La ciudad por las noches tenía un rey.
Nadie
le había dado la bienvenida ni había deseado su presencia y menos le habían
dicho “Ven que necesitamos de ti”…
Nada
de eso.
A
poco de su llegada estaba claro que no lo querían, ni lo deseaban…
Pero
tampoco sabían cómo expulsarlo de sus calles.
Llegó tan silenciosamente que tardaron en
darse cuenta de su presencia. Quizás porque no era un ser amante de la luz
diurna –más bien odiaba la luz del sol-, tardaron un poco más en advertirlo, pero
los cuerpos que comenzaron a aparecer, todos sin una gota de sangre, hablaban,
gritaban más bien, el tipo de ser que era.
Un
vampiro, un bebedor de sangre. Claro que tardaron casi media docena de
cadáveres para estar seguros y totalmente de acuerdo en eso.
Y
la noche, que había sido insegura pero no tanto, fue progresivamente abandonada
y de a poco tomada por él.
Los
traficantes de drogas y sus clientes, que acostumbraban realizar sus negocios
por la noche, eran sus víctimas ineludibles… Pero no se salvaban los que
traficaban con sexo, los que de noche robaban transeúntes o casas, los que
visitaban restaurantes o bares, en fin… cualquiera que transitara por la noche
era una víctima potencial.
A
los seis meses habían caído todo tipo de humanos bajo su sed, de toda edad y
condición.
Ni
las fuerzas de la ley estaban a salvo de sus ataques, por más que intentaban
estar preparados para ello, siguiendo esa teoría –tan contraproducente en
número de bajas- de que ellos lo cazaban y no al revés, como realmente sucedía.
Lo
cierto es que con el paso del tiempo y luego de decenas de muertos, había pocos
que no supieran de su existencia.
Era
imposible no ver su poder o discutir su reinado.
Ya
todos sabían que un vampiro había llegado a la ciudad. Eso todos lo sabían.
Lo
que no sabían es que había llegado para quedarse. Así era… la noche de la
ciudad ya tenía su Rey.
FIN
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