-¡Me
siguen, me siguen y ya no sé que hacer!- le dijo Urti al zoopsicólogo -¡Usted
es la única esperanza que me queda!
El
profesional miró a Urti críticamente. Estaba bien que hubiera conseguido una
cita, pues era su política no negar una consulta si era por un asunto de
urgencia, pero no entendía como su
secretaria le había permitido el paso a un individuo tan mal entrazado… La ropa
que lucía estaba sucia y desgarrada y parecía, sin duda, que se había vestido a
toda prisa, quizás a la carrera… Se sentía un aroma a sudor y a suciedad, que
traspasaba sin problemas los casi cuatro metros que los separaban, él en su
cómodo escritorio, tomando notas y el paciente recostado en un sillón, que sin
dudas necesitaría luego una concienzuda limpieza. Pero la mala imagen no
terminaba ahí; su cabello estaba largo, sin peinar y ostentaba una barba
bastante descuidada. En resumen, todo en su cliente dejaba ver descuido y
desaseo… ¿Tendría para pagarle la consulta?
-¿Quiere
usted decir que las ripechengas lo persiguen todo el tiempo?
-¡Así es!
¡Constantemente!
-Eso no es
nada para nada normal- dijo el zoopsicólogo, de nombre Nindi Turi y que parecía
algo más interesado en el caso.
Era extraño
que las ripechengas, unos animalitos bastante movedizos y sumamente
escurridizos persiguieran a un humano… cuando en general lo que hacen todo el
tiempo es huir de ellos. Es que la carne de las ripechengas es sumamente
sabrosa, ya sea asada, o cocida o aún cruda con una preparación especial que
existe para el caso. ¡Y no tienen idea de lo exquisita que resulta la sopa con
huesitos de ripechengas y unos opretes –sin semillas- y tronvas e
inopetotes cortados en cubitos! Bueno,
es el plato típico de la región de donde soy originario, zona en donde, justo
es decirlo, las ripechengas están al borde de la extinción. En fin. Me distraje
un poco. Lo cierto es que a nosotros, los nativos de este sumamente hermoso
planeta llamado Etunenen, nos encantan las ripechengas y las cazamos con
verdadero entusiasmo, lo que hace difícil pensar que las ripechengas puedan
sentir algo distinto a temor de uno cualquiera de nosotros.
-¿Cómo dijo
que se llamaba?- preguntó el profesional, mostrándose cada vez más interesado.
Además de su interés culinario por las ripechengas, veía una oportunidad única
de indagar en la psicología de un animal tan sabroso. Se permitió pensar apenas
cinco segundos en la mencionada sopa; se le hizo agua la boca.
-Urti… Mi
nombre es Urti.
-Así que lo
persiguen… ¿Y tiene idea de por qué?
-¡No, claro
que no! ¡Pero me enloquecen! ¡Me hicieron perder los últimos cinco trabajos que
tuve, no me dejan asear, ni cambiarme de ropa, nada…!
-De todas
formas, a pesar de estas, digamos… molestias, se ve usted en buen estado de
salud…
En verdad,
Urti parecía bien alimentado, en contradicción con su estado exterior.
-Es que me
alimento bien…
-¿Ah sí?-
el zoopsicólogo, quizás por ser casi la hora del almuerzo, tendía a pensar en
alimentos y obviamente en alimentarse… -¿Y qué come?- le preguntó finalmente.
-¿Cómo qué
como? ¡Ripechengas! ¡Si es lo que tengo más a mano!
-¿Se come
las ripechengas?- dijo el profesional, escandalizado -¡Yo pensé que les tenía
cariño, que las cuidaba, las mimaba…!
-No, para
nada… me encanta su sabor.
-¿Y como
las prepara?- preguntó, mientras comenzaba a tomar nota mentalmente.
-Con una
salsa de abrójolis con peturanante…
-¿Con salsa
de abrójolis? ¿Le gusta el abrójoli?
-¡Me
encanta! ¿A usted no le gusta?
-No es algo
que me enloquezca precisamente… ¿Y siempre las prepara igual?
-¡Siempre!
–y luego agregó- Pues a las ripechengas si las enloquece…
-¿A las
ripechengas?
-¡Si, les
encanta el abrójoli!
-Y siempre
están a su alrededor, supongo…
-¡Claro!
¡Eso es lo que le quiero decir!
El
zoopsicólogo se quedó pensando algunos minutos.
-Quizás,
solo quizás- dijo- las ripechengas estén haciendo uso del derecho a elegir de cómo
ser cocinadas…
-¿Le
parece?
-Ya saben
que posiblemente terminen en la cacerola de alguien, por lo que lo único que
hacen es elegir cuál será…
-¡Es
increíble!
-Esto
demuestra que las ripechengas son más evolucionadas de lo que se pensaba… ¡Ha marcado usted un hito en la ciencia! ¡Seguramente habrá un antes y después
luego de este fenomenal descubrimiento! ¡Haremos historia!
Urti
carraspeó, algo impaciente, interrumpiendo el emocionado discurso de Turi.
-¿Pero como
soluciono este problema, doctor?
-Fácil… ¡No
cocine más con abrójoli y verá que las ripechengas se alejarán de usted!
Dos meses
estándar más tarde un bien vestido, más delgado y prolijo Urti saludaba en su
consultorio al siempre afable Nindi Turi.
Al verlo no
pudo menos de notar que parecía algo despeinado, con una barba algo salvaje y
la ropa que vestía estaba algo ajada y quizás hasta algo sucia… En contraste,
parecía haber ganado tres o cuatro o hasta cinco kilogramos.
-¡Tenía
razón!- le dijo al doctor, luego de apretarle fuertemente la mano –¡Abandoné el
abrójoli y las ripechengas me devolvieron mi vida!
Nindi lo
miró y sonrió. Urti no pudo contenerse y le preguntó -¿Le sucede algo, doctor?
-Nada… Solo
que me estoy haciendo adicto al abrójoli –dijo, al tiempo que se tocaba el ya
prominente abdomen…
FIN
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