Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!


miércoles, 10 de mayo de 2017

MADE IN BLUFU

Jesí nunca había sido la compañera de navegación más simpática que había tenido pero ahora estaba irremediablemente fuera de control. No la entendía. Nunca la entendí, en verdad, pero durante este viaje, por momentos, tenía la esperanza de que pudiéramos lograr cierta comunicación, una mínima relación amistosa. No era la primera vez que me tocaba hacer pareja con ella en un viaje, por lo que no me consideré especialmente desafortunado al hacerlo nuevamente. Nuestro trabajo se trataba de supervisar  los controles de navegación y otros sistemas durante las travesías, sistemas que si bien nunca fallaban  –como decían- eran prudentemente supervisados por parejas de tripulantes.  Cada pareja, formada al azar –al menos que funcionaran como parejas ya conformadas, lo que era muy raro- hacía turnos de 24 horas estándar en la vigilancia, horas que debían de cumplirse en estricta vigilia. Siendo tres parejas,  estaba garantizado que podríamos descansar la suficiente.
A los pocos días estándar de viaje comencé a notar además de sus ya acostumbradas muestras de mal carácter, cierta tendencia en ella a insultar al planeta Blufu, a la empresa naviera para la que trabajamos y al encargado de compras de la misma… ¿Qué le sucedía? Como tenía tiempo para pensar y su comportamiento me estaba realmente afectando, traté de resolver  esa especie de acertijo que suponía el pésimo carácter de mi compañera, tratando de encontrar explicaciones a su mal temperamento, a sus ácidas respuestas, a sus pocos deseos de intercambiar aunque fueran mínimas palabras o gestos amables.
Los que nos dedicamos a los viajes interplanetarios somos todos unos bichos raros. Literalmente podría decirse… pues físicamente hablando hay humanos que ya no parecen humanos –aunque piensen como tales se han puesto tantos implantes que parecen cualquier cosa menos humanos- y alienígenas –que obviamente no son humanos ni en pensamiento ni en morfología, por más que algunos tengan cierto parecido- e incluso los verdaderamente humanos –como yo- no somos menos reacios a socializar que todos los demás. Claro que podemos intercambiar bromas, o algún comentario o tener alguna conversación liviana típica de una larga guardia… Y Jesí tenía todo para no ser la peor compañera que me hubiera tocado en todos mis viajes, -incluyendo una muy atractiva forma de caminar-  sino se le hubiera echado a perder su carácter y con él todas sus buenas maneras. Así que necesariamente me preocupaba por ella y su misterioso problema, pues una cosa es ser neutro en cuanto al relacionamiento con otros y otra muy distinta es que te respondan siempre de mal modo, o que tu compañera esté constantemente insultando –que no sabes si a ti o a quién- o lanzando miradas agresivas cuando tú ni siquiera sospechas el motivo… “¡Yo no le hice nada! ¿Qué le pasa?”, era lo que pensaba para mí.
Sabía que Blufu era un planeta que se dedicaba exclusivamente a la fabricación en serie de todo lo fabricable. Allí no plantaban un grano de nada… allí solo fabricaban… y fabricaban y fabricaban, logrando los mejores precios de toda la galaxia.
También era imposible competir con ellos. No solo tenían los precios más bajos, sino que además, de alguna manera o de otra lograban hacerse con toda la tecnología que podía ser vendible. Sus métodos eran variados y a veces rayaban la criminalidad –por no decir que podían ser desvergonzadamente criminales-, pero según ellos todo valía. Compra o robo de patentes, chantajes, plagio de cualquier artefacto o tecnología  y hasta grandes laboratorios propios dedicados a la investigación…  todo era válido. Eran reconocidos además por tener las cadenas de producción más rápidas del Universo conocido, lo que sin duda abarataba el precio de sus productos.
Claro que era en esa producción tan acelerada, tan rápida, que estaba la explicación de su mala fama.  Es que con tal velocidad de producción había productos que fallaban. Podían no estar terminados correctamente por la razón que fuere… alguna plantilla se había desgastado y tardaban en cambiarla o la alimentación de las impresoras había sido deficiente aunque fuera por breves lapsos de tiempo… no importaba la razón;  pero invariablemente había parte de la producción que no salía  en óptimas condiciones de uso. Sería injusto no decir que los controles de calidad de Blufu estaban posiblemente entre los mejores del Universo –otro de sus puntos a favor-… pero también sería injusto no decir que allí no se tiraba nada y que la mercadería defectuosa se vendía a cualquier dinero, con las correspondientes advertencias obviamente. Estaba claro que no deseaban engañar a ningún cliente, nada más lejos de su intención. Pero al ofrecer productos incompletos o no totalmente funcionales a precios ridículamente bajos lo que lograban era que los productos fallidos se vendieran tanto o más rápidamente que los productos que no presentaban falla alguna. Así era. A muchos no les importaba si su compra tenía algún pequeño defecto sino lo que se ahorraba con ella. Un razonamiento muy curioso… y muy equivocado, pues cosas como un filtro de respiración o pues, un traje de inmersión en soluciones ácidas o un uniforme de inspección espacial no te pueden fallar, pues si te fallan, generalmente te mueres. Pero eso no parecía amedrentar a los que compraban y luego revendían tales artículos y por supuesto tampoco acobardaba a los que los seguían comprando.
¿Y por qué esta larga y aburrida explicación? Porque explica el porqué del irritante enojo de Jesí.
Luego de varios días finalmente logré relacionar todos los cabos sueltos y descubrir por qué su enojo no solo era con Blufu sino también con nuestros gestores de compras.
Los viajes espaciales eran costosos y mucho y las empresas que se dedicaban a transportar todo tipo de bienes por el espacio eran bien conscientes de ello, por lo que trataban de ahorrar lo más posible en todo lo que no fuera imprescindible. Había cosas en las que no se podía ahorrar. No podías ahorrar en combustible, ni en blindajes para la nave, ni en cargar suficientes repuestos en tus bodegas para una reparación de emergencia. Tampoco podías ahorrar demasiado en los sistemas de sueño o en las naves salvavidas o en los trajes que supuestamente podrían utilizarse para salir al exterior en el caso de tener que reparar una avería… No en esas cosas. Pero sí se podía ahorrar en alimentación y era proverbial la insipidez y consistencia poco atractiva de la comida de a bordo, a pesar de que nadie podía discutir sus propiedades nutritivas… o en disponer espacios para esparcimiento y ejercitación, pues preferían ocupar estos con carga… o en muchas otras cuestiones que a su entender –al entender de la compañía naviera- no afectaran directamente el desempeño de la tripulación…
Solo había dos cosas sobre las que no se negociaba… La primera, era que cada tripulante disponía de una cabina individual y eso era un derecho asumido ya por todos, en todas las naves mercantes.
La privacidad había adquirido un gran valor, sobre todo entre los que realizaban nuestro trabajo… quizás porque los tripulantes podían tener morfologías diferentes, costumbres diferentes o simplemente el hecho de que ese trabajo parecía especialmente diseñado para determinado tipo de individuos… individuos como nosotros precisamente. Socializábamos lo indispensable, lo evitábamos si era posible y vivíamos, para bien o para mal, nuestra individualidad
A menos obviamente que se decidiera saltarse esta regla. Existían parejas, pero eran más bien escasas. Los que abundaban eran los tripulantes que se embarcaban solos, que se relacionaban mínimamente con los otros tripulantes y que por supuesto no les interesaba mantener ninguna relación física con el resto. Las tripulaciones eran marcadamente mixtas y la sexualidad de los tripulantes no era considerada algo relevante… Pero he aquí lo segundo sobre lo que no se negociaba: todos teníamos derecho a un androide de satisfacción sexual y ese era el secreto quizás de la buena convivencia en períodos a veces muy largos de viaje. Todos, invariablemente, incluso los que se embarcaban teniendo pareja estable, tenían derecho a tener uno de tales ingenios. Así que si las relaciones sexuales entre humanos no eran corrientes en cambio si lo eran y mucho las relaciones sexuales con los compañeros y compañeras androides… Sencillamente, cuando el tripulante terminaba de cumplir su turno, se retiraba a su cabina y allí encontraba todo lo que podía necesitar, compañía, sexo, comida y descanso… hasta el próximo turno.
Y como todo tiene explicación, en determinado momento y ya algo exasperado por el ánimo exaltado de Jesí, juntando valor le pregunté a qué se debía su horripilante comportamiento.
Me miró y cuando me estaba preparando para recibir una sarta de insultos de grueso calibre, me pidió, cortésmente, que la acompañara. Allí fui tras su lindo trasero –que tengo que reconocer es muy atractivo-  hasta su habitáculo. Como correspondía éste estaba inmaculadamente limpio. Una de las grandes ventajas de un androide personal era que mantenía todas tus pertenencias  ordenadas y limpias y el piso y paredes y cualquier otra superficie reluciente… un importante valor agregado.
El androide estaba parado, firme, en una esquina de la pequeña habitación. Si bien no lucía calzado alguno, estaba totalmente vestido.
Me quedé a la entrada. Ella miró al androide y le ordenó:
-¡Sácate la ropa!-
Éste obedeció, desnudándose totalmente. Evidentemente era masculino y bastante bien dotado debo agregar.
La chica carraspeó, me miró y luego miró al androide.
-¡Erección!- ordenó.
Se sintió un leve zumbido y el miembro viril pareció intentar moverse, crecer, alzarse, pero nada sucedió.
-¡Erección dije!- repitió Jesí, con voz algo más potente.
De nuevo el zumbido pareció  llenar la pequeña habitación y hasta me pareció sentir al androide todo tratando de cumplir la orden recibida. Pero sus evidentes esfuerzos fueron infructuosos  y  nos quedamos esperando la erección. Nada sucedió.
-¿Ves?- me dijo Jesí –Eso es lo que me sucede… -dijo, señalando con enojo al caído miembro- ¡Los pinches putitos de la compañía no fueron capaces de comprar un pinche androide macho que funcionara como tiene que funcionar! ¿Tú tienes un androide femenino, no?
-Si- dije, asintiendo…
-¿Y te funciona?
-Así es, perfectamente…-dije algo apenado…
-¿Qué sentirías si tuviera todos los orificios tapados o mal construidos o algo así? ¿No te estarías volviendo locoooo!!!- dijo gritando
-Ya, Ya- le dije –Basta ya… es que me estás enloqueciendo a mí también –le dije… y sin pensar la besé.
Largas horas después regresé a mi habitación… Me sentía aturdido, caminaba como flotando… No podía creer que la hubiera besado y menos todavía lo que habíamos hecho por horas con Jesí luego de ese beso... ¡Pero había sido hermoso!
Cuando con el paso de los días advertimos que el androide parecía mirarnos acusadoramente lo sacamos al pasillo.
Ahora, aunque insisto que no es lo más usual, hacemos pareja de navegación y compartimos no solo el trabajo sino también nuestros ratos libres.  Y cada vez que nos cruzamos con mercadería Blufu o sentimos a alguien insultándolos, nos miramos e instantáneamente sonreímos, pues es por Blufu y por el afán de ahorro de nuestra compañía naviera que sentimos por el otro lo que ahora sentimos,  una intensa y rara sensación de que no podríamos vivir el uno sin el otro. Tengo que confesar que nunca había sentido lo mismo por un androide.
FIN


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