SIN SER UN CUENTO DE CIENCIA FICCIÓN, SINO MÁS BIEN SOCIAL-FICCIÓN QUERÍA ECHAR UN VISTAZO, CON ALGO DE HUMOR, SOBRE LA POSIBILIDAD DE QUE EN MI PAÍS SE LEGALICE EL CONSUMO DE MARIHUANA. EN DOS DÍAS CUELGO UN RELATO DE SF.
“Dedicado a Robin, un gran tipo, dondequiera que
esté.”
A partir del estridente sonido del despertador
Robin se despertó, se levantó, se afeitó, se duchó rápidamente y se preparó el
desayuno. Ya mientras se afeitaba, había brotado frente al espejo su primera
sonrisa del día, sin ningún motivo más que sentirse feliz, que era su estado
natural desde que había salido de la cárcel y le habían ofrecido el mejor
empleo del mundo.
Llegó a su trabajo temprano, como todos los días y
saludó cordialmente a todos las
compañeras y compañeros que se cruzaron en su camino. Puntualmente estuvo
frente a la puerta de la oficina donde su jefe distribuía las tareas diarias.
Luego de intercambiar saludos, éste le dijo, algo
resignado:
-Hoy necesito que cambies tu recorrida Robin. Edgar
tuvo un problema familiar y no vino, Willie se encuentra mal y tampoco vino y
pues, solo dispongo de alguien más con la suficiente experiencia para cubrir
esta área- le dijo, mostrándole en el mapa de Montevideo una zona llena de
alfileres de colores-.
-Bien, no me molesta… cada tanto es bueno cambiar
para romper la monotonía.
-Me alegra que entiendas. Esta es tu orden de ruta-
le dijo entregándole un mapa de la zona en cuestión -Hoy tienes una feria
vecinal, también está marcada-
Con el mapa en la mano, se despidió, pasó por su
escritorio, levantó algunos formularios que tendría que llenar en su recorrida
y salió a cumplir su trabajo.
Robin siempre estaba cuando se le necesitaba, fuera
en el lugar que fuera. Si faltaba un compañero o compañera por cualquier razón,
allí estaba él para cubrir su lugar. No entendía totalmente a algunos de sus
colegas, que al parecer tenían una visión muy distinta de lo que era ser
empleado estatal. Faltaban lo máximo que permitía el reglamento, llegaban tarde
constantemente, si había quejas de clientes no se preocupaban por responderlas
satisfactoriamente y en suma, pocas veces se esmeraban para cumplir lo que se
esperaba de ellos.
Claro, pensaba, quizás no habían estado en prisión
varias veces como él, o no estaban agradecidos como él por la oportunidad que
le dieron de ganarse la vida haciendo algo por los demás, o su trabajo le
gustaba más de lo que les gustaba a ellos o simplemente, y se detuvo cuando
pensó esto pues era una idea nueva, él no era tan malo como le habían hecho
creer desde su niñez y, a su modo de ver las cosas, era tan capaz de asumir
responsabilidades como cualquiera. Quizás nunca había tenido oportunidad hasta
ahora de hacerlo, simplemente. Se había puesto serio ante esta idea… pero
sonrió nuevamente a una señora que pasaba, y saludó a otra con una inclinación
de cabeza a la que ella también respondió con una sonrisa… El siempre estaba de
buen talante, siempre contagiando optimismo.
¿Pero cómo podría ser de otra forma –se decía
Robin- si tenía el mejor empleo del mundo?
Se colocó sus auriculares y mientras caminaba a la
parada del bus que lo llevaría al principio de su recorrida comenzó a escuchar
su música favorita.
Ni en sus más locas pesadillas de la cárcel había
soñado con un empleo así… él que había sido catalogado tantas veces como parte
de la escoria de la sociedad –y a veces se había sentido como tal- ahora, por
primera vez en su vida se sentía útil, y disfrutaba de ello.
Tenía claro que su transformación no habría sido
posible sin el cambio que hubo en el país. Para él, que tantas veces habíase
visto enfrentado a los tribunales y otras tantas a la cárcel por cultivo, por
tráfico, tenencia y hasta por consumo le parecía estar viviendo un sueño cuando
le dijeron que habían “liberado” a la cannabis sativa, y que los que habían ido
a prisión por su tráfico o cultivo serían absueltos. Pero más aún le costó
creer que había posibilidades de trabajar para el estado, recorriendo
periódicamente toda la línea de producción y venta de la marihuana, desde el
lugar donde se cultivaba hasta los expendios donde se comercializaría, probándola,
para asegurarse de que fuera de buena calidad –de óptima calidad le habían
dicho-, que no la mezclaran con otras sustancias y otros controles –que no eran
tan agradables como “saborearla”-, como ver que los precios no fueran excesivos,
que no despacharan otras sustancias en estos expendios, que los procedimientos
de cultivo, secado y preparación fueran los correctos y otras normas que habían
de cumplirse. Obvio que la parte que más disfrutaba era la de verificar la
calidad de lo que se vendía, tanto que no le importaba hacer todas las horas
extras que fueran necesarias ¡Incluso hacía más de las que le pagaban! ¡Es que
había tanto, pero tanto trabajo!
Pero eso no le preocupaba, pues sentía que estaba
viviendo un sueño. ¡Así era! ¡Un sueño! ¡Controlador de calidad de marihuana!
¡El Mejor Empleo del Mundo!
FIN
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