NO ES UN CUENTO... SOLO QUIERO DESEARLES UNA MUY FELIZ NAVIDAD Y UN AÑO
2013 ESPELUZNANTEMENTE BUENOOOOOOO!!!! EN SERIO, DE CORAZÓN, UN MUY FELIZ AÑO NUEVO Y QUE EN ESTE NUEVO AÑO SE CUMPLAN TODOS SUS DESEOS -MENOS LOS INMORALES, ESOS NO-
PARA ESTE BLOG, ESPERO TAMBIÉN QUE EL AÑO QUE VIENE LE SEA PROPICIO... ME GUSTARÍA PONER MEJORES CUENTOS, UNA NOVELA Y ALGÚN ARTÍCULO...
UN ABRAZO GRANDE Y GRACIAS POR SUS VISITAS!!!!
Queridos amigos y amigas, reapareciendo en un mundo cada vez más a tono con la ciencia ficción... Por la ciencia ficción y la fantasía!!! Es un secreto, pero nunca me fuí... Aquí estaré: pablodaniel.gandalf@gmail.com... Un gran abrazo!!!
lunes, 24 de diciembre de 2012
miércoles, 12 de diciembre de 2012
¡ESTÁS EQUIVOCADA!
ES
UN CUENTO ALGO EXTRAÑO, CON IMPERFECCIONES –ALGUNAS APARENTES,
OTRAS REALES- PERO NO DEL TODO DESAGRADABLE. UN CLARO EJEMPLO DE LO
QUE A VECES SE SUELE HACER… PONER IDEAS “LOCAS” EN UN
SEUDO-CONTEXTO DE CIENCIA FICCIÓN… ¡COMO AVISO Y LO HAGO
EXPROFESO ME SALVO DE ESA CRÍTICA! DE TODAS MANERAS NO HAY QUE
OLVIDAR QUE ESCRIBIR ES DIVERSIÓN O UNA DE LAS TANTAS FORMAS DE
DIVERTIRSE QUE EXISTEN Y TAMBIÉN LEER… ASÍ QUE ESPERO SE
DIVIERTAN LEYENDO ESTO.
¡ESTÁS
EQUIVOCADA!
Muchos
de nosotros tenemos la errónea idea de que vivir en cualquier
planeta alejado de la Vieja Tierra es totalmente diferente de la vida
que hacemos ahora. Estamos equivocados. Claro que hay variaciones de
gravedad, de composición atmosférica, de temperatura, en fin, de
componentes vitales, que pueden hacer que la vida sea muy distinta,
pero también podemos encontrarnos en un mundo con una gravedad muy
parecida a la terrestre, con una atmósfera muy respirable y con un
desarrollo de la cultura y economía humanas post-colonización que
permita, entre otras cosas, los restaurantes y las cafeterías tal
como los conocemos ahora, con la diferencia quizás de que no siempre
se automatiza o se pretende automatizar todo, como ocurre ahora en la
Vieja Tierra. Por esta razón tenemos grandes probabilidades de
encontrar restaurantes atendidos por humanos o humanoides, y no por
máquinas.
Aclaro
esto porque Circon3 es un planeta de tales características y parte
de esta historia se desarrolla en uno de los tantos restaurantes de
Zirima, una de las más populosas ciudades de ese mundo.
Todo
comienza con una chica, de apellido Birikini, que trabajaba allí.
Me es
indispensable agregar que esta historia ha dado muchas vueltas por
los mundos conocidos, generando hipótesis, búsquedas y
persecuciones. Tantas vueltas ha dado que llegó a mis oídos y como
tantas veces, cuento lo que me contaron.
Printi
Birikini desde que se levantaba, temprano por la mañana, se sentía
equivocada. Se sentía así mientras se duchaba, mientras se peinaba,
mientras se vestía y mientras desayunaba. Quizás el peor momento
de la mañana era cuando se miraba al espejo, antes de salir para su
trabajo y sus ojos se encontraban con los de su reflejo y éste
parecía decirle, desde lo insondable de esos ojos tan conocidos, tan
suyos: “¡Estás equivocada!”. No se sentía menos equivocada
mientras tomaba el deslizador colectivo para ir a su trabajo y ni
siquiera cuando se ponía el uniforme –una sencilla y limpia túnica
verde claro- y comenzaba a atender los clientes del restaurante donde
trabajaba. A ella le gustaba sonreír –era algo que hacía con
naturalidad- y también se movía grácilmente entre las mesas, de
forma que tenía todo para que los clientes la quisieran y la vieran
con simpatía, pero todos y cada uno que la miraba parecía decirle
“¡Estás equivocada!”.
Eso al
principio –me refiero a la convicción de que estaba equivocada-
había sido duro de sobrellevar, pero finalmente había logrado
convivir con esa sensación, sobre todo porque no había podido
contestar la pregunta que nacía inmediata y forzosamente… Estaba
equivocada, bien, lo aceptaba ya que todos, incluso ella, parecían
decirlo… ¿Pero en qué? ¿En qué estaba equivocada?
Había
entre sus clientes uno particularmente insidioso, odioso y que
parecía tener extremadamente claro el que ella estuviera equivocada.
Era un hombre de unos treinta años, aparentemente fuerte,
relativamente atractivo, que siempre iba solo y a almorzar –nunca
lo había visto por la mañana temprano y tampoco a la hora de la
cena, ni lo había visto acompañado-. Desde que llegaba parecía
decirle, a veces descaradamente, a veces tímidamente, con sus ojos
castaños y profundos: “¡Estás equivocada!”.
Como
por el resto de sus actitudes era muy cortés, igual que todos los
demás clientes y por otro lado hasta le dejaba propina, el que le
refregara por la cara que estaba equivocada era algo que podía,
perfectamente echar a un lado, por lo que seguía con la relativa
normalidad diaria propia de su trabajo.
Más
llegó un día en que, mientras ella levantaba de la mesa todo lo
utilizado para el finalizado almuerzo y observaba como sacaba dinero
de su billetera para dejarle como propina, éste le preguntó si
tendría la gentileza de aceptar beber un café juntos, cuando
saliera de su trabajo y en otro lugar, claro. Ella lo miró… El
tenía claramente estampada en toda su cara la expresión “¡Estás
equivocada!” de todos sus clientes, pero algo dentro suyo le hizo
aceptar la propuesta. Era un hombre que le parecía atractivo, era
amable y aparte de la expresión “¡Estás equivocada!” era una
persona que le caía bien, más que la mayoría.
Mientras
terminaba su turno esa especie de sensación dentro de ella comenzó
a moverse y a crecer, como una pequeña criatura… No veía ese
aspecto de si misma como un cuerpo extraño, no como esas entelequias
que aparecen en las historias de horror; solo parecía una parte de
ella, una parte oculta de su conciencia, una porción renegada de su
ser… Quizás, le dijo, el pueda aclarar porqué la sensación
constante de que estaba equivocada y todos, a veces hasta ella,
estaban convencidos totalmente de eso.
Se
encontraron en un lugar no muy cercano, pues no quería que la viera
ninguno de sus clientes –sería una pésima impresión que la
descubrieran tomando café en otro lugar, sobre todo teniendo en
cuenta que el café del restaurante donde trabajaba era excelente-.
Comenzaron a conversar, a sonreír y ordenaron finalmente algo para
cenar; pero ella realmente estaba algo distraída, algo distante se
diría. No sabía en qué momento, ni cómo, le lanzaría al hombre
que tenía frente a sí, la pregunta, tan sencilla y también tan
importante para ella. “¿Por qué crees que estoy equivocada?”,
le preguntaría. Esa era la pregunta, ni más ni menos, la pregunta
que él debía contestar y la pregunta que esperaba aclarara en algo
su turbulenta vida interior.
Esperaba
el momento, pero le parecía que no habían logrado el clima
intimista que le parecía necesario. Todo pareció facilitarse
cuando, finalizada la cena, él la invitó a ir a su apartamento. En
ese momento, a la vez que aceptaba, sonrió aliviada. ¡Pues que
mejor momento para una pregunta íntima, aunque sencilla, que estar
en la intimidad de un apartamento!
Así
fue que luego de servirse y beber un par de copas de un sabroso coñac
y de cruzar algunos besos de exploración, decidió preguntarle al
hombre lo que en definitiva había venido a preguntar.
-¿Por
qué estás tan seguro de que estoy equivocada?
Él la
miró extrañado. Ni el alcohol que él había consumido ni el
alcohol que ella había bebido le permitían procesar y responder
adecuadamente esa pregunta. Ella pensó que no sería tan fácil
arrancarle la respuesta. Besándolo, excitándolo, aturdiéndolo, lo
ató a la cama… cuando estuvo así asegurado le preguntó
nuevamente.
El le
dijo que no sabía de qué hablaba. Ella estaba perdiendo poco a poco
la paciencia… no era su naturaleza pero el coñac estaba soltando
algo de ella que nunca antes había visto la libertad. Bebió más…
y tomó el cuchillo más afilado que encontró en la cocina. No tenía
intenciones de hacerle daño; fue más bien una experiencia vital, un
acercamiento, un paso adelante, que por otro lado la hizo sentir
bien… él allí, disponible y ella acercándose con su afilada
hoja… Pero él gritó, asustado. En ella sucedió algo extraño, no
se asustó… simplemente le colocó una firme mordaza.
Siguió
bebiendo, comenzó a cortar y a cada rastro de sangre, a cada
incisión, a cada grito reprimido, descubría en la mirada de su
primera víctima algo, algo nuevo, algo único hasta ahora… “¡Ahora
si”! parecía decirle… ¡Ahora sí has acertado! ¡Este es tu
camino!
Meses
después y con treinta víctimas más en su haber, víctimas que le
confirmaron hasta el último aliento que ya no estaba más
equivocada, decidió irse a otro mundo, pues la policía la buscaba
desesperadamente. Algo había pasado además con Circon3; ya no era
como antes… ya hacía un tiempo que le costaba encontrar humanos
que le dijeran que estaba equivocada… ¡Pero ella sabía que
seguían existiendo! ¡En alguna parte existían!
Sus
esperanzas se vieron satisfechas cuando en el espaciopuerto de
Veritas, otro planeta del sistema y su nuevo destino, la chica que le
revisó el equipaje le dijo con sus ojos “¡Estás equivocada!”…
igual que el hombre de la izquierda y la señora de la derecha y el
chico que la miró cuando iba saliendo del edificio… ¡E incluso el
taxista!
Pero
ahora estaba tranquila. No era la misma. Ahora sabía, estaba segura,
convencida, de que no estaba equivocada y no solo eso… ¡Estaba
contenta! Solo tenía que demostrarles a los habitantes de ese mundo
que ella ya no estaba equivocada…
Comenzó
por el taxista.
FIN
LA SONRISA MÁGICA DE FELICITY
CUANDO
COMENCÉ ESTE CUENTO LO HICE PENSANDO EN UNA HERMOSA SONRISA… Y LO
ESCRIBÍ PENSANDO EN EL TIPO DE CUENTOS QUE ESTOY HACIENDO PARA
NIÑOS. ESTUVE TENTADO DE SEGUIR LA HISTORIA… QUIZÁS LO HAGA EN
OTRO MOMENTO.
SOBRE
EL TÍTULO… ENCONTRÉ EN EL GOOGLE CUENTOS SOBRE SONRISAS MÁGICAS,
DISTINTAS SONRISAS, PERO SONRISAS MÁGICAS AL FIN, AUNQUE ESPERO QUE
NO SEAN IGUALES A ÉSTA, LA SONRISA QUE ESPERO SE LES DIBUJE EN LOS
LABIOS EN ALGÚN MOMENTO…
DEDICADO
A AVRIL, MI HIJA QUERIDA.
LA
SONRISA MÁGICA DE FELICITY
El Rey
y sus tres generales, desde la torre más alta del castillo,
observaban el inmenso ejército que en la noche los había rodeado.
-Son
casi cien mil soldados- dijo un general.
-Y
bien armados- dijo otro.
-Y
nuestros espías han averiguado que traen alimentos para mucho
tiempo- dijo el tercero.
-¿Qué
más averiguaron?- dijo el rey -¿Tienen mucha caballería?
-Muy
poca, Su Majestad- dijo uno-
-Saben
que en un sitio a un castillo de tan altas murallas de poco les
ayudaría –dijo otro
-¡A
menos que trajeran caballos voladores!- rió el tercero.
-¡Ja,Ja!
¡Caballos voladores!- dijo el rey y las risotadas de los cuatro
hombres flotaron sobre la ciudad.
Era
extraño que a pesar de todas estas observaciones sobre el ejército
enemigo, que preocuparían a cualquiera que estuviera en su
situación, ellos no mostraran ningún temor, ni impaciencia y
tampoco resignación.
-Me
gustan los colores de sus estandartes –dijo un general- Tienen
bellos bordados.
-¡Pero
no se comparan con los del ejército de Tras Las Colinas, esos si que
tenían hermosos estandartes!
-¿De
cuál ejército de Tras Las Colinas hablas? ¿Del primero, del
segundo o del tercero?
-¡Ya
no recuerdo!- le contestó el general.
-Señores
–habló el rey y todos lo escucharon- Creo que los estandartes más
bonitos eran los del ejército de las Playas Azuladas…
-Tenían
bordados muy elaborados, si , si …-afirmó un general.
-¡Si,
muy elaborados! –dijo el Rey- Mi hija estuvo semanas enteras para
descifrar esa manera de bordar.
-En mi
humilde opinión –dijo otro general- no podemos olvidarnos de los
estandartes del ejército de La Torre Más Alta… no la primera vez
que nos atacaron, no esa vez, pero su segundo ejército vino con
mucho despliegue y muy bien vestido.
-¡Ese
ejército si que estaba bien vestido!- dijo uno y agregó -¿Recuerdan
como combinaban sus calzones y sus capas?
-Bueno
–continuó otro general- Si vamos a hablar de ejércitos bien
vestidos tendremos para rato…
-Yo me
he tomado la molestia de hacer una estadística al respecto –dijo
uno de ellos-.
Todos
lo escucharon con atención, pues sus datos siempre eran
interesantes. Continuó:
-De
los 64 ejércitos invasores que han llegado a estos muros diría que
15 han estado muy bien vestidos, 22 regularmente vestidos, 20
rotundamente mal vestidos y 7 impresentables.
-Si
estuviera de acuerdo en su criterio de clasificación –dijo el rey-
tendríamos que exigir, como dueños del país, que solo nos sitien
ejércitos bien vestidos-
-Tiene
razón, Su Majestad. Un ejército mal vestido no solo es perjudicial
para la reputación del invasor sino del invadido.
A eso
replicó el rey –Tengo algo de apetito. ¿Comemos algo señores?
¿Tienen idea de a qué hora comenzarán con las catapultas?
-Quizás
mañana a primera hora, recién las están ensamblando… y un día
después con las torres de asedio.
-¿Vieron
el ariete que trajeron? ¡Es enorme!
-¡Espero
que sea de buena madera! ¡El último ariete era de una madera tan
mala que solo la pudimos utilizar como leña!
-¿Vieron
si traen adornos de metales valiosos?
-¡Esperemos
que si!- dijo otro esperanzado.
-¡Jo,
Jo!- se rió el rey -¿Recuerdan aquel ejército, que definitivamente
clasificaría peor que mal vestido, “impresentable” diría, que
no traía ni un gramo de metal precioso? ¡Todo hierro y piedras sin
tallar, sin ningún valor!
-¡Lo
recuerdo! –dijo otro –Aunque tenían buenas espadas.
-No,
no eran tan buenas.
-¡Tampoco
eran tan malas!
-Pero
las mejores espadas…
-Si,
ya sabemos –dijeron los otros- son las del País Dorado…
-Que
nos han invadido… -dijo el rey, contando con sus dedos- ¿ocho
veces?
-Nueve,
Su Majestad…
-¡Nueve!
¡Que insistencia! ¡Que perseverancia!
-Ciertamente
–dijo uno de los generales- Si todos fueran igual de perseverantes
llevaríamos cien invasiones…
-¡Y
no tendríamos lugar en nuestros almacenes para todos los despojos!
-Afortunados
somos al tener los herreros que tenemos, que reciclan todo… -dijo
un general, mientras pensaba en la pujante industria de reciclaje que
existía en la ciudad-
-No
olvidemos todo el armamento que hemos vendido.
-¡Es
cierto! ¡Solo con las armaduras, cascos y lanzas hemos logrado
superávit comercial!
-Bajemos
a comer, señores. Luego me gustaría que revisaran nuestras
defensas, mientras yo consuelo a la princesa. Ella es la que más
sufre con estas situaciones.
Al
rato, y luego de pasar por varias y pesadas puertas, todas
custodiadas por adustos guardias que saludaron al rey golpeando el
piso con sus lanzas y poniéndose más firmes, si eso era posible, se
presentó ante la habitación de la princesa.
-¿Puedo
pasar?- dijo, golpeando y entreabriendo la puerta.
-Si,
padre, pasa…
-¿Cómo
está el sol de mi corazón?- dijo el rey, mientras abrazaba a su
hija, quien con veinte años ya era una muy hermosa mujer.
-Triste…
-¡No
te pongas triste! ¡Son ellos los que vienen a cercarnos, a pisotear
nuestros campos, a atacarnos! ¡No hay que tenerles piedad!
-Ya lo
sé, padre, pero igual siento pena por ellos. Estoy cansada de ver
sangre bajo los muros… ¿Cuántos ejércitos han llegado hasta
aquí, padre, para ser destrozados?
El rey
pensó “64” pero nada le dijo –No sé hija, pero todos buscaban
lo mismo. Ellos nos atacaron y nosotros respondimos.
-¡Padre,
dime la verdad! ¿Tienen alguna oportunidad contra nuestro ejército?
Entonces
el rey pensó en todo lo que habían sufrido con las primeras
invasiones. Miles y miles de campesinos muertos, campos quemados,
hambre en el castillo, refugiados sin fin durmiendo donde se pudiera,
los muros destrozados… Las primeras invasiones fueron atroces, pero
pudieron ser rechazadas. Luego, al ver que ese era el destino que les
esperaba comenzaron a organizarse. Agrandaron las fortificaciones en
la superficie y ensancharon el subsuelo, para dar alojamiento a todos
los habitantes del reino y a sus animales. Los almacenes siempre
estaban llenos de granos y todo tipo de comestibles. Encontraron agua
justo en el centro del patio principal, aunque a gran profundidad.
Los muros se hicieron tan altos que parecían tocar el cielo y sus
piedras fueron talladas de forma tan perfecta que era imposible
romper ese cinturón rocoso que protegía la ciudad. El foso se hizo
tan profundo y ancho que parecía un río y hasta podía pescarse en
él. Se reunieron en la ciudad los mejores artesanos de todo tipo,
pero sobre todo de armas, por lo que su industria fue la mejor del
mundo conocido. Y sus soldados eran los más feroces, tanto que
cuando atacaban asustaban a propios y ajenos. Y cada año que pasaba,
invasión tras invasión, batalla tras batalla, eran mejores, cada
vez más fuertes y despiadados a la hora de combatir. El rey pensó
en todo esto mientras se asomaba a una de las estrechas ventanas de
la habitación de la princesa. Finalmente contestó:
-No
hija, nada podrán hacer contra nuestro ejército. Los invasores que
sobrevivan a nuestras catapultas y arqueros habrán de enfrentarse al
ejército más cruel, más entrenado y por lejos el más
experimentado que se haya conocido. Nuestras armas son las más
afiladas, nuestras armaduras y escudos los más resistentes y
nuestros guerreros… cuando pelean ya no son humanos –dijo
apesadumbrado el rey- son demonios y ningún enemigo humano puede
derrotarlos…
-¡Padre!
¡Y me dices eso como si fuera agradable saber que en unos días
todos ellos estarán muertos!
-¡No
tenemos opción! ¡Esperarlos aquí es lo más prudente que podemos
hacer! ¡No te olvides niña que también hemos sufrido graves
derrotas y no quiero arriesgar más hombres de los necesarios! ¡Y
que lo primero y lo último que tenemos es esta ciudad y tu sonrisa!
-¡Una
sonrisa que no me animo a usar!
-¿Es
que te has olvidado de las ocasiones que han querido robarla? ¡Yo no
lo olvido! ¡Y prefiero un pueblo guerrero y feliz, que un pueblo
triste y sin deseos de vivir, como sería el caso si renunciáramos a
ella!
Felicity
pensó en su sonrisa, guardada bajo cinco puertas, ocho conjuros y
catorce guardianes. Solo en contadas ocasiones ella lucía su sonrisa
y exclusivamente para su pueblo. El poder de ella era tal, que no
solo daba paz y llenaba de alegría y bienestar a la gente que la
veía sino que la misma naturaleza se volvía pródiga con los
cultivos, con el ganado y el clima se hacía más agradable y suave…
Pero desde que nació la princesa y se conoció el mágico poder de
su sonrisa, todos los reinos de la tierra conocida habían querido
apoderarse de ella. Tantas veces habían sido invadidos que para su
pueblo ya era costumbre, como lo eran las lamentables carnicerías
que sucedían cuando los feroces guerreros de la ciudad salían a
poner orden. Irónicamente, pensó, les decían “Los caballeros de
la Sonrisa” pues antes de entrar en combate ella les sonreía y era
tanto el amor que provocaba en sus corazones que se convertían en
seres casi indestructibles, ávidos de vidas enemigas.
Por
eso la princesa no era feliz. A ella le gustaría utilizar su sonrisa
siempre y en todas partes, repartiéndola como una bendición entre
todos los habitantes de las tierras conocidas… pero no podía
hacerlo. A pesar de la gran cantidad de guardaespaldas que siempre la
protegían habían intentado robarla muchas veces hasta que
finalmente decidieron guardarla y sacarla solamente en ocasiones
especiales. Su padre tenía razón. Ella aceptaba compartir el poder
de la sonrisa más no estaba dispuesta a que la robaran.
Pero
algo sucedió que cambiaría la historia de esas tierras para
siempre.
Al
otro día, a poco de haber amanecido, el príncipe Simón, quien
comandaba el ejército invasor, se acercó a las inmensas murallas de
la ciudad y pidió hablar con el rey.
El
tampoco estaba contento con su papel. Su prepotente padre le había
enviado al frente de un gigantesco ejército para conquistar, no a la
ciudad, sino a la sonrisa que decían estaba oculta en ella ¿Una
sonrisa? ¡Parecía cosa de cuentos! ¡Estaba bien guerrear, si era
necesario! ¡Pero no le gustaba que le tomaran el pelo!
El rey
tardó unos minutos en ir a lo alto de la muralla y le gritó:
-¡Qué
deseas! ¡Estaba desayunando!
-¿Usted
es el rey? ¡No quería molestarlo pero tengo necesidad de
preguntarle algo!
-¡Pregunta!
-¡Sus
muros son tan altos que casi tocan el cielo! ¡Y dicen que tiene el
mejor ejército de todos los tiempos! ¡Y yo ni siquiera sé porqué
estoy peleando! ¡Ni tampoco mis hombres! ¡Así que ni los que
vivirán ni los que morirán sabrán por que pelean!
-¡Nada
puedo hacer por ti, muchacho!
-¡Puede
hacerlo! ¡Puede mostrarnos por qué vamos a luchar!
El rey
dudó. Era la primera vez que un invasor hacía tan extraña
petición. Su hija, que había estado escuchando tras una pequeña
ventana de la muralla, apareció corriendo y le dijo -¡Padre!
¡Permíteles que me vean, por favor! ¡Siendo que su destino ya
sabemos cual es, que mueran felices!
El rey
vio tan apenada a Felicity que le hizo una señal de asentimiento con
la cabeza y ella corrió escaleras abajo para traer su sonrisa.
-¡Está
bien! ¡Pon a tus tropas en formación y verán por qué van a morir!
Cuando
la princesa apareció sobre la muralla, todo el ejército invasor
estaba formado y expectante. Pero antes de mirar fuera, levantó sus
brazos y en amoroso gesto miró los intramuros, a la ciudad a sus
pies, a las murallas y a los soldados que combatirían por ella y
estalló una enorme ovación, donde todos, desde los niños, mujeres
y el último de los hombres se juraron morir antes de que su princesa
fuera tomada prisionera por poder alguno.
Más
cuando miró a sus enemigos, que formados esperaban a los pies de las
altas murallas, y les sonrió como solo ella podía hacerlo, una
exclamación de asombro se expandió como una ola entre los soldados,
pues ninguno había visto ni soñado cosa más bella que esa sonrisa.
El príncipe invasor cayó como herido por una certera flecha, pues
la sonrisa de la princesa no solo le había conmovido sino que había
quedado perdidamente enamorado de su portadora. Al verlo así, todos
sus soldados se arrodillaron.
Felicity,
el rey, sus generales y todos los soldados los contemplaron
extrañados. Como ellos estaban en cierta forma, acostumbrados a
convivir con la sonrisa mágica, no sabían el efecto que podía
hacer en personas que nunca la habían visto ¡Y era devastador!
Cuando
el príncipe logró reponerse, solo atinó a hacer lo que su corazón
le decía. Y gritó:
-¡Te
prometo que no lucharemos contra vos, señor, ni ahora ni nunca, a
cambio de que mi pueblo tenga la dicha de disfrutar esto que hemos
disfrutado nosotros hoy!
El
príncipe fue aclamado por sus hombres, pues todos pensaban que algo
tan hermoso no debía ser atacado ni recluido.
-¡Ya
hace mucho tiempo que no confío en promesas!- le dijo el rey.
-¡No
es justo tener a la sonrisa de la princesa encerrada en este castillo
cuando tanta falta hace afuera!
-¡Desde
que mi hija nació nos han invadido, han destrozado nuestras tierras,
han matado a miles de nosotros, todo por su sonrisa! ¿Y ahora
quieres que confíe en ti?
-Padre-
le dijo la princesa -¡Escúchalo! ¡Conversa con él! ¡Invítalo a
compartir tu mesa! ¡No tienes idea padre, de lo feliz que me
sentiría si por una vez evitamos la batalla y la muerte de tantos
hombres! ¡Por favor padre!
-Está
bien –le dijo a su hija. Y asomándose fuera del muro gritó: -¡Tú
y tres más están invitados a cenar aquí y ni uno más! ¡Y
hablaremos de tus deseos y de mis desconfianzas!
A la
hora indicada, al príncipe Simón y a tres de sus consejeros se les
permitió la entrada al castillo. Fueron conducidos luego por
pasillos y escalinatas hasta un gran salón, donde el rey, su hija,
sus tres principales generales y una veintena de invitados más, los
esperaban. Luego de los saludos de rigor, de instalarse alrededor de
la mesa y mientras comenzaban a traer los primeros platillos el rey
se dirigió al príncipe, a quien tenía muy cerca.
-Estimado
visitante… -comenzó diciendo -¡Estimado visitante!- repitió,
levantando la voz. El estimado visitante estaba totalmente en otro
mundo, en su mundo. Contemplaba a la princesa y solo tenía ojos y
atención para ella. Felicity se había dado cuenta de la insistente
mirada de su admirador y si bien Simón le parecía atractivo estaba
un poco incómoda. El rey se dio cuenta… Finalmente le dio un
pellizco al joven y le dijo- ¡No abuse de mi hospitalidad,
jovencito!
-¡No,
no, discúlpeme, Su Majestad! Es que estaba apreciando el bello
peinado de la princesa… -dijo, totalmente ruborizado- ¡Hacen
excelentes peinados aquí!
-¡Sí,
hacemos muy buenas cosas aquí! ¡Espadas, lanzas, arcos y flechas
sobre todo! ¡Excelentes!
Simón
pensó que quizás no era el mejor momento para mostrar el amor que
sentía por la princesa. Su pueblo estaba antes que sus sentimientos
personales y tenía claro que la sonrisa de la princesa podía
significar mucho allí afuera.
-Su
Majestad, mi padre es un buen hombre, pero un poco chapado a la
antigua. El cree que todo se resuelve por las armas y la violencia y
fue por eso que armó un ejército y me puso al frente de él. Si le
soy sincero, yo no quería venir y me pareció un despropósito armar
a todos estos hombres cuando mi pueblo está sufriendo tantos males…
-¿Qué
les sucede?- preguntó la princesa, que también escuchaba.
-Venimos
de varios años de malas cosechas. Al principio sufrimos sequías y
luego, cuando llovía, se inundaban todos los cultivos. Nuestras
plantas se enfermaron, y nuestros ganados hace mucho que no procrean
lo necesario para sostener la alimentación de nuestra gente… y la
mala alimentación ha hecho que suframos enfermedades y pestes. Mi
pueblo no está bien.
-¿Y
pensaron que mi sonrisa podía ser la solución?- dijo la princesa.
-Yo no
lo creí al principio a mi padre, cuando dijo que existía algo en el
mundo que podía cambiar todo. Pero después que la vi, princesa…
me di cuenta de que existía algo que podía cambiar nuestras vidas.
-¿Está
hablando de mi hija o de la sonrisa de mi hija?- dijo el rey,
divertido ante la elocuencia del joven.
-¡De
la sonrisa de su hija, señor! –dijo apresuradamente y luego, miró
a la princesa y bajó los ojos-… y de su hija también.
-¡Qué
intrepidez! ¡Quieres lograr tu solo lo que no lograrías con el
ejército que tienes rodeando mi castillo!
-Es
evidente que no me estoy explicando…- dijo el príncipe- ¿La
princesa no puede bendecir a mi pueblo con su sonrisa, de la misma
forma que bendice al suyo?
-¡No,
lo que pides es imposible!
-¡Padre,
por favor!- le dijo la princesa –Recuerda que gran parte del tiempo
mi sonrisa tiene que estar oculta… Podría hacer lo que dice el
príncipe.
-Estimado
joven –le dijo el rey al príncipe, a la vez que miraba a la
princesa- ¿Sabes por qué la sonrisa de la princesa permanece gran
parte del tiempo encerrada en una profunda bóveda? ¿Lo sabes? ¡No,
no lo sabes! ¡Y es porque infinidad de veces han intentado robarla!
Por eso no podemos tenerla a la vista de todos, todo el tiempo… Así
como tú has venido con un ejército, muchos ejércitos han golpeado
contra estas murallas y muchos espías han tratado de otros modos de
arrebatarnos la bendición de la sonrisa de mi hija.
-Pero
eso tiene solución… Majestad.
-¿Cuál?
¡Dígame, joven!
-Haga
acuerdos con sus vecinos y concédales la oportunidad de ser
bendecidos por la sonrisa de su hija ¡Y ya no los atacarán más!
¡Yo me ofrezco para comandar un ejército que la acompañe a todas
partes!
-¡Tengo
mi ejército y tengo mis generales!
-¡Pues
pongo mi ejército a sus órdenes entonces! ¡Y me ofrezco como
paladín y secretario de la princesa!
-¿Y
como cocinero de la princesa no te ofrecerías?
-¡Si
es necesario Su Majestad!
El rey
se rió estrepitosamente. -¡Tu lo que quieres es estar cerca de
ella!
Fue
quizás que había tomado demasiado vino sin comer nada o el amor se
le había subido a la cabeza que el príncipe dijo:
-¡Estoy
enamorado de su hija desde que la vi! ¡Pero mi pueblo está
sufriendo muchísimo ahora mismo! ¡Si no le parezco un candidato
conveniente para su hija, no lo discuto, pero por favor, Su Majestad,
no prive a los de afuera de la sonrisa de su hija!
-¡Podrían
terminarse las guerras, padre!- dijo su hija- ¡Nuestro pueblo no
sería nunca más sitiado! ¡Y ya no tendría que esconderme!
-Hija,
las guerras no se terminarán, aunque quisiéramos. Siempre habrá
por qué pelear, si no es con ellos será con otros y si no es aquí,
será en las fronteras… pero entiendo lo que dices, estimado joven
y que estés cerca o lejos de la princesa, depende de ella, no de mí.
La quiero demasiado para decirle a quién amar. En lo que respecta a
su sonrisa… llévate tu ejército de vuelta y habla con tu padre.
Convéncelo de lo que me acabas de decir y si él acepta haremos una
alianza… que no será la única que deberemos procurarnos.
El
ejército sitiador se marchó contento, no solo porque habían
evitado el combate con El Ejército de la Sonrisa, al que sabían
feroz y muy bien entrenado, sino porque confiaban en que su príncipe
convencería al rey para hacer una alianza con el Reino de la
Sonrisa.
Y
tenían razón. A pesar de que su padre era bastante terco, el
príncipe logró convencerlo. Claro que puso algunas objeciones, pero
en el fondo estaba satisfecho. El también deseaba que su pueblo
reviviera, que los campos se llenaran de granos y los ganados
engordaran.
Podría
narrar muchas de las singulares aventuras que se vivieron a partir
del regreso del príncipe Simón a la ciudad de Felicity, pero lo
dejaré para otra ocasión. Por ahora, es suficiente contar que luego
de algún tiempo se casaron, aunque no viven en ninguna de las
ciudades donde están sus padres. A los dos príncipes les pareció
bien vivir en un lugar que estuviera equidistante de ambas capitales.
Así que, al medio de los dos reinos, construyeron el castillo más
grande y hermoso que se haya conocido.
Están
custodiados por el norte por el reino del príncipe y por el sur por
el de la princesa. Pero eso no es lo más importante, sino que a
todos los reinos vecinos que tuvieron interés en aliarse con ellos
se los otorgó el don de La Sonrisa Mágica de Felicity.
Esta,
una vez al año, con un pequeño ejército y su corte, recorre el
territorio de los reinos llamados Alianza de la Sonrisa, una alianza
cada vez más grande y más poderosa, con aguerridos ejércitos
custodiando sus amplias fronteras, con campos que siempre dan buenas
cosechas, con ganado que crece fuerte y vigoroso y donde se han
desterrado todas las enfermedades.
Ningún
reino más se arriesgó a intentar robar la sonrisa de Felicity, pues
nadie quería enfrentarse a los poderosos ejércitos de la Alianza.
Resultaba mucho más conveniente y saludable agregarse a esta unión
de reinos y disfrutar de los inmensos beneficios de su mágica
sonrisa. Eso hicieron muchos, cosa de la que jamás se arrepintieron.
El
príncipe y la princesa, que fueron finalmente reyes, tuvieron muchos
hijos y vivieron felices por mucho, mucho tiempo.
FIN
jueves, 15 de noviembre de 2012
EL APOSTADOR
El
callejón estaba oscuro, húmedo y silencioso. Apenas al fondo de su
registro de sonidos, se presentía la ciudad que vivía fuera de ese
pequeño y amenazante cosmos. El humano, que esperaba contra una de
sus paredes tratando de pasar lo más inadvertido posible, maldecía
entre dientes.
-¿Cómo
es que me involucré en este lío?- se decía
Primpo
Pao estaba muy molesto y no era para menos. Su existencia había sido
perturbada más allá de lo tolerable, más allá de lo que un hombre
de números y de probabilidades como él, podía desear. En estas
últimas horas su existencia se había transformado en una aventura,
cosa que odiaba. Mientras el frío y humedad del lugar comenzaban a
pasar su abrigo y detectaba nuevos y minúsculos sonidos, que
esperaba no fueran provocados por ratas porque también las odiaba,
casi más que los cambios y las sorpresas, y mientras seguía
diciendo groserías en voz baja, tocó instintivamente uno de los
bolsillos internos de su abrigo, donde guardaba el pequeño paquete
que había cambiado su vida, pensando en como habían llegado a estar
en ese lugar... el paquete y él mismo.
El día
había comenzado como uno cualquiera. Diariamente se levantaba, se
aseaba, tomaba su ordenador portátil y caminaba los setecientos
metros que lo separaban del pequeño restaurante en donde desayunaba,
almorzaba, merendaba y cenaba. Lo hacía no solo porque le encantaba
el lugar, sino también porque caminar hasta allí y volver, cuatro
veces por día, era el único ejercicio que practicaba en su vida.
Normalmente no salía a ninguna otra parte, excepto cuando se tomaba
sus vacaciones anuales. No comía nunca en su apartamento y de haber
querido hacerlo alguna vez no encontraría en su refrigerador más
que bebidas, con y sin alcohol y abundantes barras de chocolate. Lo
único caliente que podía llegar a consumirse en su cómodo y
funcional hogar era café, pues la cafetera siempre estaba
funcionando.
Además
en el restaurante había una chica que le parecía una de las
personas más amables que hubiera conocido y siempre la prefería a
los dos robots humanoides que también atendían a los clientes.
Cuando se sentaba, siempre a la misma mesa y mientras desplegaba su
portátil, ella ya estaba a su lado con una gran taza de café con la
cantidad exacta de azúcar natural que a él le gustaba, con un vaso
de jugo de naranja con un toque de azúcar y tres medialunas que
parecían recién salidas del horno.
-¡Buen
día! ¿Cómo está hoy?- le preguntaba ella.
-¡Muy
bien! ¿Y tú?- le contestaba él.
Así
día tras día. Podría parecer rutinario pero a él le encantaba.
Mientras
desayunaba preparaba el comienzo de su día de trabajo, separando
mentalmente todos los deportes en donde podía apostarse en todos los
mundos conocidos. La Federación tenía, hasta ahora, treinta y
cuatro planetas habitados por humanos y una veintena habitados por
otras especies y se practicaban un sinfín de deportes. Cada uno de
los planetas que no estaban habitados por humanos tenían sus
deportes típicos y los humanos llevaban los deportes tradicionales
de la Vieja Tierra allí donde iban. Algunos se habían modificado,
adaptándose a las características de los nuevos mundos e incluso
había culturas no-humanas que practicaban algunos deportes
típicamente terráqueos.
Existían
algunos deportes que se practicaban en todos los planetas conocidos e
incluso había competencias a nivel federal de algunos de ellos.
Obviamente que una de las más arduas tareas de las autoridades
deportivas había sido fijar los estándares a aplicar en estas
disciplinas. Uno de los deportes más populares era el fútbol o
balompié. Se había difundido como una fiebre por todas partes, pues
podía ser practicado en cualquier lugar en donde hubiera un piso de
regulares dimensiones, relativamente plano y contaran con una esfera
o balón que pudiera ser golpeado o empujado. El juego en sí daba
mucha libertad a los jugadores, en peso, estatura, número de
miembros y ya había ligas de fútbol en prácticamente todos los
planetas pero… las competencias interplanetarias eran otra
cuestión.
Al
momento de fijar los estándares para las competencias
interplanetarias hubo que tener en cuenta una cantidad de parámetros
–teniendo en cuenta que la especie humana no era la única que lo
practicaba- como fijar estaturas máximas, densidad corporal
promedio, gravedades planetarias, composición atmosférica estándar,
peso promedio de los jugadores y número de miembros locomotores.
Había detalles como que no solo había que tener en cuenta la
gravedad planetaria en el momento de competir sino también la del
mundo original, lo que seguro influía sobre su desempeño físico.
Se trataba ni más ni menos de calcular y estandarizar todo…
Por lo
demás los reglamentos eran muy severos en cuanto a la violencia
dentro del campo de juego –quizás más estrictos que en la Vieja
Tierra- para evitar que especies –o versiones humanas- hábiles,
pero endebles físicamente fueran dañadas seriamente en un match.
Para muchos el fútbol iba más allá de lo deportivo, era casi una
filosofía de vida y planetas enteros estaban pendientes de las ligas
y competencias y dado el fanatismo que provocaba y la difusión que
tenía, el dinero que se manejaba era inconmensurable. Aún a nivel
planetario las cifras eran enormes, pero cuando se hablaba de la
Federación eran siderales.
Primpo
Pao era aficionado al fútbol, fanático podría decirse y era el
deporte en donde más apostaba, en todas las ligas planetarias y en
las competencias federales, pero no era el único deporte en donde
jugaba su dinero. Resultaba barbárico que el segundo deporte más
difundido era un combate a muerte, principalmente entre convictos de
toda la Federación, llamado El Campeonato. En casi ningún planeta
existía la pena de muerte. Era mucho más entretenido obligar a
determinados delincuentes a practicar estos juegos –que para la
gran mayoría era lo mismo que una segura sentencia a muerte-. Aunque
no solo los convictos participaban, había también humanos y no
humanos comunes que lo hacían, pues los premios eran muy importantes
y a veces resultaban un atractivo poderoso, siempre peligroso y
muchas veces mortal.
Primpo
también apostaba mucho en él.
Así
pues, comenzó su día de trabajo, un día en el que revisaría todos
los partidos de fútbol en donde hubiera algún resultado que le
pareciera posible y atractivo, luego las peleas y para terminar
buscaría estadísticas atractivas en otros deportes. Pronto terminó
el desayuno, tomó su portátil y marchó a su casa. Se tomaba muy en
serio lo de caminar ese trayecto. Su vida se tornaría peligrosamente
sedentaria sin esa actividad y además caminar le hacía bien a su
mente, ayudándolo a pensar con más claridad.
Mientras
se acercaba a su hogar, estaba programando ya las apuestas del día.
Tenía cantidades fijas que apostar y trataba de no variarlas mucho,
pues vivía de las apuestas. Sabía que una cantidad regular de
apuestas le daba una cantidad regular de ingresos y le parecía
correcto así. Incluso tenía un determinado porcentaje de pérdida
que no había logrado sorprenderlo nunca.
Pero
sí se sorprendió cuando llegó a su casa. La puerta estaba abierta,
la cerradura rota y había sangre por doquier… un desagradable
rastro de sangre desde ésta hasta su querido sillón, el mismo en
donde solía dormitar por las tardes. Difícil saber que lo
conmocionó más, si el hombre desangrándose encima del sillón o la
sangre que sabía estaba manchando de forma permanente su preciado
mueble.
-¿Qué
sucede aquí?- dijo, acercándose extrañado.
El
moribundo lo miró -¿No me reconoces?- le dijo.
-Tú…
¡Tú eres Trovis el Adivinador! ¿Pero que te han hecho?
Trovis
sonrió apenas, satisfecho de que lo hubiera reconocido –Salió mal
un negocio, Primpo, simplemente…
-¡Pero
estás más muerto que vivo!
-Estoy
casi muerto… ¡Necesito un favor!
-¡Llamaré
al servicio médico inmediatamente!
-No,
no, estaré muerto antes de que lleguen. Escúchame, por favor… ¿Me
ayudarás?
-¡Claro!
¿Pero en qué puedo ayudarte?
-Mira,
nos enteramos que unos delincuentes de aquí iban a robar algo de
suma importancia, algo que vale mucho, pero mucho dinero. Así que
planeamos con unos amigos robarles a ellos.
-¿Robarles
a los ladrones?
-Si,
si, y sería prácticamente imposible seguirnos. Era un hermoso plan.
Los esperamos en un lugar que habíamos localizado como su base de
operaciones y cuando llegaron con la mercancía…
-¡Los
atacaron y los robaron!
-Claro,
con el inconveniente de que ellos eran algunos más que nosotros, y
que en su guarida había más de sus amigos y que respondieron
eficazmente nuestro fuego.
-¿No
lograron su objetivo?
-Lo
logramos, claro, somos muy eficientes, pero solo quedé yo vivo…
-Pues
hablando en términos de apuestas diría que no fueron tan
eficientes.
-Tienes
razón, fue una mala apuesta. Esto…- dijo, mientras tomaba una
pequeña caja que había estado a su lado- Esto fue lo que robamos.
-¿Por
esta pequeñez se hicieron matar?
-Es
muy valiosa- dijo Trovis con voz cada vez más apagada –Primpo Pao,
amigo… ¿Sabías que tengo esposa y tres hijos? En un planeta no
muy lejos de aquí… Hay un número para que llames a unos amigos,
no importa quienes son, yo hablé con ellos antes de venir hacía
aquí. Les entregarás este paquete y a cambio ellos prometieron
cuidar de mi familia. ¿Lo harás? ¿Por los viejos tiempos?
Primpo
pensó un momento. El nunca había tenido familia, ni hijos, y
posiblemente nunca los tendría
-Lo
haré. Lo que no sé es que voy a hacer contigo luego de que estés
muerto.
-¿No
tienes un vehículo?
Primpo
pensó en la navecita que guardaba en su garage.
-Tengo
una biplaza, que a veces uso en mis vacaciones-
-Pues
cárgame en ella y tírame en un parque, o en el mar o en cualquier
parte… Luego llama a mis amigos.
-¿Puedes
caminar hasta la nave? ¡No podré llevarte muerto!
-¡Por
el Dios Único! ¡Con razón vives solo, estás más frío que un
cubo de hielo! Trataré… ¡Ayúdame, por favor!
Finalmente
Trevis quedó en la pequeña nave voladora y Primpo se dispuso a
limpiar su casa. Cuando regresó al vehículo, su amigo ya estaba
muerto. No fue sencillo elegir un lugar donde dejarlo pero logró
hacerlo, sin mayores complicaciones. Luego limpió minuciosamente
toda la sangre y las huellas. Sentía pena por Trovis. Cuando se
habían conocido lo llamaban El Adivinador, como burla por sus
escasas dotes para apostar, si bien también vivía o pretendía
vivir, de las apuestas. Como no tenía mucho éxito no vivía con
holgura y siempre andaba escaso de dinero, más siendo alguien
simpático y que siempre parecía estar contento, Primpo lo
consideraba de buena suerte y siempre se preocupaba de que no le
faltara dinero para comer o para apostar. Podía permitírselo. En
determinado momento -¿Hacía cuánto?- se preguntó Primpo Pao,
había decidido mudarse a aquel mundo y a aquella ciudad y hacer una
existencia tranquila y solitaria. En los primeros tiempos varios de
sus colegas iban a visitarlo y a pedirle consejo, entre ellos Trovis…
luego dejaron de hacerlo.
Cuando
le pareció que todo estaba limpio, llamó al número que le había
dejado su viejo colega.
Y allí
estaba. Cuando finalmente llegaron los tres hombres, supuestos
destinatarios del paquete y se acercaron, se encontraron con un
temblequeante Primpo Pao.
-¿Usted
es el amigo de Trovis?- le preguntó uno de ellos.
-Lo
soy- aseguró Pao.
-¿Trajo
el paquete?
-Lo
traje, aquí está- con mucha precaución sacó el pequeño
envoltorio del bolsillo de su largo abrigo. Lo mostró pero no se los
entregó.
-¿Y
bien?- dijo el hombre, algo molesto.
-Quisiera
saber qué contiene. No entiendo porqué por una cosa tan pequeña
tuvieron que morir tantos hombres, incluyendo mi amigo- dijo
firmemente.
Se
miraron entre ellos.
-Dile-
dijo uno.
-Es un
experimento genético.
-¿Un
experimento?
-Mire…
una organización fabricó un embrión recombinando la genética de
los mejores jugadores de fútbol de principios del Siglo 21 de la
Vieja Tierra. A esta organización la robó otra organización y a
ésta la robó su amigo con otros amigos…
Primpo
quedó con la boca abierta y una especie de descarga eléctrica pasó
por su cuerpo de apostador. Se imaginaba una mezcla de la genética
de Messi, de Cristiano, de Ronaldinho, de tantos cracks que
existieron en esa época…
-¿Se
siente bien?- le preguntó uno de los hombres.
-¡Es
sublime! –dijo Primpo- ¡Se los daré, claro, pero quiero algo a
cambio!
-¡No
fue el arreglo con su amigo que nosotros le diéramos algo por esto!
¡Y aunque quisiéramos no tenemos nada para darle!
-¡No
es necesario enojarse! ¡Tómenla!- La situación estaba tomando un
mal cariz, lo que no era la intención de Primpo. Con visible alivio,
uno de los hombres tomó la caja y rápidamente la hizo desaparecer
dentro de uno de sus bolsillos.
-Solo
quiero saber algo…- continuó Primpo.
-Díganos
que quiere saber. Usted cumplió con su parte…
-¿En
qué equipo va a jugar?
FIN
EL DESCUBRIMIENTO
“¿Cuál
es la fuerza suprema que cohesiona todo? ¿Cuál es el motor que
mueve el Universo? ¿Por qué, teniendo las respuestas al alcance de
nuestras manos, parecen a la vez tan lejanas?”
Fragmento de un cuaderno de
anotaciones de
Tilburo Eske.
Tilburo,
preclaro magiquímico, está en coma. Lo encontraron sumido en tan
profunda meditación que no lograron despertarlo, por lo que cuando
sus colegas pensaron que tenía que alimentarse fue conducido a un
lugar apropiado y conectado a instrumentos, artificios y dispositivos
que lo alimentaban y preservaban su salud.
Ylarinda
estaba cansada de llorar. Lo hacía por horas. Cuando no lloraba le
hablaba. Así, día tras día.
Custodiaba
así a Tilburo, que era su maestro, amigo, camarada y amor secreto,
que cubierto de cables, sensores y tubos seguía buceando en el
absurdo océano de teorías, conceptos y significados donde, al
parecer, había decidido adentrarse cuanto pudiera o quizás hasta
encontrar lo que buscaba ¿Y qué buscaba? Ylarinda sabía lo que
Tilburo buscaba… claro que era un saber tan íntimo y tan claro,
tan decisivamente suyo que no era conciente de ese conocimiento. Solo
le hablaba.
Tilburo
no era para nada una persona común y corriente. Maestro durante años
en una de las más renombradas escuelas de tecnología mágica, había
hurgado hasta el cansancio en libros y pergaminos, en busca de las
respuestas que necesitaba. Día tras día, desde la mañana hasta la
noche, se sentía envuelto en un misterio, y día tras día, al
despertarse, se sentía sorprendido por la vida. El hombre, desde sus
albores, había combatido contra estas incertidumbres, contra estas
dudas, racionalizando, interpretando, mistificando, lo que
simplemente “era”. Desde que tuvo conciencia de su entorno había
buscado explicaciones a todo lo que sucedía alrededor y milenios
después, a pesar de todos los avances y progresos, todavía existían
preguntas por responder y puertas para abrir. Quizás para los
ciudadanos comunes todo estuviera resuelto, el mundo funcionaba igual
con tantas incertidumbres y preguntas y dudas… pero para él, que
había dedicado gran parte de su vida a vincular lo inexplicable con
lo racional, lo mágico con lo científicamente aceptado, para él,
los terrenos difusos y vagos eran inaceptables y cada vez que su
corazón latía sentía que era partícipe involuntario de esa
inacabable lista de no-saberes, de preguntas sin respuesta… y a él
no le gustaban las incertidumbres. Hubiera sido matemático si esta
ciencia hubiera estado más avanzada y hubiera logrado interpretar
todo lo que era necesario. Estaba seguro que existía un lenguaje
universal, quizás una matemática más avanzada que la actual y que
algún día habría de descubrirse, un lenguaje que todas las
especies entendieran, y que trascendiera el comer y ser comido. Pero
ahora tenía cosas más importantes que lo preocupaban, cosas que
llevaba investigando desde hacía años y no lograba, por culpa de
ese mundo que lo rodeaba, discernir totalmente. Dentro de su genial
desquicio sabía que la clave estaba en descubrir el “motor” del
Universo, la fuerza suprema que cohesiona todo. Así fue que se
sumergió en ese todo, en esa engañosa entropía –pues para el era
todo menos desorden- a buscar, a explorar, esgrimiendo su espada de
argumentos demostrables, su lanza de teoremas improbables pero
ciertos y un escudo de axiomas tan potentes que desviaba toda flecha
o duda que fuera lanzada por los defensores de ese extraño lugar.
Buscó y buscó.
Cuando
ella no lloraba, solo hablaba y así día tras día. Hablaba de su
niñez, de su adolescencia, de los planetas que había conocido, de
sus mascotas, pero sobre todo le hablaba del amor que sentía por él,
pues ¿qué mejor oportunidad para decirle lo que sentía que ahora,
que no podía escucharla? Era difícil no sentir admiración por
Tilburo. En muchas personas provocaba esa reacción. Pero hasta donde
sabía nadie lo amaba, excepto ella y nunca se lo diría obviamente.
A veces se reía y pensaba que si supiera la forma de escribir
matemáticamente una declaración de amor seguro él la entendería.
Igual, para contener lo que sentía por él, tendría que ser una
ecuación infinita, algo inentendible. Incluso comenzó a escribirla.
Inventaría signos, descubriría las relaciones, sopesaría las
implicancias de un infinitésimo más o menos… eso haría. Hasta
llegó a disfrutar de hablarle de su amor y de las cosas que podrían
hacer juntos, de viajar juntos, vivir juntos, dormir y desayunar
juntos. No se animaba a mencionar un hijo, aunque fuera adoptado,
porque todo tenía un límite y no quería asustarlo definitivamente.
¡Cuánto lo amaba! ¡Parecía que a cada minuto, hora y día que
pasaba lo amaba más y más!
Tilburo
seguía avanzando, peligrosamente, alejándose de lo conocido. Cada
vez se hacía más extraña su travesía. Pero nunca tuvo frío, ni
miedo, ni siquiera ansiedad. Esa rara sensación fue lo que le hizo
detenerse. Se sentó a descansar, pues luego de tanto andar una duda
comenzó a crecer dentro de su brillante motivo ¿Iba en la dirección
correcta? ¿Hacia dónde debía dirigirse? ¿Acaso estoy caminando en
círculos? ¿O estoy buscándola en el lugar equivocado? ¿No enseñan
los sabios acaso que lo que pasa abajo es el reflejo de lo que pasa
arriba? Fue en ese preciso momento que escuchó una voz ¡Y muy
familiar! ¡Una voz que recién discernía pero que desde el comienzo
de su viaje había estado con él! ¡Y le hablaba de amor! ¿De quién
era?
¡Ylarinda!
¿Cómo era posible que su voz llegara hasta allí? ¡Llenaba su
entorno, dándole frescura a su desesperación, iluminando los
rincones oscuros de su conocimiento! ¡Esa voz fue reveladora!
Dicho
esto despertó ¡Tengo la respuesta!- dijo. A su lado estaba
Ylarinda. La miró detenidamente. ¡Era definitivamente el ser humano
más hermoso de todo el universo conocido! ¡Y le había dicho que le
amaba!
-¿Tienes
la respuesta? – le preguntó ella en ese momento.
-¡La
tengo! ¡Ya sé cuál es el motor que mueve todo el universo! ¡El
poder que todo lo cohesiona! ¡Lo que en definitiva mueve los
planetas y los soles! ¡Y lo que se extiende sin fin hasta lo
desconocido!
-¿Qué
es, Tilburo?- le preguntó ella, intrigada y también preocupada por
ese despliegue de entusiasmo luego de tanto tiempo de extraño
descanso.
-¡Es
el Amor!
-¿El
Amor? ¿Estás seguro?
-¡Estoy
muy seguro! ¿Tú me amas Ylarinda?
-Yo…
¿Amarte?
Tilburo
la contemplaba en una completa calma, como si toda la euforia de
momentos antes se hubiera desvanecido en el aire.
Ella
agachó su mirada y le dijo –Si, te amo… Siempre te he amado
Tilburo- y lo miró resignada, quizás esperando su desaprobación.
-Yo
también creo que te amo… no sé si desde siempre pero no entiendo
como no pude darme cuenta antes.
Tilburo
tomó una mano de la sorprendida Ylarinda y la besó con ternura.
-Y
contigo tendré todas mis respuestas- le dijo.
FIN
lunes, 1 de octubre de 2012
LA ÚLTIMA CENA
Podría denominarlo un típico cuento de ciencia ficción, un pasaje a otro mundo, pero no tan extraño y no pretende dar lecciones ni moralejas, solo unas páginas de lectura. Estoy escribiendo lo que para mí es mucho, un cuento por semana y muy lentamente estoy agarrando “training”, aunque estoy lejos todavía de cómo me gustaría escribir. Pero, como en cualquier arte, lo importante es practicar. Espero les guste.
LA ÚLTIMA CENA
Mientras Noriter Kaltru pensaba en qué le podría esperar en Miristir, el planeta que era su destino, la espacionave comenzó a descender. No se sabía bien por qué pero era uno de los artistas más populares entre los habitantes de ese mundo, razón por la cual las autoridades federales le habían pedido, rogado, que intercediera por ellos ante ese gobierno, regente además de una liga de planetas de importancia vital para la Federación. Nunca le había interesado la política –y ahora tampoco, por más que se estaba involucrando en ella- pero aceptó ayudar, un poco por curiosidad, otro poco por el desafío y el resto porque si bien pensaba como muchos que la Federación tenía muchas cosas que no olían bien, era mejor un mal orden que vivir en el caos.
Eso pensaba cuando las alertas avisaron que entraban en la parte final del descenso.
Cuando descendí de la nave me sorprendió la gran cantidad de nativos que me esperaba, cosa que consideré auspiciosa para mi primera, y posiblemente única, misión diplomática de mi vida. Algo capturó inmediatamente mi atención: en la primera línea de recepción se destacaban los uniformes dorados del cuerpo diplomático de la embajada ¿Había personal armado? Si, sin duda, había muchos, quizás demasiados guardias armados. Allí al frente estaba –fácilmente visible en un brillante uniforme azul- alguien que estaba seguro no era el embajador. Resultaba muy extraño que hubiera enviado un representante a recibirme, en vez de venir en persona. ¿Tan mal estaba la situación entonces? Eso era preocupante. Comencé a avanzar observándolo todo. La aparente formalidad y protocolo de los humanos contrastaba enormemente con el evidente regocijo de los nativos. Pronto estuvo frente a mí el enviado del embajador, que ante el tumulto de la bienvenida, tuvo que utilizar la guardia armada para quedar relativamente aislados de los miristianos. Me dijo, algo agitado pero sin perder su compostura: -Señor, estoy a sus órdenes-, a la vez que me saludaba con una ligera reverencia. -¿Tiene mucho equipaje? No se preocupe que en cuánto lo tengamos nos marcharemos a la embajada, donde lo espera el honorable embajador.
-¿Porqué no vino personalmente?-pregunté.
-Es que ha tenido algunas desavenencias con los nativos y como puede ver hay aquí gran cantidad de ellos.
-¿Es lógico, no? Es su planeta…
-Me refiero a que hay muchos dirigentes aquí... El mismo embajador dará una recepción a la brevedad para presentarlo a todo este mundo.
Conversábamos esperando que trajeran mi escaso equipaje mientras la custodia alrededor forcejeaba abiertamente con los locales que querían llegar hasta mí.
De pronto la situación se me tornó enojosa-¡Por favor! ¡Voy a saludarlos! ¡No quiero que piensen que soy un bárbaro! ¿Por qué tanto temor?
-¡Usted no entiende, pero ya lo vá a hacer!
-De todas formas quiero saludar a los que vinieron a recibirme. Sus reglas son para los diplomáticos, no para gente como yo...
-¡Tengo órdenes!
-¡Yo también y vienen de las más altas cúpulas de la Federación y no he venido hasta aquí para esconderme en la embajada sino para relacionarme con los nativos, que por otro lado –dije señalando hacia el tumulto- también quieren relacionarse conmigo!
-¡Pero...!
-¡Y si usted no me presenta, lo haré por mi propia cuenta!
-Está bien, está bien... ¡Por favor, déjennos pasar!- dijo en un idioma que por el multitraductor sonó extraño y muy amplificado.
La multitud nos permitió el paso, haciendo un corredor hasta donde estaban los que parecían ser los miembros más destacados del comité de bienvenida.
Había visto imágenes de los miristianos pero al tenerlos ante mí juzgué que ninguna representación lograba transmitir lo que ellos en persona. No me sorprendió verlos vestidos tradicionalmente, con amplias túnicas de colores opacos para los individuos masculinos y de colores vivos para los femeninos. Eran humanoides bellos, sin duda, con rasgos sumamente felinos, ojos muy oblicuos, nariz chata y orejas muy parecidas a las humanas, en rostros redondos. En las partes corporales visibles podía verse una especie de pelaje muy corto, que sabía que cubría todo su cuerpo y que además solían teñir, obviamente cuando usaban otra vestimenta y en otras ocasiones. Al sonreír mostraban una dentadura totalmente mortífera, que hacía que instintivamente me sintiera amedrentado. Mostraban sus manos, de cinco dedos robustos y cortos, con sus palmas presentadas hacía mí. El representante del embajador tuvo la delicadeza de explicarme, mostrando por primera vez cierto respeto y hasta temor, que eso significaba que más que un visitante era considerado uno más de su especie. Posiblemente el hombre no se explicaba el porqué de un recibimiento tan amistoso…
Pero no fue su apariencia física lo que más me impresionó, sino una especie de aura o “presencia” que era realmente perceptible.
Quedando realmente intrigado por esta sensación, me detuve frente a ellos –tres machos y dos hembras-, colocando las manos en su mismo gesto. Si para ellos era un hermano de especie, también lo serían para mí y no veía nada malo en eso.
Pedí un multitraductor y me lo colgué del cuello… A continuación, en forma breve y formal les ofrecí mis respetos, expresé lo halagado que me sentía por el recibimiento y que a la brevedad, luego de una presentación oficial, estaría a su completa disposición. Estas palabras impresionaron tanto a los miristianos que pudieron oírlas, como al humano que estaba junto a mí y sentí inmediatamente que había dicho lo que tenía que decir. Los nativos expresaron su beneplácito por mi llegada y me comunicaron que tenían un extenso programa de visitas por todo el planeta en cuanto el embajador me lo permitiera. Hubo apenas tiempo para una despedida formal pues los guardias estaban impacientes por sacarme de ese lugar y lo hicieron en cuanto tuvieron la oportunidad.
En la embajada, tan fortificada como podía esperarse, fui recibido por el honorable embajador Mr. Tuning Rasta. Su forma de actuar parsimoniosa y protocolar lo hacían el diplomático perfecto, con la excepción quizás de que su gestión iba de mal en peor, que lucía enormes ojeras y que evidentemente estas eran producto de algo desagradable que lo afectaba. Pero me recibió magníficamente. Conversamos sobre mi carrera profesional –la de psicopintor obviamente- y sobre las últimas guerras y novedades de la Federación. En determinado momento le pregunté:
-No se ve usted muy bien…
-Es inevitable, ya que no he logrado ninguno de los objetivos. Hasta llegar aquí tenía una brillante carrera y una excelente hoja de servicios pero en este mundo, ante esta cultura, he fracasado.
-Lo siento –dije- y no quiero que piense que estoy tratando de interferir con su carrera. No soy un diplomático, solo un artista.
-No es necesario que se disculpe. No tengo dudas de que usted está como yo, al servicio de un bien mayor. Yo haría cualquier cosa, cualquiera, con tal de lograr que este grupo de planetas se aliaran a la Federación. Pero su cultura, sus costumbres, su forma de ver la civilización me han rebasado y dejado sin respuestas. Duermo muy poco y pienso mucho en como revertir la mala relación que tenemos en la actualidad con los nativos, pero por un lado o por otro siempre hay muros que no me permiten seguir.
-Por lo que me han dicho no son una cultura fácil de tratar.
-¡Es acertado! ¡Son abominables! Y han intentado de todas las formas posibles que nosotros seamos cómplices de sus abominaciones. Realmente me apiado de su situación, porque a usted lo veneran y a partir de que se presente “en sociedad” estarán constantemente detrás de usted… y verá cosas terribles, se lo aseguro.
Mr. Tuning había comenzado a temblar, no sé si de frío o coraje, por lo que tomé una botella que parecía contener whisky y le serví una buena ración…
-¡Tranquilícese! Yo usaré toda la influencia que pueda tener para ayudar a nuestra querida Federación. Ahora tenemos que organizar una auténtica y hermosa recepción para nuestros anfitriones. Allí me presentará, expondré algunos de mis cuadros y luego veré qué me ofrece este mundo.
-Está bien, mañana apenas desayunar comenzaremos a planificar esa fiesta ¿Para dentro de tres días le parece bien?
-¡Óptimo!
Acto seguido me retiré a mi habitación.
Me habían advertido sobre este planeta con adjetivos tales como peligroso, brutal, distinto, sobrecogedor. Trataron de definir todo lo negativo de un mundo adónde, a pesar de todo, me forzaron a ir. No tuve muchas opciones. Necesitaban estrechar vínculos con un planeta que le había sido tan esquivo a la diplomacia, tan escurridizo ante los esfuerzos de todo tipo que se venían realizando desde hacía mucho tiempo para amigarse… un planeta que además tenía una importancia vital para la Federación. Tanta importancia tenía que si no fuera por la certeza de que no saldrían bien parados en una guerra de conquista habrían elegido tal camino. Es que Miristir era además líder de un vasto sector de esa zona del universo, con un valor que no solo era el puramente estratégico de una extendida área espacial, sino que ese grupo de planetas tenían todo tipo de recursos minerales, energéticos y alimentarios. También desarrollados centros de investigación que, por lo que se sabía, no tenían nada que envidiarle a los más avanzados de la Federación. Por si fuera poco existían posibilidades de guerras y confrontaciones con tres culturas algo agresivas que se habían encontrado en los límites de lo conocido. Esto hacía más apremiante la unión y colaboración de todos los mundos interiores. Tal era su importancia y tal la necesidad de entablar vínculos duraderos con ellos, aspiraciones que hasta ahora habían resultado infructuosas.
Esas eran las circunstancias que me empujaron a mí a cumplir funciones de enlace. Mi profesión y mi gran popularidad especialmente en ese planeta sellaron cualquier posibilidad de negarme a cumplir con la misión.
La recepción fue un éxito. El embajador quedó asombrado por la transformación de los nativos, tanto que recuperó su natural habilidad para estar siempre sonriente y hacer comentarios acertados sobre cualquier suceso político del universo conocido. Coloqué algunos originales de mis obras que había llevado conmigo y réplicas de las más representativas, en distintos lugares de la embajada donde tuvieran acceso los visitantes. Además Rasta aceptó mi sugerencia de contratar a una de las artistas musicales de más renombre del planeta, a mí también me gustaba debo reconocer, y eso sin duda fue tan del agrado de nuestros visitantes que la velada pudo ser etiquetada de perfecta.
Multitraductor mediante, tuve la sensación de que la noche no terminaría jamás… fueron tantas las preguntas que hice y tantas las que me hicieron que resultó agotador. Pero quedó todo preparado para que luego de un día de descanso un vehículo oficial de Miristir fuera a buscarme y comenzara un viaje por distintos lugares del planeta, donde conocería personalidades y además me introduciría en su cultura. Nada deseaba más que eso, aunque tenía cierta incertidumbre ante mi reacción por algunos aspectos de su civilización, muy criticada por los humanos. Sin embargo varias cosas me animaban a seguir adelante. Entre ellas estaban el objetivo de lograr un entendimiento entre nuestras civilizaciones, el gran respeto que me tenían, lo que era retribuido por mi parte y por último que ningún humano –en realidad ninguna especie integrante de la Federación- había investigado demasiado concienzudamente a los miristianos… razón por la cual no sabía hasta donde había que dar crédito a todo lo malo que se decía de ellos.
Cuando llegó el día de marcharme de la embajada, le prometí a Tuning Rasta que lo tendría al tanto de mis progresos. Me marché en un vehículo oficial, junto a dos miristianos que se presentaron como mis guías, un macho, Ri y una hembra, Bet, que en su vida privada eran pareja.
Desde el primero momento me trataron estupendamente. Para ellos era un gran honor que estuviera allí, pues me consideraban un referente cultural de primer nivel.
Me explicaron que la agenda de visitas consistiría en múltiples entrevistas con personalidades del planeta, con conferencias en los principales centros educacionales y se manejaría el programa con suficiente flexibilidad para visitar lugares turísticos, charlar con la población en general y visitar otros sitios de importancia.
A medida que visitaba sus ciudades, sus universidades y trataba con sinnúmero de nativos advertí que en todos los sitios oficiales o en domicilios particulares de cierto status tenían obras mías en exhibición, algunas auténticas, otras copias, aquí y allá, salpicando todo como si tuvieran un significado especial para ellos. Pero lo más significativo es que no veía razones culturales por las que los humanos no aceptaran a los miristianos. Aunque Tuning Rasta me explicó cual había sido el primer enfrentamiento de los diplomáticos de la Federación con los miristianos. Estos eran muy respetuosos del medio ambiente, tanto así que la mayoría de los minerales que utilizaban no eran de ese ni de ningún mundo habitado. Ellos utilizaban, a un costo mucho mayor claro, los minerales de asteroides y de satélites sin ningún tipo de vida. Pero mayor costo significaba en este caso haber evitado toda la contaminación de cualquier proceso de obtención y tratamiento mineral. Todos sus vehículos utilizaban energías renovables o por lo menos no polucionantes. Se dice –está en sus textos por lo menos- que hasta que no se encontró una forma no contaminante de hacer desplazar sus vehículos estos fueron tirados por grandes animales domesticados para tal fin y obviamente mucho más compatibles con la conservación del ambiente. Y no es porque no tuvieran tecnología suficiente para autopropulsar todo tipo de vehículos sino que no estaba lo suficientemente desarrollada para lograr una polución cercana a cero. Todo era por el estilo… el tratamiento de los residuos, o el aprovechamiento de cualquier recurso natural, la caza y la pesca. El secreto era que vivían –o trataban de hacerlo desde que tenían memoria- en armonía con su mundo. Trataban de no dañarlo, a él y a todo lo que vivía en él. Y la gran mayoría de los nativos estaban convencidos de que el planeta les correspondía, sea con buenas cosechas, sin grandes catástrofes naturales, con animales domésticos a salvo de enfermedades, con una larga lista de beneficios en suma.
Esto, que más bien parece una política racional de administrar los recursos de un mundo fue la razón por la que primero se enfrentaron los diplomáticos de la Federación con los dirigentes nativos. Allí, en ese mundo y en otros bajo su dirección había importantes recursos minerales, indispensables para el desarrollo de armas y tecnologías… También los había en asteroides en órbita de esos planetas, pero su obtención sería diez veces más cara. Los negociadores de la Federación veían inadmisible pagar diez veces más por algo que estaba en sus narices y quizás exageraron en sus presiones. Pero lo miristianos fueron muy claros, tan claros que rompieron las negociaciones sobre cualquier producto y los intercambios quedaron reducidos al mínimo. No rompieron relaciones diplomáticas, pues tenían la esperanza de que en algún momento la Federación entendiera sus razones. Para ellos era necesario ese factor, “entender” el por qué las cosas las hacían de una forma y no de otra.
Aunque es conveniente aclarar que no era lo único por lo que nuestros diplomáticos habían protestado. Había algo que había horrorizado a nuestros anteriores enviados y era lo que había trabado psicológicamente a todos los cuerpos diplomáticos que habían pasado por ese mundo. Era una práctica ancestral de un determinado grupo de la población, que se denominaban a sí mismos Los Rectores, que comprendía a los pensadores más geniales, a los científicos más respetados, a los comerciantes más poderosos, a los artistas más destacados, a los políticos más exitosos, a los militares más capaces, en fin, al motor intelectual del planeta, a los que gobernaban.
Existía en esa práctica una gran traba psicológica para el buen y fluído desempeño de nuestros embajadores. Afortunadamente yo me había preparado sobre tal cuestión y no haría fracasar una misión como esta solo por algunos prejuicios culturales. Trataría de sacar el máximo de beneficio de mi situación para relacionarme con esta especie.
Por lo demás, si bien trataba de tener al tanto al embajador de mis viajes y de mis avances y experiencias, no frecuentaba mucho la embajada, aunque cuando lo hacía charlábamos bastante tiempo, confrontando sus ideas con las mis propias vivencias en ese mundo tan parecido y tan extraño a la vez. También teníamos ocasión de encontrarnos en actividades públicas a las que era invitado, donde extrañamente yo era tratado más como nativo que como humano.
Me sentía atendido como una celebridad –en realidad lo era, pero nunca había sido tratado con tanta excelencia- y me consideraban como uno de ellos. Constantemente me llevaban de aquí para allá por todo su mundo, preocupándose de mostrarme cómo vivían, como pensaban, enseñándome su historia y costumbres... incluso realicé algunas obras en público, en programas culturales masivos. Aunque doné muchas para beneficencia y para instituciones estatales escogí algunas para obsequiarlas a personalidades del planeta. Todo este despliegue tuvo como resultado que mi popularidad creciera en grado superlativo.
En cierta oportunidad que volvíamos de visitar un complejo deportivo, con Bet y Ri les dije:
-Me gustaría saber por qué razón tienen a mis psicopinturas en tan alta estima, siendo que hay muchos psicopintores. Aparte de los clásicos yo mismo conozco artistas contemporáneos que son excelentes.
Bet contestó-Se lo explicaré- dijo y continuó- Sin duda sabe que las psicopinturas permiten repetir y analizar la secuencia de “creación” de la pintura, el movimiento de los colores, su cantidad e intensidad; en otras palabras ver la “historia” de la composición.
-Si… bueno, lo sabía pero nunca lo he hecho, ni con obras mías ni con ajenas.
-Nosotros si, sobre todo porque la psicopintura ha sido un arte que siempre nos interesó y es objeto de estudios avanzados… ¡Y hemos encontrado que sus pinturas son excepcionales! –exclamó finalmente-
-¿Pero a qué se debe?
Esta vez Ri habló -A la secuencia de colores y a la forma en que los mueve.
Y Bet continuó.
-Es su método de composición lo que hace que lo tengamos en tal estima.
-Dígame… -preguntó su marido- ¿Tiene algún método, alguna regla?
-No, en absoluto. Es algo que sale de dentro… mucho “corazón” –y sonrió- y muy poca mente.
-¡Es increíble!
-Todavía no entiendo que tiene de extraordinaria mi forma de pintar…
-Le respondo con otra pregunta ¿Usted sabe cuál es el principal obstáculo “cultural” entre la Federación y nosotros?
-Si, pues… tengo una idea.
-Le diré: Que los miembros de lo que llamamos Los Rectores o Gobernantes practicamos lo que ustedes llaman “canibalismo”, en un ritual obviamente, que es lo que ustedes no pueden entender y que nosotros habíamos perdido la esperanza de que entendieran hasta que usted llegó.
-Me halaga usted… ¿Pero por qué piensa que podré entender ese ritual?
-Ya verá.
Y le dio instrucciones al conductor, quien rápidamente elevó el vehículo y cambió el rumbo.
Tras lo que parecía un breve viaje aterrizó frente a una hermosa construcción circular, rodeada de jardines y un amplio espacio para estacionar. Al momento de bajarse le dijo:
-Es un Centro de Ceremonias. Hay muchos de estos por todo el planeta y son casi idénticos entre sí. –Tomó una especie de llave que llevaba colgada del cuello, abrió la pesada puerta de dos hojas y lo invitó a entrar. Luego lo condujo al centro de la habitación principal, algo similar a un anfiteatro, pero con la particularidad de que había pequeñas mesas con sus respectivas butacas distribuidas regularmente desde el centro de la habitación hasta sus paredes. Justo en el centro había algo que parecía una extraña mesa. Al acercarse reveló ser un recipiente alargado y relativamente llano, cubierto con una tapa transparente. Ri levantó la tapa. Allí entraba cómodamente un cuerpo, todo a lo largo. El interior parecía estar recubierto de una especie de porcelana verdosa, muy brillante y cubierta de una gran cantidad de pequeñas perforaciones.
Noriter Kaltru dijo:
-Esto es lo que usan para…
-¡Así es! –dijo Ri- Aquí se deposita el Cuerpo Ceremonial y se prepara y aquí –dijo yendo a una de las cabeceras del recipiente- se coloca el que ha de hacer de Maestro de Ceremonias, el encargado de preparar esta parte del ritual.
-El cocinero…- dijo Noriter.
-Si, si lo quiere llamar así. Se conecta con estas terminales a los depósitos de condimentos, sabores y colores que están a los lados… -dijo señalando multiplicidad de pequeños depósitos con tapa a ambos lados de la cavidad-.
-Colores y sabores.
-Y olores… también hay olores que pueden mezclarse como si fueran condimentos… y también se manejan desde aquí las temperaturas de cocción, presión, todo en realidad.
-No parece ser algo muy sencillo.
-¡Para nada sencillo! –dijo Ri. –¿Entiende lo que quise decirle hace unos momentos? Usted, en vez de horrorizarse, hace un comentario objetivo y acertado ¡Es tan distinto de los otros humanos!
-Si, pero soy tan humano como ellos, solo que respeto vuestras tradiciones. Por otro lado, conociéndolos ahora como los conozco sé que tienen una buena razón para realizar estas ceremonias.
Ri pareció quedar conmocionado al escucharlo, mirando a Bet, a quien tomó de la mano.
-Tenemos una muy buena razón –dijo- La misma supervivencia de nuestra especie así como la conoce depende de estas ceremonias. Por eso es que son tan importantes.
-No entiendo…
-Mediante estos rituales nos comunicamos con el planeta. Son estas ceremonias las que nos permiten compartir su sabiduría y conocer sus deseos, responder nuestras preguntas y nos asegura su apoyo. ¿Por qué cree que en nuestro planeta no hay sequías, ni bruscos movimientos de tierra, ni destructoras inundaciones, como hemos visto que suceden en muchos otros mundos? El planeta es parte de nosotros y nosotros somos parte de él.
-¡Es increíble!
-¿Le parece barbárico o irracional?
-No… ¡Me parece extraordinario! Supongo que podría poner alguna objeción formal a su metodología ¡Pero lo que logran es maravilloso!
-Claro que esta ceremonia es solo parte del proceso, la parte culminante quizás, pero no el único aspecto. Hay que preparar la víctima y cumplir las directivas que nos dé el planeta.
-¿Preparar la víctima?
-No podemos hacer el ceremonial con cualquier individuo. Hay que prepararlo.
-¿Y como lo hacen?
-Hay templos donde se los prepara. Se los instruye profundamente en la historia del planeta, en su funcionamiento, en las formas en que se manifiesta, sus leyes, su física, su química hasta que logran “fundirse” con él. Esto se logra solamente preparándolos desde muy niños. Sus familias reciben beneficios y honores por ello.
Finalmente había entendido porque mis pinturas eran la clave. La psicopintura no era algo nuevo –existía desde hacía casi trescientos años estándar- pero siendo ya uno de los métodos tradicionales de expresión y difundido en todos los mundos conocidos, cada tanto aparecía algún psico-pintor más popular o más querido que otros. Se pintaba sobre una psicotela, que no era más que una tela especial, que se adquiría del tamaño que uno la deseara y que era de un material sintético poroso, que podía variar el tamaño de los poros al influjo del psicopintor. Tenía alrededor del marco los depósitos de pintura, conectados con la tela… estos depósitos eran operados por el pintor, igual que la distribución de los distintos colores sobre la tela. El enlace se lograba mediante cables conectados a partes sensibles de la cabeza y mediante el consumo de unas drogas especiales o drogas de conección, que hacían más dinámica la interacción del cerebro con los dispositivos para “pintar”. Todos estos dispositivos, psicotela, pintor, y la compatibilidad entre ambos obviamente, hacían que los colores y las líneas fluyeran dentro del marco al influjo de la mente del psicopintor.
Como anecdótico se puede comentar que estas pinturas podían activar una función en donde de acuerdo a algunas características de los seres que se acercaran a verlos, llamémosle “auras” o “cargas vitales”, “estados de ánimo” o incluso contenidos hormonales, los colores mutaban dentro de determinadas cotas… se hacían más vivos o más tristes, más brillantes o más opacos… todo dependiendo del observador que estuviera frente a la pintura.
No debió extrañarme que luego de esa conversación me invitaran a participar de una de esas reuniones selectas, almuerzos o cenas, que se practicaban comúnmente dentro de los círculos de elegidos, por llamarle de alguna forma, de cada localidad de importancia e incluso de cada distrito rural. Estaban invitados un centenar aproximadamente de nativos de ambos sexos, todos vestidos recatadamente, como era su costumbre cuando estaban en actividades que podrían llamarse “oficiales”. En silencio, tomaron sus lugares en sus butacas. Ninguno de ellos manifestó sorpresa al encontrarme, al contrario, me expresaron su apoyo y beneplácito. Al momento de comenzar la ceremonia me llamó la atención que la víctima o la ofrenda –que había sido sometido a un tratamiento previo- se colocara tranquilamente en la mesa del centro, sin ninguna vacilación y aparentemente ningún miedo. La tarea del Maestro de Ceremonias incluía sin duda la ejecución indolora de la víctima, además de todo la ulterior preparación del mismo.
La ceremonia en sí no fue de larga duración, pero eso se debía según me dijeron, a la maestría del ejecutante… A veces se tardaba más, para lograr el mismo resultado. Mientras tanto, todos los presentes recitaban una zumbante letanía… yo también lo hice o por lo menos intenté hacerlo, lo mejor posible. Si bien suponía que no se esperaba de mí tal cosa, tenía conciencia de ser el primer individuo de otra cultura en participar de esta ceremonia y eso me obligaba a que estar a la altura de las circunstancias. Me trataban como uno más y me sentía como tal, pues había logrado un estado de comprensión íntima con la forma de funcionar el planeta que me sentía hasta parte del proceso.
Cuando finalmente terminó la preparación de la ofrenda y se repartieron las partes de ella que eran destinadas al consumo se sorprendió muchísimo cuando uno de los miristianos le llevó un trozo de la misma. En ese momento estuvo a punto de echar a correr, más advirtió que todos los presentes estaban observándolo, totalmente pendientes de su decisión. Con palabras de agradecimiento, tomó el recipiente y se acomodó en la butaca. Antes de comenzar a comer hubo más oraciones.
La carne en sí tenía un sabor que nunca antes había probado, algo tan distinto que estaba seguro no lo olvidaría jamás, pero había algo más, algo que le pareció le estaba cambiando su forma de respirar e incluso la forma de ver alrededor –¿estaría alucinando?-. Le parecía ver que todo y todos estaban metidos en una especie de sustancia, surcada por zarcillos y líneas de colores vivos que conectaban con algo que había fuera de los muros del recinto, abajo, a los costados y arriba… y presintió además una voz, como un retumbante chasquido que hablaba y hablaba… otra vez estaban orando y el también lo hizo y al hacerlo sintió que su conciencia se mezclaba con la de los otros participantes en una entidad, y esa entidad hablaba con algo mayor, algo enorme, tan grande que asustaba, una inteligencia nueva y distinta ¿Era el planeta? ¿Estaban comunicándose con Miristir?
Luego de terminada su ración se sintió extrañamente cansado y feliz, pero no hambriento. A cada uno le repartieron una ración de un licor ligero y tras nuevas oraciones se marcharon. Cada uno de los participantes tuvo la gentileza de estrechar sus manos antes de marcharse, como muestra de respeto y afecto.
Ri y Bet lo estaban esperando afuera, pero cuando él salió ya habían hablado con varios de los participantes y estaban muy satisfechos.
-Estamos orgullosos de usted- le dijo Bet. –Todos nos han felicitado por su preparación y ha aumentado más aún su prestigio.
-¡Ha sido una experiencia única!
-¿Le ha agradado?
-Creo que en parte logré comprender la importancia y la finalidad de la ceremonia, que es mayor de lo que había pensado.
-Es muy distinto vivirla a que se la contemos ¿no?
-Es muy distinto… y creo estar preparado para dar los siguientes pasos. –y suspiró- Lo que vivido hoy me mostró la importancia de esta ceremonia y me siento con fuerzas como para que lo comprendan los otros humanos.
-Estamos de acuerdo. Recuerde que hay parte de las máximas autoridades de gobierno que esperan un gesto, un indicio, un avance formal por parte, no de usted, sino de los humanos, para avanzar en el relacionamiento.
-Entiendo. Pensaré como proceder…
-Si, piénselo. Necesitamos un reconocimiento formal hacia nuestras prácticas. Si lo logra, verá que lograremos el entendimiento también a nivel planetario. Lo llevaremos a la embajada, donde podrá descansar y exponerle sus vivencias al embajador. En el tiene su primer objetivo… si logra que él nos entienda como cultura, habrá transitado gran parte del camino hacia nuestro futuro juntos.
Había quedado conmocionado. Necesitaba meditar y descansar. Algo estaba claro, si él, que era tan distinto de los nativos, había tenido esa vivencia, no podía imaginarse lo intensa que sería esta ceremonia para los miristianos. ¡Debía de ser algo indescriptible! ¡Sublime!
Había entendido que el espíritu y el objetivo de las ceremonias, eran sin duda la comunión, el ser todos uno, la unión con el planeta y a la vez establecer fuertes vínculos entre los que se llamaban Los Rectores. Pero si bien estaba entendiendo, comprendiendo y avanzando en su gestión sentía que estaba muy lejos de cerrar su misión. ¿Cómo podría hacer para que trataran a la Federación como lo trataban a él? ¿Cómo hacer para que consideraran a la Federación una amiga y eventualmente firmaran los tratados que eran tan importantes para el futuro de las especies federadas? La clave, claramente, estaba en Tuning Rasta, como le habían comunicado Ri y Bet. Si el embajador lograba entenderlos, quizás la Federación también podría hacerlo. En su mente se fue forjando un plan, que esperaba tuviera éxito.
El embajador Tuning Rasta se había mostrado cada vez estaba más intrigado por las actividades que le demandaban todo su tiempo, durante días y días enteros de Miristir… no porque Noriter Kaltru no fuera ocasionalmente por la embajada, sino porque estaba apenas unos minutos y se retiraba a sus actividades con los nativos. Finalmente resultó agradablemente sorprendido cuando Kaltru le dijo que se quedaría unos días en las instalaciones, pues tenía que meditar sobre determinadas cosas.
Ese día almorzaron juntos, charlando animadamente y a partir de ese momento las relaciones entre ambos fueron progresivamente afianzándose, hasta que finalmente pudieron declararse “distendidas”, viéndose periódicamente. Se diría que ya eran grandes camaradas. Sus conversaciones iban desde su arte hasta la visión que Kaltru había adquirido del planeta y de los miristianos en general. Noriter le mostraba al embajador documentos, escritos y audiovisuales, para que se interiorizara cada vez más de ese mundo y de esa sociedad que a el mismo le había costado tanto entender en profundidad, explicándole todas las dudas que a éste le iban surgiendo. El embajador tenía una vasta cultura y firmes conocimientos de antropología, lo que le llevó a sentir gran curiosidad por ese mundo miristiano que finalmente se le revelaba. El porqué hasta ese momento se había negado a tratar de entender su cultura, era parte del conflicto ya tradicional que tenían la mayoría de los humanos y otras especies destacadas en alguna misión en ese planeta. Pero eso se iba sorteando, no sin algunas dificultades. En particular las leyendas sobre el origen de la vida, tan curiosamente parecidas a las de la Vieja Tierra, le resultaron muy interesantes al embajador, así como todo el trasfondo ceremonial de los rituales caníbales de los dirigentes miristianos, Los Rectores, que eran el principal obstáculo cultural a superar.
En realidad, mirando las propias leyendas humanas, en una de las más primitivas y populares religiones existía un semidiós, conocido en ocasiones como “El Salvador” que en forma ritual compartía su carne y su sangre con sus seguidores y renunciaba a su vida material para la salvación espiritual de los humanos. Tuning Rasta comenzó a ver, luego de profundizar en la ceremonia miristiana, ciertos parecidos esenciales. ¡Era eso lo que hacían! Aunque lo veían algo diferente. Ellos comulgaban con una energía única, quizás algo que se podría llamar “Espíritu Planetario”, si bien había algo más, una unión en un plano trascendente entre los dirigentes que participaban en estas ceremonias ¡Si, tenía que ser algo así, lo presentía! Era por lo tanto indispensable ese ritual, el sacrificio, para consolidar la unión entre los dirigentes, entre esos pocos millones… unos pocos millones obligados a asesinar y a comerse conciudadanos periódicamente ¿Valía la pena? Las pruebas demostraban que la cultura miristiana estaba muy desarrollada, tenían muy pocos delitos violentos -¿Qué ironía, no?-, y disfrutaban de grandes avances tecnológicos, con una característica quizás, propia de todo lo miristiano: el avance tecnológico en cosas fundamentales como alimentación, energía o incluso la guerra siempre avanzaron en paralelo a las fuerzas y energías del planeta, siempre tuvieron una forma “limpia” de hacer cambios en ese mundo y por supuesto en todos los planetas que los tenían a ellos como regentes. Eran lo que los diplomáticos de la Federación llamaban Confederación Miristiana, unidos no por la fuerza militar –que si la tenían y en gran forma- sino por el liderazgo intelectual, profundamente práctico, de los miristianos.
Rasta, paulatinamente, y bajo la supervisión y consejo de Kaltru, comenzaba a comprender, a enterarse, a consustanciarse, a nutrirse de todo lo que envolvía la vida íntima de los nativos y su comunión con el planeta. Las dudas que tenía eran inicialmente contestadas por Kaltru pero en determinado momento comenzó a relacionarse con algunas personalidades miristianas –cosa impensada tiempo antes- en un diálogo que lo iba llevando, paulatinamente, a la iluminación. Iba descubriendo que si bien tenían sus aspectos negativos había mucho que los situaban entre las culturas más avanzadas que había conocido y estudiado. En suma, se sentía feliz de haber llegado a ese estado de comprensión, casi de comunión con los miristianos y su mundo.
Toda esa evolución, esa comunión, ese entendimiento, lo iba comunicando a sus superiores diplomáticos. Posiblemente no hubiera uno solo de ellos que compartiera la metodología utilizada por los miristianos, pero sin duda estaban impactados por los resultados. Estos eran lo suficientemente convincentes para aceptar sus métodos, para respetarlos y quizás entenderlos, por lo que se decidieron a aceptar a la cultura miristiana como era.
Finalmente llegó el día tan esperado por Kaltru y por muchos miristianos. Fueron muchos los núcleos dirigenciales que se disputaron poder organizar esta ceremonia, la primera en donde Kaltru iba a ser no solo participante, sino el mago tejedor de los sabores, el cocinero de la ceremonia… de ahí la importancia del suceso.
Cuando Kaltru le comunicó a los responsables federales de su misión en el planeta, que los miristianos firmarían los acuerdos, estallaron en elogios y manifestaciones de alegría y alivio, tanto que la desaparición del embajador Tuning Rasta fue solo un ingrediente más en todo el despliegue diplomático que comenzó a partir de esos días, ingrediente que se diluyó rápidamente con el frenesí de la Federación de conocer a sus nuevos aliados.
Y cuando la alta diplomacia de la Federación comenzó a llegar al planeta, junto con equipos de técnicos y misiones comerciales, se asombraron del exquisito trato que los nativos le daban a Kaltru, pues no lo trataban como un humano, ni como un extraño, lo trataban como un dirigente miristiano más. Nunca se encontró rastro alguno del antiguo embajador Tuning Rasta, aunque existe un selecto grupo de miristianos y el propio Kaltru que lo recuerdan con cariño, pues les brindó una exquisita cena de despedida.
FIN
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