Edi Kinde estaba asombrado
por la paz y la armonía que se observaban en Bonaire. Trabajaba en una compañía
interplanetaria de fabricación y venta de herramientas agrícolas y conocía
suficientes mundos como para darse cuenta que éste era uno excepcionalmente
pacífico. Sobre todo lo conmovía ver como las dos especies predominantes en el
planeta, los nativos, humanoides llamados “trunges” y los humanos –llegados en
una avalancha de colonos hacía unas decenas de años estándar- se mezclaban por
las calles y en los mercados, derrochando amabilidad y cortesía. Quizás influía
en eso que ambas especies se complementaban en la cadena de producción de
bienes, que había trabajo para todo
aquel que lo quisiera y que el nivel de vida de todos era relativamente bueno.
Incluso a los más desfavorecidos, de ambas especies, no les faltaba un techo
sobre su cabeza y comida en su mesa, por lo que no existían serios motivos de
conflicto y en consecuencia reinaba una paz que bien podía llamarse ejemplar.
Pero pronto descubrió que
esta armonía y tranquilidad no eran perfectas y que existía una ocasión en que
se transformaban en grandes rivales. Sucedía que ambas especies eran fanáticas
del deporte más extendido por todo el universo conocido: el balompié, soccer o
fútbol, así que cuando periódicamente se enfrentaban los equipos en la liga
planetaria pues… cualquier cosa era posible.
Existían dos “ligas”
independientes… una humana y otra trunge. Cada una de ellas tenía su campeonato
y cuando estos culminaban, los ganadores de cada uno de ellos competían entre
sí para elegir el mejor equipo del planeta, que luego representaría al planeta
en el Campeonato Federal.
Por casualidad, el
principal evento deportivo de la temporada, el juego que decidiría el Campeón
Planetario, se realizaría durante la estadía de Edi en Bonaire. Un poco por
curiosidad y mucho más por obligación
protocolar, no pudo negarse cuando lo invitaron a presenciar el juego desde las
gradas, en el mismo campo de juego.
Ya a la entrada del enorme
escenario y mientras aguardaban el control de sus tarjetas de acceso, Kinde
observó un enorme cartel en donde se advertía sobre las prohibiciones, que
aparentemente eran las usuales, escrito en los idiomas más usados por la Federación y por
supuesto en trunge.
A saber, estaba prohibido entrar al campo de
juego, agredir de cualquier forma a jugadores, árbitros o seguidores, ingresar
y por supuesto utilizar cualquier tipo de armas o cualquier elemento como arma,
exhibir las “gnubles” o partes sexuales, sean masculinas o femeninas, abusar de
bebidas alteradoras de la conducta, sea energéticas, alcohólicas o alucinógenas
y utilizar elementos que obstaculizaran la visual de los demás concurrentes al
espectáculo.
Pero lo que más le llamó la
atención, fue que habían agregado uno más pequeño y obviamente más reciente que
decía: PROHIBIDO LOS MANTRAS.
-¿Por qué este cartel?-
preguntó curioso.
-¿Ese cartel?- sonrió su
guía –Ya sabe que tanto humanos como trunges son fanáticos del balompié… y lo
que más anhelan es ganar el campeonato planetario.
Edi sonrió a su vez, pues
entendía las pasiones que desataba el balompié en todo el universo conocido.
También eran un factor de unión entre todas las culturas que podían
practicarlo, incluso fuera de la
Federación.
-¿Pero porqué prohibir los
mantras? ¿Qué relación tienen con el juego?
-Pues, sucedió algo el
campeonato planetario de hace dos temporadas. Históricamente los trunges nunca
habían podido ganar un torneo planetario…
-¿Nunca?
-No, ni una vez. Juegan
bien, pero son algo, cómo decirlo… Tienen buena técnica y tácticamente no son
muy malos, pero les falta todo lo demás.
-Si, entiendo, coraje,
arrojo, valor, agresividad…
-¡Agresividad tienen!
¡Pero no la saben manejar!
-Lo entiendo.
-Pero querían ganar el
torneo… Necesitaban ganar el torneo.
Edi lo miró con más
atención.
-Por lo que fueron a
hablar con un fabricante de mantras.
Prístino Gemes vivía
semioculto en un oscuro lugar en los suburbios humanos de Gideon, una de las
ciudades más importantes de Bonaire. No era de su interés sobresalir en nada
así que olía como todos sus vecinos, hacía ruido como todos sus vecinos y
acostumbraba sentarse en el frente de su casa a ver a sus vecinos, exactamente
como estos lo hacían. Esto cuando no estaba trabajando, claro. Prístino era un
destacado fabricante de mantras. Los hacía para toda ocasión y circunstancia.
Los hacía complejos, simples, largos, cortos, oscuros y claros… Se sobresaltó
un poco cierta tarde que, dentro de su casa y concentrado en un sendero de
palabras que estaba explorando, aparecieron ante él avisando apenas su
presencia, tres seres encapuchados… -¡Trunges! – se dijo.
-¿Qué se les ofrece,
estimados?
-Si es usted el honorable
Prístino Gemes, necesitamos su ayuda.
-Están con la persona
indicada. Cuénteme qué necesitan.
Gemes escuchó con atención
a los trunges. Además de que eran sus posibles clientes –y el cliente siempre
tiene la razón-le parecía que los trunges realmente tenían motivos para ser
ayudados.
-Está bien. En una semana
les tendré pronto el mantra.
-¿Y cuánto nos cobrará,
honorable?
-Lo que ustedes juzguen
conveniente, estimados trunges.
El día del juego final del
campeonato planetario, los humanos y los trunges se repartían exactamente a la
mitad las butacas. Hubiera sido un día de juego normal, sino hubiera sido por
algunos detalles que sumados lo hacían un día extraño. Los trunges, contra toda
costumbre, entraron sin grandes banderas ni estandartes, sin instrumentos
musicales, sin cornos ni tambores… simplemente a cada uno se le daba una hoja
impresa con algo; una canción, pensaron los humanos que se percataron de tal
suceso.
Cuando estaba por comenzar
el juego, a un fenomenal alarido, todos los trunges tomaron sus impresos y
comenzaron a entonar un sonoro y retumbante poema, una y otra vez, una y otra
vez… Los humanos lo tomaron como un chiste y por lo demás no afectaba para nada
a los humanos que estaban en el campo de juego, ni a los que miraban ni a los
que jugaban… pero sí a los trunges. Estos jugaron con una ferocidad, con una velocidad
y precisión nunca antes vista en ellos… tanto que, cuando se terminó el juego y
los trunges detuvieron sus gargantas y a la vez el mantra, se encontraron con
que por primera vez en la historia de la Copa Planetaria eran campeones
de la misma, por varios goles de diferencia.
Los trunges festejaron
varios ciclos planetarios el triunfo. Su alegría desbordante llenó las calles
del planeta, y a pesar de que los humanos trataron de todas formas de que el
triunfo fuera anulado por ilegal, tanta felicidad trunge pronto los hizo
olvidar todos los reclamos.
Un campeonato perdido en
cuarenta jugados no era el fin del universo… Pero prohibieron los mantras.
FIN
voy a venir después de almuerzo a leerlo OK, me gustan los temas futuristas, la música y la locura creacional, under somos todos en el pixel , así que por mientras te dejo un abrazo
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vuelvo ya te dejé enlazado a mi blog de Selecciones
pd la palabra de verificación LARLUX
tiene connotación galáctica
Gracias por el enlace!!! La ciencia ficción es mucho más que un ejercicio literario, es como una herramienta para ver posibles futuros, a veces luminosos, a veces oscuros... y también me encanta, igual que la música...un abrazo!!!
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