Cuando, luego de una conferencia en donde había expuesto sus teorías, aquella simpática pareja de jóvenes se le acercó,
Max Clikee no pudo menos que prestarles atención. Se decían admiradores de la obra a la que había consagrado gran parte de su vida, algo por lo que se sintió muy halagado. No solo eso sino que Alice y Pedro, como se nombraron, eran conocedores profundos de su trabajo y le hicieron muchas preguntas sobre el desarrollo ulterior de éste.
Como forma de retribuir a estas alabanzas los había invitado a continuar charlando en el sombreado parque al frente de la universidad, un lugar muy agradable. Allí, en uno de los bancos con respaldo típicos de lugar, disfrutando del cálido clima primaveral y observando las idas y venidas de estudiantes, profesores y visitantes, continuaron conversando animadamente, aunque en realidad era la pareja la que hablaba… el anciano solo escuchaba y asentía.
Tanto Alice como Pedro, a pesar de su relativa juventud eran científicos de avanzada y con sus preguntas no solo mostraron interés por sus estudios, sino también por su persona. Decían que, aunque había llegado a los 90 años con relativa buena salud, pensaban que merecía –y necesitaba- por lo menos 90 años más de vida para terminar de desarrollar sus teorías y quizás con eso revolucionar definitivamente el mundo de la ciencia.
En determinado momento Alice le dijo:
-¿Qué opinaría si le dijéramos que conocemos la manera de que logre volver a la Tierra en un cuerpo nuevo?
-Bueno, señorita, eso es parte de mis ideas…
-¿Pero las ha puesto en práctica?
-No, no…
-¡Nosotros sabemos como hacerlo! ¡Y queremos hacerlo con usted!
-¡Usted es nuestro maestro!
-¡Nuestro modelo a seguir!
-¡Se merece seguir trabajando en sus estudios!
-¡Y se merece completarlos!
Al anciano le faltaban palabras para contestar. No sabía que decir. Había llegado a esa avanzada edad en muy buenas condiciones porque en la Universidad todos lo querían y cuidaban. Absolutamente todos sus colegas le habían aportado lo que pudiera servirle de sus conocimientos, tratamientos, terapias, todo, para que su vida útil se prolongara lo más posible. Todo porque sabían de la devoción de Max por el estudio y de que no tenía más objetivo que seguir desarrollando y perfeccionando sus teorías… y responder esas preguntas que él sabía que tenían que ser finalmente respondidas. Pero, estaba claro que pese a los esfuerzos de todos, no iba a llegar a ese objetivo. Sabía que, por más que lograran prolongar su vida, cinco o hasta diez años, eso no sería suficiente… y cuando muriera, todo ese inmenso caudal de conocimientos que había forjado durante toda su larga vida académica se perdería… así lo sentía. Pues ni sus muchos libros, ni sus diarios intentos por comunicar a los jóvenes estudiantes su sapiencia equivalían a lo que tenía dentro de su cabeza, dentro de su cerebro, dentro de su mente. Y estos jóvenes, junto a él, apuntaban a eso, le tentaban a seguir… No podía menos que estar interesado.
-No se entusiasmen… pero demuestren que pueden hacerlo y luego veremos. Sé que puedo darle a la humanidad más de lo que le he dado… Solo demuéstrenlo- concluyó, suspirando.
No tardaron muchos días en llamarlo para que asistiera a una demostración y lo que presenció lo dejó gratamente sorprendido. ¡Por lo menos una parte de sus teorías podía ser llevada a la práctica! A partir de ese momento su entusiasmo fue en aumento… sabía que lo que pretendían era posible y ya no lo asustaba pasar la línea, esa línea que muchos creían era el fin del camino. ¡Pues él estaba convencido de que era solo un accidente más en la existencia!
Max reconocía que sus ideas no eran revolucionarias ni innovadoras, pero sabía que era uno de los pocos que, libre de prejuicios, con la mente abierta pero también con todas las herramientas de la ciencia a su disposición, trataba de separar la místico de lo racional, la mentira de la verdad, el humo de la llama. Su campo de investigación no era ni más ni menos que la vida y la muerte y entre ellos el destino de nuestros “cuerpos”, por llamarles así, tanto el físico y visible como los espirituales o invisibles.
Por tratar de expresar todo matemáticamente y por querer formular, analizar y en suma estudiar científicamente las leyes que regían el funcionamiento de estos fenómenos, se le reconocía como un referente de la ingeniería mágica, una nueva, amplia y difusa ciencia que se desarrollaba a trompicones en la frontera de todas las otras ciencias, hasta ahora llamadas “racionales”.
Y dentro de sus teorías estaba expuesto que si alguien descubriera la forma de, al morir, manipular estos cuerpos invisibles, podría ocupar un cuerpo que iba a nacer… ocuparlo conciente y plenamente. Esto era algo que en la teoría era maravilloso. Sería la forma de vivir para siempre, no como algo físico en realidad, sino que esa “entelequia” que éramos podría perpetuarse.
En realidad se suponía que cuando alguien estaba por nacer un alma en espera ocupaba su lugar, en un proceso que no se sabía a ciencia cierta como sucedía ni por quién era regido… solo sucedía así. La literatura existente sobre el tema hablaba de “poderes”, “juicios” y “jueces”, más allá de toda lógica científica, que eran los que manejaban los nacimientos y la vuelta a La Tierra de las almas. Él, con las herramientas que disponía, no había podido desentrañar este proceso, por más que lo había investigado. Pero en definitiva lo que Max sugería era distinto… era ni más ni menos que el hombre tomara la decisión de cuando y dónde renacer… y esa era una diferencia importante.
¡Y era posible hacerlo! La demostración resultó satisfactoria. Los cuerpos invisibles podían manipularse. El próximo paso fue elegir un cuerpo apropiado en donde nacer y mientras tanto, fue cerrando y arreglando sus asuntos… demoraría algún tiempo para encaminarlos nuevamente y no sería bajo el nombre de Max Clickee, por más que sería el mismo.
Llegada la fecha, su cuerpo físico murió como correspondía.
Hacía ya varios días que sentía que alguien lo seguía. Era una sensación extraña, tanto que podía ser una total invención de su parte. Su nueva vida se había desarrollado desde el principio a un ritmo vertiginoso y estaba totalmente comprometido llevando adelante sus investigaciones, tanto que las 24 horas que tenía un día le parecían terriblemente escasas.
Ahora se llamaba Rómulo Festh y desde los quince años ejercía la docencia en la Universidad. Desde su más temprana edad había dejado asombrados a todos por sus conocimientos tanto en ciencias clásicas como en otras experimentales… a casi todos en realidad, pues Alice y Pedro, que habían sido sus tutores y ayudantes más cercanos para nada estaban sorprendidos y había ocupado rápidamente el lugar académico que le correspondía. Ahora, ya a los treinta años de edad, los tres estaban encantados con los resultados y avances que se habían logrado y estaban convencidos de que no pasarían más de cinco años para que el desarrollo de sus teorías estuviera concluido y estuvieran preparados para pasar a la siguiente fase de su proyecto.
En ese momento caminaba por una especie de callejón, bastante ancho en realidad, formado por las altas paredes laterales de la universidad, por un lado, y el enorme edificio de la Biblioteca por otro, un espacio con algunos árboles y arbustos de jardín que siempre estaba mal iluminado y silencioso. El siempre iba por allí de camino a su casa, que no quedaba demasiado lejos.
En determinado momento, la sensación de ser observado se hizo casi tangible, tanto como que un fuerte empujón en su espalda lo lanzó contra una de las paredes.
El agresor, con la cabeza cubierta por la capucha de un abrigo deportivo y con un aspecto para nada tranquilizador le dijo, con un marcado acento extranjero:
-¿Tiene idea del mal que me causó?-
Él le respondió -¿De qué me habla? ¡No tengo ni la más mínima idea de quien es usted!
-¡Claro que no sabe quién soy! ¡Se lo diré! ¡Soy el que tenía que haber nacido en su lugar! ¡Ese soy!
-No entiendo…
-¡Usted tomó mi lugar en la cadena de nacimientos! ¡Usted y sus cómplices, usando sus teorías y usando sus conocimientos, lograron ponerle a usted en un cuerpo que iba a nacer!- el hombre estaba levantando su voz, producto seguramente de su rabia, pero continuó como si masticara sus palabras -¿Se preguntaron, en algún momento, quien iba a sufrir por la alteración de ese proceso? ¡Yo merecía una vida mejor que la que había tenido! ¡Su vida era mi vida! ¡En cambio tuve que pasar mil y una peripecias para lograr nacer! Rómulo lo miró con la boca abierta.
-¡Si, si, asómbrese! –continuó el encapuchado- ¡Y claro que nací sin preguntar en donde ni en qué cuerpo, no como usted!-
Mientras hablaba gesticulaba fuertemente y continuó:
-¿Sabe cuánto me costó llegar hasta aquí, a este país, a esta ciudad, hasta aquí mismo, frente a usted? ¡No tiene ni idea!
-¿Pero que es lo que busca? ¿Por qué me cuenta todo eso?
-¡Quiero castigar su egoísmo! ¡Pero quería que se enterara de porqué le castigo!
-¿Y como habrá de castigarme?
-¿Cómo? Seguramente no de la forma que me gustaría. Me gustaría disponer de la tecnología para poder tomar su cuerpo y su vida y dejarle a usted mi cuerpo y mi vida…
El antes Max, ahora Rómulo, palideció sensiblemente. Pero el hombre continuó:
-¡Pero no la tengo! Usted quizás si… ¿o me equivoco?
Su acusado quedó mudo, como si respondiera su pregunta.
-¡La tiene! ¡Claro! ¡Es por eso que le dieron una nueva vida, para que pudiera seguir casi sin interrupción sus increíbles investigaciones! ¿Cuántas cosas ha descubierto, doctor? ¿Cuántas cosas podría descubrir?
-¿Qué es lo que quiere?- lo interrumpió éste por fin -¿Quiere dinero? Puedo darle mucho dinero, todo el dinero que quiera en realidad, si demuestra que lo que dice es cierto…
-¿Ahora me está tratando de mentiroso? ¡No quiero su dinero, no me interesa! Solo quiero que comience su castigo…
-¿Que comience mi castigo?
-¡Eso dije! “Del Otro Lado” lo esperan… ¿Sabía? No les gustó para nada lo que hizo, tomar el lugar de un alma que iba a nacer… hacerse pasar por otro, romper la cadena administrativa… ¿Me entiende?
El joven-viejo científico había comenzado a ponerse nervioso -No, no entiendo…
-¿No entiende o no quiere entender? ¡Hay un orden que ha de respetarse! ¡Y las cosas deben hacerse de esa forma y no de otra! ¡Y usted y sus cómplices rompieron ese orden y deben ser castigados! Yo solo soy el que le dará el pasaje de ida…
-¿El pasaje de ida?
-Una ida sin vuelta- dijo, al tiempo que dentro de su amplia chaqueta sacó una voluminosa arma de fuego…
-¡No, no, escúcheme…! –dijo Rómulo, tratando de reaccionar.
La bala pasó su cabeza de lado a lado.
Era cierto que Del Otro Lado lo estaban esperando.
FIN
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