Mientras
el hombre llamado Badcoin trataba de respirar, sofocándose, sintiendo bocanada
a bocanada que irremediablemente se moría, le pasaron por su mente, como en una
algodonosa nube transparente, los pantallazos de lo sucedido en las últimas
horas…
El
asalto había sido un éxito. Eso lo recordaba nítidamente. El plan para detener
los tres enormes camiones blindados había funcionado a la perfección y tampoco
había sido un gran problema apoderarse de su contenido. La sorpresa había sido
total.
Todos
los dispositivos electrónicos se habían bloqueado exitosamente-incluyendo las
defensas automáticas de los grandes transportes- y los custodios humanos, más
un requerimiento formal que una necesidad de seguridad, no habían atinado a
reaccionar, por lo que ni asaltantes ni asaltados habían sufrido ningún tipo de
heridas.
Todo
lo demás fue ejemplarmente ejecutado. No hubo mayores dificultades en acceder a
las computadoras de a bordo, borrar información sobre el asalto, reprogramar
los pilotos automáticos y con todos los custodios a bordo –inmovilizados pero
vivos; matarlos hubiera significado manipular sus dispositivos de monitoreo,
una búsqueda más intensa y mayores represalias- hacer que el convoy siguiera la
ruta establecida. Esto podía confundir a
quienes estarían vigilando su comportamiento.
Tenían
claro que los iban a encontrar; era solo cuestión de tiempo, pero tiempo era lo
que podían ganar con todas esas pequeñas trampas, un tiempo que les permitiría
vender lo robado y dispersarse antes de que pudieran encontrarlos.
Pronto
hubieron trasladado los tanques robados a varios transportes más pequeños y en un escondido aeropuerto improvisado,no muy
lejos de allí, los cargaron en una maltrecha nave -que sorprendentemente aún era
capaz de volar- y que los transportólo más velozmente que pudo a su escondite.
Así que en menos de una hora y cuando las autoridades aún estarían reponiéndose de
la confusión –quizás ni siquiera estarían seguros de que sus camiones habían
sido robados-, ellos ya estaban a quinientos kilómetros de distancia… y no se
detuvieron allí.
Tres
horas más tarde, ya descendida la carga en una enorme bodega de una zona
suburbana y abandonada de una gran ciudad y mientras algunos comenzaban a destapar
las primeras botellas de cerveza para festejar, su comandante Hullit comenzó a
calcular cuánto dinero ganaría su “causa” con el atraco. No eran bandidos
comunes, claro que no… eran nada más ni
nada menos que los recaudadores de uno de los tantos ejércitos subterráneos que
luchaban, a su manera, contra el opresivo régimen que los gobernaba. El dinero
que lograran con la venta de su botín iría a parar a las arcas de su
organización clandestina.
En
esta ocasión la carga era muy rara y valiosa y Hullit sabía que aún descontados
los gastos de transporte y apoyo obtendrían una fortuna en el mercado negro por
los cilindros.
Pero
Badcoin tenía una objeción. Él quería uno de los recipientes para su propio
uso.
Sus
colegas, especialmente su comandante Hullit, no estaban de acuerdo… para nada
de acuerdo. Los argumentos de Badcoin no fueron escuchados.
Pero
no lo juzguen mal. Desde ya hacía trescientos años los humanos como él o sus
colegas no habían podido hacer uso de lo que se transportaba en los tanques. Es
más, era un artículo de lujo que no solo daba status sino que además decían que
alargaba la vida. De ahí su valor. Las clases dirigentes -la élite de la élite-
pagaban mucho dinero por el contenido de esos tanques.
-¡Pero
tienes decenas de contenedores aquí! ¡Solo quiero uno!- decía Badcoin en tono
lastimero.
Quizás
era ese el problema. Por tanto tiempo tantos habían visto el contenido de los
tanques como algo solo apropiado para los dirigentes, para la “nobleza” que
gobernaba y administraba y que con total desparpajo los tenía viviendo en la
pobreza y en la humillación, que cuando uno de ellos tenía la oportunidad de
echar mano a uno de sus privilegiados artículos, no podía mirar a otro lado, no
podía ignorar esta oportunidad.
-¡Son
para ser vendidos! –le replicó Hullit, ya molesto y en un tono de voz algo más
alto- Hemos vivido desde siempre sin eso –dijo señalando a los tanques- y no
hay razón para que sea diferente ahora.
-¡Pero
quiero uno! ¡Tengo derecho a un tanque y quiero uno!- Badcoinsentía su corazón
acelerándose mientras instintivamente tocaba con sus dedos el arma automática,
no la de caño corto de su cintura, sino el fusil que en todo momento le colgaba
de una correa de cuero sintético del cuello, un arma peligrosa, herencia del
ejército.
-¡No
son para nosotros!- le replicó nuevamente Hullit –Los venderemos y ese dinero
será para mantener nuestro ejército… ¿Tienes idea del tiempo que podremos
mantener nuestra revolución con la venta de eso?- dijo, señalando nuevamente a
los cilindros.
Pero
el obstinado Badcoin continuó con sus razonamientos, lo que terminó sacando de
quicio a Hullit.
-¡He
dicho que no y si digo que no es no! –dijo- ¡Y no voy a seguir con esta
discusión!- dicho esto cometió la torpeza, supongo que inconscientemente, de
tomar un arma de la mesa que tenía enfrente y amenazar a su interlocutor. Mala
cosa. El arma de asalto de Badcoin lo retiró definitivamente de la discusión,
de cualquier discusión…
Los
otros cuatro, que estaban atentos pero a la vez preferían mantener cierta
distancia ante el enfrentamiento, por un
momento no supieron cómo reaccionar y cuando finalmente tomaron sus armas fueron
presa fácil del desquiciado Badcoin. Ni siquiera llegaron a herirlo.
Entiéndalo.
La humanidad se había tornado más y más competitiva. Los que no eran de la
nobleza que gobernaba -y que eran a la vez dueños de casi todo- estaban
enterrados en una vida sin contenido, en donde la sobrevivencia era su único
objetivo… No se planificaba, todo era día a día… y para destacar, para obtener
algo más que la inmensa mayoría, los caminos eran tan escabrosos que pocos
sobrevivían. La violencia era tanto una herramienta como un fin en sí y Badcoin
había vivido en ese lugar del espíritu toda su vida.
Si
lo amenazaban físicamente, invariablemente reaccionaba con violencia.
Así
que tomó un gastado colchón y apoyando una mitad contra unos trozos de madera,
simuló fabricar un sillón… el mueble más cómodo que podía pretender en ese
momento y lugar. Luego tomó uno de los pesados tanques, lo colocó junto a su improvisada
reposera y enchufó un respirador a una de las boquillas que había a un lado en
la base del recipiente metálico. Sin dejar que la sangrienta imagen de sus ex
camaradas lo perturbara se sentó y colocó el respirador sobre su boca y nariz.
Abrió
el pase del gas. Al fin probaría lo que en algún momento respiraron sus ancestros.
Dejaría atrás ese caldo de contaminantes y venenos sin nombre que ahora tenían
por aire.
Pero
algo raro sucedió. Generaciones de humanos respirando la venenosa mezcla que
los rodeaba habían condicionado, poco a poco, a todos los que vendrían. Quedó
en shock. Respiraba agitado, no podía mover brazos ni piernas. No sabía qué le
estaba sucediendo, pero seguramente su organismo estaba reaccionando de forma
desafortunada a esa sustancia tan extraña, tan rara…
Lo
cierto era que se estaba muriendo. Respiraba más y más rápido, su cuerpo
parecía retorcerse en una desenfrenada fiesta que hubiera sido alegre si no fuera
porque él sentía que su vida lo estaba dejando… más y más, hasta que su corazón
se detuvo.
Cuando
un día después los comandos policiales los encontraron, él seguía con sus ojos
fijos en la leyenda del tanque:
“AIRE 100 % PURO. CONSUMA
CON MODERACIÓN.”
FIN
NOTA:
Hace no demasiado tiempo leí un artículo en donde se mencionaba como unos
empresarios pretendían vender “aire puro”
en China. Este aire era envasado en lugares sin ningún tipo de polución, en un
entorno lo más “natural” posible. Obviamente, por su costo, este “producto” estaría al alcance de un
porcentaje relativamente pequeño de ciudadanos chinos. Si bien este cuento no está
inspirado por este artículo – y es el tipo de información que puede inspirar a
escribir algo al respecto-, perfectamente puede servir como extrapolación de
esta situación. La pregunta es… ¿Podríamos en algún momento acostumbrarnos a
respirar tal “porquería” de aire que el aire puro nos mataría?
Cuando sale uno a vivir en provincia donde no hay tanta contaminación al empezar a desintoxicarse tu cuerpo si te produce algunas enfermedades ojala e hiciéramos conciencia del daño que nos hacemos con tanta contaminación. Me gusto mucho.
ResponderEliminarMe alegra que te guste...
EliminarOye yo puedo usar esta historia en una tarea
EliminarComo siempre, respondo taaaarde a los comentarios, mis disculpas. La respuesta en tiempo hubiera sido "Por supuesto" y gracias por considerarlo!!! Un abrazo!!!
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