Cuentan las leyendas cantadas por los trovadores en todos los reinos humanos, que mucho
antes de que Steel Hojamortal se hubiera ganado ese nombre ya había comenzado a
prepararse para La Última Batalla. Esas mismas canciones cuentan que apenas podía tenerse en pie por sí
mismo cuando ya había tomado la costumbre de, con un bastón de madera a guisa
de diminuta espada, golpear a cuanto perro o gato se le cruzara por el camino,
además de todos los pies y espinillas que se pusieran a su alcance. Al pasar
los años y advertir que ya con seis años de edad tenía el suficiente temple,
que no la habilidad ni la fuerza, para entrar en combate con cualquiera,
decidieron colocarlo de pupilo en un monasterio de monjes guerreros. Fue allí
donde se confirmó su obsesión con La Última Batalla, un combate definitorio y
decisivo, que aunque era de naturaleza poco clara, sería el más importante de
su vida.
Su
disciplina y dedicación hicieron que poco a poco su habilidad fuera creciendo
hasta el punto en que su dominio de las distintas armas y sus técnicas fueran
motivo de orgullo de sus maestros. Lo que le faltaba era combatir y siendo
consciente de esto a los catorce años se hizo mercenario.
Vivió
algunos años como profesional de la guerra, durante los cuales su maestría y valor atrajeron a los mejores
guerreros, a aquellos tan dedicados como él al arte de matar, al
perfeccionamiento de sus habilidades… y esas nuevas responsabilidades lo
obligaron a estudiar estrategia y táctica y a transformarse en un carismático
comandante equilibrado y lleno de recursos.
Más
nunca dejó de saber que todo eso, todo su entrenamiento, su perfeccionamiento,
su habilidad, tenía por objetivo prepararse para La Última Batalla, un objetivo
que compartía con todos sus guerreros.
Con
el tiempo, cuando a su alrededor ya no se congregaban decenas, ni cientos de
guerreros sino miles de ellos, disponiendo así de un temible ejército, se le
atravesó un reino tambaleante al cual conquistó rápidamente. Sus tropas,
disciplinadas y aguerridas no pasaron apuros en ningún momento en esa campaña,
por más que combatieron durante meses, apoderándose poco a poco de todos los
feudos en los que se había separado ese reino.
Siendo
considerado un buen soldado, un buen estratega y líder, luego de haber
conquistado un reino sorprendió a todos al demostrar que además era un buen
gobernante.
Su
reino prosperó y tanto que con un ejército pujante y en ebullición decidió
ampliar sus territorios. No hubo fuerza capaz de detenerlos. Todos sus
guerreros saben que todo es parte de su entrenamiento para La Última Batalla y
por eso es que se aplican a una batalla tras otra con una ferocidad y pericia
que sorprende a todos los ejércitos que se les oponen.
Las
extensiones conquistadas eran cada vez mayores y mayores eran cada vez sus
ejércitos, aunque hubo largos períodos de paz. Su saber de buen gobernante le
decía que era importante estabilizar los territorios conquistados, promover el
comercio, la ganadería, la agricultura y cuanta industria existiera, hubiera
existido o crear otras nuevas… Eso le decía su buen sentido y así lo
practicaba. Mientras tanto, sus ejércitos continuaban entrenando, un día sí y
otro también pues sabían que La Última Batalla estaba cada vez más cercana.
Los
años pasaron y nuevos territorios se fueron incorporando, mediante conquistas o
alianzas. Nadie quería combatir contra él y sus ejércitos y como trataba además
de ser un gobernante razonable muchos pensaban que la mejor decisión no era
tenerlo como enemigo sino como aliado.
Cuando
se acercaba inexorablemente al centenar de años de edad, se encontró dueño del mayor imperio que
hubiera existido. Para su satisfacción no solo dentro de sus fronteras no
existía el hambre, sino que se vivía en relativa prosperidad y por supuesto, en
paz. Y a nadie se le hubiera ocurrido darle el mínimo pretexto para que sus
ejércitos, que seguían preparándose para La Última Batalla igual que en los
albores del Imperio, los invadieran. No existía poder alguno que no lo
respetara y aún los más lejanos lo pensarían dos veces antes de ofenderlo.
Pero
sucedió que a los pocos días de su aniversario número 106, cuando fue convocado
a combatir en La Última Batalla, su brazo no pudo levantar la espada, ni su
mano conservar la empuñadura del arma… y ni siquiera logró ponerse en pie para
resistir con su cuerpo o con su escudo el embate de su enemigo, un enemigo que
enviando a La Vejez para atacarlo por los flancos, golpeó como un ineludible
martillo su mismo frente… este enemigo no era ni más ni menos que La Muerte.
Boqueando,
respirando trabajosamente con sus viejos pulmones y sabiéndose derrotado, no
pudo menos que reírse…
¿Así
que ésta era La Última Batalla? Toda su vida se había preparado para ella y
cuando la tenía ante sí, sus tropas, sus fuerzas, estaban indefensas,
exhaustas… Quizás hasta se sentía cansado… ¿Se sentía cansado? Había combatido
tanto que un combate más no lo asustaba… aún sabiendo que sería el último.
FIN
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