeña tuvieron que morir tantos hombres,
incluyendo mi amigo- dijo firmemente.
Se miraron entre ellos.
-Dile- dijo uno.
-Es un experimento genético.
-¿Un experimento?
-Mire… una organización fabricó un
embrión recombinando la genética de los mejores jugadores de fútbol de
principios del Siglo 21 de la Vieja Tierra.
A esta organización la robó otra organización y a ésta la robó su amigo con
otros amigos…
Primpo quedó con la boca abierta y
una especie de descarga eléctrica pasó por su cuerpo de apostador. Se imaginaba
una mezcla de la genética de Messi, de Cristiano, de Ronaldinho, de Suárez, de
tantos cracks que existieron en esa época…
-¿Se siente bien?- le preguntó uno
de los hombres.
-¡Es sublime! –dijo Primpo- ¡Se los
daré, claro, pero quiero algo a cambio!
-¡No fue el arreglo con su amigo que
nosotros le diéramos algo por esto! ¡Y aunque quisiéramos no tenemos nada para
darle!
-¡No es necesario enojarse!
¡Tómenla!- La situación estaba tomando un mal cariz, lo que no era la intención
de Primpo. Con visible alivio, uno de los hombres tomó la caja y rápidamente la
hizo desaparecer dentro de uno de sus bolsillos.
-Solo quiero saber algo…- continuó
Primpo.
-Díganos que quiere saber. Usted
cumplió con su parte…
-¿En qué equipo va a jugar?
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario