Jesí nunca había sido la compañera de navegación más
simpática que había tenido pero ahora estaba irremediablemente fuera de control.
No la entendía. Nunca la entendí, en verdad, pero durante este viaje, por
momentos, tenía la esperanza de que pudiéramos lograr cierta comunicación, una
mínima relación amistosa. No era la primera vez que me tocaba hacer pareja con
ella en un viaje, por lo que no me consideré especialmente desafortunado al
hacerlo nuevamente. Nuestro trabajo se trataba de supervisar los controles de navegación y otros sistemas
durante las travesías, sistemas que si bien nunca fallaban –como decían- eran prudentemente supervisados
por parejas de tripulantes. Cada pareja,
formada al azar –al menos que funcionaran como parejas ya conformadas, lo que
era muy raro- hacía turnos de 24 horas estándar en la vigilancia, horas que
debían de cumplirse en estricta vigilia. Siendo tres parejas, estaba garantizado que podríamos descansar la
suficiente.
A los pocos días estándar de viaje comencé a notar
además de sus ya acostumbradas muestras de mal carácter, cierta tendencia en
ella a insultar al planeta Blufu, a la empresa naviera para la que trabajamos y
al encargado de compras de la misma… ¿Qué le sucedía? Como tenía tiempo para
pensar y su comportamiento me estaba realmente afectando, traté de
resolver esa especie de acertijo que
suponía el pésimo carácter de mi compañera, tratando de encontrar explicaciones
a su mal temperamento, a sus ácidas respuestas, a sus pocos deseos de intercambiar
aunque fueran mínimas palabras o gestos amables.
Los que nos dedicamos a los viajes interplanetarios
somos todos unos bichos raros. Literalmente podría decirse… pues físicamente
hablando hay humanos que ya no parecen humanos –aunque piensen como tales se
han puesto tantos implantes que parecen cualquier cosa menos humanos- y
alienígenas –que obviamente no son humanos ni en pensamiento ni en morfología,
por más que algunos tengan cierto parecido- e incluso los verdaderamente
humanos –como yo- no somos menos reacios a socializar que todos los demás.
Claro que podemos intercambiar bromas, o algún comentario o tener alguna
conversación liviana típica de una larga guardia… Y Jesí tenía todo para no ser
la peor compañera que me hubiera tocado en todos mis viajes, -incluyendo una
muy atractiva forma de caminar- sino se
le hubiera echado a perder su carácter y con él todas sus buenas maneras. Así
que necesariamente me preocupaba por ella y su misterioso problema, pues una
cosa es ser neutro en cuanto al relacionamiento con otros y otra muy distinta
es que te respondan siempre de mal modo, o que tu compañera esté constantemente
insultando –que no sabes si a ti o a quién- o lanzando miradas agresivas cuando
tú ni siquiera sospechas el motivo… “¡Yo no le hice nada! ¿Qué le pasa?”, era
lo que pensaba para mí.
Sabía que Blufu era un planeta que se dedicaba
exclusivamente a la fabricación en serie de todo lo fabricable. Allí no
plantaban un grano de nada… allí solo fabricaban… y fabricaban y fabricaban,
logrando los mejores precios de toda la galaxia.
También era imposible competir con ellos. No solo
tenían los precios más bajos, sino que además, de alguna manera o de otra
lograban hacerse con toda la tecnología que podía ser vendible. Sus métodos
eran variados y a veces rayaban la criminalidad –por no decir que podían ser
desvergonzadamente criminales-, pero según ellos todo valía. Compra o robo de
patentes, chantajes, plagio de cualquier artefacto o tecnología y hasta grandes laboratorios propios dedicados
a la investigación… todo era válido.
Eran reconocidos además por tener las cadenas de producción más rápidas del
Universo conocido, lo que sin duda abarataba el precio de sus productos.
Claro que era en esa producción tan acelerada, tan
rápida, que estaba la explicación de su mala fama. Es que con tal velocidad de producción había
productos que fallaban. Podían no estar terminados correctamente por la razón
que fuere… alguna plantilla se había desgastado y tardaban en cambiarla o la
alimentación de las impresoras había sido deficiente aunque fuera por breves
lapsos de tiempo… no importaba la razón;
pero invariablemente había parte de la producción que no salía en óptimas condiciones de uso. Sería injusto
no decir que los controles de calidad de Blufu estaban posiblemente entre los
mejores del Universo –otro de sus puntos a favor-… pero también sería injusto
no decir que allí no se tiraba nada y que la mercadería defectuosa se vendía a
cualquier dinero, con las correspondientes advertencias obviamente. Estaba
claro que no deseaban engañar a ningún cliente, nada más lejos de su intención.
Pero al ofrecer productos incompletos o no totalmente funcionales a precios
ridículamente bajos lo que lograban era que los productos fallidos se vendieran
tanto o más rápidamente que los productos que no presentaban falla alguna. Así
era. A muchos no les importaba si su compra tenía algún pequeño defecto sino lo
que se ahorraba con ella. Un razonamiento muy curioso… y muy equivocado, pues cosas
como un filtro de respiración o pues, un traje de inmersión en soluciones
ácidas o un uniforme de inspección espacial no te pueden fallar, pues si te
fallan, generalmente te mueres. Pero eso no parecía amedrentar a los que
compraban y luego revendían tales artículos y por supuesto tampoco acobardaba a
los que los seguían comprando.
¿Y por qué esta larga y aburrida explicación? Porque
explica el porqué del irritante enojo de Jesí.
Luego de varios días finalmente logré relacionar todos
los cabos sueltos y descubrir por qué su enojo no solo era con Blufu sino
también con nuestros gestores de compras.
Los viajes espaciales eran costosos y mucho y las
empresas que se dedicaban a transportar todo tipo de bienes por el espacio eran
bien conscientes de ello, por lo que trataban de ahorrar lo más posible en todo
lo que no fuera imprescindible. Había cosas en las que no se podía ahorrar. No
podías ahorrar en combustible, ni en blindajes para la nave, ni en cargar suficientes
repuestos en tus bodegas para una reparación de emergencia. Tampoco podías
ahorrar demasiado en los sistemas de sueño o en las naves salvavidas o en los
trajes que supuestamente podrían utilizarse para salir al exterior en el caso
de tener que reparar una avería… No en esas cosas. Pero sí se podía ahorrar en
alimentación y era proverbial la insipidez y consistencia poco atractiva de la
comida de a bordo, a pesar de que nadie podía discutir sus propiedades
nutritivas… o en disponer espacios para esparcimiento y ejercitación, pues
preferían ocupar estos con carga… o en muchas otras cuestiones que a su
entender –al entender de la compañía naviera- no afectaran directamente el
desempeño de la tripulación…
Solo había dos cosas sobre las que no se negociaba… La
primera, era que cada tripulante disponía de una cabina individual y eso era un
derecho asumido ya por todos, en todas las naves mercantes.
La privacidad había adquirido un gran valor, sobre todo
entre los que realizaban nuestro trabajo… quizás porque los tripulantes podían
tener morfologías diferentes, costumbres diferentes o simplemente el hecho de
que ese trabajo parecía especialmente diseñado para determinado tipo de
individuos… individuos como nosotros precisamente. Socializábamos lo indispensable,
lo evitábamos si era posible y vivíamos, para bien o para mal, nuestra
individualidad
A menos obviamente que se decidiera saltarse esta regla.
Existían parejas, pero eran más bien escasas. Los que abundaban eran los
tripulantes que se embarcaban solos, que se relacionaban mínimamente con los
otros tripulantes y que por supuesto no les interesaba mantener ninguna
relación física con el resto. Las tripulaciones eran marcadamente mixtas y la
sexualidad de los tripulantes no era considerada algo relevante… Pero he aquí
lo segundo sobre lo que no se negociaba: todos teníamos derecho a un androide
de satisfacción sexual y ese era el secreto quizás de la buena convivencia en
períodos a veces muy largos de viaje. Todos, invariablemente, incluso los que
se embarcaban teniendo pareja estable, tenían derecho a tener uno de tales
ingenios. Así que si las relaciones sexuales entre humanos no eran corrientes en cambio si lo eran y mucho las relaciones sexuales con los compañeros y
compañeras androides… Sencillamente, cuando el tripulante terminaba de cumplir
su turno, se retiraba a su cabina y allí encontraba todo lo que podía
necesitar, compañía, sexo, comida y descanso… hasta el próximo turno.
Y como todo tiene explicación, en determinado momento y
ya algo exasperado por el ánimo exaltado de Jesí, juntando valor le pregunté a
qué se debía su horripilante comportamiento.
Me miró y cuando me estaba preparando para recibir una
sarta de insultos de grueso calibre, me pidió, cortésmente, que la acompañara.
Allí fui tras su lindo trasero –que tengo que reconocer es muy atractivo- hasta su habitáculo. Como correspondía éste
estaba inmaculadamente limpio. Una de las grandes ventajas de un androide
personal era que mantenía todas tus pertenencias ordenadas y limpias
y el piso y paredes y cualquier otra superficie reluciente… un importante valor
agregado.
El androide estaba parado, firme, en una esquina de la
pequeña habitación. Si bien no lucía calzado alguno, estaba totalmente vestido.
Me quedé a la entrada. Ella miró al androide y le
ordenó:
-¡Sácate la ropa!-
Éste obedeció, desnudándose totalmente. Evidentemente
era masculino y bastante bien dotado debo agregar.
La chica carraspeó, me miró y luego miró al androide.
-¡Erección!- ordenó.
Se sintió un leve zumbido y el miembro viril pareció
intentar moverse, crecer, alzarse, pero nada sucedió.
-¡Erección dije!- repitió Jesí, con voz algo más
potente.
De nuevo el zumbido pareció llenar la pequeña habitación y hasta me
pareció sentir al androide todo tratando de cumplir la orden recibida. Pero sus
evidentes esfuerzos fueron infructuosos
y nos quedamos esperando la
erección. Nada sucedió.
-¿Ves?- me dijo Jesí –Eso es lo que me sucede… -dijo,
señalando con enojo al caído miembro- ¡Los pinches putitos de la compañía no
fueron capaces de comprar un pinche androide macho que funcionara como tiene
que funcionar! ¿Tú tienes un androide femenino, no?
-Si- dije, asintiendo…
-¿Y te funciona?
-Así es, perfectamente…-dije algo apenado…
-¿Qué sentirías si tuviera todos los orificios tapados
o mal construidos o algo así? ¿No te estarías volviendo locoooo!!!- dijo
gritando
-Ya, Ya- le dije –Basta ya… es que me estás
enloqueciendo a mí también –le dije… y sin pensar la besé.
Largas horas después regresé a mi habitación… Me sentía
aturdido, caminaba como flotando… No podía creer que la hubiera besado y menos
todavía lo que habíamos hecho por horas con Jesí luego de ese beso... ¡Pero
había sido hermoso!
Cuando con el paso de los días advertimos que el
androide parecía mirarnos acusadoramente lo sacamos al pasillo.
Ahora, aunque insisto que no es lo más usual, hacemos
pareja de navegación y compartimos no solo el trabajo sino también nuestros
ratos libres. Y cada vez que nos
cruzamos con mercadería Blufu o sentimos a alguien insultándolos, nos miramos e
instantáneamente sonreímos, pues es por Blufu y por el afán de ahorro de
nuestra compañía naviera que sentimos por el otro lo que ahora sentimos, una intensa y rara sensación de que no
podríamos vivir el uno sin el otro. Tengo que confesar que nunca había sentido
lo mismo por un androide.
FIN
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