ES
UN CUENTO ALGO EXTRAÑO, CON IMPERFECCIONES –ALGUNAS APARENTES,
OTRAS REALES- PERO NO DEL TODO DESAGRADABLE. UN CLARO EJEMPLO DE LO
QUE A VECES SE SUELE HACER… PONER IDEAS “LOCAS” EN UN
SEUDO-CONTEXTO DE CIENCIA FICCIÓN… ¡COMO AVISO Y LO HAGO
EXPROFESO ME SALVO DE ESA CRÍTICA! DE TODAS MANERAS NO HAY QUE
OLVIDAR QUE ESCRIBIR ES DIVERSIÓN O UNA DE LAS TANTAS FORMAS DE
DIVERTIRSE QUE EXISTEN Y TAMBIÉN LEER… ASÍ QUE ESPERO SE
DIVIERTAN LEYENDO ESTO.
¡ESTÁS
EQUIVOCADA!
Muchos
de nosotros tenemos la errónea idea de que vivir en cualquier
planeta alejado de la Vieja Tierra es totalmente diferente de la vida
que hacemos ahora. Estamos equivocados. Claro que hay variaciones de
gravedad, de composición atmosférica, de temperatura, en fin, de
componentes vitales, que pueden hacer que la vida sea muy distinta,
pero también podemos encontrarnos en un mundo con una gravedad muy
parecida a la terrestre, con una atmósfera muy respirable y con un
desarrollo de la cultura y economía humanas post-colonización que
permita, entre otras cosas, los restaurantes y las cafeterías tal
como los conocemos ahora, con la diferencia quizás de que no siempre
se automatiza o se pretende automatizar todo, como ocurre ahora en la
Vieja Tierra. Por esta razón tenemos grandes probabilidades de
encontrar restaurantes atendidos por humanos o humanoides, y no por
máquinas.
Aclaro
esto porque Circon3 es un planeta de tales características y parte
de esta historia se desarrolla en uno de los tantos restaurantes de
Zirima, una de las más populosas ciudades de ese mundo.
Todo
comienza con una chica, de apellido Birikini, que trabajaba allí.
Me es
indispensable agregar que esta historia ha dado muchas vueltas por
los mundos conocidos, generando hipótesis, búsquedas y
persecuciones. Tantas vueltas ha dado que llegó a mis oídos y como
tantas veces, cuento lo que me contaron.
Printi
Birikini desde que se levantaba, temprano por la mañana, se sentía
equivocada. Se sentía así mientras se duchaba, mientras se peinaba,
mientras se vestía y mientras desayunaba. Quizás el peor momento
de la mañana era cuando se miraba al espejo, antes de salir para su
trabajo y sus ojos se encontraban con los de su reflejo y éste
parecía decirle, desde lo insondable de esos ojos tan conocidos, tan
suyos: “¡Estás equivocada!”. No se sentía menos equivocada
mientras tomaba el deslizador colectivo para ir a su trabajo y ni
siquiera cuando se ponía el uniforme –una sencilla y limpia túnica
verde claro- y comenzaba a atender los clientes del restaurante donde
trabajaba. A ella le gustaba sonreír –era algo que hacía con
naturalidad- y también se movía grácilmente entre las mesas, de
forma que tenía todo para que los clientes la quisieran y la vieran
con simpatía, pero todos y cada uno que la miraba parecía decirle
“¡Estás equivocada!”.
Eso al
principio –me refiero a la convicción de que estaba equivocada-
había sido duro de sobrellevar, pero finalmente había logrado
convivir con esa sensación, sobre todo porque no había podido
contestar la pregunta que nacía inmediata y forzosamente… Estaba
equivocada, bien, lo aceptaba ya que todos, incluso ella, parecían
decirlo… ¿Pero en qué? ¿En qué estaba equivocada?
Había
entre sus clientes uno particularmente insidioso, odioso y que
parecía tener extremadamente claro el que ella estuviera equivocada.
Era un hombre de unos treinta años, aparentemente fuerte,
relativamente atractivo, que siempre iba solo y a almorzar –nunca
lo había visto por la mañana temprano y tampoco a la hora de la
cena, ni lo había visto acompañado-. Desde que llegaba parecía
decirle, a veces descaradamente, a veces tímidamente, con sus ojos
castaños y profundos: “¡Estás equivocada!”.
Como
por el resto de sus actitudes era muy cortés, igual que todos los
demás clientes y por otro lado hasta le dejaba propina, el que le
refregara por la cara que estaba equivocada era algo que podía,
perfectamente echar a un lado, por lo que seguía con la relativa
normalidad diaria propia de su trabajo.
Más
llegó un día en que, mientras ella levantaba de la mesa todo lo
utilizado para el finalizado almuerzo y observaba como sacaba dinero
de su billetera para dejarle como propina, éste le preguntó si
tendría la gentileza de aceptar beber un café juntos, cuando
saliera de su trabajo y en otro lugar, claro. Ella lo miró… El
tenía claramente estampada en toda su cara la expresión “¡Estás
equivocada!” de todos sus clientes, pero algo dentro suyo le hizo
aceptar la propuesta. Era un hombre que le parecía atractivo, era
amable y aparte de la expresión “¡Estás equivocada!” era una
persona que le caía bien, más que la mayoría.
Mientras
terminaba su turno esa especie de sensación dentro de ella comenzó
a moverse y a crecer, como una pequeña criatura… No veía ese
aspecto de si misma como un cuerpo extraño, no como esas entelequias
que aparecen en las historias de horror; solo parecía una parte de
ella, una parte oculta de su conciencia, una porción renegada de su
ser… Quizás, le dijo, el pueda aclarar porqué la sensación
constante de que estaba equivocada y todos, a veces hasta ella,
estaban convencidos totalmente de eso.
Se
encontraron en un lugar no muy cercano, pues no quería que la viera
ninguno de sus clientes –sería una pésima impresión que la
descubrieran tomando café en otro lugar, sobre todo teniendo en
cuenta que el café del restaurante donde trabajaba era excelente-.
Comenzaron a conversar, a sonreír y ordenaron finalmente algo para
cenar; pero ella realmente estaba algo distraída, algo distante se
diría. No sabía en qué momento, ni cómo, le lanzaría al hombre
que tenía frente a sí, la pregunta, tan sencilla y también tan
importante para ella. “¿Por qué crees que estoy equivocada?”,
le preguntaría. Esa era la pregunta, ni más ni menos, la pregunta
que él debía contestar y la pregunta que esperaba aclarara en algo
su turbulenta vida interior.
Esperaba
el momento, pero le parecía que no habían logrado el clima
intimista que le parecía necesario. Todo pareció facilitarse
cuando, finalizada la cena, él la invitó a ir a su apartamento. En
ese momento, a la vez que aceptaba, sonrió aliviada. ¡Pues que
mejor momento para una pregunta íntima, aunque sencilla, que estar
en la intimidad de un apartamento!
Así
fue que luego de servirse y beber un par de copas de un sabroso coñac
y de cruzar algunos besos de exploración, decidió preguntarle al
hombre lo que en definitiva había venido a preguntar.
-¿Por
qué estás tan seguro de que estoy equivocada?
Él la
miró extrañado. Ni el alcohol que él había consumido ni el
alcohol que ella había bebido le permitían procesar y responder
adecuadamente esa pregunta. Ella pensó que no sería tan fácil
arrancarle la respuesta. Besándolo, excitándolo, aturdiéndolo, lo
ató a la cama… cuando estuvo así asegurado le preguntó
nuevamente.
El le
dijo que no sabía de qué hablaba. Ella estaba perdiendo poco a poco
la paciencia… no era su naturaleza pero el coñac estaba soltando
algo de ella que nunca antes había visto la libertad. Bebió más…
y tomó el cuchillo más afilado que encontró en la cocina. No tenía
intenciones de hacerle daño; fue más bien una experiencia vital, un
acercamiento, un paso adelante, que por otro lado la hizo sentir
bien… él allí, disponible y ella acercándose con su afilada
hoja… Pero él gritó, asustado. En ella sucedió algo extraño, no
se asustó… simplemente le colocó una firme mordaza.
Siguió
bebiendo, comenzó a cortar y a cada rastro de sangre, a cada
incisión, a cada grito reprimido, descubría en la mirada de su
primera víctima algo, algo nuevo, algo único hasta ahora… “¡Ahora
si”! parecía decirle… ¡Ahora sí has acertado! ¡Este es tu
camino!
Meses
después y con treinta víctimas más en su haber, víctimas que le
confirmaron hasta el último aliento que ya no estaba más
equivocada, decidió irse a otro mundo, pues la policía la buscaba
desesperadamente. Algo había pasado además con Circon3; ya no era
como antes… ya hacía un tiempo que le costaba encontrar humanos
que le dijeran que estaba equivocada… ¡Pero ella sabía que
seguían existiendo! ¡En alguna parte existían!
Sus
esperanzas se vieron satisfechas cuando en el espaciopuerto de
Veritas, otro planeta del sistema y su nuevo destino, la chica que le
revisó el equipaje le dijo con sus ojos “¡Estás equivocada!”…
igual que el hombre de la izquierda y la señora de la derecha y el
chico que la miró cuando iba saliendo del edificio… ¡E incluso el
taxista!
Pero
ahora estaba tranquila. No era la misma. Ahora sabía, estaba segura,
convencida, de que no estaba equivocada y no solo eso… ¡Estaba
contenta! Solo tenía que demostrarles a los habitantes de ese mundo
que ella ya no estaba equivocada…
Comenzó
por el taxista.
FIN
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