En
la provincia de Córdoba, en la República Argentina, hay una ciudad que se llama
Alta Gracia. Allí nació el Che y allí tengo una amiga. A ella le dedico este
cuento.
A
Fabiana M.
EL
REGALO
-¿Y
esto me traes? ¿Esto…?
La
miré, sin saber qué responder.
-¿Cinco
años navegando entre las estrellas, visitando decenas de planetas y me traes
esto?
-Pero
es que siempre te estás quejando de que el tiempo no te alcanza, de que las
horas del día no son suficientes para hacer todo lo que tienes que hacer, que
necesitas ayuda…
-¿Ayuda?
Claro que sí… un androide o dos me ayudarían ¿Pero esto? Y si las horas del día
no me alcanzan es porque tengo no solo que realizar las tareas domésticas sino
también trabajar para poder mantenernos, porque una persona que estoy viendo
ahora mismo a veces se olvida de enviar dinero a su hogar…
La
conversación estaba tomando un rumbo totalmente indeseado, por lo que miré
hacia la puerta que daba a la calle.
-No
te vas a ir- dijo ella –Recién llegaste así que no te vas a marchar- El tono en
que lo dijo disipó cualquier duda que hubiera al respecto -¿Quieres decirme que es esto?
-Ni
siquiera dejaste que te lo explicara…
-Es
que no se parece a nada… no tiene ruedas ni patas, así que no puede hacer tareas en la casa ¡Que es
justamente lo que yo necesito!
-Tranquila-
dije- No funciona caminando ni rodando; lo único que hace es modificar el
tiempo- mi tono sugería misterio y algo trascendente… ¡Modificar el tiempo era
algo muy trascendente!
-¿Modificar
el tiempo?
-Solo
eso… puede hacer que un día normal de 24 horas dure, no sé, cuarenta horas…
-estaba seguro de que le había llevado el mejor regalo que hombre alguno le
hubiera hecho a su esposa alguna vez.
-¿Y
qué ventaja tiene eso?
-¡Que
puedes hacer muchas más cosas, claro! En esas 24 horas podrás hacer todo lo que
harías en 40 horas… Los días te rendirían más y el tiempo te alcanzaría para
todo –dije con una sonrisa, como si hubiera demostrado un importante teorema-
-Y
me imagino que no me cansaré como si trabajara 40 horas sino como si fueran
solo 24… ¿No?
-No,
no sé…-dije dubitativo. La verdad que eso no le había preguntado al vendedor
–Lo que sí sé es que el vendedor me dijo que era el último grito de la
tecnología y me garantizó que me abrazarías y besarías al darte este obsequio-
Finalmente la miré a los ojos, aunque tenía la sensación, la corazonada, de que
las cosas no estaban sucediendo como yo quería.
-¿Así
que te dijo eso? ¿Y por ventura no te dijo que para que algo de eso sucediera,
besos y abrazos, a eso me refiero, tendrías que cambiar este trasto, este
modificador temporal de morondanga por dos androides domésticos sin ningún uso,
brillantes y de última generación? ¿Eso no te lo dijo? ¡Necesito algo REAL que
me ayude en mis tareas, no esto!- dijo señalando al reluciente artefacto.
Esta
mujer siempre había tenido la habilidad de dejarme sin palabras o por lo menos
obligarme a elegirlas muy bien.
-En
realidad no… pero ahora que lo dices, seguramente es algo que puede arreglarse.
Ya regreso.
Salí
casi corriendo. Fui directamente a una casa de electrodomésticos a comprar dos
de los más modernos autómatas que tuvieran. Tenía dinero para ello. Nunca
entendí por qué se me había metido en la cabeza que el modificador temporal le
iba a gustar más que un androide, o dos, que la ayudaran en las tareas de la
casa.
Pensándolo
bien, recordaba una expresión divertida en el semihumano que me había vendido
el aparatejo… ¿Sabría en ese momento que mi regalo sería rechazado? ¿Veía el
futuro?
Todos
esos razonamientos escapaban a mi entendimiento. Lo que tengo claro es que más
tarde lo pondré a la venta en un mercado virtual, vendelascosasquetetiranporlacabeza.com
o algo así; eso sí lo tengo claro. Si les interesa, solo comuníquense.
FIN
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