CUANDO
COMENCÉ ESTE CUENTO LO HICE PENSANDO EN UNA HERMOSA SONRISA… Y LO
ESCRIBÍ PENSANDO EN EL TIPO DE CUENTOS QUE ESTOY HACIENDO PARA
NIÑOS. ESTUVE TENTADO DE SEGUIR LA HISTORIA… QUIZÁS LO HAGA EN
OTRO MOMENTO.
SOBRE
EL TÍTULO… ENCONTRÉ EN EL GOOGLE CUENTOS SOBRE SONRISAS MÁGICAS,
DISTINTAS SONRISAS, PERO SONRISAS MÁGICAS AL FIN, AUNQUE ESPERO QUE
NO SEAN IGUALES A ÉSTA, LA SONRISA QUE ESPERO SE LES DIBUJE EN LOS
LABIOS EN ALGÚN MOMENTO…
DEDICADO
A AVRIL, MI HIJA QUERIDA.
LA
SONRISA MÁGICA DE FELICITY
El Rey
y sus tres generales, desde la torre más alta del castillo,
observaban el inmenso ejército que en la noche los había rodeado.
-Son
casi cien mil soldados- dijo un general.
-Y
bien armados- dijo otro.
-Y
nuestros espías han averiguado que traen alimentos para mucho
tiempo- dijo el tercero.
-¿Qué
más averiguaron?- dijo el rey -¿Tienen mucha caballería?
-Muy
poca, Su Majestad- dijo uno-
-Saben
que en un sitio a un castillo de tan altas murallas de poco les
ayudaría –dijo otro
-¡A
menos que trajeran caballos voladores!- rió el tercero.
-¡Ja,Ja!
¡Caballos voladores!- dijo el rey y las risotadas de los cuatro
hombres flotaron sobre la ciudad.
Era
extraño que a pesar de todas estas observaciones sobre el ejército
enemigo, que preocuparían a cualquiera que estuviera en su
situación, ellos no mostraran ningún temor, ni impaciencia y
tampoco resignación.
-Me
gustan los colores de sus estandartes –dijo un general- Tienen
bellos bordados.
-¡Pero
no se comparan con los del ejército de Tras Las Colinas, esos si que
tenían hermosos estandartes!
-¿De
cuál ejército de Tras Las Colinas hablas? ¿Del primero, del
segundo o del tercero?
-¡Ya
no recuerdo!- le contestó el general.
-Señores
–habló el rey y todos lo escucharon- Creo que los estandartes más
bonitos eran los del ejército de las Playas Azuladas…
-Tenían
bordados muy elaborados, si , si …-afirmó un general.
-¡Si,
muy elaborados! –dijo el Rey- Mi hija estuvo semanas enteras para
descifrar esa manera de bordar.
-En mi
humilde opinión –dijo otro general- no podemos olvidarnos de los
estandartes del ejército de La Torre Más Alta… no la primera vez
que nos atacaron, no esa vez, pero su segundo ejército vino con
mucho despliegue y muy bien vestido.
-¡Ese
ejército si que estaba bien vestido!- dijo uno y agregó -¿Recuerdan
como combinaban sus calzones y sus capas?
-Bueno
–continuó otro general- Si vamos a hablar de ejércitos bien
vestidos tendremos para rato…
-Yo me
he tomado la molestia de hacer una estadística al respecto –dijo
uno de ellos-.
Todos
lo escucharon con atención, pues sus datos siempre eran
interesantes. Continuó:
-De
los 64 ejércitos invasores que han llegado a estos muros diría que
15 han estado muy bien vestidos, 22 regularmente vestidos, 20
rotundamente mal vestidos y 7 impresentables.
-Si
estuviera de acuerdo en su criterio de clasificación –dijo el rey-
tendríamos que exigir, como dueños del país, que solo nos sitien
ejércitos bien vestidos-
-Tiene
razón, Su Majestad. Un ejército mal vestido no solo es perjudicial
para la reputación del invasor sino del invadido.
A eso
replicó el rey –Tengo algo de apetito. ¿Comemos algo señores?
¿Tienen idea de a qué hora comenzarán con las catapultas?
-Quizás
mañana a primera hora, recién las están ensamblando… y un día
después con las torres de asedio.
-¿Vieron
el ariete que trajeron? ¡Es enorme!
-¡Espero
que sea de buena madera! ¡El último ariete era de una madera tan
mala que solo la pudimos utilizar como leña!
-¿Vieron
si traen adornos de metales valiosos?
-¡Esperemos
que si!- dijo otro esperanzado.
-¡Jo,
Jo!- se rió el rey -¿Recuerdan aquel ejército, que definitivamente
clasificaría peor que mal vestido, “impresentable” diría, que
no traía ni un gramo de metal precioso? ¡Todo hierro y piedras sin
tallar, sin ningún valor!
-¡Lo
recuerdo! –dijo otro –Aunque tenían buenas espadas.
-No,
no eran tan buenas.
-¡Tampoco
eran tan malas!
-Pero
las mejores espadas…
-Si,
ya sabemos –dijeron los otros- son las del País Dorado…
-Que
nos han invadido… -dijo el rey, contando con sus dedos- ¿ocho
veces?
-Nueve,
Su Majestad…
-¡Nueve!
¡Que insistencia! ¡Que perseverancia!
-Ciertamente
–dijo uno de los generales- Si todos fueran igual de perseverantes
llevaríamos cien invasiones…
-¡Y
no tendríamos lugar en nuestros almacenes para todos los despojos!
-Afortunados
somos al tener los herreros que tenemos, que reciclan todo… -dijo
un general, mientras pensaba en la pujante industria de reciclaje que
existía en la ciudad-
-No
olvidemos todo el armamento que hemos vendido.
-¡Es
cierto! ¡Solo con las armaduras, cascos y lanzas hemos logrado
superávit comercial!
-Bajemos
a comer, señores. Luego me gustaría que revisaran nuestras
defensas, mientras yo consuelo a la princesa. Ella es la que más
sufre con estas situaciones.
Al
rato, y luego de pasar por varias y pesadas puertas, todas
custodiadas por adustos guardias que saludaron al rey golpeando el
piso con sus lanzas y poniéndose más firmes, si eso era posible, se
presentó ante la habitación de la princesa.
-¿Puedo
pasar?- dijo, golpeando y entreabriendo la puerta.
-Si,
padre, pasa…
-¿Cómo
está el sol de mi corazón?- dijo el rey, mientras abrazaba a su
hija, quien con veinte años ya era una muy hermosa mujer.
-Triste…
-¡No
te pongas triste! ¡Son ellos los que vienen a cercarnos, a pisotear
nuestros campos, a atacarnos! ¡No hay que tenerles piedad!
-Ya lo
sé, padre, pero igual siento pena por ellos. Estoy cansada de ver
sangre bajo los muros… ¿Cuántos ejércitos han llegado hasta
aquí, padre, para ser destrozados?
El rey
pensó “64” pero nada le dijo –No sé hija, pero todos buscaban
lo mismo. Ellos nos atacaron y nosotros respondimos.
-¡Padre,
dime la verdad! ¿Tienen alguna oportunidad contra nuestro ejército?
Entonces
el rey pensó en todo lo que habían sufrido con las primeras
invasiones. Miles y miles de campesinos muertos, campos quemados,
hambre en el castillo, refugiados sin fin durmiendo donde se pudiera,
los muros destrozados… Las primeras invasiones fueron atroces, pero
pudieron ser rechazadas. Luego, al ver que ese era el destino que les
esperaba comenzaron a organizarse. Agrandaron las fortificaciones en
la superficie y ensancharon el subsuelo, para dar alojamiento a todos
los habitantes del reino y a sus animales. Los almacenes siempre
estaban llenos de granos y todo tipo de comestibles. Encontraron agua
justo en el centro del patio principal, aunque a gran profundidad.
Los muros se hicieron tan altos que parecían tocar el cielo y sus
piedras fueron talladas de forma tan perfecta que era imposible
romper ese cinturón rocoso que protegía la ciudad. El foso se hizo
tan profundo y ancho que parecía un río y hasta podía pescarse en
él. Se reunieron en la ciudad los mejores artesanos de todo tipo,
pero sobre todo de armas, por lo que su industria fue la mejor del
mundo conocido. Y sus soldados eran los más feroces, tanto que
cuando atacaban asustaban a propios y ajenos. Y cada año que pasaba,
invasión tras invasión, batalla tras batalla, eran mejores, cada
vez más fuertes y despiadados a la hora de combatir. El rey pensó
en todo esto mientras se asomaba a una de las estrechas ventanas de
la habitación de la princesa. Finalmente contestó:
-No
hija, nada podrán hacer contra nuestro ejército. Los invasores que
sobrevivan a nuestras catapultas y arqueros habrán de enfrentarse al
ejército más cruel, más entrenado y por lejos el más
experimentado que se haya conocido. Nuestras armas son las más
afiladas, nuestras armaduras y escudos los más resistentes y
nuestros guerreros… cuando pelean ya no son humanos –dijo
apesadumbrado el rey- son demonios y ningún enemigo humano puede
derrotarlos…
-¡Padre!
¡Y me dices eso como si fuera agradable saber que en unos días
todos ellos estarán muertos!
-¡No
tenemos opción! ¡Esperarlos aquí es lo más prudente que podemos
hacer! ¡No te olvides niña que también hemos sufrido graves
derrotas y no quiero arriesgar más hombres de los necesarios! ¡Y
que lo primero y lo último que tenemos es esta ciudad y tu sonrisa!
-¡Una
sonrisa que no me animo a usar!
-¿Es
que te has olvidado de las ocasiones que han querido robarla? ¡Yo no
lo olvido! ¡Y prefiero un pueblo guerrero y feliz, que un pueblo
triste y sin deseos de vivir, como sería el caso si renunciáramos a
ella!
Felicity
pensó en su sonrisa, guardada bajo cinco puertas, ocho conjuros y
catorce guardianes. Solo en contadas ocasiones ella lucía su sonrisa
y exclusivamente para su pueblo. El poder de ella era tal, que no
solo daba paz y llenaba de alegría y bienestar a la gente que la
veía sino que la misma naturaleza se volvía pródiga con los
cultivos, con el ganado y el clima se hacía más agradable y suave…
Pero desde que nació la princesa y se conoció el mágico poder de
su sonrisa, todos los reinos de la tierra conocida habían querido
apoderarse de ella. Tantas veces habían sido invadidos que para su
pueblo ya era costumbre, como lo eran las lamentables carnicerías
que sucedían cuando los feroces guerreros de la ciudad salían a
poner orden. Irónicamente, pensó, les decían “Los caballeros de
la Sonrisa” pues antes de entrar en combate ella les sonreía y era
tanto el amor que provocaba en sus corazones que se convertían en
seres casi indestructibles, ávidos de vidas enemigas.
Por
eso la princesa no era feliz. A ella le gustaría utilizar su sonrisa
siempre y en todas partes, repartiéndola como una bendición entre
todos los habitantes de las tierras conocidas… pero no podía
hacerlo. A pesar de la gran cantidad de guardaespaldas que siempre la
protegían habían intentado robarla muchas veces hasta que
finalmente decidieron guardarla y sacarla solamente en ocasiones
especiales. Su padre tenía razón. Ella aceptaba compartir el poder
de la sonrisa más no estaba dispuesta a que la robaran.
Pero
algo sucedió que cambiaría la historia de esas tierras para
siempre.
Al
otro día, a poco de haber amanecido, el príncipe Simón, quien
comandaba el ejército invasor, se acercó a las inmensas murallas de
la ciudad y pidió hablar con el rey.
El
tampoco estaba contento con su papel. Su prepotente padre le había
enviado al frente de un gigantesco ejército para conquistar, no a la
ciudad, sino a la sonrisa que decían estaba oculta en ella ¿Una
sonrisa? ¡Parecía cosa de cuentos! ¡Estaba bien guerrear, si era
necesario! ¡Pero no le gustaba que le tomaran el pelo!
El rey
tardó unos minutos en ir a lo alto de la muralla y le gritó:
-¡Qué
deseas! ¡Estaba desayunando!
-¿Usted
es el rey? ¡No quería molestarlo pero tengo necesidad de
preguntarle algo!
-¡Pregunta!
-¡Sus
muros son tan altos que casi tocan el cielo! ¡Y dicen que tiene el
mejor ejército de todos los tiempos! ¡Y yo ni siquiera sé porqué
estoy peleando! ¡Ni tampoco mis hombres! ¡Así que ni los que
vivirán ni los que morirán sabrán por que pelean!
-¡Nada
puedo hacer por ti, muchacho!
-¡Puede
hacerlo! ¡Puede mostrarnos por qué vamos a luchar!
El rey
dudó. Era la primera vez que un invasor hacía tan extraña
petición. Su hija, que había estado escuchando tras una pequeña
ventana de la muralla, apareció corriendo y le dijo -¡Padre!
¡Permíteles que me vean, por favor! ¡Siendo que su destino ya
sabemos cual es, que mueran felices!
El rey
vio tan apenada a Felicity que le hizo una señal de asentimiento con
la cabeza y ella corrió escaleras abajo para traer su sonrisa.
-¡Está
bien! ¡Pon a tus tropas en formación y verán por qué van a morir!
Cuando
la princesa apareció sobre la muralla, todo el ejército invasor
estaba formado y expectante. Pero antes de mirar fuera, levantó sus
brazos y en amoroso gesto miró los intramuros, a la ciudad a sus
pies, a las murallas y a los soldados que combatirían por ella y
estalló una enorme ovación, donde todos, desde los niños, mujeres
y el último de los hombres se juraron morir antes de que su princesa
fuera tomada prisionera por poder alguno.
Más
cuando miró a sus enemigos, que formados esperaban a los pies de las
altas murallas, y les sonrió como solo ella podía hacerlo, una
exclamación de asombro se expandió como una ola entre los soldados,
pues ninguno había visto ni soñado cosa más bella que esa sonrisa.
El príncipe invasor cayó como herido por una certera flecha, pues
la sonrisa de la princesa no solo le había conmovido sino que había
quedado perdidamente enamorado de su portadora. Al verlo así, todos
sus soldados se arrodillaron.
Felicity,
el rey, sus generales y todos los soldados los contemplaron
extrañados. Como ellos estaban en cierta forma, acostumbrados a
convivir con la sonrisa mágica, no sabían el efecto que podía
hacer en personas que nunca la habían visto ¡Y era devastador!
Cuando
el príncipe logró reponerse, solo atinó a hacer lo que su corazón
le decía. Y gritó:
-¡Te
prometo que no lucharemos contra vos, señor, ni ahora ni nunca, a
cambio de que mi pueblo tenga la dicha de disfrutar esto que hemos
disfrutado nosotros hoy!
El
príncipe fue aclamado por sus hombres, pues todos pensaban que algo
tan hermoso no debía ser atacado ni recluido.
-¡Ya
hace mucho tiempo que no confío en promesas!- le dijo el rey.
-¡No
es justo tener a la sonrisa de la princesa encerrada en este castillo
cuando tanta falta hace afuera!
-¡Desde
que mi hija nació nos han invadido, han destrozado nuestras tierras,
han matado a miles de nosotros, todo por su sonrisa! ¿Y ahora
quieres que confíe en ti?
-Padre-
le dijo la princesa -¡Escúchalo! ¡Conversa con él! ¡Invítalo a
compartir tu mesa! ¡No tienes idea padre, de lo feliz que me
sentiría si por una vez evitamos la batalla y la muerte de tantos
hombres! ¡Por favor padre!
-Está
bien –le dijo a su hija. Y asomándose fuera del muro gritó: -¡Tú
y tres más están invitados a cenar aquí y ni uno más! ¡Y
hablaremos de tus deseos y de mis desconfianzas!
A la
hora indicada, al príncipe Simón y a tres de sus consejeros se les
permitió la entrada al castillo. Fueron conducidos luego por
pasillos y escalinatas hasta un gran salón, donde el rey, su hija,
sus tres principales generales y una veintena de invitados más, los
esperaban. Luego de los saludos de rigor, de instalarse alrededor de
la mesa y mientras comenzaban a traer los primeros platillos el rey
se dirigió al príncipe, a quien tenía muy cerca.
-Estimado
visitante… -comenzó diciendo -¡Estimado visitante!- repitió,
levantando la voz. El estimado visitante estaba totalmente en otro
mundo, en su mundo. Contemplaba a la princesa y solo tenía ojos y
atención para ella. Felicity se había dado cuenta de la insistente
mirada de su admirador y si bien Simón le parecía atractivo estaba
un poco incómoda. El rey se dio cuenta… Finalmente le dio un
pellizco al joven y le dijo- ¡No abuse de mi hospitalidad,
jovencito!
-¡No,
no, discúlpeme, Su Majestad! Es que estaba apreciando el bello
peinado de la princesa… -dijo, totalmente ruborizado- ¡Hacen
excelentes peinados aquí!
-¡Sí,
hacemos muy buenas cosas aquí! ¡Espadas, lanzas, arcos y flechas
sobre todo! ¡Excelentes!
Simón
pensó que quizás no era el mejor momento para mostrar el amor que
sentía por la princesa. Su pueblo estaba antes que sus sentimientos
personales y tenía claro que la sonrisa de la princesa podía
significar mucho allí afuera.
-Su
Majestad, mi padre es un buen hombre, pero un poco chapado a la
antigua. El cree que todo se resuelve por las armas y la violencia y
fue por eso que armó un ejército y me puso al frente de él. Si le
soy sincero, yo no quería venir y me pareció un despropósito armar
a todos estos hombres cuando mi pueblo está sufriendo tantos males…
-¿Qué
les sucede?- preguntó la princesa, que también escuchaba.
-Venimos
de varios años de malas cosechas. Al principio sufrimos sequías y
luego, cuando llovía, se inundaban todos los cultivos. Nuestras
plantas se enfermaron, y nuestros ganados hace mucho que no procrean
lo necesario para sostener la alimentación de nuestra gente… y la
mala alimentación ha hecho que suframos enfermedades y pestes. Mi
pueblo no está bien.
-¿Y
pensaron que mi sonrisa podía ser la solución?- dijo la princesa.
-Yo no
lo creí al principio a mi padre, cuando dijo que existía algo en el
mundo que podía cambiar todo. Pero después que la vi, princesa…
me di cuenta de que existía algo que podía cambiar nuestras vidas.
-¿Está
hablando de mi hija o de la sonrisa de mi hija?- dijo el rey,
divertido ante la elocuencia del joven.
-¡De
la sonrisa de su hija, señor! –dijo apresuradamente y luego, miró
a la princesa y bajó los ojos-… y de su hija también.
-¡Qué
intrepidez! ¡Quieres lograr tu solo lo que no lograrías con el
ejército que tienes rodeando mi castillo!
-Es
evidente que no me estoy explicando…- dijo el príncipe- ¿La
princesa no puede bendecir a mi pueblo con su sonrisa, de la misma
forma que bendice al suyo?
-¡No,
lo que pides es imposible!
-¡Padre,
por favor!- le dijo la princesa –Recuerda que gran parte del tiempo
mi sonrisa tiene que estar oculta… Podría hacer lo que dice el
príncipe.
-Estimado
joven –le dijo el rey al príncipe, a la vez que miraba a la
princesa- ¿Sabes por qué la sonrisa de la princesa permanece gran
parte del tiempo encerrada en una profunda bóveda? ¿Lo sabes? ¡No,
no lo sabes! ¡Y es porque infinidad de veces han intentado robarla!
Por eso no podemos tenerla a la vista de todos, todo el tiempo… Así
como tú has venido con un ejército, muchos ejércitos han golpeado
contra estas murallas y muchos espías han tratado de otros modos de
arrebatarnos la bendición de la sonrisa de mi hija.
-Pero
eso tiene solución… Majestad.
-¿Cuál?
¡Dígame, joven!
-Haga
acuerdos con sus vecinos y concédales la oportunidad de ser
bendecidos por la sonrisa de su hija ¡Y ya no los atacarán más!
¡Yo me ofrezco para comandar un ejército que la acompañe a todas
partes!
-¡Tengo
mi ejército y tengo mis generales!
-¡Pues
pongo mi ejército a sus órdenes entonces! ¡Y me ofrezco como
paladín y secretario de la princesa!
-¿Y
como cocinero de la princesa no te ofrecerías?
-¡Si
es necesario Su Majestad!
El rey
se rió estrepitosamente. -¡Tu lo que quieres es estar cerca de
ella!
Fue
quizás que había tomado demasiado vino sin comer nada o el amor se
le había subido a la cabeza que el príncipe dijo:
-¡Estoy
enamorado de su hija desde que la vi! ¡Pero mi pueblo está
sufriendo muchísimo ahora mismo! ¡Si no le parezco un candidato
conveniente para su hija, no lo discuto, pero por favor, Su Majestad,
no prive a los de afuera de la sonrisa de su hija!
-¡Podrían
terminarse las guerras, padre!- dijo su hija- ¡Nuestro pueblo no
sería nunca más sitiado! ¡Y ya no tendría que esconderme!
-Hija,
las guerras no se terminarán, aunque quisiéramos. Siempre habrá
por qué pelear, si no es con ellos será con otros y si no es aquí,
será en las fronteras… pero entiendo lo que dices, estimado joven
y que estés cerca o lejos de la princesa, depende de ella, no de mí.
La quiero demasiado para decirle a quién amar. En lo que respecta a
su sonrisa… llévate tu ejército de vuelta y habla con tu padre.
Convéncelo de lo que me acabas de decir y si él acepta haremos una
alianza… que no será la única que deberemos procurarnos.
El
ejército sitiador se marchó contento, no solo porque habían
evitado el combate con El Ejército de la Sonrisa, al que sabían
feroz y muy bien entrenado, sino porque confiaban en que su príncipe
convencería al rey para hacer una alianza con el Reino de la
Sonrisa.
Y
tenían razón. A pesar de que su padre era bastante terco, el
príncipe logró convencerlo. Claro que puso algunas objeciones, pero
en el fondo estaba satisfecho. El también deseaba que su pueblo
reviviera, que los campos se llenaran de granos y los ganados
engordaran.
Podría
narrar muchas de las singulares aventuras que se vivieron a partir
del regreso del príncipe Simón a la ciudad de Felicity, pero lo
dejaré para otra ocasión. Por ahora, es suficiente contar que luego
de algún tiempo se casaron, aunque no viven en ninguna de las
ciudades donde están sus padres. A los dos príncipes les pareció
bien vivir en un lugar que estuviera equidistante de ambas capitales.
Así que, al medio de los dos reinos, construyeron el castillo más
grande y hermoso que se haya conocido.
Están
custodiados por el norte por el reino del príncipe y por el sur por
el de la princesa. Pero eso no es lo más importante, sino que a
todos los reinos vecinos que tuvieron interés en aliarse con ellos
se los otorgó el don de La Sonrisa Mágica de Felicity.
Esta,
una vez al año, con un pequeño ejército y su corte, recorre el
territorio de los reinos llamados Alianza de la Sonrisa, una alianza
cada vez más grande y más poderosa, con aguerridos ejércitos
custodiando sus amplias fronteras, con campos que siempre dan buenas
cosechas, con ganado que crece fuerte y vigoroso y donde se han
desterrado todas las enfermedades.
Ningún
reino más se arriesgó a intentar robar la sonrisa de Felicity, pues
nadie quería enfrentarse a los poderosos ejércitos de la Alianza.
Resultaba mucho más conveniente y saludable agregarse a esta unión
de reinos y disfrutar de los inmensos beneficios de su mágica
sonrisa. Eso hicieron muchos, cosa de la que jamás se arrepintieron.
El
príncipe y la princesa, que fueron finalmente reyes, tuvieron muchos
hijos y vivieron felices por mucho, mucho tiempo.
FIN
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